Tres adolescentes tomaron un bus en Nueva Jersey. A bordo, había un hombre vestido humildemente, sentado solo y en silencio. En la primera parada, todos descendieron, a excepción de aquel hombre solitario. Cuando los jóvenes volvieron al bus, uno de ellos le dijo algo para animarlo, y él sonrió tímidamente.

En la parada siguiente, cuando todos bajaban, el último joven invitó al hombre, diciéndole: «Baje con nosotros. Por lo menos, estire las piernas».

Entonces él descendió. Los jóvenes lo invitaron a almorzar. Uno de ellos le dijo: «Estamos yendo a un fin de semana soleado en Florida. Dicen que Florida es muy agradable». «Así es», replicó él. «¿Usted ha estado allá?». «Sí, viví allí por un tiempo». Entonces, uno de ellos dijo: «¿Usted tiene casa y familia?». El hombre vaciló en responder: «No… No sé». «¿Qué quiere usted decir con ‘No sé’?», insistió el adolescente.

A esa altura, el hombre se sentía en confianza para compartir su triste historia. Animado por la acogida de los jóvenes, reveló: «Hace muchos años, fui condenado a prisión. Tenía una linda esposa e hijos maravillosos. Cuando partí, le dije a ella: ‘Querida, no me escribas. Yo no te escribiré. Los niños no deben saber que su padre está en prisión. Si quieres, puedes casarte de nuevo con alguien que sea un buen padre para ellos’. Y pasaron muchos años.

«No sé si ella cumplió su parte del trato. Yo cumplí la mía. La semana pasada, cuando supe que sería libertado, escribí una carta y la envié a la antigua dirección en las afueras de Jacksonville. La misiva decía: ‘Si recibes esta nota, si no te has casado de nuevo y si aún tengo opción de que me aceptes de regreso, he aquí cómo puedes notificarme. Yo estaré en el bus cuando éste pase por la ciudad. Quiero que cuelgues una cinta blanca en aquel viejo roble que está a la entrada de la ciudad’».

Ellos volvieron al bus. Estaban a unos 15 kilómetros de Jacksonville. Los jóvenes se pasaron al mismo lado del vehículo donde estaba el hombre, con sus rostros apegados a la ventanilla. Al llegar a las inmediaciones de la ciudad, allí estaba el grande y viejo roble. Los jóvenes saltaron de sus asientos, se abrazaron y danzaron en el pasillo, gritando: «¡Mira, mira!». No había una cinta blanca colgando del árbol. ¡En su lugar, había un gran lienzo blanco, un vestido blanco, pantalones blancos de niño y almohadas blancas! ¡El árbol estaba completamente cubierto con decenas de piezas de ropa blanca! ¡Qué podría hablar mejor de que él había sido perdonado! La familia entera estaba allí con los brazos abiertos, expresando misericordia.

Si nuestra familia terrenal puede expresar semejante misericordia, imagine cómo nuestro Padre celestial demuestra su misericordia para con nosotros, cuando él borra el registro de nuestro pasado.

DeVern Fromke
(Tomada de «A Janela Mais Ampla»).