Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron».

– Mateo 4:17-20.

Lecciones para pescar hombres

Un pescador no es algo que se improvisa; no cualquiera es un pescador. Hay que saber pescar. Y el Señor Jesús dijo: «Venid en pos de mí, y yo os haré pescadores de hombres». No cualquiera puede pescar hombres. De hecho, ninguno de nosotros puede pescar hombres, a menos que el Señor lo haga un pescador de hombres. El amor de Dios es para todos los hombres; él quiere que todos los hombres y mujeres de este mundo sean salvos. «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres». Pero observe que aquí el énfasis está en que es él mismo quien nos hace pescadores de hombres.

Vamos a ir a un pasaje que nos aclara un poco más esto, en Lucas capítulo 5. Es el mismo relato de Mateo, pero Lucas nos cuenta un poco más en detalle lo que ocurrió. «Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes».

Era la hora de la mañana, cuando el Señor llegó allí y comenzó a enseñar. Él ya sabía que allí vivían Pedro, Juan y Santiago, y hasta allí llegó él a enseñar. El Señor, por supuesto, no hace nada improvisado. Él viene aquí a propósito, con una misión específica. Entonces, llega junto a la orilla, y están las dos barcas allí. Y esos pescadores –Juan, Santiago y los demás–,«…habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes».

«Y entrando en una de aquellas barcas…». Esto es muy interesante, porque la barca es el patrimonio del pescador; un pescador sin barca no es nada. La barca es su capital de trabajo, es su vida. Es decir, usted no puede subir a la barca de un pescador así no más; porque es algo muy íntimo y privado. Por eso, el Señor se acercó a la barca de Pedro, y le rogó.

Fíjese cómo comienza la relación. En un comienzo, los discípulos iban, estaban un tiempo con el Señor y después regresaban a su oficio. Eso nos habla de una relación real, personal, pero no todavía de total y completa consagración. Entonces, observe que el Señor, cuando se acerca a Pedro, «le rogó». Usted va a ver que, después, él no les ruega a sus discípulos; él manda, porque es el Señor. Pero aquí él ruega, porque aún Pedro no le reconoce como su Señor.

Pedro todavía no reconoce en él al Señor de su vida. Y entonces el Señor le ruega, porque así trata él con nosotros. El Señor nunca obtiene nada por la fuerza; él quiere que nosotros, voluntariamente, nos rindamos a él. Nunca nos impone su autoridad, ni su poder; así de delicado es el Señor. Pero él busca esa rendición, esa consagración total.

Entonces, llega a la barca, y ahí está Pedro pescando. Este es el mundo de Pedro; no es el mundo del Señor. Aquí, quien manda, quien sabe, quien tiene todo, es Pedro. Y la barca es de Pedro. Pero el Señor le dice: «Pedro, ¿me prestas tu barca?». Y le ruega. Y el Señor entra en la barca, y le ruega que la aparte de tierra un poco, para predicar a la multitud. Hay una lección primera aquí. Él le va a enseñar a Pedro qué significa ser un pescador de hombres. Entonces le dice que aparte un poquito la barca, «…y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud».

1. El Señor debe estar en tu barca

 

Primero: ¿Ha entrado el Señor en tu barca? Antes de pescar hombres, por supuesto, tienes que dejar que el Pescador de hombres entre a tu barca. Tú no puedes pescar un solo pez, a menos que él esté en tu barca. Ese es el primer secreto. Si tienes tu barca solitaria, si tú mandas en ella, si no dejas que él entre en tu barca, nunca pescarás un solo pez.

¿Has dejado que el Señor entre en tu barca? Todos nosotros hemos dejado que el Señor entre en la barca; si no, no seríamos hijos de Dios. De manera que la primera lección es que el Señor tiene que estar en la barca. Claramente, si no somos testigos de primera mano, no podemos hablar del Señor. Los que predican a Cristo tienen que hablar de lo que han visto, lo que han oído, lo que han tocado con sus propias manos. No podremos ser testigos de Cristo para un mundo perdido, a menos que nosotros hayamos sido salvados por el Señor. Primera lección entonces  – el Señor tiene que estar en la barca.

