Nos posicionamos firmes sobre el terreno de la fe; nos levantamos para prevalecer.

…participó (de carne y sangre) para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo … y despojando a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz … Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años … Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre…”.

– Heb. 2:14; Col. 2:15; Apoc. 20:2, 10.

Fiel es Dios, por el cual fuimos llamados a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Disfrutamos de la comunión íntima con él, teniendo acceso a todos los beneficios obtenidos por nuestro Redentor.

Podemos y debemos apropiarnos de su victoria. Hemos de estar vigilantes, atentos a su Palabra, pues la carrera cristiana incluye la oposición de un enemigo que, aunque vencido, procura «hurtar, matar y destruir» todo cuanto de gracia hemos recibido como creyentes.

El evangelio nos trasladó de las tinieblas a la luz; no obstante, aún continuamos viviendo en este mundo, con un alma en tratamiento, que a menudo se opone a la voluntad divina, y con un cuerpo que pertenece a la antigua creación.

Afirmando el corazón

Afirmamos el corazón en la obra consumada de nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Hay una victoria sobre las huestes malignas lograda allí, que no admite discusión (Heb. 2:14; Col. 2:15). También tenemos el privilegio de conocer el final de la historia, donde se confirma la derrota final y definitiva de Satanás y sus ángeles (Apoc. 20:2, 10). No hay ambigüedad en esta sentencia de la bendita palabra de Dios.

Sin embargo, hay una lucha presente que no podemos ignorar, y debemos enfrentar esa batalla mirando al pasado, al Cristo crucificado, y mirando también hacia el futuro, al juicio definitivo.

En la batalla de la fe, en la carrera cristiana, tratamos con elementos visibles y también invisibles al ojo humano. Hemos creído la palabra del evangelio que nos ha sido ministrada. Servimos a un Señor que no vemos con ojos físicos, mas sabemos que vive y reina desde la diestra de la majestad en las alturas. Tenemos el privilegio de vivir insertos en el cuerpo de Cristo que es la iglesia. En la casa de Dios podemos tocar a los hermanos y sentirnos amparados por el amor del Señor y el continuo aliento de la compañía de hermanos con quienes perseveramos juntos. La vivencia del cuerpo de Cristo es la parte más «visible» de nuestra vida cristiana.

Enemigos invisibles

Pero también es muy real que batallamos con enemigos invisibles. «Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12).

Pablo define esto como «las asechanzas del diablo», contra las cuales hemos de estar firmes. Tal es el mundo invisible que la palabra del Señor nos ayuda a discernir, y es por sus enseñanzas que podemos descubrir y exponer estas obras.

Pablo también dirá resueltamente: «…para que Satanás no gane ventaja sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones» (2a Cor. 2:11). Aquí tenemos dos elementos: el ganar ventaja, y las maquinaciones. En el contexto, se habla de perdonar al hermano que ha ofendido. Más tarde, Pablo hablará de la astucia de la serpiente que consiguió engañar a Eva y que busca extraviar a los creyentes de la sincera fidelidad a Cristo (11:2). También dirá que Satanás y sus ministros se disfrazan «como ángeles de luz».

Tenemos una serie de declaraciones en la palabra del Señor respecto a este tema: 1a Pedro 5:8 nos advierte que «nuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar».

El enemigo es quien tienta, ata, divide, traiciona, zarandea, procura ganar ventaja, se disfraza, abofetea, estorba, es autor de señales engañosas, siembra cizaña y discordia, y roba la palabra sembrada en los corazones de los hombres.

«El mundo entero está bajo el maligno», sentencia 1a Juan 5:19. Él promueve el ocultismo en todas sus formas, engaña con los juegos de azar y cautiva con las redes de la pornografía.

No debemos permitir que nos seduzca, ni a nosotros ni a nuestros hijos. No seamos ingenuos, sino sabios en nuestra manera de pensar, pues todo esto está muy cerca de nosotros. «No deis lugar al diablo» (Ef. 4:27). ¡Cuán amplia puede ser la aplicación de estas palabras!

Primera arma: La sangre del Cordero

«Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Apoc. 12:11). Esta es una palabra de gran aliento para todos los que hoy libramos batalla. Los que durante la historia lucharon en el contexto de Efesios 6, son ahora los vencedores que se describen en Apocalipsis 12.

La sangre de Cristo nos recuerda la victoria del Señor en la cruz; por otra parte, le recuerda al enemigo su derrota y le quita todo el terreno de acusación, pues la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, limpia nuestra conciencia de obras muertas y nos introduce hasta lo más íntimo del santuario celestial. Esta es la derrota del enemigo.

En este sentido, nuestras oraciones deben ser una declaración de fe, con autoridad del Señor: «Gracias, Señor Jesucristo, pues con tu sangre nos has redimido para Dios; estamos destinados a reinar contigo. Nos posicionamos firmes en el terreno de la fe, proclamando que toda hueste espiritual de maldad fue vencida cuando tu preciosa sangre fue derramada en la cruz. Nos levantamos para prevalecer y aplastar todas las maquinaciones del diablo. Sabiendo que nuestro Salvador obtuvo, a favor nuestro, una grande y eterna salvación. Padre, oramos con la confianza de que un nuevo camino fue abierto, por la sangre de Jesucristo tu Hijo, para entrar al Lugar Santísimo, a tu misma presencia, y aquí estamos Señor, con nuestras peticiones y nuestras cargas, pidiendo que tu reino prevalezca contra toda oposición de las tinieblas de este siglo».

