Ángeles en el callejón

Diane, una joven estudiante cristiana, estaba en casa por el verano. Fue a visitar algunos amigos en la noche, y por quedarse charlando se le hizo tarde, así que tuvo que caminar sola a su casa. Mientras caminaba, oró a Dios que la librara de cualquier peligro.

Cuando llegó al callejón que le servía como atajo decidió tomarlo; sin embargo, cuando iba en la mitad, notó a un hombre parado al final, como esperándola. Diane se puso nerviosa y empezó a orar a Dios por protección. Al instante, un sentimiento de tranquilidad y seguridad la envolvió; sintió como si alguien estuviera caminando con ella. Pasó justo enfrente del hombre, y luego llegó a su casa.

Al siguiente día, leyó en el periódico que una joven había sido violada en aquel mismo callejón unos 20 minutos después de que ella pasara por allí. Sintiéndose muy mal por esa tragedia, y pensando que pudo haberle pasado a ella, comenzó a llorar dando gracias a Dios por haberla cuidado, y rogándole que ayudara a la otra joven. Decidió ir a la estación de policía, porque pensó que podría ayudar. Allí contó su historia. El policía le preguntó si estaría dispuesta a identificar al hombre que vio la noche anterior; ella accedió y, sin dudar un instante, lo reconoció.

Cuando el hombre supo que había sido identificado, confesó. El policía agradeció a Diane por su valentía y le preguntó si había algo que pudieran hacer por ella. Diane le pidió que le preguntara al hombre por qué no la atacó a ella. Cuando el policía le pregunto al hombre, éste contestó:

— Porque no estaba sola, había dos hombres altos caminando uno a cada lado de ella.

Ayne Guevara

Propia defensa

— ¿Cree usted, pastor, que pecaré si aprendo el arte de defenderme? — preguntó un joven al pastor de la congregación.

— !Oh, no; en ningún modo; yo también lo aprendí y lo practico siempre que es necesario! — contestó el ministro.

— Me alegro de saberlo! Yo tenía un poquito de miedo… Y, ¿cuál sistema practica, el «judo» o el de Sullivan?

— Yo practico el de… Salomón, joven. El que hallarás en el primer versículo del capítulo 14 de sus proverbios: «La blanda respuesta quita la ira…». Es el mejor de los sistemas, a mi juicio.

Una vida valiosa

Marina era una ostra marina, y como todas las de su raza, había buscado la roca del fondo para agarrarse firmemente a ella.

Una vez que lo consiguió, creyó haber dado en el destino claro que le permitiría vivir sin contratiempos su ser de ostra. Pero el Señor había puesto su mirada en Marina. Y todo lo que en su vida sucedería, tendría como gran responsable al mismo Señor. Porque Dios en su misterioso plan para ella, había decidido que Marina fuera valiosa. Ella simplemente había deseado ser feliz.  Y un día el Señor colocó a Marina su granito de arena. Literalmente, un granito de arena. Fue durante una tormenta de las profundidades; de esas que casi no provocan oleaje de superficie, pero que remueven el fondo de los océanos.

Cuando el granito de arena entró en su existencia, Marina se cerró violentamente. Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida, porque es la manera de alimentarse que tienen las ostras; todo lo que entra en su vida es atrapado, es integrado y asimilado. Si esto no es posible, se expulsa el objeto extraño hacia el exterior. Pero con el granito de arena, la ostra marina no pudo hacer lo de siempre. Pronto constató que aquello era sumamente doloroso. La hería por dentro. Lejos de desintegrarse, más bien la lastimaba. Quiso entonces expulsar ese cuerpo extraño, pero no pudo.

Ahí comenzó el drama de Marina. Lo que Dios le había mandado pertenecía a aquellas realidades que no se dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir. El granito de arena era indigestible e inexpulsable. Y cuando trató de olvidarlo, tampoco pudo, porque las realidades dolorosas que Dios envía son imposibles de olvidar o de ignorar. Frente a esta situación se hubiera pensado que a Marina no le quedaba más que un camino: Luchar contra su dolor, rodeándolo con el pus de su amargura, generando un tumor que terminaría por explotarle, envenenando su vida y la de todos los que la rodeaban.

Pero en su vida había una hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias sólidas. Normalmente las ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse un caparazón defensivo, rugoso por fuera y terso por dentro. Pero también pueden dedicarlo a la construcción de una perla. Y eso fue lo que realizó Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de arena del dolor que Dios le había mandado, y a su alrededor comenzó a nuclear una hermosa perla.

Muchos años después de la muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo del mar. Cuando la sacaron a la superficie se encontró en ella una hermosa perla que brillaba con todos los colores del cielo y del mar. Entonces nadie preguntó si Marina había sido feliz… simplemente supieron que había sido valiosa.

Vasija agrietada

Un transportador de agua en India tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo para poder cargarlas sobre sus hombros.

Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras la otra era perfecta y conservaba toda el agua en su interior. Por lo tanto, cada día que el hombre recorría el camino hacia la casa de su patrón, una vasija llegaba llena, y la otra llegaba con la mitad del agua.

Durante dos años completos, esto ocurrió así, todos los días. Ciertamente que la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros; se sabía perfecta para los fines para los cuales había sido creada. En cambio, la pobre vasija agrietada se sentía muy avergonzada por su propia imperfección y porque solamente podía hacer la mitad de lo que se suponía era su tarea.

Un día, la tinaja quebrada le habló así al aguador:

— Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo, ya que debido a mis grietas sólo puedes entregar la mitad de lo que sería mi carga y por lo tanto, sólo obtienes la mitad del dinero que deberías percibir.

El aguador le dijo compasivamente:

— Cuando regresemos a casa, quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

Y así lo hizo la tinaja. Y en efecto, vio muchísimas flores hermosas; pero de todas maneras se sentía muy apenada.

Entonces el aguador le dijo:

— ¿Te diste cuenta de que las flores crecen sólo en una acera del camino? Es en la acera por la que vas tú. Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a lo largo del camino por donde pasamos y todos los días tú las has regado… y por dos años, yo he podido recoger estas flores para decorar mi casa, la de mi madre y regalar en un hospital. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza.

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas, pero debemos comprender que Dios sabe aprovechar cada grieta para obtener un buen resultado. Además debemos saber que nuestro excelente Alfarero está quitando cada grieta que deforma nuestra vida espiritual. Cuando Cristo aparezca en Gloria, ya seremos vasijas perfectas.