La edificación de la casa de Dios tiene etapas que son como los peldaños de una escalera, en los cuales hay que avanzar con todos los santos hasta llegar a la plenitud de Cristo.

Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra, para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios» (Efesios 3:14-19).

La escala ascendente

En el anterior texto vemos una progresión, una gran escalera donde el eslabón posterior descansa en el anterior y éste a su vez en su anterior. La edificación de la casa de Dios, con todos los santos, para la plenitud de Cristo, que es el último escalón, tiene etapas o eslabones anteriores que son necesarios para que se pueda dar aquel último. La Palabra de Dios nos dice (Génesis 28) que Jacob en Betel vio una escalera; aquí veremos algunos escalones de esa escalera.

Comienza diciendo Pablo: «Por esta causa». Pablo vio primero algo de Dios, y la causa de Dios, porque lo que nos dicen los capítulos 1 al 3 de Efesios es el propósito eterno de Dios, la identidad de la Iglesia y el lugar de la Iglesia en ese santo propósito. Esa es la causa por la cual la intercesión de Pablo se comprometió. Primeramente vio el propósito de Dios; vio el significado de la Iglesia para Dios y el lugar de la Iglesia en el propósito de Dios. Pero nosotros podemos caer en la tentación de quedarnos solamente con la conversación acerca de una visión mística de la Iglesia. El Señor no quiere que nosotros solamente conversemos acerca de esa hermosa y mística visión de lo que para él es la Iglesia en la Palabra de Dios, sino que Dios realmente quiere tener a la Iglesia como esposa para sí, como Cuerpo para su Hijo, como vehículo para su Espíritu, como morada para su plenitud.

Primer eslabón: Vida en Cristo

Eso requiere un trabajo muy íntimo de Dios; primero con cada uno de nosotros personalmente; es decir, para que Dios tenga la Iglesia que él quiere realmente, él tiene que trabajar en serio, sin miramientos; verdaderamente tomarnos en Sus manos y hacer una obra verdadera. Cuando la obra del Señor es verdadera, se siente; a veces duele; no siempre hay dolor, pero es una doradura verdadera, porque Dios realmente está dorando, realmente está transformando, y eso significa que Dios se mete con nosotros inequívocamente, con todas nuestras cosas; en cualquier área de nuestra vida, la que menos imaginemos, llega el momento en que Dios pone el dedo allí y dice: «Esto lo voy a tratar ahora usando este método que sólo yo sé que es el apropiado. Hasta aquí he tratado otras cosas, pero le llegó el turno a esta parte».

Vemos que esa edificación que realiza Dios de su morada para su plenitud, se hace de una manera muy práctica con un tratamiento muy verdadero en cada uno de nosotros, primero como individuo, pero el tratamiento de Dios en cada individuo, pasa después a ser un tratamiento sobre nosotros como Iglesia.

Segundo eslabón: Ser fortalecidos en el hombre interior

Dios trabaja con cada individuo, con las personas de los redimidos, tratando a cada uno como un caso especial. Luego el Señor trata con las interrelaciones de los individuos, como Iglesia. Él hace un trabajo con cada uno personalmente para poder hacer un trabajo con la Iglesia colectivamente. Sucede que a veces falta que dejemos a Dios trabajar en nuestras personas en lo individual, y eso impide que avance el trabajo colectivo del Señor con la Iglesia. Eso nos enseña que el trabajo esencial del Señor es en nuestras personas, para luego sí trabajar verdaderamente con la Iglesia. El verso 16 dice: «…para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu».

Aquí encontramos el primer blanco en esta escalera. Pablo está orando para que alcancemos un primer blanco; nuestra intercesión debe llegar a entender en espíritu la intercesión de Pablo; y quiera Dios que ésta llegue a ser nuestra intercesión. Es de temer que en muchos de nuestros casos, pocas veces hayamos intercedido por esta causa. El ser fortalecidos con poder en el hombre interior por el Espíritu de Dios, es el primer objetivo por el cual debemos comprometernos para orar unos por otros, para orar por cada uno de nuestros hermanos.

