¿Tiene la creación un diseño y un propósito?

Cuando escritores de ciencia-ficción o productores de cine imaginativos desean caracterizar a eventuales seres que existirían en alguna otra parte del universo, generalmente los presentan con formas grotescas, feos, antiestéticos, con un diseño corporal desordenado y desproporcionado.

Es curiosa esta tendencia, en donde pareciera que subyacen al menos tres aspectos que se relacionan entre sí. El primero considera aspectos evolutivos darvinianos, en donde aquellos seres con enormes cabezas, habrían experimentado algún tipo de selección natural y tendrían por tanto un gran cerebro inteligente que les caracterizaría. (Aunque la ciencia terrícola ha desechado la idea que a mayor volumen del cerebro mayor inteligencia).

El segundo aspecto con base filosófica, apuntaría a que si la «naturaleza» (si es posible extrapolar este concepto a otro lugar del universo) concibe seres vivos al azar, entonces estos seres exhibirán formas de cualquier tipo, amorfas, asimétricas, etc., dado que no existe un propósito detrás de su gestación ni menos un diseño. ¿Por qué habrían de ser hermosas y estéticamente simétricas las especies que surgen del azar, de procesos aleatorios sin sentido?

El tercer aspecto que motivaría a dibujantes y productores de películas con alienígenas amorfos, parece responder a una visión judeo-cristiana (puede que a veces de manera inconsciente) de que nuestro planeta y los diversos seres que lo habitan presentan estructuras corporales ordenadas y simétricas, en muchos casos bellamente simétricas, porque hubo al principio un propósito y un diseño de quien los creó, de formar a vegetales, animales y hasta microorganismos (las diatomeas son una maravilla de diseño), hermosamente estéticos y simétricos. (Génesis 1:31, Eclesiastés 3:11). Lo anterior podría explicar en gran parte, el porqué los eventuales seres extraterrestres han de ser concebidos tan estéticamente opuestos a los seres terrestres.

La simetría es más que una forma

La simetría es inherente a prácticamente todos los organismos vivos. La ciencia de la Zoología por ejemplo, clasifica a los animales en un ordenamiento jerárquico de menor a mayor complejidad, en donde uno de los primeros caracteres de separación que se utilizan, es el tipo de simetría que presentan. Los animales considerados más primitivos son las esponjas (Phylum Porifera). Aunque algunos zoólogos los han ubicado en una línea filogenética paralela a la de los demás animales (Subreino Parazoa), dada su gran diferencia con éstos, principalmente por la ausencia de tejidos y órganos. Las esponjas son los únicos organismos del Reino animal que no presentan una simetría definida, aunque una de sus clases (Hexactinellida), conocidas como esponjas antárticas, exhiben una bella simetría radial, en forma de jarrón o de cesta. Todos los demás animales, en una escala zoológica mayor de complejidad, tienen simetría radial o bilateral. Es así como luego de las esponjas, se ubican las medusas, corales y anémonas, las que exhiben una hermosa simetría radial, en la que se dispone un eje central, desde donde se cortan varios planos radiales, dejando un número de segmentos corporales geométricamente similares.

Posteriormente, en animales con un grado de desarrollo más alto, desde los gusanos planos hasta los mamíferos, el tipo de simetría es bilateral, es decir, el cuerpo se divide en el eje comprendido entre la cabeza y los pies en dos mitades, resultando una imagen de espejo entre una y otra mitad. La excepción la constituyen los equinodermos (erizos, pepinos y estrellas marinas) los cuales pueden presentar simetría radial o bilateral en alguna etapa de su desarrollo.

Sin embargo, la simetría no siempre es visible, señala Stewart (2007) en un interesante libro titulado «Por qué la belleza es cierta». «Cuando observamos una bella mariposa, no es sólo su gran colorido lo que nos atrae, sino más bien su ordenada forma, en particular su gran simetría geométrica….la aparición de conos o de estructuras compactas, ubicadas en forma bellamente regular en sus alas». Pero este autor da un paso más con la simetría y su libro lo desarrolla más bien desde el punto de vista matemático, en donde la simetría llega a ser un proceso más bien que sólo una forma, «una manera de reordenar cosas, algo mucho más profundo que un precioso patrón que da forma a un organismo». Concluye que la simetría se halla profundamente enraizada en casi toda la matemática, incluida las complejas ecuaciones de la relatividad y de la física cuántica. Por tanto, nuestro mundo y su naturaleza se encuentran bella y simétricamente ordenados.

