Estudios sobre el libro de Éxodo (4ª Parte).

J. Alec Motyer

LLEGADA AL LUGAR DE SANTIDAD

La siguiente sección de este estudio, empezando en el capítulo 19, muestra que la segunda cosa que acompaña a la salvación es la comunión con el Dios santo. La peregrinación del pueblo de Dios lo ha traído ahora al lugar de santidad. Es importante para los redimidos aprender esta doble lección de santidad y de compañerismo. Puedo pedirles, por consiguiente, que consideren dos breves series de referencias que arrojan luz sobre estas dos materias.

La primera serie empieza con la experiencia de Moisés y el Ángel del Señor que se le apareció en una llama de fuego, un fuego que estaba asociado con la santidad divina (3:2). Este fue el principio. Después se nos dice que «Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego» (13:21). El fuego había crecido de la llama comparativamente pequeña del arbusto a una gran columna de fuego que avanzaba delante del pueblo de Dios. Ahora consideramos su llegada al monte de Dios en Sinaí que «humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego» (19:18). La primera había crecido a tal magnitud que era ahora una montaña entera, ardiendo a las alturas del cielo.

Esta secuencia enfatiza cómo el concepto de la santidad de Dios es reforzado en nosotros por el libro de Éxodo. En Sinaí los israelitas fueron llevados al lugar de santidad.

Luego la segunda serie, que trata de la comunión. Primeramente, Dios dijo a Moisés: «Yo estaré contigo». Era la presencia de Dios con un solo individuo. Entonces seguimos para oír a Dios que dice: «…os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios» (6:7) –la presencia de Dios con un pueblo entero. La culminación de esta experiencia se describe en este capítulo 19: «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas y os he traído a mí» (v. 4) –el pueblo entero introducido en la presencia de Dios. Finalmente leemos: «Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios» (v. 17).

Hay una doble culminación en el capítulo 19. Así que este pueblo peregrino se encuentra ahora en el lugar de santidad y se enfrenta con la responsabilidad de caminar con un Dios santo. Tal caminar debe ser en obediencia; involucra una vida conformada a Su vida. Por consiguiente, la voz que les habla en Sinaí es la voz de la Ley.

«Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí» (20:1-2). Esta es la voz de la ley, pero procede del Dios de gracia, el que los sacó de la casa de esclavitud. «Yo soy tu Redentor. Tú eres mi pueblo redimido; es por eso que te hablo así».

En el Antiguo Testamento, la ley no es una escalera de mano para que el impío intente subir a Dios: es un modelo de vida para que los redimidos puedan vivir y agradar a su Redentor. Él es insistente en esto, pues no sólo nos ha dado su ley en principio, en los diez mandamientos, sino su mensaje hasta el fin del capítulo 23, cuando señala las leyes para los detalles de la vida diaria. El Señor declara su ley porque quiere un pueblo de obediencia absoluta.

Esto nos trae, al fin de esta sección, a una breve consideración del capítulo 24. Aquí el Señor aplica lo que él había declarado primero. Empezamos con el versículo 4: «Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová, y levantándose de mañana edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel». Allí vemos en símbolo la situación provocada por la redención. El Señor representado por un altar. La llama en el altar era su ardiente santidad y la ofrenda en el altar, el camino de la reconciliación. Rodeando el altar estaban las doce tribus de los redimidos. Los redimidos estaban en la presencia de su Redentor.

Aquí no hay referencia a la ofrenda por el pecado, porque ya se había ofrecido en Egipto en la Pascua; así que ahora se hicieron holocaustos y ofrendas de paz para completar las ordenanzas sacrifi-ciales de comunión. La ofrenda por la expiación del pecado, la ofrenda de paz para la comunión y el holocausto para la consagración, juntas, son una totalidad de la sangre derramada que Moisés describió como «la sangre del pacto» (v.8). La eficacia de esa sangre es retratada en dos formas:

i. Para Dios

«Moisés tomó la mitad de la sangre, y la puso en tazones, y esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar» (v. 6). Como siempre, el primer movimiento y la eficacia primaria de la sangre es para Dios. Dios necesita la sangre para la propiciación. Es ofrecida primero a él, y por medio de ella, él queda satisfecho con su pueblo redimido.

ii. Para el hombre

Después de esto leemos lo que Moisés hizo con el resto de la sangre. «Y tomó el libro del pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo» (v. 7). Es importante notar que primero ellos se comprometieron a obedecer, y luego vinieron bajo la sangre. Fue la sangre que trajo al pueblo a Dios y ahora la sangre es necesaria para mantenerlos en el contexto de una vida obediente.

