Solo podemos ser testigos de Cristo en el poder del Espíritu Santo.
…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra».
– Hechos 1:8.
Una mirada necesaria
El libro de los Hechos, el segundo tratado que escribió Lucas, es la perfecta continuación del evangelio que lleva su nombre. Llama la atención que ya llevemos más de 2.000 años de historia de la iglesia; sin embargo, el Espíritu Santo quiso registrar, solo los primeros treinta años. ¿Por qué razón? Porque en estos 28 capítulos vemos una iglesia normal, no una iglesia perfecta, porque mientras estemos en este cuerpo, antes del regreso del Señor, no veremos la perfección, pero sí la normalidad.
Este libro de los Hechos es un espejo donde las iglesias de todos los tiempos y lugares, podemos mirarnos, para comprender cuánto nos hemos apartado del patrón original. Hoy nos adentramos a mirar la iglesia en los Hechos, para mirarnos en este espejo y examinarnos a la luz de él.
Somos una iglesia en restauración; no pretendemos haberlo alcanzado todo. El llamado del Señor es a seguir adelante, y por lo tanto requerimos revisar nuestros orígenes, para descubrir que los elementos que permitieron que la iglesia comenzara con gloria, nos permitan terminar también con gloria. Eso ocurrirá en la medida en que podamos rescatar aquello que hemos perdido.
A nosotros nos toca enfrentar un mundo que cada vez se volverá más hostil a las cosas de Dios y por lo tanto a la fe de la iglesia. Y no podemos mantener la fidelidad al Señor y permanecer encerrados, sino levantar con denuedo el nombre de Jesucristo en medio de la oscuridad que reina en estos días.
No podemos hacerlo si no contamos con los mismos recursos con que la primera generación contó. Porque el Señor es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Por lo tanto, necesitamos volver a nuestras raíces, volver permanentemente a la palabra de Dios y especialmente a este libro para reconsiderar aquello que nos falta, aquello que esté mal y que requiere ser corregido.
Llamados a ser testigos
Veamos ahora el texto base de Hechos 1:8. «…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra». Los dos términos subrayados serán los dos aspectos a abordar, para edificación de todos.
«…y me seréis testigos». Noten ustedes en primer lugar que el Señor Jesucristo está resucitado en el momento en que pronuncia estas palabras a los discípulos. Esta es la última aparición de Jesús resucitado y luego de estas palabras ellos lo verán ascender a los cielos. En la expresión «y me seréis testigos», el Señor no dice simplemente que seremos testigos, sino está diciendo: «Ustedes me serán testigos». O sea, el desafío es a ser testigos de Cristo.
«Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra». Esto vendría a corresponder a la ciudad de Roma, la capital del imperio romano, y es donde termina Pablo dando testimonio de Cristo. Así que en este espejo en el cual nos miramos, una primera consideración es saber si nuestro testimonio es precisamente Cristo. Somos testigos para dar testimonio de Jesucristo.
Pablo escribe a los Gálatas: «Agradó al Padre revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles». La frase «le predicase», es muy importante porque tiene sentido con Hechos 1-8. El mensaje de la iglesia es la persona de Jesucristo. Él es la buena noticia.
Preparados para ser testigos
Ahora, cuando pensamos en ser testigos de Cristo, específicamente, ¿a qué se está refiriendo? ¿Cuál es el contenido de la expresión: «Me seréis testigos»? ¿Serán testigos de mí ante el mundo? ¿Serán testigos de mí ante la sociedad? ¿Cuál es el contenido de eso? Entonces quisiera ahora, en Hechos 1-3, observar que Lucas hace una precisión de un acontecimiento muy interesante.
Dice en Hechos 1-3, refiriéndose a los doce discípulos directos de Cristo durante su ministerio terrenal: «…a quienes también, después de haber padecido», aquí está claramente expresado que esto ocurrió durante su resurrección. «…se presentó vivo a los discípulos con muchas pruebas indubitables, apare-ciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios».
