Reflexiones acerca de la Iglesia.

La iglesia primitiva no era meramente una organización o un movimiento, sino una encarnación andante de la energía espiritual. La iglesia empezó en poder y se movió mientras ella tuvo poder. Cuando ella ya no tenía poder se encerró para su seguridad y buscó conservar sus ganancias. Pero sus bendiciones fueron como el maná: cuando intentaron guardarlo toda la noche, crió gusanos y hedió. Así nosotros hemos tenido monasticismo, escolasticismo, el institucionalismo; y todos ellos han sido indicativos de la misma cosa: la ausencia de poder espiritual. En la historia de la iglesia, cada retorno al poder del Nuevo Testamento ha marcado un nuevo adelanto en algún lugar, y cada disminución de poder ha visto el levantamiento de algún nuevo mecanismo para la conservación y defensa. Si este análisis es razonablemente correcto, entonces nosotros estamos hoy en un estado de energía espiritual muy baja.

El único poder que Dios reconoce en su iglesia es el poder de Su Espíritu; mientras que el único poder realmente reconocido hoy por la mayoría de los evangélicos es el poder del hombre. Dios hace su obra por la operación del Espíritu, mientras los líderes cristianos intentan hacer la suya por el poder del intelecto entrenado y consagrado. La personalidad brillante ha tomado el lugar de la inspiración divina.

Sólo lo que se hace a través del Espíritu Eterno morará eternamente.

La esencia de la verdadera religión es la espontaneidad, el mover soberano del Espíritu Santo sobre y en el espíritu libre de los hombres redimidos. Cuando la religión pierde su carácter soberano y se vuelve mera forma, esta espontaneidad también está perdida, y en su lugar viene el precedente, la propiedad, el sistema y la ‘mentalidad del kardex’. Detrás de la ‘mentalidad del kardex’ está la creencia de que la espiritualidad puede organizarse.

Durante siglos, la iglesia se mantuvo firme contra toda forma de entretenimiento mundano, denunciando lo que éste era – un dispositivo para perder el tiempo, un refugio contra la voz perturbadora de la conciencia, un esquema para desviar la atención de la responsabilidad moral. Pero últimamente ella parece haber decidido que si no puede conquistar al dios del Entretenimiento, puede unir fuerzas con él y hacer uso también del poder que él usa.

La cristiandad está tan enredada con el mundo que millones nunca imaginarán cuán radicalmente han perdido el modelo del Nuevo Testamento. El compromiso está por todas partes. El mundo está lo bastante encubierto como para pasar la inspección de hombres ciegos que posan como creyentes.

La cristiandad evangélica está ahora trágicamente por debajo de la norma del Nuevo Testamento. La mundanalidad es una parte aceptada de nuestro estilo de vida. Nuestro entorno religioso es social en lugar de espiritual. Hemos perdido el arte de la adoración. No estamos produciendo santos; nuestros modelos son los exitosos hombres de negocios, los atletas famosos y las personalidades teatrales. Nosotros continuamos nuestras actividades religiosas con los métodos de la publicidad moderna. Nuestros hogares se han convertido en teatros. Nuestra literatura es poco profunda y nuestro himnario linda en el sacrilegio. Y escasamente alguien parece notarlo.

Mucho de lo que acontece en la cristiandad del Nuevo Testamento es poco más que verdad objetiva endulzada con canción y sazonada por la entretención religiosa. Cristo llama a los hombres a tomar una cruz; nosotros los llamamos a divertirse en Su nombre. Él los llama a abandonar el mundo; nosotros les aseguramos que si ellos aceptan a Jesús el mundo será su refugio. Él los llama a sufrir; nosotros los llamamos a disfrutar todas las comodidades burguesas que brinda la civilización moderna. Él los llama a la autonegación y la muerte; nosotros los llamamos a extenderse como árboles o a volverse estrellas en el lastimoso firmamento religioso. Él los llama a la santidad; nosotros los llamamos a una felicidad barata y chillona que habría sido rechazada con desdén por el menor de los filósofos estoicos.

Un nuevo Decálogo ha sido adoptado por los neocristianos de hoy, la primera palabra del cual dice: «No discreparás»; y también una nueva serie de bienaventuranzas que empieza: «Felices aquellos que toleran todo, porque ellos no se harán responsables de nada». Es ahora cosa aceptada hablar sobre las diferencias religiosas en público con la comprensión de que nadie intentará convertir a otro o señalará errores en sus creencias. Imaginen a Moisés aceptando tomar parte en un panel de discusión con Israel sobre el becerro de oro; o a Elías comprometido en un caballeroso diálogo con los profetas de Baal. O intenten imaginarse a nuestro Señor Jesucristo buscando reunirse con los fariseos para zanjar las diferencias.

La bendición de Dios es prometida al pacificador, pero el negociador religioso vigila mejor sus pasos. La oscuridad y luz nunca pueden ser reunidas por el hablar. Algunas cosas no son negociables.

Cien personas religiosas tejidas en una unidad por una organización cuidadosa no constituyen una iglesia más que once hombres muertos hacen un equipo de fútbol. El primer requisito es la Vida (Zoé), siempre.

La moderna boga de invocar la ciencia en apoyo de la cristiandad no demuestra la verdad de la fe cristiana, sino la incertidumbre royendo en los corazones de aquéllos que deben mirar a la ciencia para dar respetabilidad a su fe.

La ciencia, la diosa de hablar dulce que hace poco tiempo dispuso sonrientemente de la Biblia como una guía fidedigna y tomó al mundo de la mano para llevarlo a un milenio hecho por el hombre, ha resultado ser un dragón capaz de destruir ese mismo mundo con una sacudida de su cola ardiente.

La Biblia habla de otro mundo demasiado perfecto para ser descubierto con los instrumentos de la investigación científica. A través de la fe nosotros captamos ese mundo y lo hacemos nuestro. Es accesible a nosotros por medio de la sangre del pacto eterno.

Tomado de «Caminos al Poder».