En las últimas décadas, el mundo está tomando conciencia de las estremecedoras formas de violencia que se ejercen sobre la mujer, pero aún está lejos de subsanarlas.

La noche del sábado 17 de febrero de 2003, Eulalia y sus dos pequeños hijos de dos y nueve años se encontraban en casa de sus padres en Magdalena, Ocotlán (México), lugar donde vivían desde hace quince días huyendo de los malos tratos de Gabino, el marido.

Aproximadamente a las 23 horas, el hombre irrumpió violentamente en la humilde vivienda de sus suegros con el fin de reclamarle a Eulalia su aparente traición. Al calor de las copas y con pistola en mano quiso volcar su enojo en los pequeños; pero ella, al tratar de impedirlo, recibió un impacto de bala que prácticamente le perforó el vientre y mató al hijo de siete meses de gestación que llevaba (1).

Hace pocos días, un hombre de 56 años mató con un arma blanca a su esposa en Canals, Valencia, (España), y luego se suicidó, ahorcándose en el patio de su domicilio. La pareja se encontraba en trámites de separación y tenía tres hijos, de entre 18 y 25 años.

Dos hechos ocurridos en distintas partes del mundo, pero que tienen un común denominador: la violencia contra la mujer.

Un problema generalizado

Un informe de la OMS reveló el año pasado que más de la mitad de las muertes violentas de mujeres en el mundo son causadas por maridos, ex cónyuges, novios o convivientes. Mientras, por lo general, los hombres son agredidos o asesinados en las calles por personas extrañas o que apenas conocían, ellas, en tanto, mueren en sus casas principalmente a manos de su pareja.

La situación no conoce fronteras. Aunque se han esgrimido la pobreza y la incultura como causales para explicar este fenómeno, la realidad es que alcanza a todas las clases sociales, en todos los países.

En Francia el número de mujeres víctimas de abuso físico, sexual o sicológico por parte de sus maridos asciende a 1,5 millones. Hace algún tiempo, la muerte a golpes de la actriz Marie Trintignant desató una avalancha de protestas contra la violencia doméstica en ese país. La francesa había muerto a consecuencia de los golpes que le propinara su pareja, el cantante de rock Bertrand Cantat, durante una fuerte disputa. El crimen pasional, que es descrito por el acusado como un «accidente», lamentablemente no es un caso único en Francia, ni tampoco en el resto de Europa.

En España, el estudio «Violencia contra la mujer en las relaciones de pareja», informó que, en los últimos tres años, el 79,35% de las muertes de mujeres ocurrieron en sus domicilios; por arma blanca, el 42,48%; estranguladas o asfixiadas, el 16,99%, y por armas de fuego el 16,34%.

En Alemania, cada año 45.000 mujeres huyen, junto con sus hijos, de sus maridos violentos y buscan refugio en las «Casas de mujeres». La violencia hacia la mujer tiene en Berlín un matiz especial: en el año 2002 se registraron 230 casos de mujeres jóvenes –principalmente procedentes de familias musulmanas fundamentalistas– que pidieron ayuda a las autoridades para evitar ser obligadas a casarse.

En los Estados Unidos, la tercera parte de las mujeres asesinadas fue víctima de sus maridos o ex-maridos. En Gran Bretaña ese porcentaje alcanza al 50 %.

¿Qué ocurre en América Latina? El panorama no es menos doloroso. Un informe de Amnesty International denuncia que en Colombia se está utilizando a la mujer con fines estratégicos: la violación, la mutilación y el abuso de mujeres y niñas han sido usados como armas de guerra para generar miedo y silencio. En Guatemala, la “Red No Violencia contra las Mujeres” informa que nueve de cada diez mujeres son agredidas dentro del hogar. En Nicaragua la violencia doméstica y sexual constituye la más difundida violación. Recientes estadísticas muestran que el 70% de mujeres han experimentado violencia física en algún momento de sus vidas. En Uruguay, la “Comisión de la Mujer Zona 9” indicó que en 2002 fueron asesinadas 18 mujeres por violencia doméstica. En Paraguay una mujer es asesinada cada 10 días, y en Puerto Rico la “Coordinadora Paz para la Mujer” informó que entre 1990 y 2002 el número de casos de asesinato fue de 287. En Bolivia, siete de cada 10 mujeres sufren violencia doméstica física y sicológica con una frecuencia de 3 a 5 veces al año. En México, unas 10 millones de mujeres sufren diariamente violencia intrafamiliar.

