El fracaso sistemático del hombre en su responsabilidad para con Dios redunda en la entronización de Cristo como “el todo en todos”.

Desde el punto de vista profético, tres son los conglomerados humanos que tienen incidencia en el propósito de Dios: los judíos, los gentiles y la iglesia de Dios (1ª Cor. 10:32).

Cuando las profecías bíblicas marcan el curso de la historia, anticipan acontecimientos referentes a alguno de estos conglomerados, o bien a dos de ellos o a los tres, pero siempre los toma en cuenta.

A cada uno Dios le ha asignado, en su esfera particular, una responsabilidad de gobierno en la tierra, para probar lo que hay en el corazón del hombre, y para ver si proceden con justicia (Deut.8:2). Al final de la historia se probará que el hombre, sea que pertenezca a uno u otro de estos grupos, ha fracasado igualmente.

Cuando ya ha transcurrido suficiente tiempo y el fracaso de alguno de ellos se torna irreversible, Dios interviene con mano firme para detener al hombre e introducir a su amado Hijo para ponerlo en el lugar de preeminencia.

Así, el fracaso del hombre hará más patente la perfección, la idoneidad y la gloria de Jesucristo, hombre. Para que se cumpla la palabra que dice: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos.” (Romanos 11:32). Y, mayormente, para que “Cristo sea el todo en todos”. (Col.3:11).

Veamos cómo sucederá esto.

Los judíos

La historia de los judíos se remonta al primer creyente, Abraham, pero no sólo a él, sino también a su hijo Isaac, y a su nieto Jacob. Porque dice: “En Isaac te será llamada descendencia”, y también: “A Jacob amé, y a Esaú aborrecí.” (Rom.9:7-13). Los judíos descienden específicamente de Jacob.

La historia de los judíos está llena de arrogancia y, consecuentemente, de fracasos. Cuando Dios les dio la ley por medio de Moisés, ellos dijeron: “Haremos todas las cosas que Jehová ha dicho, y obedeceremos” (Éxodo 24:7), no conociendo su incapacidad para agradar a Dios.

Tras mil quinientos años de historia, desde el Sinaí hasta el cautiverio babilónico, ellos fallaron hasta el grado de cansar a Dios, quien los arrojó de la tierra que les había dado.

Después de setenta años de cautiverio, recibieron una nueva oportunidad con la orden de Ciro de restaurar el templo; y lo levantan, añadiendo las mismas promesas que antes (Nehemías 10:29). Pero, al poco tiempo, el libro de Malaquías nos muestra un nuevo revés.

La historia de fracasos de los judíos culmina en el peor pecado, en la más obcecada porfía y la más crasa ceguera, al no reconocer al Mesías anunciado profusamente en toda la Toráh. Ellos le llevaron a la muerte, echando sobre sí y sobre sus hijos voluntariamente esa sangre inocente.

¿Puede haber alguna gloria en los judíos? No, ninguna. Todo lo que ellos fueron (un pueblo escogido) y lo que llegarán a ser (co-reinantes con Cristo) será por pura gracia.

Llegará el día en que habrá gran llanto en Jerusalén. Los judíos lamentarán su fracaso en reconocer al Mesías, y el dolor que infligieron a Dios matando a su propio Hermano más excelente. Llegará el día en que, lo mismo que sucedió a José con sus hermanos, los judíos le pedirán perdón con lágrimas y le reconocerán en su exaltación en el monte santo.

Sólo la intervención de Dios detendrá la locura de este pueblo y abrirá sus ojos para que vean a su Escogido, en quien se agrada su alma. Será un día de reencuentro de Israel con su Mesías rechazado.

Los gentiles

Desde Nabucodonosor hasta el Anticristo (que se manifestará en breve), Dios ha entregado el gobierno del mundo a los gentiles. Diversos reinos y gobiernos se han sucedido. Todos ellos están representados en la gran imagen del sueño de Nabuco-donosor, y en las cuatro bestias que vio en su sueño el profeta Daniel (Daniel 2 y 7, respectivamente). Uno poderoso, otro voraz, otro veloz y sanguinario, y el último “espantoso y terrible”, una superación de todos los anteriores. ¿Qué los caracteriza a todos? Su violencia, su ferocidad y su arrogancia.

Todos los grandes imperios han ejercido la violencia. Todos han derivado en una degeneración de la justicia y de la moral. Todos han terminado en la degeneración y el descrédito.

El mundo actual ya desborda de inmoralidad y soberbia. Pero la peor muestra de esto aun la veremos en el futuro próximo. Porque, a los males ya existentes, se sumará aún una mayor maldad, una más osada inmoralidad, y una infernal tendencia al ocultismo, la brujería y el satanismo.