La bella naturaleza producto del azar

Pero a diferencia de algunos productores de series extraterrestres que reconocen implícita o explícitamente algún tipo de diseño o propósito en la simetría y belleza que presentan los organismos en la tierra, existe una línea de pensamiento científico que defiende lo contrario. Dos de los principales defensores de la doctrina materialista como única base explicativa de las ciencias naturales en nuestro planeta, en particular de la biología, son Daniel Dennett y Richard Dawkins. Estos científicos, de acuerdo a Carroll (2003), «confunden el orden de la explicación biológica con el orden de la explicación científica y su error es considerar que las distintas interrogantes acerca de la Creación se encuentran exclusivamente en el ámbito de las ciencias naturales». Dennett ha dicho que «las cosas bellas y ordenadas con que nos encontramos en el mundo natural y que nos producen admiración, son el resultado de un algoritmo sin inteligencia y mecánico».

Por su parte, el zoólogo Richard Dawkins, escribió un libro denominado «El relojero ciego» (The blind watchmaker, Dawkins 1986). El título corresponde a una infecunda analogía, la cual pretende explicar que si bien los organismos vivos tienen estructuras altamente complejas, que los hacen funcionar mejor que un reloj suizo, el hacedor de estas estructuras (el azar), no ve ni tampoco diseña, sino que actúa por casualidad. Infinitas casualidades en el tiempo, sin ningún objetivo preestablecido, darían origen a organismos altamente más complejos de lo que el hombre nunca ha podido diseñar ni construir. Los organismos, bellamente simétricos además de complejos, constituidos por múltiples órganos y estructuras que irían surgiendo y ensamblándose en forma aleatoria, llegarían finalmente a cumplir intrincadas funciones, a pesar de no haber tenido diseño alguno. Pero lo más espectacular de todo, es que este proceso azaroso, le permitiría a estos organismos alcanzar la función más sublime lograda por ente material alguno: vivir.

Este relojero ciego según Dawkins sería la selección natural, operando al azar primero para formar una primogénita célula viva, con su respectivo programa genético para que a partir de allí, y operando sobre mutaciones genéticas de esta célula y otras células en el tiempo, diese lugar a todos los organismos que han poblado la tierra.

Esta inverosímil autocreación propuesta por Dennett, Dawkins y otros, no tiene base biológica alguna y ha sido brillantemente anulada con poderosos argumentos a nivel molecular por autores que desde sus especialidades en bioquímica y biología molecular, han plasmado su experiencia y conocimiento en valiosos libros (Vollmert 1988; Behe 1996). Es interesante también destacar que connotados científicos evolucionistas como Richard Lewonting, que desde las propias filas del evolucionismo, reconocen lo absurdo del principio filosófico (el materialismo ateo) que hay tras la doctrina de la autocreación: «….tomamos partido por la ciencia a pesar del absurdo patente de algunas de sus elaboraciones,……a pesar de la tolerancia de la comunidad científica frente a historias perfectas sin confirmar, porque tenemos un compromiso primordial, un compromiso con el materialismo. No es que los métodos y las instituciones de ciencia de algún modo nos obligan a aceptar una explicación material del mundo fenoménico, sino que, por el contrario, somos forzados por nuestra adhesión a priori a las causas materiales para crear un mecanismo de investigación y una serie de conceptos que producen explicaciones materiales, no importa cuán contra-intuitivo, cuánta perplejidad produzca al no iniciado. Además, este materialismo es absoluto, ya que no podemos permitir un Pie Divino en la puerta» (Sagan 1997).

La bella naturaleza alaba a su Creador

Ya desde los albores de la cultura los seres humanos reconocieron en la creación y en sus criaturas tan perfectas y bellas, la obra de un Dios todopoderoso, que no sólo mostraba su gran poder en crear el universo, la tierra y sus perfectos ecosistemas con los seres vivos que la habitan, todo tan extraordinariamente complejo, sino que además se deleitaba en crearlos con belleza, con sin igual estética y orden en sus formas, que provocaban admiración en almas sensibles como la del rey David; «Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1).