2. El Señor debe gobernar tu barca

 

Segundo: «Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (Luc. 5:4). ¿Recuerda lo primero que hizo el Señor? Rogó. Pero ahora que está dentro de la barca –fíjese cómo cambia el cuadro–, ¿qué hace el Señor? Mandó. Porque cuando usted deja que el Señor entre en su vida, él entra de la única manera posible – entra como Señor.

Porque él es el Señor, y ahora que está en la barca le dice a Simón: «Boga mar adentro…». ¿Y qué más? «…y echad vuestras redes para pescar». Acá hay una segunda lección para Pedro. Ahora el Señor está dando un paso más, y le dice: «Pedro, no sólo tienes que prestarme tu barca; tienes que dármela. No sólo tienes que dejar que yo entre en la barca; ahora tienes que darme el control, tienes que darme el timón de tu barca».

3. Sólo el Señor sabe pescar hombres

 

Ahora, vea el cuadro que hay aquí y el contexto de la escena. Cómo responde Pedro: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado». Aquí hay otra lección. Pedro era un pescador de oficio experto. Ya no era un hombre que estaba siendo formado por nadie; era un hombre preparado, un veterano de la pesca. ¿Qué podía el carpintero de Nazaret enseñarle a él sobre pesca?

Si usted quiere ser un pescador de hombres, y colaborar con el Señor en la tarea de pescar hombres, tiene que aprender esta lección fundamental: que nosotros no sabemos pescar hombres. Usted puede ser el mejor pescador de este mundo, capaz, hábil, buen comunicador, inteligente, conocer la Biblia; pero, si no está junto al gran Pescador, no va a pescar nada jamás.

Lección fundamental para Pedro. Él sabía pescar. Debe haber pensado para sí: ‘El Señor no sabe lo que está diciendo; es un carpintero, pero no sabe nada de pesca. Yo sé de pesca’. Y dice: «Maestro, toda la noche hemos estado trabajando…». Ese es un argumento muy fuerte; porque un pescador sabe que los peces salen de noche, no de día. Dice Pedro: «…toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado».

¿Le ha pasado a usted que ha querido predicar de Cristo, ser testigo de Cristo con uno o con otro, y no ha conseguido nada? Muchas veces dejamos de predicar el evangelio, porque no conseguimos nada. Usted se esfuerza, le habla a uno y a otro, le testifica a su vecino, a su compañero de trabajo, a su padre, a su madre, a su hermano, a su pariente, y no consigue nada. Porque hay una lección fundamental, que Pedro tuvo que aprender aquí. El Señor deja que pesquemos toda la noche y que fracasemos. El trato de Dios con nosotros consiste muchas veces en simplemente dejarnos fracasar; nos lleva a un punto en que nos damos cuenta que hemos fracasado.

Cuando usted estudia la vida de muchos de los grandes siervos del Señor en la historia, encuentra esta constante. La mayoría de ellos –si no todos– pasaron por un tiempo de esterilidad, porque tenían que aprender esta lección. Es con Cristo que se hace la obra de Dios. Usted no puede hacer la obra de Dios sin Cristo, tiene que hacerla con él. Cristo está en la barca, pero ahora él tiene que tomar el mando. No es de la manera en que yo creo; no es con mi capacidad, mi fuerza, mi inteligencia o mi habilidad.

Pedro sabía, como buen pescador, dónde estaban los peces, pero pescó toda la noche y no sacó nada. Y ahora vino el Señor. Mediodía, el sol con toda su fuerza en el cielo, los peces en el fondo del lago. Y le dijo a Pedro (esta es la lección), «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar».

¿Usted ya probó obedecer al Señor? ¿Ya sabe lo que significa hacer la obra de Dios en obediencia a la voluntad del Señor? Porque la obra de Dios no se puede hacer sin oír la voz de Dios. La obra del Señor no se puede hacer sino bajo el gobierno del Señor en nuestras vidas. Y entonces Pedro tiene que aprender esto: ‘Tengo que darle el gobierno de mi barca al Señor’.

