La consagración es la respuesta del creyente que ha sido tocado por el amor de Dios.

Lectura: Romanos 12:1-5.

En los primeros ocho capítulos de Romanos se nos muestra que en Cristo nosotros hemos recibido la justificación, la santificación y la glorificación. Ahora bien, ¿cuál debería ser nuestra respuesta ante todo eso?

La consagración es la primera experiencia cristiana

Hermanos y hermanas, Dios dijo: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo». Dios puede tratar con nosotros con todo derecho, porque él nos ha comprado por precio. Así que no nos pertenecemos a nosotros mismos, le pertenecemos a él, y él tiene todos los derechos para demandar de nosotros que le sirvamos, que le adoremos, para exigirnos vivir para él. Sin embargo, nuestro Dios nunca ejercerá sus justos derechos. Más bien nos constreñirá por amor. Es como si él nos rogara. Dios nos ruega a través del apóstol Pablo. «He hecho todo esto por ustedes, les he dado a mi Hijo unigénito, y ahora, ¿cómo me responderán? ¿Han sido tocados por mi amor? ¿Están agradecidos de mí? Si han sido conmovidos por mi amor, entonces presenten sus cuerpos en sacrificio vivo». Ésta es la única cosa que Dios pide de nosotros.

Amados hermanos y hermanas, ustedes saben que en tiempos del Antiguo Testamento, cuando un israelita recibía una bendición de Dios y estaba agradecido, ¿cómo expresaba su gratitud? Él tomaba un cordero de su rebaño y lo traía al templo, lo ataba a los cuernos del altar, ponía sus manos sobre la cabeza del cordero, y ese animal era sacrificado y quemado en el altar por el fuego, lentamente, hasta ser totalmente consumido.

Pero, hermanos y hermanas, nosotros ya no vivimos en la sombra; vivimos en la realidad. Cristo ya ha venido, el Cordero de Dios ya ha sido ofrecido, una vez y para siempre. Pero Dios no pide algo que le pertenezca a usted. Todo lo que él pide es a usted mismo. Él dice: «Te quiero a ti, no quiero tu oro o tu plata, no quiero tus talentos, no quiero tu servicio; todo lo que yo quiero es a ti. Yo te he amado, y te he dado mi Hijo. ¿Has sido tocado por mi amor? ¿Están dispuestos a presentar sus cuerpos?».

¿Por qué los cuerpos? Porque este cuerpo ha sido redimido, ha sido comprado por precio. Este cuerpo ha sido santificado y será glorificado, este cuerpo le pertenece a él. Y usa la palabra cuerpo porque es algo de cada día de vida. Nosotros vivimos en este cuerpo, así que presentar nuestro cuerpo, significa presentar todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, nuestro ser entero que ha sido redimido es presentado a Dios. Y decimos: «Señor, éste es mi sacrificio». Pero no es un sacrificio muerto, es un sacrificio vivo. En otras palabras, cada día de nuestra vida lo vivimos como un sacrificio. Ya no vivimos para nosotros, sino para él, porque él es digno.

Amados hermanos y hermanas, la consagración es la primera experiencia cristiana. Después que usted recibió al Señor Jesús, ¿consagró a él su vida? Si nunca lo ha hecho, su experiencia cristiana no ha empezado todavía. Cuando pensamos en la consagración, retrocedemos, tenemos miedo. Oh, tenemos miedo de perder el control. No sólo tenemos miedo de lo que nos pasará, nosotros sentimos que estamos más seguros en nuestras propias manos, presentimos que si nos consagramos al Señor entonces no quedará nada para nosotros; perderemos todo –y dudamos. No queremos hacerlo.

Pero cuando el Señor exige nuestro cuerpo, no es que él quiera quitarnos todo. Él sólo quiere quitar todo aquello que nos hace daño, lo que será un obstáculo para su glorioso propósito en nosotros. Lo que él quiere es darse a sí mismo más plenamente a nosotros. Eso es la consagración. Hermanos y hermanas, esto marca el principio de nuestra vida cristiana. La consagración es muy importante, la consagración tiene que ser absoluta. Si no es absoluta, tarde o temprano usted verá que Dios tiene que llevarlo de vuelta al principio.

El testimonio de F.B. Meyer

En el siglo XIX, hubo un predicador famoso en Inglaterra: su nombre era F. B. Meyer. Era un hombre muy brillante. Si alguna vez usted ha leído sus libros, su inglés es tan bueno, que cuando él habla sobre agua usted puede oír el agua fluyendo. Él entonces era un joven predicador muy exitoso en Edimburgo, Escocia. Pero una vez lo visitó un joven llamado C. T. Studd. Tal vez usted no conozca este nombre, pero en su tiempo todos en Inglaterra conocían a Studd; él era estudiante en Cambridge y el mejor jugador de cricket de Inglaterra. Venía de una familia millonaria, pero el Señor lo llamó a predicar el evangelio a China.

