Principio Nº 2
El Antiguo Testamento se interpreta a la luz del Nuevo 
(Continuación)

LAS COSAS

En la carta a los Hebreos se nos dice que «esas cosas» eran símbolo, sombra y figura de las cosas que quedarían establecidas definitivamente. Jesucristo y su obra son lo que quedó inconmoviblemente establecido en el tiempo.

  1. El velo del Templo. (Heb. 10:19-20). Tanto en el tabernáculo del desierto como en el Templo construido por Salomón, un velo dividía el lugar santo del Lugar Santísimo. Este último, representaba la morada del Dios santo. El velo indicaba la absoluta imposibilidad del hombre pecador de acercarse siquiera a la presencia de Dios. Ahora bien, según el escritor a los Hebreos ese velo era una figura de Cristo en la carne, la cual sería rota por nuestros pecados en la cruz del Calvario, dando con ello acceso a los creyentes a la presencia de Dios. Por esta razón, cuando Jesucristo murió en la cruz, las Escrituras declaran que… «Entonces el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo…» (Mt. 27:51). ¡Aleluya!
  2. El sacerdocio. El sumo sacerdote era el único que una vez al año podía entrar detrás del velo y, no sin sangre, hacer expiación de los pecados (Lv. 16). Según Hebreos, todo esto era un símbolo (gr. parábola) o una ilustración de lo que haría una vez y para siempre nuestro bendito Señor Jesucristo (Heb. 9:9), quien «por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención» (Heb. 9:12; 9:24).
  3. El servicio sacerdotal. «Estos sirven a lo que es figura y sombra (gr. figura modélica) de las cosas celestiales, como se le advirtió a Moisés cuando iba a erigir el Tabernáculo, diciéndole: ‘Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte» (Heb. 8:5). Los sacerdotes servían a algo que era una réplica o maqueta de realidades celestiales. El tabernáculo terrenal era la sombra que proyectaban sobre la tierra las cosas celestiales. Y a esa sombra servían los sacerdotes del Antiguo Testamento. En cambio Jesucristo, es sumo sacerdote de los bienes venideros y de las cosas celestiales mismas (Heb. 9:11,23).
  4. Los sacrificios de animales. Respecto a los sacrificios se dice en Hebreos que «La Ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan» (10:1). No sólo el velo era sombra, también el sumo sacerdote, el sacerdocio, el tabernáculo y los sacrificios mismos. Estos últimos, no podían, en definitiva, quitar los pecados porque solamente Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Comparar Heb. 10:4 con Juan 1:29).
  5. La peña de Horeb. Con una claridad asombrosa el apóstol Pablo habla de esta roca del desierto como una «roca espiritual» que seguía a los israelitas. Y agrega: «Esa roca era Cristo» (1 Cor. 10:4). Luego en el v. 6 dice que «estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros». La frase «estas cosas» se refiere a la nube, al mar, al maná y a la roca (v. 1-4). La palabra ejemplos en griego es tipos. Por lo tanto, para Pablo estas cosas –como la roca– fueron tipos de Cristo.
  6. El maná del desierto. Ya vimos que el maná era tipo del alimento espiritual (1 Cor. 10:3). Ahora bien, Jesucristo mismo es el que aclara a los judíos que si bien el maná descendió del cielo, no era el verdadero pan del cielo. Éste, no lo dio Moisés, sino el Padre y, agrega Jesús: «Yo soy el pan vivo que descendió del cielo» (Jn. 6:51). Es decir, el maná anunciaba anticipadamente el día en que Dios nos daría el verdadero pan que da vida eterna.
  7. La serpiente de bronce. Una plaga de serpientes fue el juicio de Dios contra la murmuración del pueblo de Dios. Ante los ruegos de Moisés, el Señor accedió a perdonar de la muerte por medio de un substituto salvador: una serpiente de metal. Cualquier mordido de serpiente podía con solamente mirar (creer), salvarse. Ahora bien, Jesucristo mismo y en forma explícita presenta este acontecimiento como un símil de él: «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Jn. 3:14-15). ¡Qué ilustración más clara!
  8. El día de reposo(sábado). Dios ordenó guardar el séptimo día de cada semana como un día de reposo. Este día era sagrado a tal punto que cuando hallaron a un hombre recogiendo leña en un día como este, Dios dijo: «Irremisiblemente ese hombre debe morir: apedréelo toda la congregación fuera del campamento» (Núm. 15:32-36). ¿Qué había de especial en este día? ¿Qué lo constituía tan sagrado? Sin lugar a dudas, el hecho de que anunciaba de antemano al verdadero reposo: Cristo. Él es el único y absoluto reposo. (Mt. 11:28-30; Heb. 4:10).

¿Y qué decir de aquellas cosas que no son presentadas explícitamente como tipos de Cristo? ¿Lo serán también? Por supuesto. Y como muestra un botón…

  1. El cordón de grana. Jericó fue una de las primeras ciudades en caer abatida por el poder del Señor. Rahab –una ramera de la ciudad que creyó al mensaje de los espías– recibió la promesa de salvación. Esta salvación se haría efectiva siempre y cuando colgara en su ventana un cordón de grana (rojo) que identificara su casa (Josué 2:1-21). En toda la Biblia el rojo es sinónimo de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Así, del mismo modo como Rahab tuvo que colgar el cordón rojo para salvarse con toda su familia, hoy se hace necesario colgar en nuestros corazones el cordón grana de la sangre de Cristo para ser salvos de la muerte.

