Lo que descubrí cuando levanté el velo en mi mundo.

Rockie

Nací en Jordania en una familia musulmana, y me llamaron Ruqaya, como una de las hijas del profeta Mahoma. Mi tío, que se había trasladado a Chicago, le habló a mi padre sobre las maravillosas oportunidades que había en los Estados Unidos, así que nos vinimos aquí cuando yo tenía ocho años. Él trabajaba con entusiasmo para mantener a su familia, pero le preocupaba que nosotros llegáramos a ser ‘cristianos’. Así que, mientras mis hermanos y yo íbamos a una escuela pública durante la semana, debíamos participar en los estudios islámicos los fines de semana. Los únicos amigos que yo tenía eran los chicos musulmanes que asistían a esos estudios conmigo.

A medida que yo crecía, mi padre se intranquilizaba más y más con la posibilidad de que yo me ‘americanizase’. De tal manera que cuando cumplí los 14 años él decidió que yo regresara a Jordania para vivir con mi abuela. Yo no me afligí por la idea de vivir tan alejada de mi familia, y cuando llegué a Jordania, amé a su pueblo, su cultura y el Islam, y me sentí feliz allí.

Más del 90 por ciento de los musulmanes pertenecen a la secta sunita. Los suníes siguen estrictamente el Corán y el Hadiz (los dichos de Mahoma). Puesto que mi familia era sunita, yo oraba cinco veces al día, ayunaba durante el mes de Ramadán, leía diariamente el Corán, usaba el velo (cubriendo mi cuerpo y mostrando sólo mi rostro, mis manos y mis pies), y trataba de imitar al profeta Mahoma en todos los sentidos. Pero no importa lo que yo hiciera por Alá, yo sentía que necesitaba hacer más para evitar su ira; necesitaba ganar su favor a fin de poder ir al cielo.

Pasé tres años en Jordania, pero extrañaba mucho a mi familia, y le pregunté a mi padre si podía volver a vivir con ellos en los Estados Unidos. Una vez que volví, dejé de llevar cabeza cubierta porque no quería parecer un ‘bicho raro’, pero aún me mantuve firme en mis oraciones y en mi fe. Y era feliz, hasta que mi padre decidió que era tiempo de casarme.

La cultura árabe no permite a los hombres y mujeres buscar su pareja. Cuando un hombre encuentra a una mujer ‘conveniente’, es normalmente a través de conexiones familiares. El hombre y su familia visitan la casa de la joven para reunirse con la familia de ella. A la pareja se le permite hablarse, pero sólo en presencia de todos. Después de varias visitas similares, ambos deciden si quieren casarse. En el Islam, una mujer tiene el derecho a negarse, pero en la cultura, la familia normalmente presiona a la muchacha para aceptar. En la cultura y en la religión, una mujer puede casarse con su primo. Así que, cuando cumplí 23 años, mi papá me presionó para que me casara con un primo que vivía en Jordania. Yo estaba en contra de la idea y ciertamente no quería pasar el resto de mi vida unida a alguien a quien no amaba, pero sentía que no podía ir contra los deseos de mi progenitor. Antes que yo viajara, mi padre voló a Jordania para preparar la boda. El resto de mi familia no podía darse el lujo de volar a Jordania, así que mi padre sería el único miembro cercano de la familia en la ceremonia.

Una semana después, mi hermano mayor me llevó al aeropuerto para asegurarse que yo tomaba el avión. Debido a las fuertes medidas de seguridad imperantes en los vuelos internacionales, él no podía llevarme hasta la puerta de embarque, así que me dejó en el terminal y se fue a casa.

Un acto de valor

Mientras yo esperaba por mi vuelo, pensaba en mi futuro. ¡No quería casarme con mi primo! Pero si no lo hacía, deshonraría a mi familia. En la cultura árabe, cuando una mujer deshonra a los suyos –o si aun se sospecha que lo ha hecho– ella merece la muerte. Yo sabía que si dejaba el aeropuerto y huía, mi familia me buscaría para matarme por deshonrarlos. Pero mientras más pensaba en lo miserable que sería estar casada con un hombre al cual yo no amaba o respetaba, más me enfadaba.