Antes de que él fuera a China, visitó varios lugares y llegó a Edimburgo, el lugar donde Meyer era pastor. Meyer lo recibió, y él pasó una noche allí. Era noviembre, y noviembre en Edimburgo es muy frío. Y temprano por la mañana Meyer notó que había luz en el cuarto de Studd. Y como buen anfitrión, se preguntó qué habría pasado, tal vez su invitado estaba enfermo. ¿Qué hacer? Era muy temprano para tocar a la puerta, así que esperó, pero la luz seguía encendida. Finalmente llamó, y una voz le dijo que entrara. Él entró en el cuarto y vio a Studd sentado allí, envuelto en una frazada a causa del frío. Meyer dijo: «Usted se levanta realmente temprano». Y él contestó: «Oh, yo amo al Señor, estoy escudriñando la Palabra; estoy buscando órdenes para obedecer». Eso conmovió el corazón de Meyer.

Cuando nosotros leímos las Escrituras, ¿qué buscamos? Buscamos promesas. ¿Y qué evitamos? Los mandamientos. Pero, ¿qué buscaba este joven? Buscaba los mandamientos, porque él amaba al Señor y quería obedecerle. Eso tocó profundamente a Meyer, y dijo: «Hermano, ¿cómo podría yo ser como usted? Usted tiene algo que yo no tengo». Y Studd le preguntó: «¿Se ha dado usted mismo al Señor?». Decirle a un pastor: «¿Se ha dado usted mismo al Señor?» parece un insulto. Y Meyer respondió: «Por supuesto, yo le he dado mi vida al Señor». Entonces Studd dijo: «¡Ah!, ¿ha entregado usted toda su vida al Señor? ¿Le ha dado al Señor cada detalle de su vida?». Meyer dijo: «Nunca he hecho eso». Así que Studd le dijo: «Vaya y hágalo».

F.B. Meyer amaba al Señor, así que empezó a considerar cada detalle de su vida; sus talentos naturales, su éxito, los entregó uno por uno al Señor. Vio al Señor viniendo hacia él, extendiendo su mano y diciéndole: «Dame todas las llaves de tu vida». Meyer le dio al Señor un manojo de llaves, grandes y pequeñas, de cada cuarto de su vida. Pero él se guardó una llave pequeña, de un cuarto pequeño, y el Señor le preguntó: «¿Eso es todo?». «Oh», dijo él, «eso es todo, salvo esta llave pequeña; por favor, permíteme quedarme con ella». Pero el Señor dijo: «No». «Oh Señor, si me permites guardar esta llave, yo doblaré mis esfuerzos para servirte». El Señor dijo: «No», y empezó a darse la vuelta y a abandonarlo. Meyer estaba desesperado, así que clamó: «Hazme quererlo. Yo no quiero, pero dame el deseo de quererlo». Y entonces el Señor volvió y tomó esa llave pequeña, y le dijo a Meyer: «Si yo no soy el Señor de todo, no soy el Señor de nada». Costó tiempo al Señor abrir todos esos cuartos, limpiarlos y purificarlos, pero él usó poderosamente a Meyer.

Hermanos y hermanas, ¿ya se han dado ustedes al Señor? ¿O se están reservando ustedes algo? La consagración es una ofrenda que se quema, una ofrenda completa: todo. ¿Sabe?, ésta es la llave que abre el camino de vida: «que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional». ¿Quiere usted servir al Señor? Presente su cuerpo a él; éste es el servicio –no hacer algo para él según lo que usted quiere, este no es el servicio; sino presentar su cuerpo en sacrificio vivo, este es su culto espiritual. Usted no sabe servir, sino hasta que se da totalmente a él. Entonces el Espíritu de alabanza llenará su corazón.

Una palabra a los jóvenes

Amados hermanos y hermanas, Romanos 12:2 dice: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».

Me gustaría decir unas palabras a los jóvenes. Sus ancianos probable-mente siempre les han dicho: «No se conformen al mundo». Pero parece algo tan difícil de hacer. Algunos jóvenes me dicen: «Usted es viejo, ya ha experimentado el mundo; nosotros no lo hemos visto aún, así que queremos verlo, y cuando envejezcamos como usted, entonces no seremos conformados a este mundo».

Queridos jóvenes, exteriormente ustedes oyen a sus ancianos; sin embargo, en su corazón aún buscan el mundo. La Biblia dice: «No os conforméis al mundo». ¿Qué significa eso? El mundo es como un molde, una moda. No se aprieten en ese molde para tomar la forma de este mundo. Tú eres muy grande para eso, la vida que está en ti es muy grande para caber en este mundo. Tendrías que apretarte mucho para entrar, para tomar la forma de este mundo. Debemos tener cuidado con eso. Cuando hay una nueva moda en París, en pocas horas, todo el mundo está siguiéndola. Nosotros queremos estar de moda, no queremos parecer anticuados.

«No os conforméis a este siglo … para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta». Joven, ¿cuál es la perfecta voluntad de Dios para ti? Cierta vez, unos jóvenes me dijeron: «Todo lo que está contra mí, esa es la voluntad de Dios». Si ese es el caso, ¿cómo puedes amar la voluntad de Dios si tienes miedo de ella?