Aunque ellos se adelantan a prometer obediencia y aun por cierto a no fallar, la sangre está siempre disponible. La sangre ha sido rociada sobre ellos y los acompañará en la continua sucesión de los sacrificios. Ellos pueden avanzar en su caminar de esfuerzo diario por obedecer a su Dios Redentor, sabiendo que la preciosa sangre tiene vigencia para presentarlos justos ante él. Si hay ofensas y caídas en la obediencia, entonces la sangre es la provisión de Dios para proporcionar perdón y mantener la comunión.

En esto, el Antiguo y el Nuevo Testamento tienen una misma voz: «Si andamos en la luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia…». La sangre les sigue proveyendo, aun si ellos fallan en la senda de comunión con el Dios santo. Así que la voz de la santidad dice: ¡Obedezcan! Y el santo Redentor nos mira amorosamente cuando nos consagramos a él y dice: «Bienaventurado eres. Yo te amo tiernamente. Yo he hecho plena provisión para todos los posibles fracasos».

4. EL DIOS MORADOR (25:1-40:38)

Llegamos ahora al clímax del libro de Éxodo: la comunión con el Dios Morador. El Redentor había traído a su pueblo por un camino directo a Sinaí porque quería darles dirección y guía para su estilo de vida. Dios tendría un pueblo tan vivo como para mostrar Su imagen, y es la ley la imagen escrita de Dios. De esta manera, cuando los redimidos son modelados de acuerdo a Su ley, viven en Su semejanza, teniendo comunión con el Dios santo. Ya hemos visto que la comunión con este Dios Santo es siempre una comunión bajo la sangre.

Es imposible aquí tratar en detalle este largo y complejo pasaje de la Escritura, así que repasaremos brevemente los capítulos para tener una vislumbre de lo que ellos contienen:

Capítulo 25. Al inicio de este capítulo tenemos el mandato: «Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda». El propósito de esta ofrenda es la construcción del Tabernáculo (v. 8). El motivo divino es declarado: Dios quiere este santuario porque él desea ser el Dios Morador, el Dios que vive en medio de su pueblo. Entonces en el versículo 9 se nos muestra un requisito que encontraremos una y otra vez en estos capítulos: que todo debe hacerse como Dios lo ha señalado.

Habiendo así expresado su deseo, Dios continúa hablando de los muebles del lugar de su morada. Este es el orden de Dios, no la idea del hombre. Nosotros empezaríamos hablando de la casa y luego de los muebles, pero Dios comienza con los muebles: «un arca» (v. 10), «una mesa» (v. 23) y «un candelero» (v. 31). Por favor, tomen nota particular de esta prioridad dada a los muebles, y que sólo después se nos da una descripción de la tienda (26:1). Los muebles no están allí para decorar la habitación, sino que la tienda es hecha para albergar los muebles.

Capítulo 26. Aquí tenemos el Tabernáculo con una descripción de las cortinas (v. 7), las tablas (v. 15), el velo delante del Lugar santísimo (v. 31) y finalmente el velo colgado a la entrada, la cortina de la puerta (v. 36).

Capítulo 27. Cuando seguimos, notamos que la dirección siempre es desde adentro hacia afuera. Pasamos del arca al altar (v. 1) y entonces al patio (v. 9). Siguiendo esto, encontramos una descripción de los servicios de este lugar de morada. El orden de cosas aquí es muy interesante: tenemos el aceite para el alumbrado (v. 20) con un mandato de que esta luz ha de mantenerse encendida a lo largo de las generaciones (v. 21).