(Estos elementos deben estar presentes en nuestras oraciones; no como un modelo a memorizar).

Segunda arma: Humillados delante del Señor

«Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros» (Stgo. 4:6-10). El contexto tiene que ver con volver las espaldas al mundo con sus pasiones y deleites, con abandonar la soberbia, con acercarse a Dios, con purificar los corazones de doble ánimo, despreciando la alegría mundana y quebrantando el corazón ante el Señor. Entonces el diablo te pierde, te llenas de poder y autoridad, y él huirá ante tu reprensión.

No hay tal cosa como resistir al enemigo con una osadía carnal. No basta decir: «Te resisto Satanás», y seguir viviendo livianamente, sin un compromiso de corazón con Dios. Muchos cristianos fallan grandemente en esto, culpando al mismo diablo a quien le han dado amplio lugar de acción y acusación.

Sin consagración no hay autoridad contra las tinieblas. Y el enemigo estorbará, atará, anulará, debilitará y enfermará, pues se enfrenta a un alma adúltera. ¡El Señor nos libre de esto! Apresuremos el corazón en arrepentimiento. Hoy es un día para recuperar terreno, en respuesta a la palabra del Señor.

Aquí debemos orar juzgando nuestro propio corazón:

«Señor, por causa de tu llamado, y porque tu luz entró en mi corazón, mi conciencia me da testimonio de lo que agrada o desagrada tu corazón. Descubro en mi alma los apetitos carnales que quieren regresar a ocupar mi alma y mi cuerpo. Perdona toda inconsecuencia de mi alma. La naturaleza perversa que heredé lucha por levantarse. Resisto la soberbia de mi alma. Te doy gracias, pues tu sangre sigue vigente para limpiarme. En ella me refugio. Te ruego que llenes mi corazón con tu Espíritu. No quiero una mera emoción; busco el gobierno de tu Espíritu en todas las áreas de mi vida. Mándame, Señor, muéstrame tus caminos, perdona mis pecados. Renuncio a lo oculto y vergonzoso y consagro mi corazón a ti. Gracias por detenerme, gracias por atraerme de regreso a ti. Me inspira tu amor y tu persistencia en ganar mis afectos para tu Persona y para tu propósito eterno. Que tu vida sea formada más y más en mi vida. Que ella prevalezca, hasta que otros puedan verte a ti reflejado en tu siervo. Tuyo soy Señor, mi vida te pertenece».

Tercera arma: la oración de la viuda

«Hazme justicia de mi adversario» (Lucas 18:1-8). Es la oración de una viuda que obtiene justicia de parte de un juez injusto, a causa de su insistencia. Asumamos la actitud de esa mujer. Nuestro marido es el Señor, «ausente temporalmente». El adversario es el diablo. La viuda pide que se le haga justicia, lo cual implica que está sufriendo a causa del acoso de este «adversario».

¡Cuánta cosa incomprensible nos entorpece el caminar! Como si existiese una vía que nos conecta con una entidad invisible, interesada en un continuo bombardeo de dolores, preocupaciones, sobresaltos, enfermedades, conflictos al interior de nuestras familias; cosas que nos consumen las energías del espíritu, desgastando nuestras reservas espirituales, invadiendo nuestra mente con ansiedades de todo tipo.

Estos son los enemigos invisibles, que obtienen ventaja sobre el pueblo del Señor y no le permiten avanzar. Con frecuencia nos quedamos enredados, detenidos por alguna causa secundaria. Oremos con la insistencia de la viuda, sin cesar, hasta que nuestro «Juez justo» nos haga justicia. En este punto, nuestras oraciones deben ser persistentes:

«Señor, tú eres el Juez justo. Ningún detalle se escapa a tu conocimiento. Venimos ante ti confiados en tu justicia y misericordia. Mira cómo se levanta nuestro adversario para desgastar a tus siervos. Te rogamos que nos hagas justicia. No permitas que las cosas sigan tan enredadas que no podamos avanzar, en la familia, en la vida personal, en la iglesia, en la salud. Haznos justicia aun de nosotros mismos. Que la carne nunca prevalezca, solo tu Espíritu tenga ganancia. Ayúdanos a insistir, a prevalecer ante ti; que por ningún motivo nuestro adversario tenga ganancia sobre nuestra vida. Te rogamos que atiendas nuestra súplica, y permítenos, según tu gracia y tu justicia, ver la respuesta a nuestras oraciones. Ábrenos camino, muéstranos la salida al conflicto, confunde a los adversarios de nuestra alma».

Cuarta arma: Atar y desatar

«…todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:18-19).

