Algunos principios de la guerra espiritual, basados en el libro de los Jueces.

Maldecid a Meroz … Bendita sea Jael».

– Jueces 5:23, 24.

Recibiendo bendición o maldición

Como mencioné en temas anteriores, mi deseo en este asunto fue compartir con más énfasis las cosas referentes a uno de nuestros enemigos en la batalla espiritual: nuestra carne. No tuve la pretensión de abarcarlo todo. Escribí apenas aquellas cosas que estaban borbotando en mi corazón.

Dividí el tema en dos partes. La primera mostrando la batalla en sí, el enemigo a ser vencido, nuestra incapacidad en nosotros mismos de libertarnos del yugo de ese enemigo y cuál es el camino de la victoria. La segunda mirada hacia atrás, después de concluida la batalla, verificando cómo nos comportamos en este período. Y cuán importante es esto para cada uno de nosotros, pues está ligado directamente con aquel día cuando compareceremos ante el tribunal de Cristo. Allí recibiremos la alabanza o la reprimenda del Señor según nuestro obrar presente.

Nunca está de más enfatizar que nuestra salvación eterna depende sólo de la gracia de Dios. ¡Es don de Dios! ¡Una dádiva celestial! Nunca podría depender de nuestras obras, de nuestra justicia que, como declaran las Escrituras, no es más que trapos de inmundicia (Isaías 64:6). Y, por tanto, en el tribunal de Cristo, lejos de ser un juicio para decidir si vamos o no a recibir la vida eterna, habrá un juicio de nuestras obras. Podremos recibir el bien o el mal que hayamos hecho estando en el cuerpo (2ª Cor. 5:10). Puede haber pérdida, sí, pero no pérdida de la salvación (vida eterna), y sí el privilegio de recibir los galardones y de reinar con Cristo en su reino milenial que será establecido en la tierra a su retorno.

Vimos en la segunda parte a aquellos que fueron a la guerra y vencieron, y por eso pudieron tener un cántico de victoria. Ellos buscaron los intereses del Señor y de Su pueblo.

Entretanto, vimos también a aquellos que por diversas razones no fueron a la batalla. En verdad, la motivación de estos últimos fue la misma: ¡Ellos buscaron sus propios intereses y no los del Señor y de Su pueblo!

En esta última reflexión de la serie, quiero compartir acerca del fuerte contraste que aparece en el cántico profético de Débora: la bendición o la maldición a consecuencia de la participación o no en la batalla del Señor.

Después de acabada la batalla, el Espíritu Santo condujo a Débora a este cántico profético. En él es proferida la bendición para una persona, Jael, en contraste con los moradores de Meroz, que recibieron maldición de parte del Señor. Cuán solemnes son estas palabras de las Escrituras.

¿Y por qué hubo maldición sobre los moradores de Meroz? El texto de las Escrituras nos aclara: «Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes» (Jueces 5:23).

¡No vinieron en ayuda del Señor y sus valientes! Esta fue la razón. Para nosotros, esto puede sonar muy duro, muy fuerte, pero es la palabra del Señor. El juicio aquí no es de Débora ni de Barac, sino del Señor mismo.

Aquel que juzga todas las cosas con justicia, aquel que escudriña la mente y los corazones, aquel que conoce todas las motivaciones de nuestro ser, es quien dice: ¡Maldecid!

Mis queridos, esta situación de Meroz nos habla del peligro que corremos al no ir a la batalla del Señor después de haber oído el toque de su trompeta llamándonos. Cuando la trompeta sonaba para la pelea, los moradores de Meroz se quedaron inmóviles y no dieron ni un paso a favor del socorro del Señor ni de sus valientes. ¡Por eso fueron maldecidos!

Esta palabra debería inspirarnos temor. ¡Cuán seria es! Si tú ya has caminado un tiempo con el Señor, si ya no estás en la niñez espiritual, conoces esto y estás de acuerdo conmigo. El Señor nos ha llamado para pelear la buena batalla, y hacer caso omiso a este llamado nos puede acarrear consecuencias extremadamente serias en el tiempo presente y principalmente cuando vuelva el Señor Jesús.

Los moradores de Meroz no fueron. La oportunidad de ir en socorro del Señor y de los suyos no fue aprovechada. Nos parece que se esperaba que ellos hiciesen aquello que realizó Jael. No sabemos con exactitud lo que pasó, mas ciertamente ellos no fueron a la batalla por algún motivo más comprometedor que Rubén, Dan, Galaad y Aser.