Si este primer paso no se da, si no somos fortalecidos con poder en nuestro espíritu, podemos hablar mucho, podemos tener una visión, pero no vamos a tener la realidad de esa visión, porque la realidad de esa visión se da con el fortalecimiento del hombre interior. Uno puede saber lo que debiera ser, puede conocer los ideales, pero si no somos fortalecidos con poder en el hombre interior, no podemos poner en práctica los ideales que tenemos. Así que la primera necesidad es la vida, el fortalecimiento del hombre interior. El apóstol Juan en su primera epístola en el capítulo 5:16 dice:

«Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida».

Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte –es decir, que Dios no haya tenido que decidir su muerte–, pedirá a Dios y Dios le dará vida; eso significa que los creyentes pecamos porque tenemos un fluir de vida un poco restringido; aunque tenemos la vida del Señor en nuestro espíritu, su circulación a través del resto de nuestro ser es muy débil todavía; no es fortalecida, y porque es débil somos capaces de hacer cosas que ofenden a Dios y a otras personas; no somos lo suficientemente consagrados. ¿Y eso a qué se debe? A que estamos cortos en el fluir de vida. Cuando la Palabra dice que si alguno viere a su hermano cometer pecado –ahí está la intercesión– que no sea de muerte, pedirá a Dios para que él le dé vida, y Dios le dará vida. En Efesios 2 dice que Dios, cuando estábamos muertos en delitos y pecados, nos dio vida juntamente con Cristo. La primera necesidad que tenemos en la nueva creación es la de la vida. La vida es el comienzo, y esto que dice: «ser fortalecidos con poder en el hombre interior», es una cuestión de vida. Casi siempre estamos dados a criticar, a juzgar, a sentenciar, pero a nadie se va a levantar o a ayudar con esa actitud; solamente pidiendo vida. Esa es la primera necesidad que cada uno como persona necesita, ser fortalecido en su hombre interior.

Tercer eslabón: Que habite Cristo en nuestro corazón

El anterior objetivo ya logrado es el requisito para un segundo objetivo más avanzado que es el que aparece a continuación de para qué debemos ser fortalecidos en el hombre interior. Leemos a continuación (verso 17): «…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones». Recapitulando, tenemos que interceder; doblo mis rodillas ante el Padre por esta causa, porque conozco lo que Dios quiere, porque veo lo que la Iglesia es para Dios, veo el lugar de la Iglesia en ese propósito, y para que ese propósito empiece a cumplirse, necesitamos primero vida, y luego ser fortalecidos en vida en el hombre interior. Eso es lo principal. No actividades religiosas; no posturas que uno suele tener, sino vida; realmente lo necesario es la vida, el poder del hombre interior. La Palabra allí nos dice que ese ser fortalecido en el hombre interior, es «para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones». Realmente la vida del Señor, el fortalecimiento del hombre interior debe fluir del interior al exterior. El Señor Jesús identificó el hombre interior como nuestro espíritu. El Señor Jesús dice en Juan 7:38: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva».

Y luego en el verso siguiente explica San Juan por el Espíritu Santo: «Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado». Eso nos confirma que hay un fluir como ríos del Espíritu desde el interior. Cuando la Escritura dice «de su interior», esa palabra de en el idioma griego es ek, de donde tenemos esas raíces en castellano: éxodo, exterior, externo; ek significa salir, de dentro hacia afuera; se trata de una preposición griega que en la gramática se dibuja como una especie de círculo y una flecha saliendo, para dar idea del significado de la preposición: salir de. Tengamos muy en cuenta que al decir desde su espíritu, significa que la vida del Señor pasa del espíritu humano al alma.

Por eso dice a la Iglesia –no lo está hablando a incrédulos, lo hace a la Iglesia, que ya tiene al Señor en su espíritu–: «para que habite», como si no habitara. Pero no dice en su espíritu sino «en vuestros corazones». Hay que entender lo que significa corazón en la Biblia, porque cuando Pablo dice a la Iglesia que sean fortalecidos en el hombre interior para que Cristo habite en sus corazones, si uno piensa que ya lo recibió en el corazón, entonces, ¿cómo dice para que habite en el corazón de los santos, si ya son santos porque recibieron a Cristo en el corazón? Hay que entender qué quiere decir «el corazón» en la Biblia. Debemos entender qué es ese habitar de Cristo en el corazón por medio del fortalecimiento del hombre interior por medio del fluir del Espíritu de Dios por el espíritu del hombre hacia el alma del hombre; ya que en la Biblia dice que el corazón es el alma más la conciencia del espíritu. En la Biblia se ve que nuestro espíritu es la parte más íntima de nuestro ser, o sea el Lugar Santísimo del templo de Dios.