Promesa hecha en el contexto de la revelación de Cristo y la iglesia. El Hades, el infierno, las tinieblas, los principados y potestades de maldad, intentarán oponerse y prevalecer contra la iglesia. Aquí, claramente hay una lucha espiritual. Desde el principio, el Señor nos está diciendo que no hay un camino despejado para la iglesia, sino que habrá muchos enemigos intentando impedir el avance de la obra del Señor (como Israel en su peregrinaje).

La herramienta eficaz, el arma que prevalece, es la oración concertada de la iglesia: atando las obras de las tinieblas, impidiendo al enemigo moverse libremente con su astucia, sus engaños, tentaciones o tropiezos. Habrá un pueblo fiel que atará sus obras y sus maquinaciones, antes que las pueda llevar a cabo. El enemigo, «el hombre fuerte» ya fue atado. ¡Podemos saquear su casa y obtener botín para nuestro Rey!

Y no solo atamos. No olvidemos desatar, en el nombre del Señor, a los cautivos de incredulidad, a los que padecen enfermedades físicas o espirituales; desatar la voluntad del Señor, la predicación del evangelio, la edificación de la iglesia. Desatar a los siervos que, poseyendo dones de parte del Señor, están de alguna manera estorbados en su mente. Hay que derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de nuestro Señor.

Esta será una oración corporativa. No puedes atar y desatar solo. Es una promesa hecha dentro de un contexto: la iglesia, el cuerpo de Cristo, la casa de Dios, la comunión íntima de la Trinidad. Unánimes, alcemos la voz al estilo de Hechos 4:24-31, y no nos extrañemos si obtenemos el mismo resultado: que el lugar donde estemos congregados tiemble, y que todos seamos llenos del Espíritu Santo.

Allí, los hermanos ataron («mira sus amenazas») y desataron («y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra») la perfecta voluntad del Señor. No hicieron peticiones pequeñas. Las necesidades humanas ya estaban suplidas; no eran éstas el foco de atención, sino que la palabra fuese predicada con denuedo (celo, osadía, eficacia), por los siervos del Señor y que Su mano se extendiera para hacer señales y prodigios exaltando el nombre de su santo Hijo Jesús.

En este punto, nuestra oración debe apuntar al avance de la obra del Señor y a la confusión de sus enemigos:

«Padre nuestro, tú eres el dueño de todas las cosas, visibles e invisibles, tú eres el Dios eterno, soberano y glorioso que te has revelado a nosotros por medio de tu Santo Espíritu. Mira, Señor, cuánto impedimento se ha levantado en contra de tu obra y de tus santos. Hay enemigos visibles e invisibles que se oponen a tu reino y gloria. Hoy venimos como siervos tuyos, plenamente convencidos que tu perfecta voluntad es la salvación de los hombres, el avance de tu reino y la edificación de tu iglesia. Por tanto, en tu glorioso Nombre, atamos las obras de las tinieblas, destruimos las maquinaciones del diablo en contra de tu pueblo y de tus siervos. No le permitimos a tu enemigo –que es también nuestro enemigo– prevalecer en ninguna de sus funestas intenciones. Atamos los poderes de las tinieblas, confundimos a todo emisario, sea hombre o espíritu, que se resiste a tu santa voluntad. Desatamos también la lengua de tus siervos. Que se recupere entre los hombres el denuedo del principio, que las predicaciones tengan el fuego y la eficacia apostólica, donde los demonios huyan a tu reprensión y las hombres se rindan a tus pies. Desatamos salvación para los hombres de esta ciudad y de estos barrios, salvación para nuestros familiares inconversos. Desatamos los siervos que no pueden ejercer su llamado porque el enemigo se ha levantado para entorpecer sus ministerios. Sea desatado tu poder, con toda la gloria para tu santo nombre y los incrédulos queden mudos y sin excusa ante tus prodigios y milagros».

Una palabra de conclusión

«La noche está avanzada y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y vistámonos las armas de la luz» (Rom. 13:12-14).

Es tiempo de vestirnos del Señor Jesucristo, y no proveer para los deseos de la carne. Ciertamente, hay una batalla, y muchos han caído derrotados por no prestar oídos al consejo de Dios.

Atendamos esta palabra. Hay muchos conflictos esperando por nosotros allá afuera, en la familia, en el trabajo, en la salud, en la sociedad. Hay un enemigo atizando esa caldera infernal llamada mundo. Somos llamados a ser contados entre los vencedores. Muchos ya corrieron su carrera. Hay recompensa al final de esta batalla. Carrera y batalla demandan disciplina, dedicación, concentración.

Esa es la razón de este mensaje: estar atentos, y no dejarnos engañar. El león rugiente busca a los distraídos, a los que desprecian la comunión, a quienes lo critican todo, pero que no juzgan su propio corazón. Ellos podrían serle presa fácil al adversario. Vengamos ahora mismo a los pies del Señor, sin tardar. Que él tenga toda ganancia en el corazón de su pueblo.

¡Gracias, Señor, por tu palabra!

Síntesis de un mensaje compartido en Temuco, en octubre de 2016.