LOS PACTOS

  1. El pacto con Abraham. Este pacto entre Dios y Abraham tenía por señal el rito de la circuncisión (Gn. 17). El pacto consistía –entre otras cosas– en que Dios pondría a Abraham por padre de muchedumbre de gentes. Lo interesante de esto es la interpretación que hace del pacto el apóstol Pablo. Él dice que Abraham es padre de todos los creyentes; de la descendencia que tiene su misma fe (Rom. 4:16-17). Por lo tanto, cuando Dios le prometía hacerlo padre de muchas gentes, no estaba pensando en el Israel según la carne, sino en todos aquellos –de los judíos y de los gentiles- que alcanzarían la justicia de Dios por la fe (Rom. 9:7-8; Gál. 3:6-7,24-29).

Por lo tanto, dice Pablo que cuando Dios establecía su pacto con Abraham, en verdad lo establecía en Cristo o, como dice más claramente la versión Reina-Valera ’60, era el pacto de Dios para con Cristo (Gál. 3:17). Esto mismo quedó confirmado cuando Pablo revela que las promesas fueron hechas a Abraham y a su simiente, la cual es Cristo (Gál. 3:16).

Por otra parte, en cuanto al rito de la circuncisión –que consistía en cortar el prepucio de todo varón– Pablo dice que representaba la verdadera circuncisión. (Col. 2:11). En la circuncisión realizada por Cristo en la cruz del Calvario, no fue el prepucio lo que fue cortado, sino nuestra vieja naturaleza de pecado. ¡Aleluya! La anterior anunciaba anticipadamente que los creyentes en Cristo, por la fe serían liberados del viejo hombre.

  1. El pacto con David. Este pacto está registrado en 1 Crónicas 17. En él, Dios se compromete a levantarle descendencia a David, «a uno de entre tus hijos», al cual afirmará su reino. Ese hijo edificaría casa a Dios y él le confirmaría su trono eternamente. Este juramento divino, según Lucas, prometía que de la descendencia de David, Dios levantaría al Cristo, nuestro bendito Señor (Hch. 2:30).

¿No se podría decir lo mismo del pacto de Dios con Noé?

LAS FIESTAS JUDÍAS

  1. La Pascua y la fiesta de los Panes sin levadura. Estas dos fiestas iban juntas. El día catorce del primer mes, se sacrificaba el cordero pascual y en la noche del día quince lo comía la familia reunida. Este mismo día comenzaba la fiesta de los Panes sin levadura y duraba siete días (Lev. 23:5-6). Estas dos fiestas se celebraban en el mes de la salida de Egipto (Ex. 23:15).

Ahora bien, para los cristianos, según Pablo, nuestra Pascua es Cristo. (1 Cor. 5:7-8). Aquí Cristo es el cumplimiento de las dos fiestas. Él es el cordero pascual ya sacrificado por nosotros y que nos limpió de la levadura del pecado, haciéndonos una nueva masa.

  1. La fiesta de la gavilla. (Lev. 23:10-11). El sacerdote mecía una gavilla como primicia de la gran cosecha. Esta gavilla se presentaba, no en sábado, sino el primer día de la semana (domingo). Según Pablo, esta fiesta anunciaba la resurrección de Cristo, quien en el primer día de la semana después de su muerte, resucitó (Mt. 28:1; Mr. 16:1-2; Lc. 24:1; Jn. 20:1): «Pero ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que murieron es hecho…Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida» (1 Cor. 15:20,22-23).

¿De dónde sacó Pablo esto de un orden de resurrección? ¿En qué se inspiró para calificar de «primicias» la resurrección de Cristo?

  1. La fiesta de Las Semanas o Pentecostés. (Lev. 23:15-17). Esta fiesta no representaba la cosecha de la resurrección, sino los primeros panes de la cosecha. Así como la gavilla representaba a Cristo como primicia de la resurrección, de la misma manera Pentecostés representaba las primicias de la cosecha. Allí vemos su cumplimiento (Hch. 2:1-4).

Este era el primer Pentecostés después de la cruz de Cristo y de su resurrección; es decir, después de la Pascua y de la fiesta de la gavilla respectivamente. ¿Qué ocurrió en este día cincuenta? Nació la iglesia por obra de nuestro Señor resucitado, quien envió al Espíritu Santo (Hch. 2:33). No nació toda la iglesia, sino los primeros frutos.

  1. El día de la expiación. A los diez días del séptimo mes se realizaba esta fiesta que tenía por objetivo reconciliar al pueblo con Dios (Lev. 23:26-32). Era en este día cuando el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo para hacer expiación por los pecados. Su cumplimiento ya lo vimos cuando hablamos del sacerdocio (Las cosas).
  2. La fiesta de Los Tabernáculos. Era la última de las fiestas prescritas por la Ley. Comenzaba cinco días después del día de la expiación y duraba siete días. Consistía en habitar por siete días en tabernáculos o cabañas de ramas y hojas de árboles, «para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto» (Lev. 23:33-43). Después del exilio se añadió la ceremonia de derramar agua mezclada con vino como símbolo de gratitud por la provisión de agua en el desierto.

Según Juan, fue en el último y gran día de esta fiesta que Jesús dijo: «Si alguien tiene sed, venga a mí y beba» (7:37-38; comparar con 7:2, 10, 14). Esto lo dijo Jesús del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, una vez que él fuera glorificado (7:39).

Por lo tanto, se podría decir que mientras en el día de la expiación se hacía provisión para nuestros pecados, en la fiesta de Los Tabernáculos se hacía provisión para nuestro peregrinaje. En este sentido, el Espíritu Santo en nosotros es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida (Ef. 1:13-14).

¿Y qué decir de la fiesta de las Trompetas y de la fiesta del Jubileo? ¿Habrán también de interpretarse cristológicamente?

(Continuará)