El espíritu tiene tres funciones principales: La de la conciencia, como dice la Palabra, «un corazón limpio… un espíritu recto dentro de mí… al corazón contrito y humillado no despreciarás tú». La contrición es una cuestión de la conciencia; así que la conciencia del hombre está relacionada con su espíritu; la conciencia es una función del espíritu. Dice la Palabra: «Y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo». Es con nuestro espíritu que recibimos las certezas que nos da el Espíritu de Dios. Dice en Romanos 8:16 que: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios». Las otras funciones del espíritu humano son la intuición y la comunión con Dios.

El alma tiene funciones diferentes a las del espíritu, como la de la mente. Hay un versículo que dice: «Mi alma sabe muy bien…», de modo que la que sabe las cosas, eso de saber, de pensar, de razonar, esas funciones mentales corresponden al alma. Pero también toda la gama de emociones corresponden al alma. En la Biblia el alma es la que se alegra, la que está triste, la que se enoja, a la que se le dio la gana; y la voluntad es también del alma. Ahora al conocer las funciones del alma y las de la conciencia del espíritu, y vemos qué es lo que hace el corazón, descubrimos que el corazón es la relación del alma con la conciencia del espíritu, porque la Palabra dice que del corazón mana la vida.

La vida viene del Espíritu de Dios a nuestro espíritu, pero no viene para quedarse quieta sino para fluir, para manar del espíritu al alma; desde lo más íntimo de nuestro ser, desde la intuición y percepción y de la comunión que experimentamos cuando estamos en la presencia de Dios, y experimentamos en el espíritu el fluir de vida. Ahí tiene que manar; de (ek) su interior correrán; ese manar es hacia el exterior de nuestro ser. Cuando en el Antiguo Testamento Dios simbolizaba la casa de Dios con el templo, del Lugar Santísimo, debajo del trono, fluía el río de vida, pero el río de vida salía del Lugar Santísimo, pasaba al lugar santo, luego pasaba al atrio, y por último salía hasta las naciones y hasta el mar; desde debajo del trono de Dios en el Lugar Santísimo fluía el río hacia afuera. Aquello era la tipología, pero hoy es la realidad.

El río de Dios es el Espíritu y la casa de Dios somos nosotros; el Lugar Santísimo es nuestro espíritu, el Lugar Santo es nuestra alma y el atrio es nuestro cuerpo. Eso nos enseña que el plan de Dios es que la vida de Dios, que se manifestó en Jesucristo y que nos es suministrada por el Espíritu Santo, ha llegado primero a nuestro espíritu y desde allí debe correr a nuestra alma; es decir, «vuestro interior sea fortalecido para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones». El corazón tiene sus funciones un poco más exteriores que el espíritu, pues el espíritu es más íntimo que el corazón humano; en cambio el corazón está relacionado con la conciencia del espíritu, pero es, por así decirlo, la puerta por donde mana la vida. «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Proverbios 4:23). La puerta para que el Espíritu del Señor salga de las profundidades, de la intimidad, hacia el exterior, es el corazón. Si estudias en la Biblia cuáles son las funciones del corazón, verás que son las mismas que las de nuestra alma, de manera que decir corazón y alma es casi lo mismo, con la diferencia que cuando dices corazón, estás diciendo algo más, pues encierra la conciencia del espíritu.

Porque, ¿cuáles son las funciones del corazón? Dice la Biblia: «…pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios» (1 Juan 3:20-21); es decir, que esa función de la conciencia, de reprender o no, es del corazón. Ahí vemos la función que, con el espíritu humano, tiene el corazón, la de la conciencia. También en Hebreos 4:12 dice: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón». Aquí se refiere también a funciones del alma, porque las intenciones las ejerce con la mente y la voluntad. Existe un fluir desde el interior hacia el exterior, del espíritu al alma, al corazón.

