Un hallazgo maravilloso

En la época de la juventud de Martín Lutero, la Biblia era un libro desconocido para el vulgo, además de que su precio era exorbitante. Recién cuando ingresó a la Universidad de Erfurt, Lutero tuvo su primer encuentro con una. Fue en la Biblioteca de la Universidad, un día que trajinaba entre los libros, se encontró con una Biblia latina. Hasta entonces había creído que los evangelios y las epístolas que se leían los domingos en la iglesia constituían por sí solos toda la Sagrada Escritura. Ahora, al abrir la Biblia, ¡oh maravilla!, encontró tantas páginas, tantos capítulos y libros enteros, de cuya existencia no tenía la más remota idea. Su espíritu se estremeció de placer; estrechó el libro contra su corazón, y con sentimientos que no se pueden imaginar, presa de una excitación indescriptible, lo leyó página por página.

En Martín Lutero, emancipador de la conciencia, por Federico Fliedner.

El comienzo de la vida

Dietrich Bonhoeffer fue ejecutado en un campo de concentración nazi el domingo 9 de abril de 1945. Sus compañeros de prisión dijeron más tarde que había estado dirigiendo un servicio de adoración, y en cuanto terminó la última oración, se abrió la puerta y dos hombres entraron y gritaron: “Prisionero Bonhoeffer, venga con nosotros.” Todos sabían lo que esto significaba: la ejecución. Al salir, él les dijo a sus compañeros: — Este es el fin, pero para mí es el comienzo de la vida.

Tomado de 503 ilustraciones escogidas, de José Luis Martínez.

No recompensa, sino misericordia

Cuando el santo puritano Thomas Hooker estaba en su lecho de muerte, los que rodeaban su cama le dijeron: — Hermano Hooker, ahora va a recibir su recompensa. — ¡No, no! – dijo entrecortadamente – voy a recibir misericordia.

A.W. Tozer, en Manantiales de lo alto.

No oren por mí

Cierta vez los diáconos de la iglesia a la que asistía, preguntaron al evangelista Carlos Finney, antes de ser un convertido, si quería que ellos oraran por él. Contra lo que ellos esperaban, él les contestó: “No; en realidad lo lamentaría. Si oraran ustedes por mí, y si me convirtiera por medio de sus oraciones, sería tan gruñón y desapacible como ustedes. Además, no creo que sus oraciones tengan poder para convertirme, y sospecho que ustedes mismos se quedarían muy sorprendidos si ocurriera algo así. He oido que están orando por un avivamiento con la misma actitud abatida y melancólica desde que llegué a esta ciudad, y por la cara que ponen y el tono con que hablan, dudo que venga. Cuando me convierta quiero una religión que me haga dichoso y un Dios que me dé lo que le pida”.

Citado por A.B. Simpson, en Cómo vivir una vida cristiana abundante.

Una Biblia muy gastada

La forma como el evangelista Jonatán Goforth obtuvo una esposa es bien peculiar. Cierto domingo, en la Toronto Mission Union, estaban Rosalind Bell-Smith y Jonatán, sentados a varios metros de distancia el uno del otro, esperando el comienzo de una reunión de obreros. Ellos aun no se conocían. De pronto, alguien llamó desde la puerta a Jonatán, el cual salió, dejando su Biblia sobre la silla. Ella advirtió su salida, y se sintió extrañamente impelida a ir a la silla de él y tomar su Biblia. Al hojear rápidamente el libro, se dio cuenta de que estaba muy gastado por el uso. Luego, lo puso nuevamente sobre la silla. Todo sucedió en breves segundos. Pero en ese momento surgió un pensamiento en el corazón de Rosalind: “Este es el joven con quien sería bueno que yo me casara”. El matrimonio de Jonatán y Rosalind fue largo y fructífero. Los muchos convertidos en China así lo atestiguan.

Orlando Boyer, en Biografías de grandes cristianos.

Otro mundo

Mientras un noble le mostraba su casa, Juan Wesley, admirado por las costosas obras de arte y otros símbolos de riqueza y cultura que en ella había, exclamó: “Yo también podría amar esas cosas, pero existe otro mundo.”

Citado por Wesley L. Duewel, en Cambie el mundo a través de la oración.

Los puntos sobre las íes

Cuando aún no tenía D.L. Moody 30 años tuvo que emprender un viaje a Inglaterra, a causa de la salud de su esposa. Aunque no era conocido allí, fue invitado a tomar parte en una Convención de Escuelas Dominicales. La etiqueta requería para esto ciertas formalidades que le concedieran el derecho al uso de la palabra. Tenía que proponer un voto de gracias al presidente de la convención, el conocido conde de Shaftesbury. Hacia el fin de la sesión, habiendo cedido el presidente su puesto al vicepresidente, dijo éste que se sentían hondamente satisfechos al poder saludar y dar la bienvenida a “su primo” el reverendo señor Moody, de Chicago, quien a continuación daría un voto de gracias al noble conde que había presidido. En seguida se levantó Moody y de un solo golpe echó a rodar todo el ritual, incompatible con su natural franqueza, diciendo: “El presidente ha cometido dos errores. Primero, yo no soy tal reverendo Moody, sino que me llamo simplemente D.L. Moody, obrero que ha trabajado en Escuelas Dominicales. Y segundo, no soy vuestro “primo americano”. Por la gracia de Dios soy vuestro hermano que, como vosotros, se interesa en la obra de nuestro Padre. Y respecto al voto de gracias al noble conde por haber presidido esta sesión, no veo el motivo para que nosotros le demos más gracias que él a nosotros.”

Citado en Dwight L. Moody, Arboleda, de E.Lund.

Petición concedida

Cuando Henry Stanley encontró a David Livingstone, el gran misionero que pasó 30 años en la oscura África, y que había estado perdido para el mundo por más de dos años, insistió para que volviese para su casa en Inglaterra en su compañía, pero Livingstone rehusó. Dos días más tarde, él escribió en su diario: “19 de marzo, mi cumpleaños. Mi Jesús, mi Rey, mi Vida, mi Todo, yo nuevamente dedico todo lo mío para que sea tuyo. Acéptame, y concédeme que antes que el año termine, yo pueda terminar mi trabajo. Esto pido en el nombre de Jesús. Amén.” Un año más tarde su criado lo encontró muerto, de rodillas.

Tomado de “À Maturidade”, Nº 3, 1978.