Interiormente, grité a Alá: ‘Yo he ayunado para ti; he orado a ti cinco veces por día; incluso he estudiado el Corán para ti. ¡Y tú permites que ocurra esto!’. Allí entonces, el 10 de febrero de 1990, yo dejé de orar y adorar a Alá.

Tomé mi equipaje y escapé al hotel más cercano para ocultarme. No tenía mucho dinero y con desesperación pensé en lo que haría. Yo no tenía amigos americanos porque mi padre no me permitía ser influenciada por sus ‘formas satánicas’. Pero conocía a una mujer americana a quien llamé desde el hotel. Le conté brevemente lo que pasaba y le pregunté si podía quedarme con ella por algún tiempo. Ella vino de inmediato y me recogió.

Dieciséis horas después, cuando el avión aterrizó en Jordania sin mí, mi padre se puso furioso. Él llamó a mi hermano y le dijo que me encontrara.

Estuve con mi amiga durante unas semanas, hasta que un día mi hermano se presentó en su oficina con un arma. Él le dijo: ‘Yo sé que usted tiene a mi hermana. ¡Devuélvala antes de que alguien resulte herido!’. Alguien llamó a la policía, pero mi hermano salió antes que ellos llegaran. Mi amiga llegó a casa esa noche y me dijo que era muy peligroso para mí permanecer más tiempo con ella, y me recomendó que me quedara en un refugio para mujeres víctimas de violencia hogareña.

Cuando llegué al refugio, ellos me dijeron que no podría quedarme mucho tiempo allí porque habían visto a dos hombres mostrando mi fotografía en un restaurante cercano. Al cabo de una hora, fui enviada a otro refugio.

Después de varias semanas allí, y sólo después que empecé a sentirme a salvo, me permití sentir alguna emoción. Todo lo que había guardado estalló fuera de mí, y sollocé lamentando la pérdida de mi familia y mi estilo de vida.

Yo había obtenido la ciudadanía estadounidense, así que me uní a la Guardia Nacional por la protección del gobierno. Después de mi entrenamiento, volví y encontré un trabajo. Milagrosamente, me oculté de mi familia durante cuatro años. Pero yo los extrañaba mucho, y finalmente me armé de valor, avisé a mi madre, y me encontré con ella y mi hermana menor. Pasamos casi todo nuestro tiempo juntas llorando. El resto de mi familia tenía poco que decirme. Paulatinamente en el tiempo, mi familia y yo empezamos a reconciliarnos, y me asombré cuando ellos aceptaron mi retorno. ‘Alá no me descuidó después de todo’, pensé, y volví a mi fe. Ya no oraba cinco veces al día ni le rendía culto como en el pasado, pero le agradecía diariamente y hacía cosas buenas para agradarle.

Se hace la luz

En febrero de 1998, acepté un trabajo para una compañía en Texas. Tres días después de trasladarme, me encontré a Robyn que estaba paseando su perro delante de mi apartamento. Empezamos a conversar y muy pronto nos hicimos amigas. Así, cuando ella me invitó a ir a su iglesia, yo estuve de acuerdo. ‘Tal vez está bien’, pensé. ‘Mi fe también sostiene que Jesús fue mensajero de Alá. De seguro, Alá no se perturbará si voy a la iglesia’. Disfruté el sermón del pastor – excepto cuando él habló sobre Jesús. A veces él decía que Jesús es Dios, y a veces decía que Jesús es el Hijo de Dios. ¿Cómo podía ser Jesús Dios y el Hijo de Dios? Pero seguí yendo a la iglesia con Robyn hasta que un día el pastor dijo que la iglesia estaba apoyando a misioneros en países musulmanes donde no conocían a Jesús. Yo pensé: ‘Por supuesto que los musulmanes conocen a Jesús. Necesito poner esto en claro’. Después del servicio, me presenté al pastor, Pete, y le dije: ‘Yo soy una musulmana, y sí conozco a Jesús’.