La vida que todo hijo de Dios ya tiene, está muy profundamente guardada en nosotros. Mas muchas veces en nuestro pensamiento –porque cuando decimos corazón hay que desglosar, porque los pensamientos son del corazón, las intenciones son del corazón, la conciencia es del corazón, las emociones son del corazón– podemos decir, sí, Cristo habita en mi corazón, yo acepté a Cristo en mi corazón. Es muy fácil decirlo, pero realizarlo es diferente. Tener a Cristo morando en mi corazón significa que Cristo está morando en mis pensamientos. Pero cuántos hijos de Dios tenemos pensamientos donde no mora Cristo. Quiere decir que el proceso de habitación de Cristo en el corazón es algo más complejo; que Cristo habite en mis pensamientos, habite en mis emociones, necesita un proceso, un desarrollo, porque cuántos hijos de Dios tenemos emociones de ira, de pereza, de rebeldía, de adulterio, o de cualquiera otra cosa, y somos legítimos cristianos y tenemos al Señor en nuestro espíritu, mas nuestras emociones aún no están lo suficientemente controladas o habitadas por Cristo, y si no estamos fortalecidos en el hombre interior, esas emociones se nos vuelven un gigante difícil de manejar y controlar. Pero si somos fortalecidos en el hombre interior, éste controla esas emociones, trae sujetos los pensamientos a la obediencia a Cristo, pone la voluntad en acuerdo con la voluntad de Dios, porque es un fluir de Cristo que viene desde adentro hacia afuera.

Esa es una ley espiritual: Todo lo de Dios está en Cristo; todo lo de Dios y Cristo, está en el Espíritu; todo lo del Espíritu viene a nuestro espíritu, y todo lo de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que está en nuestro espíritu, tiene que formarse, transfun-dirse en nuestros pensamientos, intenciones, emociones, conciencia; es decir, en nuestros corazones. En 1 Corintios 14:15, cuando Pablo habla de orar en el espíritu, dice: «Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento». En el versículo 13 dice: «…el que habla en lengua extraña, pida en oración poder interpretarla». El entendimiento pertenece a la mente del alma, el corazón, pero en el espíritu se está intercediendo, mas se da el caso en que, como la mente es un poco más exterior, no logra interpretar la oración del espíritu, y es por eso que Pablo exhorta diciendo (verso 14): «Porque si yo oro en lengua desconocida, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto». Por eso es necesario pedir en oración poder interpretarla, para que la luz de la vida no se quede sólo en el espíritu sino que alumbre los ojos del entendimiento y fluya desde el interior hacia el exterior y desde el hombre interior habite también en el corazón.

Todo eso es un proceso. Recibir al Señor nos dio la vida; estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero al unirnos al Señor nos limpió de nuestros pecados y nos dio vida y Espíritu. Luego la segunda etapa es en el corazón; ya es un trabajo más serio. El trabajo de Dios es verdadero. Para que Cristo habite en mis pensamientos, Dios tiene que tener un combate con mi mente, con los hábitos mentales míos, con los pensamientos, con las mentiras que he aceptado como verdades y que están en nuestros pensamientos. El ya habita en mi espíritu, pero es necesario que habite en mis pensamientos. Hay una muy marcada relación de los pensamientos con los sentimientos, porque según lo que pienso y siento, hago. De ahí que diga el Proverbio 23:7: «…cual es su pensamiento en su corazón, tal es él». Según lo que la persona piensa con su corazón, eso se vuelve. Si el diablo te dice una mentira como una verdad y aceptas esa mentira como verdad, empiezas a sentir equivocadamente y a actuar también equivocadamente. Para corregir la conducta es necesario corregir el sentir, y para corregir el sentir se debe corregir el pensar, y demostrar dónde está la mentira del diablo, porque una mentira no se puede expulsar como si se tratara de un demonio, pues el demonio es una persona, y existen engaños de demonios en la persona; el demonio puede salir, pero si la mentira queda, esa mentira no se puede exorcizar, se tiene que desmentir con la verdad.