¿Se habrán burlado del Señor y de aquellos que iban a la batalla? ¿O intentaron hacer lo mismo que aquellos espías cuando llenaron de incredulidad el corazón del pueblo (Números 13:25-14:12) para no ir a la guerra? Tal vez dijeron: «Ustedes no pueden ir contra los carros de hierro de Jabim y Sísara; serán totalmente derrotados», despreciando así la voz de mando del Señor para avanzar contra el enemigo. Otra posibilidad es que no hayan creído a la voz de mando del Señor y por miedo no atendieron al llamado para la batalla. Era tiempo de adversidad; mas, como había una promesa del Señor de darles la victoria, ellos deberían haber ido al frente, pero se quedaron inmovilizados en sí mismos.

Esta situación nos recuerda lo ocurrido con aquel siervo que recibió sólo un talento en la parábola de Mateo 25. Los tres eran siervos, y cada cual recibió talentos de acuerdo con su propia capacidad para administrarlos. Dos siervos recibieron reconocimiento de su señor, en tanto uno de ellos, el que recibió un talento, recibió duro juicio por su actitud errada.

Cada uno de nosotros que creemos en el Señor Jesús recibió un don del Señor, una capacidad para servirle. Como siervos de Dios, cada uno de nosotros recibió por lo menos un talento (leer Mateo 25:14-30 y 1ª Pedro 4:10). La pregunta ahora es: ¿Qué hemos hecho con esta dádiva de Dios? ¿Cómo hemos respondido a la gracia de Dios? Oh, cómo necesitamos, por la ayuda del Espíritu Santo que nos habita, ser diligentes en ‘negociar’ el o los talentos recibidos de parte de Dios.

A veces nos sentimos tan insignificantes porque tenemos apenas un talento. Nos decimos a nosotros mismos: ‘Yo tengo apenas un talento, aquello allá es para hermanos más crecidos; yo no voy allá, yo no sé predicar el evangelio’. O pensamos: ‘Yo no iré allá a orar en favor de esa persona que está endemoniada, eso es para los hermanos que tienen el ministerio de la liberación…’. Y se retrae. Varias disculpas. Es el mismo espíritu de aquel siervo que tiene un talento: «…tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo…» (Mat. 25:25). Y entonces la sentencia de su señor es: «Siervo malo y negligente … Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos» (Mat. 25:26, 28).

Que el Señor tenga misericordia de nosotros y que en el día de su retorno podamos oír la palabra: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:23). Cuán terrible será aquella sentencia: «Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes» (Mateo 25: 30). Será un tiempo de disciplina, en las «tinieblas de afuera» («fuera del palacio iluminado» – sentido del texto en el original), o sea, fuera del reino milenial del Señor Jesús. ¿Y por qué? Porque el siervo no utilizó aquella capacidad dada por el Señor para pelear la buena batalla, porque en el tiempo presente no quiso ser para el Señor. Recordemos que el Señor nos llama en el tiempo presente para pelear la buena batalla, y él ya nos capacitó para ello. Él repartió a cada uno de nosotros una medida de fe, una medida de gracia, dones de su Espíritu, todo lo que nos es necesario para que, como soldados suyos, participemos de la batalla.

En el lenguaje del Nuevo Testamento, los merozitas no retuvieron lo que tenían y perdieron su corona (Ver Apocalipsis 3:11). Ellos tuvieron la oportunidad de participar en la batalla en favor del Señor, mas no la aprovecharon. Y por eso recibieron juicio sobre sí mismos.

Qué contraste en relación a Jael. ¡Su actitud fue coronada de bendición!

«Bendita sea entre las mujeres Jael, mujer de Heber ceneo; sobre las mujeres bendita sea en la tienda» (Jue. 5:24). Jael, probablemente era una persona simple, no alguien de renombre, no era una de las valientes de Israel, ni aun era judía. En verdad Jael y Heber su marido tenían vínculos con el rey Jabim (Jue. 5:17). Mas, en un momento crucial, ella tomó la decisión de pasar al lado del Señor y Su pueblo, rompiendo los lazos con aquel que era un enemigo declarado del pueblo de Dios.

Ella no tenía en su tienda ningún arma especial para la guerra. ¡De hecho, ella no tenía ningún arma! Mas, en un acto de fe en favor del Señor y de Su pueblo, ella destruyó al comandante del ejército enemigo. A causa de esto, su nombre quedó grabado eternamente por el Espíritu Santo como una que sería bendecida entre las mujeres.

Jael representa a aquellos que por amor al Señor se identifican con Su pueblo y Su propósito. Representa a aquellos que, aunque no tengan muchos recursos en sí mismos –aun desprovistos de dones, de muchos talentos– aprovechan las oportunidades dadas por el Señor y se posicionan del lado del Señor.