Noten, ustedes, entonces, que en el Señor Jesús hubo una preocupación primordial, de que, una vez que Él resucitó, no ascendió directamente a los cielos, sino que permaneció aun cuarenta días en la tierra, entre sus discípulos. Dice ahí, «apareciéndoseles durante cuarenta días». ¿Con qué propósito? Dice, para presentarse vivo con pruebas que no dejan lugar a dudas de que él estaba vivo y resucitado.
Así que, cuando pensamos en ser testigos de Cristo, el Señor tuvo una preocupación especial de que ellos pudieran presenciar su resurrección, que quedaran absolutamente convencidos; así como fueron convencidos de su muerte, que también fuesen convencidos absolutamente de su resurrección.
Desde el comienzo de su ministerio, el Señor estableció a doce para que, en primer lugar, estuviesen con Él. Es decir, que el Señor Jesús tuvo la intención desde el comienzo de rodearse de estos doce hombres, a fin de que ellos fuesen testigos de Cristo desde el comienzo de su ministerio.
Estos doce habían sido testigos de quién era Jesús, habían sido testigos de su obra y de su enseñanza. Presenciaron con sus propios ojos, fueron testigos de sus enseñanzas, de sus milagros, de su compasión, de su amor. Jesús estaba desde un comienzo constituyendo a sus discípulos en testigos de Él. Pero el Señor Jesús tuvo real preocupación de que ellos fueran convencidos absolutamente de su resurrección.
«…con pruebas indubitables», dice Lucas. Esas pruebas son estas que Lucas menciona en su Evangelio, cuando dice que, en una de las apariciones del Señor Jesús resucitado, se presentó a los discípulos que estaban a puertas cerradas, temerosos. Pero él traspasó los muros de ese aposento, se presentó vivo a ellos y les dijo: «Paz a vosotros». Y les aclaró que no estaban viendo un fantasma.
Entonces les dijo: «Miren mis manos, y palpen», señalando que sus manos y sus pies llevaban las marcas de los clavos de la cruz. Seguramente él quiso conservar esas marcas en su cuerpo de resurrección para que le pudiesen reconocer. Así que los desafía a que miren y que palpen esas heridas y comprueben que él no es un fantasma, sino que había resucitado con carne y con huesos.
«Y como ellos de gozo no lo podían creer, entonces les dijo: ¿Tenéis algo de comer? Y él comió un pedazo de pescado con una parte de un panal de miel, y comió delante de ellos». El Evangelio de Juan agrega que a Tomás le dijo: «Mete tu mano en mi costado», pues él conservaba también la herida de la lanza. Y a Tomás entonces lo desafió a que comprobara que este mismo Jesús que había muerto, había sido levantado al tercer día.
Testigos de Cristo
Así que, hermanos, cuando Jesús está diciendo: «Me seréis testigos», se refiere, por supuesto, a todo lo que implica a Cristo: su persona, su obra y su enseñanza. A lo que él es, a lo que él hizo y a lo que él dijo. Pero especialmente, como vamos a ver a continuación, especialmente a ser testigos de su resurrección. Este es el gran mensaje. Este es el mensaje que la iglesia de hoy, del siglo XXI, al igual que la iglesia del siglo I, tiene que proclamar a viva voz. Nuestro Señor Jesucristo ha resucitado, y está vivo.
Nuestro Señor Jesucristo vive y reina. Él venció a la muerte y está vivo y presente entre nosotros. Si el Señor no hubiese resucitado, todo lo anterior de lo cual los discípulos fueron testigos, solo tendría un valor temporal y no un valor salvífico para nosotros. Es porque el Señor fue resucitado, porque él está vivo, que todo el testimonio acerca de Cristo tiene vigencia y constituye parte de la buena noticia.