El Señor, en la barca, dice algo totalmente inesperado para un pescador, al mediodía: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Y el versículo 6 dice cuál fue el resultado. Pedro pudo pensar: ‘Muy bien; tú no sabes nada de pesca, Señor,«…mas en tu palabra echaré la red». Eso es un paso de fe. El paso de fe es: ‘Yo no puedo, y no sé cómo lo vas a hacer. Pero tú eres responsable de tu palabra’. Y echó la red.

4. Obedecer a todo lo que dice el Señor

 

«Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía». Hay otra lección pequeñita aquí. El Señor dice:«…y echad vuestras redes», en plural. Los pescadores, normalmente, tienen varias redes, y cuando quieren hacer una pesca grande, las juntan y hacen una red doble o triple. El Señor dijo: «Echad vuestras redes…», o sea, «Va a haber una gran pesca». Pero, como Pedro pensaba que el Señor no sabía mucho de pesca, echó una red. Por si acaso, dijo: «…en tu palabra echaré lared»; no las redes, sino la red, porque Pedro estaba recién entrando en la escuela de Cristo, y era un discípulo no muy aventajado.

Y aquí viene la gran lección. Si usted quiere ver los frutos, tiene que obedecer al Señor de manera absoluta, no a medias. Pedro cumplió la mitad del mandato, echó una red, y ¿qué  pasó? Se le rompía la red. Y eso es terrible, pues se escapan los peces.

Primera lección, el Señor tiene que estar en la barca. Segunda lección, el Señor tiene que estar en el control de la barca. Y tercera lección, las órdenes del capitán de la barca que ahora es el Señor, tienen que ser obedecidas de manera completa. Estamos aprendiendo a pescar con el Señor. Pedro era el pescador, pero el Señor es el gran Pescador. Pedro pescaba peces, el Señor pescaba hombres.

No debemos dejar que nuestra incredulidad detenga la obra de Dios. A veces decimos: ‘¡Cómo se va a salvar éste!’. ¿Ha visto usted cómo nos falta fe para creer que alguien se puede salvar? Nosotros escogemos los peces. Entonces, como tenemos una visión corta, buscamos sólo los peces chiquitos; porque ¡cómo vamos a pescar un pez grande! ¡Nunca pescaremos un pez grande!

Entonces, Pedro dijo: ‘Bueno, a mediodía los peces están escondidos. Voy a tirar una red, por si acaso’. Y cuando la quiso sacar, estaba llena, y se le rompía. Eso pasa cuando no obedecemos completamente la voz del Señor.

Esto ocurre  cuando apuntamos hacia cosas pequeñas. La lección es: Cristo está en nuestra barca. Si él está en mi barca, no hay ningún pez que no pueda ser pescado. Recuerda, el Señor está haciendo todo; él está en la barca, le dice a Simón dónde arrojar la red. Pedro no tiene que hacer casi nada; sólo hacer lo que el Señor le dice, y la red se llenará de peces. No hay pez demasiado grande para el gran pescador de hombres que es el Señor Jesucristo.

«Venid en pos de mí…». ¿Quieres ser un pescador de hombres? Tienes que seguir al Pescador de Hombres. Ya entró en tu barca; eso es lo primero. Ya naciste de nuevo, ya tienes al pescador en la barca. Pero eso no es suficiente – tienes que dejarle el control de la barca a él. ¿Es el Señor de tu barca, o tú todavía gobiernas tu barca? Le costó mucho a Pedro, como a todos nosotros, aprender la lección. La primera la aprendió aquí. Él tenía que dejar al Señor en el control de su barca, para pescar hombres.

Lección repetida

Y la última, antes de que el Señor fuera al cielo, ¿cuál fue la  última lección? La misma del principio. «Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas adonde querías –tú tenías el control de tu barca–; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras»(Jn. 21:18). Eso es el señorío de Cristo – es que yo extiendo mis manos, como un cautivo, para que otro me ciña, me ate y me lleve a donde no quiero ir.