He tenido el privilegio de conocer a muchas personas que no están entre aquellos que son reconocidos públicamente, que parecen no tener don alguno, pero que aprovechan cada oportunidad dada por el Señor de actuar como verdaderos soldados de Cristo. Están siempre testificando de su fe en Cristo a sus vecinos, a sus colegas de trabajo. Mantienen una vida oculta de oración con Dios en favor de la iglesia y de aquellos que no conocen al Señor. No son ministros de la palabra, no tienen ningún ‘cargo’ entre los hermanos con los cuales se congregan… ¡Pero cuán fructíferos son en el reino de Dios!

¡A cada oportunidad dada por el Señor de servirle, de levantarse por la causa del Señor, ellos no se restan! Son como Jael. Aunque no tengan las ‘herramientas’ adecuadas para el servicio, mas en la fuerza del Señor realizan lo que es necesario hacer.

Mi querido hermano y hermana, ¡no desprecies los comienzos pequeños! No desprecies el don que hay en ti, aunque sea en pequeña medida. Comienza a servir al Señor en la condición que él te constituyó. Asume tu posición como soldado de Cristo, aunque aparentemente, a los ojos de los hombres, tú seas como Jael, sin condición alguna para la guerra. Recuerda, esto es sólo aparente, pues la palabra de Dios te confirma que tus armas no son carnales, sino poderosas en Dios para destruir fortalezas (2ª Cor. 10:4).

No esperes hasta tener plenas condiciones para así entonces servir al Señor. Algunos están siempre postergando el día en que servirán al Señor. Se dicen a sí mismos: «Cuando me establezca bien, entonces tendré más tiempo y voy a servir al Señor». O: «Voy a dedicarme a estudiar más la palabra de Dios y después voy a empezar a evangelizar a las personas…». Otro aun dirá: «Cuando me compre un automóvil voy a comenzar a visitar a los hermanos que están enfermos». Están siempre esperando tener plenas condiciones para entonces hacer alguna cosa para el Señor. El resultado es que nunca hacen nada. Jael no tenía ningún arma, ¡pero se sirvió de una estaca y de un martillo! Parece que el Señor nos está diciendo a ti y a mí: ‘¿Por qué te demoras? ¿Hasta cuándo tendrás tantas excusas?’.

Débora cita en su cántico a Samgar juntamente con Jael (Jueces 5:6). Él también tuvo la misma actitud de Jael. ¡Con su aguijada de bueyes él hirió a seiscientos filisteos y libertó a Israel! Imagine si Samgar estuviese esperando hasta preparar una espada apropiada para la guerra. ¡Israel habría sido oprimido por el enemigo! ¡Pero bendito sea el Señor, pues él fue poderoso para hacer de la aguijada de Samgar una espada más certera y cortante que cualquiera otra existente!

Oh, mis amados compañeros de luchas, en el combate a que somos sometidos, como nos recuerda el testimonio de las Escrituras, el Señor es poderoso para ayudarnos a «sacar fuerzas de debilidad» (Hebreos 11:34). Dios es poderoso para transformar aquellas cosas insignificantes a los ojos de los hombres en verdaderas realizaciones. ¿Te acuerdas de cuántas personas alimentó el Señor con aquellos dos peces y cinco panes que un muchacho le trajo? ¿Recuerdas lo que Moisés pudo realizar en nombre del Señor teniendo sólo una vara en la mano? ¿Y también de Sansón, que con una quijada de asno venció a tantos enemigos? ¿Recuerdas con qué venció David a Goliat? ¡Todos estos vencieron, realizaron algo para el Señor, porque no se restaron, sino que se presentaron en confianza y fe al Señor con lo que ellos tenían disponible en sus manos! ¡Y el Señor estaba con ellos!

«Dale a Él lo que tú tienes, sé fiel donde estuvieres, haz lo que tú puedas, y él hará lo demás» – A. B. Simpson.

Mis queridos, el día llegará cuando nuestros nombres serán recordados delante del Señor. Que nuestra oración, fe y conducta sean tales que queden registrados juntamente con los de Jael, Débora, Barac y los valientes del Señor! Que el Señor nos libre de ver nuestros nombres grabados juntamente con los de los erozitas, los rubenitas, los aseritas, los galaaditas y los danitas.
«Así perezcan todos tus enemigos, oh Jehová; mas los que te aman, sean como el sol cuando sale en su fuerza» (Jueces 5:31).

Tomado con permiso de http://esquinadecomunhao.blogspot.com.