Miren entonces el siguiente texto, en Hechos 2:32, en el día de Pentecostés, en el día en que vino el Espíritu Santo, en este glorioso y fundamental acontecimiento, se encuentra uno de estos doce discípulos, Simón Pedro, predicando. Y en el climax de su sermón, él declara esta gloriosa palabra: «A este Jesús resucitó Dios».
Hasta el versículo 31, Pedro había dado testimonio de quién fue Jesús durante todo su ministerio terrenal, hasta terminar crucificado y muerto en la cruz. Pero el testimonio no termina ahí, dice: «A este Jesús resucitó Dios» y, fíjese ahora, «de lo cual todos nosotros somos testigos».
Ahora podemos comprender por qué Jesús tuvo especial preocupación, durante esos cuarenta días, de aparecerse a sus discípulos una y otra vez, hasta convencerlos de manera absoluta, «con pruebas indubitables», de que él estaba vivo y resucitado.
Porque, cuando ellos salieron a proclamar, dijeron: «Nosotros somos testigos de que, a este Jesús que murió y que fue crucificado, Dios lo levantó de los muertos al tercer día. Somos testigos de que está vivo y de que está resucitado».
El testimonio
¿Qué es un testigo? Alguien que ha presenciado o ha oído algo de lo cual entonces puede dar fe, puede dar pruebas, puede dar evidencia. Puede decir: Yo lo oí, yo estaba allí, yo lo vi con mis ojos. Los doce fueron testigos oculares de la resurrección de Cristo. Así que, ¿con qué autoridad pueden decir: «A este Jesús Dios lo resucitó y nosotros somos testigos de que él está vivo y resucitado»?
En Hechos 3:15, Pedro está predicando por segunda vez. Ahora lo hace, no a causa del estruendo que originó la venida del Espíritu Santo, sino a causa de la curación de un cojo de nacimiento, un milagro que hizo que la gente se agolpase en torno a los apóstoles.
Otra vez Pedro levanta la voz y proclama un segundo mensaje, nuevamente dando testimonio. Y les dice a los judíos: «Y matasteis al autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos». Una vez más, su mensaje tiene por proclamación fundamental, la resurrección de Cristo.
En Hechos 10:40-42, por tercera vez, Pedro, uno de los doce testigos, está predicando el evangelio en la casa de Cornelio, el primer gentil que se convirtió a Cristo. Así como Pedro había abierto el reino a los judíos, ahora está abriendo el reino a los gentiles.
Y entonces, al final de su sermón, que fue interrumpido con el descenso del Espíritu Santo, Lucas escribe: «Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre los que oían el discurso» (v. 44). Y mire cómo dice Pedro en este discurso en casa de Cornelio: «A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase» (v. 40). Todo el testimonio acerca de Jesús tiene que terminar no en la cruz, sino en la resurrección.
Así que, en esos cuarenta días en que él estuvo apareciéndose a sus discípulos, fue por disposición del Padre que su Hijo resucitado se manifestase. Y luego nos aclara: «No a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros» (v. 41). Jesús, desde un comienzo de su ministerio, quiso rodearse de estos hombres, porque éstos serían sus testigos a todo el pueblo, también de su resurrección.
Y dice Pedro: «A nosotros». Yo estoy entre esos testigos, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos. Qué importante era que Jesús hubiese comido y hubiese bebido con ellos una vez que estuvo resucitado. «Nosotros somos testigos: él comió y bebió con nosotros, nosotros palpamos las señales de sus manos y de sus pies, y vimos su costado traspasado».
«Y nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos» (v. 42). Eso hace un testigo: da cuenta de lo que vio y oyó, en este caso de Cristo, pero con especial énfasis en la resurrección.
La base de nuestro testimonio
Hermanos, ¿qué tan convencidos estamos de que Cristo resucitó? ¿Tenemos la misma convicción de ellos? ¿Es que nos consta que Cristo está resucitado, solo por el testimonio de los testigos oculares? ¿Es que solo habremos de basarnos en lo que ellos vieron? Aquí entendemos la importancia que el Señor se haya provisto de testigos oculares, no solo de su vida y de su pasión, sino también de su resurrección.