‘Ah’, dijo Pedro, ‘¿cómo voy a salir al mediodía, a hacer el ridículo?’. Si quieres seguir al Señor y pescar hombres, dale el control de tu barca, y anda por donde no quieres ir. Donde piensas que no se puede ir, ve, obedeciendo al Señor. Y después, arroja la red con fe, creyéndole al gran pescador de hombres.

No depende de nosotros. Nosotros podemos predicar a una persona hasta el día del juicio final, y no la vamos a convertir, porque el único que tiene poder para salvar es el Señor. Predicar el evangelio es cumplir el mandato, la comisión. No significa que vamos a tratar nosotros de ganar hombres para Cristo. No. El que salva, el que regenera, es el Señor; nosotros simplemente somos sus mensajeros. No puedes pescar sin Cristo; pero bendito sea el Señor, que nos envió a pescar y va con nosotros a pescar.

Al final, la lección se repite. ¡Cuántas veces, el Señor nos repite las lecciones! Así, vamos a aprender. Pedro había negado al Señor, y el Señor apareció a las mujeres y dijo: «Vé, y di a mis discípulos, y a Pedro, que vayan delante de mí a Galilea, y yo los veré allá». Y se fueron a Galilea.

Pero, Pedro estaba desanimado, apesadumbrado. Después de negar al Señor, había terminado todo para él. ¿Y qué pasó cuando llegaron otra vez al mar de Galilea? Pedro quiso retomar el oficio de pescador. No obstante, ¿cuál es la lección que el Señor le quiere enseñar? – «…separados de mí, nada podéis hacer».

Pedro está otra vez en el lago. Otra vez quiere ir a pescar, y otra vez va de noche. Sin embargo, el Señor no está allí. Ese es el problema. Puedes usar toda tu sabiduría, todos tus dones, toda tu capacidad, para predicar; pero, si el Señor no está allí, no vas a pescar nada. Y el Señor no estaba allí esa noche.

Ellos tenían que ir a Galilea y encontrarse con el Señor, pero Pedro se fue a pescar. Y, ¿cuántos peces sacaron? Ni uno sólo. La lección, otra vez. El Señor ya le había enseñado: «Si yo no estoy en tu barca, no podrás pescar nada». El Señor no está con ellos, y entran a pescar. Y allí están esos hombres de mar, rudos, capaces, pero con ningún resultado. Y dice allí Juan, para recalcar: «Y pescaron toda la noche, y no sacaron nada».

¿Ve como son las lecciones de la vida cristiana? No las aprendemos de una vez; es una y otra, y aún otra más, hasta que quedan aprendidas. Y entonces, gracias al Señor, siempre llega la mañana. Cuando andamos con el Señor, la noche puede ser larga, oscura, terrible, agotadora; pero siempre llega la mañana y sale el sol.

El Señor llegó otra vez, y se paró en la playa. Les preguntó: «¿Hijitos, tenéis algo de comer?». ¡Qué pregunta hace el Señor! Justamente, habían pescado toda la noche, no habían sacado nada, y el Señor se para con esa nota de amor y algo de ironía:«Hijitos, ¿tenéis algo de comer?». Y la lección vuelve. Viene el mandato del Señor. Ahora él gobierna. «Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis».

Cuando él está al mando, todo cambia, porque él es el gran pescador, y sabe dónde pescar. Y otra vez la red se llenó de peces.

Juan dice que eran ciento cincuenta y tres peces. ¿Ha pensado en eso? Si usted no fuera un pescador, no habría notado el número de peces, porque ¿a quién le importa el número de peces sino a los pescadores? Una enorme cantidad de peces, y la red no se rompió. Ahora obedecieron al Señor –habían aprendido un poco más– y la red no se rompió.