¿Cómo pueden ustedes no ser conformados al mundo? ¿Cómo pueden comprobar, es decir, experimentar que la voluntad de Dios es perfecta y amarla? ¿Cómo pueden ustedes hacer eso? No es algo exterior. No es la ley, hermanos y hermanas, es la gracia, porque cuando presentamos nuestros cuerpos como sacrificio vivo, algo pasa dentro de nosotros. El Espíritu Santo renovará la vieja mente.

Nosotros somos lo que somos debido a nuestra mente. La manera en que usted piensa y ve las cosas, la manera en que valora las cosas, dirige su vida. Amados hermanos y hermanas, gracias a Dios, nosotros los que creemos en el Señor Jesús tenemos una nueva vida; sin embargo, todavía tenemos una mente vieja. Ese es el problema.

Su mente todavía es la mente de la carne, y el ocuparse de la carne es muerte. Pero la obra del Espíritu es espíritu y es vida. Ustedes no pueden cambiar su propia mente, pero hermanos y hermanas, aquí está el secreto: cuando ustedes presentan sus cuerpos como un sacrificio vivo, el Espíritu Santo tiene libertad para renovar su mente. Y cuando su mente es renovada, ustedes miran las cosas en forma completamente diferente. Lo que ustedes consideraban valioso, ahora lo consideran como escoria; aquello que antes les daba miedo, ahora lo aman, es una cosa natural; es espiritualmente natural, sobrenaturalmente natural. Hermanos y hermanas, la vida cristiana no es antinatural.

El apóstol Pablo, en Filipenses capítulo 3 dijo: «Lo que yo consideraba como valioso para mí en el pasado, me parece como basura, pero lo que yo consideraba odioso, ahora lo amo, por causa de la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, y estoy dispuesto a rendirlo todo para ganarlo; él vale la pena».

Hermanos y hermanas, cuán importante es esta materia de la consagración. Muchas veces en nuestra experiencia espiritual llegamos a una crisis, y no podemos superarla. Pero si renovamos nuestra consagración, su nueva mente entra en nosotros para hacerlo más fácil. ¡Gracias a Dios!

La perfecta voluntad de Dios

¿Y cuál es la voluntad perfecta de Dios? Él quiere que nosotros comprobemos cual es su buena voluntad, agradable y perfecta. ¿Saben ustedes que la profundidad de esta voluntad de Dios es singular en número? Nosotros pensamos en la voluntad de Dios como una pluralidad, pero hay una sola voluntad de Dios, que incluye todo. ¿Y cuál es esa perfecta voluntad de Dios? ¿Cómo van ustedes a comprobarla? ¿Cómo van a vivir en ella? ¿Cuál es esa perfecta voluntad? Si leemos Romanos 12, nos dice que esa perfecta voluntad de Dios es el cuerpo de Cristo.

«No tenga más alto concepto de sí que el que debe tener» (vers. 3). Hermanos y hermanas, cuando recibimos las misericordias de Dios, estábamos tan plenos, y pensábamos: «Ahora lo tenemos todo. No necesitamos a nadie más; el Señor y yo, eso es suficiente». Ah, no vea en sí mismo más de lo que usted es, porque usted es sólo un miembro del cuerpo de Cristo. Cristo es tan inmenso, insondable en riquezas, que ninguna persona por sí sola puede contener la plenitud de Cristo. Lo que usted ha gustado sólo es una pequeña parte de él. Usted gusta un poco, yo gusto otro poco y así tenemos que pensar de nosotros mismos según nuestra medida de fe. Tenemos hermanos y hermanas, y en ellos, en cada miembro del cuerpo de Cristo está la riqueza de Cristo. Nos necesitamos unos a otros. Hermanos y hermanas, ésta es la perfecta voluntad de Dios.

La consagración. «…que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo». Vemos que aquí cuerpos está en plural, porque cada uno de nosotros tiene un cuerpo, un cuerpo redimido, pero cuando todos estos cuerpos son presentados al Señor, el Señor abrirá nuestros ojos para ver el cuerpo, el único cuerpo. Cristo es la Cabeza y la iglesia es su cuerpo. Usted no sólo lo verá, sino también lo vivirá.

Hermanos y hermanas, a menudo siento que, aunque han transcurrido dos mil años, la iglesia aún no está lista. El cuerpo no ha sido totalmente edificado todavía. ¿Saben cuál es la razón? Es que muchos de los que han sido salvos viven para sí mismos; ellos nunca ven el cuerpo, nunca llegan a ser un miembro vivo funcionando, porque viven en su propio cuerpo y viven su propia vida. Hermanos y hermanas, esta es la razón.

A menos que el pueblo de Dios se dé a sí mismo absolutamente al Señor, usted no podrá ser un miembro vivo del cuerpo de Cristo funcionando. El cuerpo de Cristo es edificado por las funciones de sus miembros. Cada miembro contribuye con su parte para la edificación del cuerpo en sí mismo. Ahora vemos cuán importante es esta materia de la consagración; la consagración absoluta lleva a la vida del cuerpo.

Que el Señor nos ayude.

Extracto de un mensaje oral impartido en Santiago de Chile, en septiembre de 2004.