La pregunta para nosotros que estamos en el siglo XXI, es: ¿Acaso nuestra convicción de que Cristo vive y que está resucitado será solo el testimonio de los que fueron testigos oculares? ¿Ese será el único fundamento de nuestra fe en la resurrección de Cristo? Hasta aquí lo que hemos visto es que hay gente como los Doce que puede declarar: «Somos testigos oculares de su resurrección. Él nos mandó que predicásemos al pueblo y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos».
Y en Hechos 13, ahora el apóstol Pablo, que no es uno de los doce, se encuentra predicando en la sinagoga de Antioquía de Pisidia. Y mire cómo Pablo al igual que Pedro, termina diciendo, hablando de Jesucristo: «Mas Dios le levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo. Y nosotros también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres» (30-32).
Pablo se ubica exactamente en la misma línea de las predicaciones de Pedro, y esto es lo interesante, dice: «Y nosotros también». Entonces ahora se agrega Pablo a la lista, aunque no fue testigo ocular en el sentido como lo fueron los doce: «Y nosotros también os anunciamos». Del mismo modo nosotros, hoy, que no fuimos testigos oculares de su resurrección, pero al igual que Pablo anunciamos el evangelio.
Pero mantengo la pregunta, ¿será que nuestro testimonio de la resurrección de Cristo sólo se basa en el testimonio de los que fueron testigos oculares de su resurrección? Si fuese así, cuán importante es que el Señor se haya provisto, y hasta Pablo lo reconoce: hay testigos oculares de la resurrección de Cristo.
Entonces es claro que el mensaje que la iglesia debe proclamar es el Señor Jesucristo. Y que, de él, en particular, tenemos que hacer énfasis en su resurrección. La iglesia proclama un Cristo vivo y resucitado.
Ahora vamos a Hechos 1:8, para enfatizar el otro aspecto que anunciamos: resaltar ahora la palabra poder. «Pero recibiréis poder». La frase comienza con un «pero». Y esto se debe a que los versículos que anteceden al versículo 8, relatan que, en esa última aparición, antes de ascender a los cielos, los discípulos hicieron una pregunta al Señor Jesús: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?». ¿Restaurarás la potestad que tú habías designado para Israel, de colocarlo como cabeza de las naciones? Ellos estaban preguntando por poder político, que Israel fuese puesto como una potencia mundial.
Y el Señor les respondió: «No os toca a vosotros saber, ni los tiempos, ni las oportunidades. Esas cosas las ha puesto el Padre en su sola potestad. Pero recibiréis poder, cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo». No es poder político, sino poder espiritual, el poder del Espíritu Santo. Y ese poder será para que sean sus testigos, para que den testimonio de él al mundo, no para otra cosa.
Miren qué orientador es esto. Para que la iglesia no se desenfoque, para que la iglesia no se desvíe, no sea distraída, ni engañada, ni comience a ocuparse de cosas que no le corresponden, hay cosas que están en la potestad del Padre y deben descansar allí, pero ustedes recibirán poder para ser testigos. El Señor sabía que no sería suficiente con que ellos fueran testigos, aunque fueron testigos oculares de su resurrección. Necesitaban estar revestidos del poder del Espíritu Santo.
Hermanos, si eso fue necesario para ellos, que eran testigos oculares de la resurrección de Cristo, ¿cuánto más lo será para nosotros? Iglesia de Jesucristo, que estamos mirando en este precioso espejo, que tenemos la misión hoy día, de salir a proclamar que Cristo vive, que Cristo está resucitado, tenemos que hacerlo, necesariamente en el poder del Espíritu Santo. Es una condición sin la cual no tendríamos éxito.