Pero la soberbia provocada por algunos gramos de conocimiento científico, cubre como un manto la conciencia y el entendimiento de algunos hombres que ven la perfección de lo que les rodea como surgida por una concatenación infinita de casualidades. Sin embargo, el Señor de la Creación había decretado que ésta no sólo le reconociese sino que además le adorase: «alábenle los cielos y la tierra, los mares, y todo lo que se mueve en ellos» (Salmo 69: 34). Muchas formas de alabanza a su Creador tiene quien dispone su corazón para amar al Señor, pero ¿cómo le alaba aquella parte de la creación que no es humana?. La alabanza de los cielos, los mares, el sol, las plantas, los animales, se eleva hacia su Creador cuando responden obedientemente al trabajo y función que éste les dio en el inicio de la Creación.

Cuando el sol y la luna alumbran la tierra, cuando ésta produce plantas y árboles como la vid y el olivo que entregan su fruto, entonces están respondiendo a su Creador y su mandato de que la tierra produzca hierba y las plantas se reproduzcan por medio de semillas. Las aves honran al Creador cuando buscan ramas pequeñas para luego entretejer un nido donde albergar y cobijar a sus polluelos que seguirán poblando la tierra; cuando los peces para reproducirse buscan zonas costeras seguras y con alimento, asegurando un hábitat adecuado para su progenie, están alabando a su Creador por medio de la obediencia a la comisión de «fructificad y multiplicaos» (Génesis 1:22).

Pero además de la gran complejidad morfológica y fisiológica de las criaturas vivientes, el Señor se deleitó en crear organismos de gran belleza. Es el caso de las flores, las que ofrecen a la vista una maravillosa armonía de formas, de simetría y de colores.

Es un concierto de alabanza precioso a su Creador en primavera cuando obedecen reproduciéndose. Ni reyes tan portentosos como Salomón lograron vestir como una de ellas, recalcó el Señor a sus discípulos, enseñándoles además la estrecha armonía que éstas tenían con el Padre. ¿Tiene sentido concebir la belleza y perfecta simetría de las flores como surgidas al azar? ¿Para qué? ¿A quién le sirve la belleza y la armonía de colores? Evolutivamente la belleza y simetría perfecta de estos vegetales no tiene sentido alguno; sí lo tiene para su Creador quien se deleita en ellas. Quien disfruta también del colorido y diseño de las flores es el ser humano, quien tiene visión en color o policrómica (visión de muchos colores).

Visión en colores

Las flores le han servido de adorno al hombre desde tiempos remotos. Se han encontrado semillas de hermosas plantas en tumbas faraónicas, las que supuestamente acompañaban al rey egipcio en su viaje a la eternidad.

Pero son muy pocas las especies de animales que tienen visión en color policrómica, que les permita reconocer la variada gama de colores y matices. La retina de la mayoría de los mamíferos no primates contienen sólo dos clases de células conos, las que posibilitan una visión en sólo dos colores (dicromática) (Gerald et al. 2007). Muchos primates pueden ver con sólo tres tonalidades (tricromía), pero sólo el ser humano tiene la capacidad visual de ver toda la variación espectral que resulta de la descomposición de la luz monocromática y los distintos matices resultantes. La visión en color policrómica (toda la gama, no sólo dos o tres) es altamente compleja respecto a las otras. No sólo requiere de ciertas células llamadas conos, ubicadas en la retina, sino también de múltiples fotopigmentos, además de una compleja red neural.

Para disgusto de la teoría gradualista evolutiva, no existe una tendencia gradual en los niveles de organización biológica respecto a esta gran capacidad biológica. Los supuestos parientes del hombre (los simios) no ven en color, tampoco otros mamíferos, ni siquiera la gran mayoría de los otros vertebrados como peces, anfibios y reptiles (la excepción son las aves que tienen visión policrómica).

Pero curiosamente existen algunas pocas especies de invertebrados que si tienen visión en color o policrómica. Por ejemplo, las abejas (Insecta, Himenóptera), que el Creador (no la selección natural ni la mutación) las dotó de visión en color porque han de reconocer la gama de tonalidades que presentan las flores en primavera. La ubicación de flores que ofrecen néctar o polen ha de ser rápida y la visión en color resulta ser más importante para insectos polinizadores (Abejas) respecto a otros factores que también ayudan, pero en menor grado, como la forma y olor de las flores. Una vez encontradas estas flores ricas en néctar, las abejas informan a otras del lugar en que ellas se encuentran por medio de una compleja danza, en donde la frecuencia de los círculos y la posición de la abeja danzante indican la dirección y distancia existente a la fuente de alimento. Toda esta maravilla de diseño (visión en color policrómico y lenguaje complejo de danza) posibilitan que las abejas extraigan las materias primas que les permitirán fabricar la maravillosa miel, la que se puede guardar por mucho tiempo, dado que ni bacterias ni hongos la descomponen. Esta sustancia excepcional fue prometida por Dios a su pueblo al llevarlo a la tierra de promisión, y fue uno de los alimentos que comió el propio Señor Jesucristo resucitado. La visión en color dada para estos pequeños animalitos obedece claramente a un diseño y a un propósito.