El imperio romano revivido traerá consigo al postrer gran gentil que reinará sobre la tierra: el Anticristo. Su maldad superará con creces todo lo visto hasta ahora en el mundo. También su fin será tanto o más catastrófico que el de los poderes anteriores. El mismo Señor Jesucristo vendrá y lo destruirá con “el espíritu de su boca” y “el resplandor de su venida” (2ª Tes.2:8).

El Señor Jesucristo intervendrá en el momento supremo, cuando ya el hombre gentil haya mostrado toda su incapacidad para gobernar con justicia el mundo. Será aquella piedra cortada “no con mano” que vio Daniel, la cual hiere a la imagen en sus pies y los desmenuza (Daniel 2:34). Entonces esa piedra se hará un “gran monte” que llenará toda la tierra.

Ese monte será el reino de justicia del Señor Jesucristo sobre toda la tierra. Para que Cristo sea el todo en todos.

La iglesia

La iglesia es el punto en que se reúnen judíos y gentiles, luego de haber sido salvados por el Señor Jesucristo. La iglesia es el único ambiente donde ellos dejan sus ancestrales diferencias y vienen a ser uno. Ambos conglomerados humanos mueren en la cruz de Cristo, y de ella surge un solo y nuevo hombre (Efesios 2:15).

A la iglesia le fue dado un privilegio que no gozaron ni judíos ni gentiles. La iglesia ha recibido la misma vida de Dios por medio del Espíritu Santo. ¿Habría de ser capaz este hombre corporativo, premunido de tan grande recurso – habría de ser capaz de agradar a Dios, y de lograr lo que los judíos y gentiles no lograron?

La iglesia experimentó su época de oro en el primer siglo, mientras vivieron los primeros apóstoles. Sin embargo, a fines del ministerio de Pablo y durante el de Juan, la iglesia ya había perdido gran parte de su gloria primera.

Desde el siglo II comienza el franco deterioro. Y éste llega a tal extremo, que en los testimonios históricos de la época aparece una iglesia muy diferente a la del Nuevo Testamento.

En los siglos siguientes el descenso continúa. Con la “conversión” de Constantino y con la sujeción de la iglesia universal a un solo centro en Roma se fija la deformidad, y se le da un respaldo político. Entonces, el auténtico testimonio de Cristo se vio confinado a pequeños grupos disidentes, muchos de ellos perseguidos por “la iglesia oficial”.

Con la Reforma del siglo XVI y el quiebre de la “única iglesia”, comienza la recuperación del testimonio visible, el cual se extendió por todo el mundo y alcanzó su culminación a fines del siglo XIX, con los grandes movimientos misioneros y los grandes evangelistas.

Sin embargo, el panorama hoy, a comienzos del siglo XXI, no es muy halagüeño. Pese al aumento del conocimiento y de la “experiencia histórica”, la iglesia visible no se parece mucho a la del siglo I. La iglesia, en general, ha perdido el testimonio de los primeros apóstoles, y, como muchos lo han reconocido, se ha secularizado hasta extremos alarmantes.

¿Cómo puede llegar a ser Cristo “el todo” en esta iglesia secularizada? Evidentemente no podrá serlo. El testimonio de Cristo deberá ser recuperado y sostenido, lo mismo que en la oscura Edad Media, al margen de la iglesia oficial, por diversas expresiones de renovación y restauración de la Iglesia.

La iglesia ha fallado en su testimonio. Sólo un pequeño remanente será tomado por el Señor en el arrebatamiento. El resto deberá pasar por los duros días de prueba del Anticristo.

Así que, la iglesia visible, lo mismo que los judíos y los gentiles, ha fracasado.

Todo lo que Dios ha puesto en las manos del hombre, se ha marchitado. Las riquezas de Dios se han cubierto de musgo en poder del hombre caído, impotente y apóstata.

Sólo la intervención de Cristo, “como un ladrón en la noche” pondrá a salvo a los que le esperan (1ª Tesalonicenses 5:1-6). Los que queden serán esquilmados por el inicuo.

Cristo, el todo en todos

Pero, aunque los judíos, los gentiles y la iglesia han fracasado, igualmente Cristo llegará a ser “el todo en todos”. En sus respectivos tiempos, unos y otros serán relevados por Dios para que su Hijo tenga en todo la preeminencia.

Entre tanto, Cristo está siendo honrado por aquellos que le aman, porque para ellos “Cristo es el todo”. Aunque la iglesia visible ha fracasado en darle a Cristo la preeminencia, aquellos que conforman el remanente fiel no han fracasado, porque se apoyan en Dios, y porque el Espíritu Santo ha encontrado eco en sus corazones cuando da testimonio del Señor Jesucristo.

Toda vez que el Espíritu de verdad hace algo para exaltar a Cristo, ellos se inclinan y dan paso libre al Espíritu para que eso sea posible.

Aunque alrededor haya una marea adversa, los que aman al Señor Jesús con amor inalterable, dicen: “¡Jesús es el Señor!”, y “¡Jesús es el todo en todo!”.