La mujer de Dios tiene amplias posibilidades de realización y de servicio. El hogar es el primero e indelegable ámbito de acción y de servicio de una mujer de Dios. Si ella falla en esto, falla en todo. Si cumple bien su ministerio doméstico, la mujer creyente tiene posibilidades de un amplio servicio más allá de su hogar.

En la iglesia. Una metáfora de esto la encontramos en el Antiguo Testamento. Cuando se erigió el tabernáculo en el desierto hubo «mujeres sabias de corazón (que) hilaban con sus manos» los adornos del tabernáculo (Éx. 35:25-26). Las manos de una mujer dan cuenta de la sabiduría de su corazón. Así es también en medio de la iglesia. Hay servicios que difícilmente cumplirá un varón, y es ahí donde la mujer tiene que ocupar su lugar.

Hay «obras de misericordia» (Rom. 12:8, 13) que están esperando a las mujeres de Dios para su realización. Están las «buenas obras» de 1ª Timoteo 5:10: la práctica de la hospitalidad, el lavar los pies de los santos, socorrer a los afligidos, y, en general, toda buena obra.

Entre los no creyentes. Hay una piedad práctica que puede desarrollarse entre los incrédulos, de lo cual nos da buen ejemplo la hermana Dorcas, de Jope (Hech. 9:36-39). Ella «abundaba en buenas obras y en limosnas que hacía». Ella favorecía a las viudas pobres de la ciudad confeccionándoles túnicas y vestidos. El amor práctico que ella sembró en esas mujeres dio lugar, después de su muerte, a una dramática intercesión ante el apóstol Pedro, para su resurrección.

La piedad práctica de Dorcas sembró una semilla en el corazón de esas viudas, que dio después fruto para la gloria de Dios. Cuando una mujer hace misericordia a los no creyentes, hallará sin duda la oportunidad para testificar de su fe. Entretanto, debe servirles con amor, como al Señor.

En sus negocios. La mujer virtuosa de Proverbios 31 nos da ejemplo en esto. ¿Qué hace ella? Ella trabaja con sus manos la lana y el lino (v. 13), y cuida sus negocios (v. 18). «Aplica su mano el huso, y sus manos a la rueca» (v. 19). Ella «hace telas, y vende, y da cintas al mercader» (v. 24).

No está vedado para la mujer de Dios ocuparse en estas cosas. Al contrario, puede ser de bendición para su marido y para sus hijos, el contar con algunos recursos para atender a necesidades especiales de la familia. De manera que la mujer de Dios puede servir a Dios más allá de su hogar, pero sin descuidar su hogar. Si atiende bien su casa, podrá ir tan lejos como quiera (en sujeción); si no, tendrá una pérdida irreparable.

Las posibilidades de incursionar en ámbitos extra hogareños se harán más viables una vez que los hijos hayan crecido. Entonces encontrará formas de acción que, junto con darle ocasión de realización personal, le ayudará a mitigar el vacío que los hijos van dejando tras su partida del hogar. Y sobre todo, le permitirán ejercer plenamente su ministerio como mujer que ama a su Señor.

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