Capítulos 28 y 29. Estos dos capítulos se dedican a las funciones sacerdotales; primero, cómo los sacerdotes deben llevar los vestidos santos, y en segundo lugar, cómo ellos serán investidos en su oficio sagrado. Al final de capítulo 29 somos instruidos acerca del segundo deber sacerdotal: «Esto es lo que ofrecerás sobre el altar» (v. 38) con atención especial al «holocausto continuo por vuestras generaciones» (v. 42). Así como la descripción de las funciones sacerdotales empezó con el mantenimiento de una luz perpetua, ahora termina con la orden de mantener una ofrenda perpetua. Este orden nos sugiere que los sacerdotes tienen una función doble. Ellos están para revelar la luz de Dios al hombre, pero también tienen la función de traer al hombre hacia Dios. Ellos iluminan a los hombres, y presentan al hombre a Dios.

Llegamos entonces al pasaje clave. Habiendo descrito la tienda y su contenido, los sacerdotes y su servicio, Dios revela el propósito de todo ello: Dios morando en medio de su pueblo, es el propósito de la redención (vv. 43-46).

Capítulo 30. Este nos dice cómo los ministros y el pueblo deben ser preparados para acercarse a Dios. Notemos que el movimiento se invierte. Al final del capítulo anterior, Dios se está acercando a su pueblo, pero ahora el pueblo se está moviendo hacia Dios. Así que tenemos el altar de incienso (v. 1) que simboliza las oraciones del pueblo, la fuente de bronce (v. 18), la provisión para el lavamiento incesante de aquellos que sirven a Dios, el aceite de la unción (v. 25) que hace a todo aceptable a Dios, y la elaboración del incienso (v. 35). El pensamiento clave de este capítulo es el de aceptación ante Dios. La oración debe subir a él, los ministros deben estar limpios y todo debe hacerse aceptable a él mediante el aceite de la unción.

Capítulo 31. Aquí se describen los artesanos que prepararán y levantarán el Tabernáculo, siendo capacitados por el Espíritu de Dios para esta función sagrada.

Capítulos 32-34. Aquí nos encontramos con un golpe terrible. ¡Después de toda esa gloria y de la declaración del supremo propósito de Dios de vivir entre su pueblo, qué terrible es leer acerca de la Gran Rebelión! Moisés tarda en bajar del monte, el pueblo de Dios cae en el pecado de la impaciencia y prefiere un dios que ellos puedan ver y tocar. Aarón toma su oro y hace para ellos un becerro. Allí tiene que haber una visitación del Dios santo, justificadamente airado por esta temeraria rebelión.

Capítulos 35-40. Pareciera que aquí somos llevados una vez más por el mismo terreno. Es necesario resaltar la importancia de tener cuidado cuando la Biblia parece ser reiterativa, porque nunca es así por accidente. Si dice la misma cosa de nuevo, lo dice con un propósito. Así que nuevamente vemos los detalles del Tabernáculo. Esto es algo que hemos de aprender, y que es el requisito de Dios que todo debe hacerse exactamente como él ordena.

El pensamiento clave en el culto no es lo que el hombre considera útil, sino lo que Dios ha ordenado. El culto debe ser conforme a la voluntad de Dios.
Y llegamos ahora a la culminación de todo: «Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba» (v. 34). Vimos primero la gloria del Señor en un arbusto diminuto, aislado en el desierto (3:2). Luego, la gloria del Señor en el monte Sinaí, una montaña entera ardiendo, una gloria majestuosa y distante, porque no se le permitió al pueblo subir al monte. Aquí, sin embargo, está el clímax; aquí está la lección central que Dios nos quería enseñar: la gloria del Dios viviente, excelsamente expresada, cuando él viene a vivir en medio de su pueblo. No remota, como en el arbusto; no majestuosa y lejana, como en el monte; sino cercana, a la mano, morando en medio de su pueblo redimido. Aquí está el pasaje puesto ante nosotros.

Ahora, pues, debemos desandar nuestro camino y escudriñar lo que Dios puede enseñarnos por esta porción de su palabra.