Ese trabajo de la inhabitación de Cristo en el corazón es una operación quirúrgica minuciosa, verdadera del Señor con nuestros hábitos mentales, sentimientos decisivos; en ese proceso Dios está operando. Dios quiere verdaderamente algo para sí mismo; él quiere fluir en nosotros y que nuestros pensamientos estén de acuerdo con los suyos, pero a menudo él piensa una cosa y nosotros otra, porque sus pensamientos no son los nuestros, de manera que nuestros pensamientos tienen que aprender a sujetarse a Cristo; y ese es un trabajo largo de Dios, que sólo se puede hacer con el fortalecimiento del hombre interior.

Antes de fortalecer el hombre interior, no se tenían ganas, y ahora se tienen; pensabas mal, ahora piensas bien; estabas opaco, ahora estás luminoso, porque fuiste fortalecido en el hombre interior. Pero ahora tus pensamientos necesitan ser inhabitados por Cristo. Tus pensamientos, tus determinaciones, deben ir siendo cada vez más cristalinos, más transparentes. Un vaso, si está limpio, le pones agua, y si alguien toma de esa agua, sabe a agua porque es pura y el vaso está limpio. Pero si el vaso no es limpio, aunque el agua sea limpia, el vaso le añade un sabor diferente o raro. Es agua, pero además tiene algún elemento extraño. Nosotros somos ese vaso sucio; tenemos el tesoro pero en vasos de barro. Cuando nos encontramos con nuestros hermanos, aparentemente todo está bien, pero siempre hay un saborcito extraño que debe ser tratado; en ese sabor raro no está habitando Cristo, sino que hay un elemento viejo que debe ser renovado por el Espíritu. Esa es una verdadera operación de Dios, y no se trata sólo de una doctrina linda sino de una operación quirúrgica que Dios hace con cada hijo, con toda nuestra personalidad, porque él quiere reflejarse a través de nuestra personalidad; nuestra personalidad debe ser purificada, renovada.

Cuarto eslabón: Comprender las medidas de Cristo

En los anteriores escalones hemos hablado de un proceso a nivel individual; ahora entra la etapa a nivel colectivo. El fortalecimiento del hombre interior tiene como objetivo la inhabitación de Cristo en el corazón, y esto tiene como objetivo el presente eslabón sucesivo, y para ello nos ubicamos de nuevo en los versos 17-19a: «…para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento…». ¿Para qué tiene el Señor que hacer ese trabajo en el corazón hasta que lleguemos a atender la guianza de Dios y la voz interior? Para que «seáis capaces de comprender con todos los santos» las medidas de Cristo.

Un individuo no puede comprender él solo las medidas de Cristo, sino que las tiene que comprender colectivamente. Para que yo pueda ser capaz de comprender con mis hermanos las medidas de Cristo, debo ser antes tratado en mi corazón, de lo contrario no voy a aceptar a mi hermano. Voy a aceptarme a mí mismo, pero no creo que Dios pueda decirme algo a través de otro hermano. Es por eso que es necesario que Dios entre a operar en cada uno de nosotros para aprender a comprender colectivamente. Una cosa es comprender algo individualmente, y otra es que cuando estamos juntos, entre todos comprendemos más porque lo que uno comprende individualmente es una cosa, pero lo que comprende con los otros es mayor.

El hermano Watchman Nee daba un ejemplo muy precioso en un mensaje de un libro llamado «Pláticas adicionales sobre la vida de la Iglesia», que trata sobre unos temas que él compartió antes de ser encarcelado por 20 años. Él decía que si un vaso de vidrio está quebrado en muchos pedacitos, puede ser que no falte ni uno solo de los pedacitos de vidrio; ahí están todos; pero, ¿cuánta agua pueden contener los pedacitos de vidrio? Un pedacito sólo puede contener cierto nivel, pero cuando todos los pedacitos están formando un vaso, no solamente puede contener la suma de lo que cada uno puede contener, sino algo más. Por ejemplo, si uno puede contener 2 y otro 2, van 4, y otro 2, van 6, y otro dos, van 8… 24… 32… 40. Si cada uno de nosotros contiene 2, lo que contenemos separados es 40; pero si los juntamos, ya no sólo vamos a contener 40, sino 2.000, 5.000; porque al vaso unido le cabe más que al vaso quebrado. Como personas individuales, hasta cierta medida podemos contener, pero como Iglesia estamos destinados a contener la plenitud, pero esto es algo muy serio.