El caso de Maria da Penha, de Brasil, es paradigmático. Desde el año 1983 sufrió violencia física y sicológica por parte de su marido, quien intentó asesinarla en dos ocasiones dejándola paralítica a los 38 años. Sin embargo, quince años después, la investigación judicial iniciada por Maria da Penha todavía no había concluido.

Un panorama desalentador «Una de cada tres mujeres en el mundo será violada, agredida, forzada a tener relaciones sexuales o será de algún modo maltratada durante su vida. La violencia contra la mujer ha alcanzado proporciones de pandemia», ha declarado la directora ejecutiva del Fondo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), Noeleen Heyzer.

Según el Secretario General de la ONU, Kofi Annan, “las mujeres continúan siendo víctimas de todas formas de violencia, en cada región, país, y cultura, sin considerar ingreso, clase, raza o etnia. El mundo está logrando una mayor atención y comprensión de la violencia basada en el género, y se están desarrollando medidas más efectivas para confrontarla, pero queda mucho más por hacer para crear y sostener un ambiente donde las mujeres puedan vivir sus vidas libres de este flagelo”.

De acuerdo con el Banco Mundial, la violencia contra la mujer causa más muertes e incapacidades entre la población femenina en edad reproductiva que el cáncer, y más perjuicios a la salud que los accidentes del tránsito y el paludismo juntos.

Aunque más de 45 países en el mundo han adoptado legislaciones específicas para combatir esta práctica y otros 21 tienen proyectos similares, en muchos casos éstas sólo han contribuido “a visibilizar lo que ocurre a nivel social”, pero todavía son insuficientes para erradicar el mal.

Algunas causas y soluciones

Según Amnesty International, aunque ya han pasado diez años desde que se lograron importantes acuerdos en organismos internacionales a favor de la mujer en América, aún no están las condiciones para celebrar la eliminación de la violencia contra la mujer, primero, porque, aunque el marco jurídico internacional y nacional de protección se ha fortalecido, la impunidad impera para la gran mayoría de las mujeres violentadas. Y segundo, porque no han cambiado sustancial-mente los patrones socio-culturales y las relaciones entre los géneros.

Para la socióloga cubana Clotilde Proveyer, la violencia contra la mujer tiene su génesis en la infancia, cuando a los niños se les impone el aprendizaje de una masculinidad violenta, que los coloca en una posición de poder. Así, la violencia aparece como un patrón masculino de solución de problemas y como una manera de mantener el control sobre las mujeres. ”En las escuelas seguimos teniendo textos sexistas y los medios de comunicación siguen transmitiendo textos sexistas”, ha declarado Proveyer.

Como dándole la razón a la socióloga cubana, una mujer agredida en Ciudad Juárez (México), al ser interrogada acerca de su marido violento, dijo: «No más me pega poquito, y eso cuando bebe». Según Noeleen Heyzer, la violencia sexual está arraigada en relaciones de poder desiguales y ocurre porque las mujeres no pueden negociar sexo seguro o rechazar intercambios no deseados.

En Cuba, según la psicóloga Silvia Acosta, hay mitos populares que se convierten “en leyes no escritas”, que vinculan la violencia masculina con trastornos de personalidad, abuso del alcohol o bajo nivel de escolarización por parte del victimario. Pero si el problema tuviera esas causas –arguye Acosta– ”sería muy fácil de resolver” y enfrentar. “La violencia masculina contra la mujer es un instrumento de reproducción de la organización social patriarcal hegemónica en el mundo de hoy”.

