¿Qué haría si encontrara en el tren a un hombre verdaderamente moderno y tuviera solamente una hora para hablarle del Evangelio? Yo he respondido, una y otra vez, que dedicaría cuarenta y cinco o cincuenta minutos a lo negativo, para presentarle realmente el dilema en que se encuentra: para demostrarle que está más muerto de lo que él se imagina (…), que está muerto moralmente porque se halla separado de Dios, del Dios que existe. Entonces tomaría diez o quince minutos para presentarle el Evangelio. Y estoy firmemente convencido de que ésta es la manera correcta para explicarle la verdad del hombre verdaderamente moderno. A menos que comprenda lo que anda mal, no estará dispuesto a escuchar ni a hacer ningún esfuerzo para entender lo positivo del Evangelio.

Francis A. Shaeffer, en Muerte en la ciudad

Ha habido momentos en mi vida y en mi ministerio cuando las cargas y las presiones parecían ser demasiadas. En estos momentos parece que ni siquiera en oración es posible elevarse por encima de la carga. Más de una vez, a través de una fe que parecía directamente impartida del cielo, el Señor me capacitó para reclamar todo lo que necesitaba para mi cuerpo, mi alma y mi espíritu.

Sobre mis rodillas, he recibido libertad y fortaleza para orar: «Ahora, Señor, ya he tenido demasiado de todo esto; ¡me rehúso a seguir soportando esta pesadez y opresión! Esto no proviene de Dios, proviene del enemigo, el diablo. Señor, en el nombre de Jesús no lo soportaré por más tiempo; por medio de Jesucristo soy vencedor.

En todas estas ocasiones, las grandes cargas se disolvieron en un momento: «Hijo mío, he esperado largo tiempo que confieses que Jesús es vencedor y que en él tú puedes vencer».

A. W. Tozer, en Manantiales de lo alto

«Nunca he dejado de gozarme de que Dios me haya llamado para este oficio. Las personas hablan del sacrificio que he hecho invirtiendo una gran parte de mi vida en África. ¿Puede eso denominarse sacrificio cuando se trata de devolver una pequeña parte de la gran deuda que tenemos con nuestro Dios, la cual nunca podremos pagar? ¿Se trata de un sacrificio cuando conlleva su propia recompensa de la bendición que es esa actividad con salud, la conciencia de hacer el bien, la paz de espíritu y una brillante esperanza de un destino glorioso en el futuro? ¡Acabemos con esa forma de entender la palabra y con esa forma de pensar! Hay que insistir en que eso no es un sacrificio. Más bien diríamos que eso es un privilegio.

La ansiedad, la enfermedad, el sufrimiento o el peligro, ahora y entonces, cuando anteriormente hemos vivido las comodidades normales y los beneficios de esta vida, pueden hacer que nos paremos y que el espíritu vacile y el alma, pero que sólo sea por un momento. Todo esto no es nada ni se compara con la gloria que se revelará en y para nosotros. Nunca he hecho ningún sacrificio».

David Livingstone, en un discurso a los estudiantes de la Universidad de Cambridge, Inglaterra.