La creación de diferentes formas alaba a su Hacedor; pero, ¿qué hay de los ateos, agnósticos y similares? ¿Cómo responden a su Creador aquellos que le niegan con su alma y su mente? La poetisa Gabriela Mistral diría que en tanto estas personas originan, diseñan y crean cosas a semejanza del Señor, ya lo están afirmando.

El cántico de las células

«Todo lo que respire alabe a Jehová», es la invitación final del Salmo 150, y luego de dos milenios y medio, la ciencia demuestra que hasta las células de un organismo vivo (las cuales también respiran) responden de manera preciosamente armónica a este llamado.

Varios autores han descubierto que las células emiten sonido (Blake et al. 2003, Newman et al. 2006), el cual revela en parte el estado en que esta se encuentra. Pelling & Gimzewski (2004) señalan que escuchar la membrana celular es como poner la oreja en el muro de una fábrica, en donde se oye su funcionamiento interno. Esto significa que las células que están enfermas emiten un sonido distinto de aquellas que se encuentran sanas. Este descubrimiento ha llamado la atención no sólo en el ámbito biológico (detectar enfermedades por medio del sonido de las células) sino también en el cinematográfico.

Un productor de cine ha manifestado su intención de adquirir los derechos de los sonidos emitidos por una célula cuando es sumergida en alcohol, los cuales son equivalentes a un grito terrorífico emitido por humanos.

Una célula sana emite un sonido armónico y ordenado. Por el contrario, cuando la célula enferma, su sonido armónico desaparece y se vuelve desafinado, ya no responde adecuadamente al diseño y programación original. Las células cancerosas equivaldrían a sonidos y chirridos estruendosos, algo así como un «heavy metal» biológico.

Lo tremendo de este hallazgo para algunas personas, es que mientras niegan con su mente al Creador de su vida y de su cuerpo, sus millones de células, aquellas que se encuentren sanas, van funcionando como si estuviesen leyendo una armónica partitura, emitiendo un ordenado sonido, como en una especie de cántico a Aquél que creó ese cuerpo y esas células. De este modo, ellas testifican en contra de su dueño con el alma enferma. Contrariamente, el Rey David, quien se deleitaba en la alabanza a su Creador cantaba: «Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser Su santo nombre» (Salmo 103:1).

Bibliografía

Behe M. 1996. La caja negra de Darwin. Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile
Blake, W., Kaern M., Cantor, C. & Collins, J. 2003. Noise in eukaryotic gene expression. Nature 422, 633-637.
Carroll W. 2003. La Creación y las Ciencias Naturales. Ediciones Univ. Católica de Chile.
Dawkins R. 1986. The Blind Watchmaker. New York, W. Norton.
Gerald H., et al. 2007. Emergence of Novel Color Vision in Mice Engineered to Express a Human Photopigment Cone. Science 315, 1723; DOI: 10.1126/science.1138838
Newman J., S. Ghaemmaghami, J. Ihmels, D. Breslow, M. Noble, J. DeRisi , J. Weissman. 2006. Single-cell proteomic analysis of S. cerevisiae reveals the architecture of biological noise. Nature. Vol. 441/15 June.
Pelling, A. and J. Gimzewski. 2004. Local nanomechanical motion of the cell wall of Saccharomyces cerevisiae. Science 305 (Aug. 20):1147–1150.
Paulsson, J. 2004. Summing up the noise in gene networks. Nature 427, 415-418.
Reina Valera. 1960. Santa Biblia, revisión 1960. Editorial Caribe.
Sagan C. 1997. The demon-Haunted world: Science as a candle in the dark.
Stewart I. 2007. Why Beauty Is Truth: The History of Symmetry. Basic Books.
Vollmert B. 1988. La molécula y la vida. Editorial Gedisa S.A.