Aunque las Sagradas Escrituras son un relato literal e histórico, con todo, por debajo de la narración, hay un significado espiritual más profundo.

Los frutos y las flores de Caín

El primogénito de Eva recibió la bienvenida de su cálido corazón maternal, ya que el nombre que recibió expresa todo su orgullo y la promesa de la esperanza terrenal. Le llamó ‘Posesión’. Exclamó: «He tenido un hombre», y ¡ay!, no era sino un hombre, el verdadero tipo de la carne y de la humanidad.

Su vida como labrador quizá exprese, hasta cierto punto, su orgullosa decisión de vencer la maldición de la caída y de sacar de la tierra, por medio del trabajo y el cultivo, algo que contradijera o contrarrestara los espinos y los cardos de la maldición. Estaba orgulloso de su trabajo, y sin duda olvidó que la tierra había sido maldecida por el pecado del hombre.

No sólo pasó la tierra a ser la esfera de su ocupación, sino también el símbolo de su espíritu. Su corazón y su vida eran de la tierra, terrenales. No conocía otra religión más elevada que la que había nacido de la tierra y no tenía otro objetivo o propósito que sus placeres y empresas.

Y así, cuando llegó el momento del culto público de adoración, la ofrenda que trajo fue simplemente el fruto de su propio trabajo, los productos de su esfuerzo. No reconoció la condición del pecado o la necesidad del perdón, sino que trató a Dios en términos propios, como el que se siente libre para intercambiar presentes con un amigo humano. Caín no carecía de religión –cosa que ocurre a pocos hombres– pero su religión no reconocía el pecado y, por tanto, no tenía necesidad de expiación.

Al mismo tiempo, hemos de admitir que quizá era una religión muy hermosa, como las religiones sin Cristo son con frecuencia. Su altar a la puerta del Edén puede que tuviera mucho más atractivo al ojo que el de Abel, y probablemente era una escena rústica de gusto, adornada con flores y hojas, cargadas de espigas doradas de la cosecha y frutos de colores variados de su huerto, con el mismo espíritu que hoy se emplean ornamentos oratorios, música, decoraciones arquitectónicas y el esplendor de un ritual magnífico y ceremonias.

Como en la ofrenda de Caín no se reconocía el pecado, tampoco había en ella lugar para Cristo. No había símbolo del Salvador venidero, no había la figura de cordero expiatorio, ni el temor de la necesidad de sufrimiento y justicia para satisfacer a un Dios santo. Ésta es siempre la característica de la religión natural; ésta es siempre la prueba del verdadero evangelio.

A un viejo monje, en las vigilias de su celda, se dice que se le apareció el diablo en una forma fascinante. Parecía un ángel y le habló como un dios. Le dijo: «Yo soy tu salvador; he venido a traerte la seguridad de mi amor y la visión de mi gloria, y quiero que me adores». El santo casi quedó engañado, pero de repente volvió los ojos a su visitante, y le dijo: «Si tú eres mi salvador, voy a adorarte; pero si lo eres, no me rehúses darme la prueba que te pido. Si eres Jesús tendrás en las manos, los pies y el costado, las marcas de los clavos y de la lanza».

En un momento cambió la aparición; se extendió una nube negra por su rostro, y con maldiciones y silbidos el aparecido desapareció de la celda. Así podemos siempre poner a prueba la verdadera fe y el verdadero Evangelio. Siempre tendrá las marcas del crucificado. Descartemos toda clase de forma de culto y religión que no reconozca plenamente nuestra pecaminosidad y condición de perdidos, y donde no ensalcemos de modo inconfundible y decidido el sufrimiento del Salvador que expía el pecado.

La ofrenda de Caín eran simplemente obras, las cosas que él había realizado con sus manos pecadoras. Es el tipo perfecto de toda forma de autojustificación. Eran inaceptables porque eran las obras de un hombre pecador y los frutos de una tierra maldita. Y así, nuestras mejores obras están manchadas por el hecho que nosotros, que las ejecutamos, somos pecadores, y brotan del suelo de nuestra naturaleza humana, que ya está bajo maldición.

Hay muchas variedades y grados de maldad, pero cualquiera de ellos es bastante para manchar nuestra mejor justicia y dejarla como «trapos de inmundicia». Y así Caín fue rechazado como toda alma tiene que serlo ante la presencia de Dios. ¿Dónde te encuentras, querido amigo? ¿Cuentas todavía con tu propia justicia, o te has apropiado ya de la justicia de Jesucristo?

Muchas personas consideran esta pregunta como un mero juego de palabras o una cuestión de dogmas, pero nosotros vemos con tristeza, en la historia de Caín que la fe de un hombre es la fuente real de donde brota su vida y su conducta, y que un defecto aquí va a ser fatal en todo lo que se refiera al carácter y el destino. La incredulidad, en Caín, dio lugar al desarrollo de una forma grave y violenta de maldad, y le llevó de modo irreparable a la destrucción. El primer paso fue simplemente la justicia propia y el rechazo de Cristo; el segundo fue la malicia, la envidia y el homicidio.

El pecado no creció de repente a estas proporciones espantosas. La palabra de Dios a Caín, cuando él con cariño conversó y procuró hacerle retroceder del curso terrible que había emprendido su vida, contiene una figura tremenda del progreso del mal. «El pecado está a tu puerta», que ha sido traducido también como: «El pecado, como una fiera salvaje, está a tu puerta». Su pecado era entonces como un cachorro de león, acurrucado para dar el salto fatal. En aquel momento todavía podía ser vencido. «A ti será tu deseo, y tú te enseñorearas de él». Esto es, ahora puedes someterle si quieres, pero si esperas, será demasiado tarde, y tú serás destruido. ¡Ay! Se hizo demasiado tarde para que Caín resistiera, y el incrédulo se hizo un homicida y un desterrado del cielo, marcado por la sentencia de Dios.

Pero aún hay otra etapa en la carrera de Caín. Este capítulo termina, no con una sentencia de juicio eterno, sino con un cuadro brillante y fascinador de la primera ciudad humana y escenas de alta civilización, riqueza y deleite sensual. Separado de Dios y perdido para la esperanza eterna, Caín, como ocurre con otros, se volvió al mundo y se lanzó a sus goces y ofrecimientos. La religión que nació de la tierra, como se muestra en su ciudad, termina en la tierra.

Los nombres de la familia de Caín y sus empresas están todos relacionados con fases variadas de la riqueza y la cultura. En su linaje tuvieron nacimiento las artes, la fabricación, las riquezas y los placeres sociales y sensuales. En ellas vemos los primeros tipos de belleza física, de gusto musical, de empresas ambiciosas, de vida urbana, poligamia y el panorama de placer terreno y civilización humana que, a partir de entonces, ha crecido en proporciones tan vastas y ha desviado a los hombres de Dios y de su justicia.

Es el nacimiento de Mamón. Es el tipo del mundo. Es el intento de la naturaleza humana caída de hallar un paraíso sin Dios. Es el esfuerzo triste y burlesco del corazón que ha perdido su herencia de hallar un sustituto bajo el cielo; pero va a terminar como el cuadro de la ciudad de Caín, en el mismo derramamiento de sangre y violencia.