1. El Tabernáculo fue diseñado por Dios para perpetuar la relación del pacto entre él y su pueblo

Quiero intentar aclararles la perpetuidad del pacto diciendo tres cosas separadas, a saber: que el Tabernáculo perpetúa, intensifica y completa al monte Sinaí.

i. El Tabernáculo perpetúa al monte Sinaí

Como hemos visto, el monte Sinaí no es identificado exclusivamente con lo que John Newton llama «el tronar de la Ley». En el monte Sinaí, Dios habló su ley para guía y dirección de su pueblo redimido, pero había más que eso. Sinaí fue el cumplimiento de la mitad de la promesa del pacto: «…y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios» (Éxodo 6:7). Como vimos antes, esta es una relación permanente que fue fijada en piedra: «Y Moisés … edificó un altar al pie del monte, y doce columnas, según las doce tribus de Israel» (24:4). Esa relación permanente fue sellada por la sangre del pacto.

La sangre fue puesta en el altar, significando que la sangre del cordero apartaba la ira de Dios; y fue rociada sobre el pueblo consagrado, significando que cuando anduviesen en obediencia ellos serían protegidos por la sangre del cordero. Ahora, cuando ellos dejan el monte Sinaí, el Tabernáculo perpetúa esa relación. En Sinaí vieron la manifestación de la gloria del Señor como un fuego consumidor, y ahora, cuando avanzan, la nube cubre la tienda de reunión, y la gloria del Señor llena el Tabernáculo. La gloria del Señor está ahora en medio de ellos. Esa relación permanece.

ii. El Tabernáculo intensifica al monte Sinaí

Moisés pudo entrar en la gloria de la nube en el monte (24:18), pero cuando la gloria llenó el Tabernáculo, él no pudo entrar (40:35). La gloria de Dios que mora en el Tabernáculo parece ser una gloria mayor, una presencia más plena de Dios, que en la cima del monte. Así Dios nos dice que lo que él le mostró al pueblo en la cumbre de la montaña no es una experiencia cumbre que retrotrae al pasado; el pueblo de Dios no es ni será llamado para vivir en el recuerdo de una gran experiencia, sino para caminar adelante con Dios en una experiencia mayor, que él habilita cuando él viene a vivir y a morar con ellos.

Esto requiere una ojeada al libro de Levítico. Éxodo termina con Moisés incapaz de entrar en el Tabernáculo. Pero eso no es lo que Dios desea. Vemos su desacuerdo con este estado de cosas si ignoramos la división de los libros y seguimos leyendo: «Llamó Jehová a Moisés, y habló con él desde el tabernáculo de reunión, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando alguno de entre vosotros ofrece ofrenda a Jehová…» (Levítico 1:1-2). La palabra ‘ofrenda’ significa ‘acercarse’. Cuando un hijo de Israel desea acercarse, el Dios santo le permite entrar en la presencia de Su gloria. Así, al avanzar en Levítico, encontramos que nos habla de la comunión con el Dios que recibe. A través de la sangre del pacto, Dios acoge a su pueblo en Su presencia. Así que el Tabernáculo intensifica al monte Sinaí.

iii. El Tabernáculo completa al monte Sinaí

En Sinaí, la mitad de la promesa del pacto fue: «…y os tomaré por mi pueblo…», pero la otra mitad era: «…y seré vuestro Dios». Este es un pacto bi-direccional: el pueblo es traído a Dios y él viene a ellos. Es el Tabernáculo, por consiguiente, el que trae el esquema del pacto a su culminación, yendo más allá aún de la gloria experimentada en el monte, incluso más allá de lo que fue fijado en las columnas de piedra, para actualizar lo que estaba allí prefigurado: Dios viniendo a morar en medio de sus redimidos, para mostrarse como su Dios.

El Tabernáculo es el clímax: «Y conocerán que yo soy Jehová su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo Jehová su Dios». Y así como el Tabernáculo es móvil, esta relación continúa con un pueblo peregrino. El monte Sinaí, con su altar y sus columnas de piedra, desaparece en el horizonte, pero el Tabernáculo sigue. Hay un Dios Peregrino para un pueblo peregrino. (Continuará).

De «Toward the Mark» Ene – Feb., 1978.