No olvidar de dónde vinimos

Volviendo a Lucas, ¿Qué pasó al final? «Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:7-8). ¿Qué le pasó a Pedro después que vio todo esto? Se dio cuenta de quién era él: «Soy hombre pecador». ¿Qué eres tú? ¿Qué soy yo? «Soy hombre pecador». Para pescar hombres, tienes que saber que tú eres también un pecador. El que olvida que es un pecador, un pecador salvado, pescado por Cristo, no puede pescar a otros.

Lo que nos pasa a los creyentes, con el tiempo, parece ser lo siguiente: Al principio, usted quiere hablar a todos de Cristo; le habla a todo el mundo, y no le da vergüenza, ¡porque lo que ha ocurrido en su corazón es tan glorioso! Pero, cuando pasa el tiempo, nos empezamos a reunir casi únicamente con hermanos,  y nuestra conciencia se despierta.

Empezamos a tener una percepción más aguda del pecado, de lo bueno, de lo malo, y, por alguna razón inexplicable, nos empieza a molestar la compañía de los pecadores, y empezamos a olvidar que nosotros también lo éramos, y nos empezamos a aislar. Y ocurre, muy frecuentemente, que los cristianos, con el paso del tiempo, ya casi no tenemos contacto con las personas de este mundo.

Recuerden lo que hizo el Señor. A él le decían que era amigo de los publicanos y los pecadores. Él entró en la casa de los publicanos y de los pecadores, conversó con ellos, caminó con ellos. De hecho, se le acusaba constantemente de andar con los pecadores. ¿Por qué? «Porque de tal manera amó Dios al mundo…».

«Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador». Así éramos todos nosotros, y si no fuese por la sangre de Cristo, aún seríamos pecadores perdidos. Aquellos que están a nuestro lado, que no lo conocen, no son más pecadores de lo que éramos nosotros. Apartarse de ellos no es el camino del Señor. No participemos, dice la Escritura, de las obras infructuosas de las tinieblas –es decir, de lo que ellos hacen–, no de ellos mismos.

El hermano Nee decía: «Para que nosotros podamos ser verdaderos siervos de Dios, tiene que gustarnos estar con las personas». Vea al Señor en acción. Él no entraba en casa de un pecador como con desagrado. Al Señor le gustaba estar con la gente, amaba a los hombres; le gustaba conversar con las personas.

Si a usted le molestan las personas, ¿cómo puede predicarles a Cristo? El corazón de Dios está lleno de simpatía, amor y compasión, hacia los hombres. Al Señor le gustaba hablar con ellos; los oía y atendía. Pero, si a nosotros nos molestan los hombres, ¿cómo podremos predicarles a Cristo? Pidamos al Señor que nos dé su corazón, para hablar a todos sobre él y su salvación; para reconocer que somos pecadores; y para tener compasión por todos los pecadores.

No depende de quién somos nosotros. Aunque seas un pobre pescador, con una pobre barca, en un mar pobre y pequeño como el mar de Galilea, si el Señor entra en tu barca, te llevará a donde tú no sabes, ni te imaginas. Y serás su mensajero, ministro suyo, para otros que nunca oyeron de Cristo. ¿Estás dispuesto? No depende de ti; depende de que el Pescador esté en tu barca, y esté en control de tu barca.

 «Venid en pos de mí…». Si estamos oyendo la voz del Señor como la oyeron los discípulos un día, ¿no vendremos, no nos consagraremos al Señor? Hay una tarea inmensa ante nosotros. El evangelio está siendo predicado; muchas personas están viniendo al Señor en todas partes del mundo. Usted dirá: ‘No puede ser; es mucho para mí. ¿No estaremos pensando demasiado de nosotros mismos?’. Mas, no es lo que nosotros somos, es lo que el Señor es. Él dijo: «Edificaré mi iglesia. Él quiere que su casa pueda reflejar su gloria en todo el mundo. Y para eso, él necesita hombres y mujeres que vayan. Y puedes ser tú. Sin duda, puedes ser tú; es sólo que creas. Deja al Señor entrar, dale tu barca, dale el timón, que él la gobierne. Permite que el gran Pescador te enseñe a pescar y te envíe..

Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura en Enero de 2010.