Hermano, quizá vas a aprender que los mayores sufrimientos que vas a tener en tu vida, tal vez no vayan a provenir del diablo, o de los enemigos; a lo mejor los vas a recibir de las personas más queridas, de los más cercanos, de los más amigos; vas a ser profundamente herido, a lo mejor criticado o expuesto o avergonzado, o a lo mejor menospreciado, o despreciado, o ignorado; pero esos sufrimientos los vamos aprendiendo para que no nos portemos de esa manera con los demás.

Uno no puede darse cuenta de cómo es uno con otros, hasta que otro es con uno como uno es con otros, entonces es cuando nos damos cuenta. Ahí tenemos el ejemplo de Jacob. Él no se daba cuenta que él era Jacob, el tramposo, el usurpador. Dios tenía un propósito con Jacob y necesitaba tratar con él, y Dios sí sabía dónde iba Jacob a aprender, y para ese fin lo encaminó hasta donde Labán, su tío. En la relación con el tío no sólo se trató de cambiarle la piel al ganado, sino que el tío le cambió la esposa, le cambió el salario 30 veces. Nos damos cuenta de lo que le hacemos a otros cuando nos lo hacen a nosotros. El Señor nos trata verdaderamente. Si alguno se va a escapar de ser tratado, se va a quedar muy fuera de la Iglesia, lejos del plan de Dios; si realmente queremos caminar por el camino de Dios, tenemos que aceptar muchas disposiciones del Señor que nos pueden molestar o que nos pueden herir, porque hay que aprender a comprender con todos, y esto es muy difícil. Es muy difícil ponernos de acuerdo con personas que miran distinto, que tienen diferente temperamento, distinto carácter; unos son extrovertidos, otros introvertidos; unos son acelerados y otros perezosos.

Quinto eslabón: La Iglesia llena de la plenitud de Dios

Es necesario aprender a ser un solo vaso unido y no uno quebrado. Dice en el verso 19b: «…para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios». Dios ha destinado a la Iglesia como vaso para su plenitud; pero para que la plenitud de Dios quepa en la Iglesia, ésta tiene que estar bien coordinada como un solo Cuerpo, y esa coordinación, ese empalme del uno con el otro es doloroso para la carne pero bueno para el espíritu, porque Dios no nos pone con las personas que queremos. Si dependiera de nosotros la decisión, escogeríamos las personas que queremos, pero Dios tiene otros hijos, quizá con los que uno no quisiera estar, y Dios te pone con ellos y debes aprender a tragar saliva, a soportar y a sufrir; y eso es hasta negarte a ti mismo, y negarse él a sí mismo, que no quede nada de él, y no quede nada de ti, y quede Cristo en él, y quede Cristo en ti.

Ahí halla lugar la plenitud de Cristo. Esto no es nada teórico; el Señor no está contento con las teorías y bibliotecas llenas de los temas de la Iglesia; eso está muy bien, pero no es suficiente; él quiere una verdadera Iglesia, y que aprendamos a integrarnos unos con otros, así no sean nuestros amigos; variedad de todo hay en la Iglesia.

La Palabra dice: «el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu… seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos…». Qué difícil es «comprender con…»; es muy fácil estar seguro de mi opinión, estar seguro de mi prudencia, de la interpretación clara de la doctrina, y no tengo por qué escucharle al otro la otra interpretación, y lo refuto y lo menosprecio antes de oírlo. Hay que tratar de entender al otro y reconocer que también él tenía razón y que me enriquece con lo que yo no veía y a lo mejor Dios lo enriquece con lo que yo digo, y ya no soy yo solo viendo dos y él solo viendo dos, sino juntos vemos diez, porque por el juntarse dos y dos son cuatro, pero cuatro tienen relación con ocho y se aumenta la unión; esto es algo muy práctico y hay que aprender a no guiarse por los gustos naturales, sino dejar que las disposiciones de Dios prevalezcan como Dios haya ordenado las circunstancias en su vida, con las personas que él quiera, sean agradables o no.

Algo tienes que aprender en ese medio porque no es suficiente la vida individual, sino el comprender con todos, las medidas de Cristo, y luego llegar al último eslabón, «para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios», destinada a los santos, pero como Cuerpo. Este es el camino que nos espera.

Gino Iafrancesco