Yo estaba totalmente convencida que el profeta Mahoma era el último mensajero y el Corán el último libro enviado por Alá. El Corán dice claramente que Jesús fue un mensajero nacido de una virgen, María. Él realizó muchos milagros como resucitar muertos, sanar a los enfermos, hablar cuando era un bebé, y dar vida a un pájaro hecho de arcilla. Alá lo amó tanto que cuando sus enemigos se estaban preparando para crucificarlo, él envió a alguien que se parecía a Jesús a ser crucificado en su lugar.

Los musulmanes no creen que Jesús murió, sino que fue llevado al cielo para ser protegido de sus enemigos. Jesús, en el Corán, reclama que él nunca dijo a nadie que le adorase a él, sino que adorasen al verdadero Dios, Alá. Según los musulmanes, la Biblia ha sido cambiada, y cristianos y judíos no tienen realmente los libros verdaderos. Cuando Alá le dio el mensaje a Mahoma, Alá conservó el Corán y se aseguró que nadie lo cambiase.

Cuanto más yo asistía a la iglesia, más me preguntaba por qué los cristianos tenían creencias diferentes a los musulmanes; la Biblia y el Corán no concordaban. Mientras yo contendía con la fe cristiana, preguntaba a Robyn y a Pete: ¿Fue Jesús crucificado? ¿Murió Jesús en la cruz por nuestros pecados? ¿Es Jesús Dios, o el Hijo de Dios? ¿Qué significa la Trinidad? ¿Es la Biblia realmente fidedigna?

Leí diferentes libros sobre el Cristianismo y el Islam, y descubrí que la Biblia no había cambiado; sus libros eran exactos. Entonces Pete me presentó a Dan, un profesor de la Biblia, quien me condujo a través de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento y me mostró cómo ellas se cumplieron en el Nuevo Testamento. En ese punto yo pude creer que Jesús fue crucificado por nuestros pecados. Pero aún luchaba con si Jesús era o no Dios. En el Islam, creer en cualquier otro dios aparte de Alá es blasfemo e imperdonable.

El domingo 2 de agosto de 1998, un pastor cristiano iraní llamado Iraj, a quien conocí a través de Pete, me llamó y me dijo que le gustaría reunirse conmigo para conversar acerca de nuestras creencias. Esa tarde le dije que yo creía en la crucifixión de Jesús, pero no en su deidad. Le conté que yo había estudiado la vida de Jesús y nadie en la historia era comparable a él. Iraj me dijo: ‘Bien, si piensas que él es tan maravilloso y que murió en la cruz por tus pecados, ¿confesarías eso delante de Dios?’.

Yo estuve de acuerdo, y oramos juntos. Aquel día yo recibí a Jesús como mi Salvador. Después de eso, el Espíritu de Dios empezó a abrir mis ojos a la verdad de la deidad de Jesús.

Han transcurrido casi cuatro años desde ese día. Mi papá y mi hermana mayor se niegan a hablarme. Con mi madre mantengo una relación en que no se menciona mi conversión. Mi hermano me rechazó. El resto de mi familia tolera mi nueva fe.

Uno de mis anhelos más profundos es ver a mi familia y a todos los musulmanes aceptando a Jesús como su Salvador y ver a los cristianos con una carga por el pueblo musulmán, sobre todo por aquellos que viven en los Estados Unidos.

Estoy muy agradecida de que Jesús me haya conducido a él mismo. Él ha estado allí para mí cuando yo lo he necesitado – y aun cuando yo pensaba que no lo necesitaba. En el Islam, yo tenía que obrar para ganar la aprobación de Dios. ¡Ahora soy libre para cobijarme en su amor incondicional! Por sobre todo, me asombra que Jesús me amara hasta el extremo de morir en la cruz por mí, de tal manera que ahora yo soy una hija de Dios.

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