Un columnista de la página web de la Deutsche Welle, después de pasar revista a algunos casos de violencia contra la mujer en Alemania, plantea: “Hace falta un reparto equitativo de las posesiones, del trabajo pagado de forma equitativa, del acceso a la educación, al poder y la influencia política. Esto hace a las mujeres víctimas de la discriminación y en muchas ocasiones desemboca en que se catalogue la violencia contra las mujeres como un problema privado, y no como un problema político. Está especialmente en manos de los hombres poner un fin a la espiral de la violencia doméstica y de la violencia contra la mujer en general. Son ellos quienes deben crear leyes que condenen cualquier tipo de violencia contra la mujer, deben incrementar sus esfuerzos por reducir la violencia doméstica”. (2)

No fue tomada de sus pies

Cuando vemos el panorama de la mujer violentada hoy en el mundo comprobamos cuán lejos está del patrón bíblico. La escena de Génesis 2, en que Dios da la mujer al hombre como ayuda idónea, habiéndola tomado de su mismo cuerpo, parece una fantasía. La realidad hoy, pese a lo avanzado de la ciencia y del énfasis en el respeto a los derechos humanos, es menos que una caricatura de aquel propósito original.

Matthew Henry, el conocido expositor bíblico, comentando ese pasaje de Génesis 2, dice: “La mujer no fue tomada de la cabeza, como para que ella tuviera dominio sobre el hombre; no fue tomada de sus pies, como para ser pisoteada por él, sino que fue tomada de su costado, para ser igual a él, de debajo de su brazo para ser protegida, y de junto al corazón para ser amada.” Al mirar la realidad actual de la mujer en el mundo pareciera indicar que ella fue tomada de los pies del hombre, en vez que de su costado. La protección y el amor son dos grandes ausentes; en vez de eso hay discriminación y odio.  Incluso algunas de las mayores religiones del mundo, amparadas en supuestas directrices divinas, han contribuido a hacer más doloroso el papel de la mujer. Sometidas a un régimen de abuso, violencia y hasta terror, ellas no tienen la más mínima posibilidad de realización personal.

Ninguna de esas grandes religiones puede otorgar a la mujer el honroso lugar que Dios diseñó para ella, porque no conocen el propósito de Dios en Cristo. Sólo la mujer cristiana puede ocupar ese lugar, porque ella representa la dignidad de la Iglesia, por quien Cristo murió.

El mandamiento de Dios a los maridos es: “Amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Ef.5:25). No sólo ellas deben ser amadas, sino amadas con una cierta clase de amor: el amor con que Cristo amó a la Iglesia. Tal medida de amor es impensable para el impío pagano, para el frío mercader, para el religioso fundamentalista.

Multitud de lamentos, alaridos estremecedores, llantos desgarradores suben hasta el trono de Dios, como una amarga sinfonía, que a su tiempo serán vengados. El profeta Jeremías lloraba sobre Jerusalén, la “ciudad derramadora de sangre”, cuando los juicios divinos cayeron sobre ella. Toda forma de injusticia había hallado cobijo en su seno, por eso los juicios fueron tan severos. El libro de Lamentaciones, en que Jeremías llora por Jerusalén, bien puede ser un anuncio de los juicios que se avecinan sobre una humanidad que ha perdido todo sentido de amor, de justicia y de temor de Dios. Y sobre los hombres que han denigrado tan vilmente aquella parte de sí mismos.

Contra toda la corriente infernal que envuelve al mundo impidiéndole hacer pie, el hecho divino sigue estando ahí, inamovible: Dios creó a la mujer de la costilla del hombre, para que fuese protegida y amada.

1 www.noticias-oax.com.mx.  2 www.dw-world.de