Recibiréis poder
Debemos proclamar que Cristo vive, que Cristo venció la muerte, que Cristo está resucitado. ¿Qué pasa si no lo hacemos en el poder del Espíritu Santo? ¿Qué pasa si solo lo hacemos en nuestras fuerzas? Miremos ahora Hechos 1:4-5. «Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días».
Era tan importante que estuviesen revestidos de poder para ser testigos de su resurrección, que Él les dijo: «No se muevan de Jerusalén, no comiencen nada, no inicien ninguna obra, no realicen ninguna acción hasta que reciban el poder del Espíritu Santo».
¡Qué desafío para nosotros hoy! Nosotros no solo tenemos que tener claridad del mensaje que anunciar, del énfasis que hay que hacer, sino también, al igual que la primera generación, necesitamos hacerlo en el poder del Espíritu Santo.
«Mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días». El Espíritu Santo vino en el día de Pentecostés, en el día 50. Ellos tuvieron que esperar diez días, en oración y ruego, estando unánimes, juntos. Y Pedro no se levantó a ser testigo de la resurrección de Cristo, sino hasta que fue lleno del Espíritu Santo. ¡Gloria al Señor!
Volvamos a Hechos 2, versículos 32 y 33. Ya leímos el 32, ¿no es cierto? Antes, cuando Pedro testifica en el día de Pentecostés, dice: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos». Pedro era testigo ocular de la resurrección. Y el versículo 33: «Así que, exaltado por la diestra de Dios». Si Cristo está resucitado, ¿dónde está? Leo ahora esta parte, porque esto tiene ahora relación con el Espíritu Santo, por eso lo omití antes. No sólo está resucitado, sino «exaltado por la diestra de Dios».
Cristo no sólo resucitó, sino que ascendió a los cielos, fue exaltado por el Padre y está sentado a la diestra de Dios. Está entronizado, está en su trono de gloria y de poder, en su lugar de autoridad, desde donde ejerce el poder y gobierna. El Padre que lo resucitó, lo exaltó, lo sentó en su trono de gloria, dándole todo poder en los cielos y en la tierra. «Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís» (v. 33).
Qué hermoso que el descenso del Espíritu Santo fue algo que también se podía ver y que se podía oír. Que, por lo tanto, todos los que presenciaron eso se convirtieron en testigos de la venida del Espíritu Santo. Estoy citando esta Escritura, porque el Espíritu Santo, entonces, se convierte en la evidencia.
Su derramamiento, su descenso, su venida, se convierte en la evidencia de que Cristo está resucitado. Y no solo resucitado, sino también exaltado. Porque si el Señor Jesucristo no hubiese sido exaltado a la derecha del Padre, el Espíritu Santo no habría venido, no habría sido derramado.
Y aquí contestamos la pregunta que quedó planteada. ¿Acaso nuestro testimonio de la resurrección de Cristo sólo se basa en el testimonio de los testigos oculares? No. Hay alguien más, que está presente entre nosotros, que descendió de los cielos, que fue enviado: el bendito Espíritu Santo. Su propia venida, en sí misma, se convierte en evidencia de que Cristo está resucitado y exaltado a la derecha de Dios. Pero como el Espíritu Santo vino y fue derramado sobre la iglesia, entonces se constituye en evidencia infalible, en la evidencia más concreta, la de mayor peso, de que Cristo está resucitado y exaltado.
Poder para ser testigos
En Hechos 4:33 está el perfecto cumplimiento de Hechos 1:8. «Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús». Pero no bastaba ser testigo ocular, sino que había que recibir poder. Dice: «Y con gran poder», ellos daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús.
El texto de Hechos 5:30-32 nos parece tremendo. Pedro, que ha sido arrestado, está compareciendo ante el tribunal judío, el Sanedrín, la máxima autoridad judicial. El Sanedrín reconocía que ellos habían estado con Jesús.
Y en el versículo 30, Pedro declara: «El Dios de nuestros padres», hablando a la autoridad judía, «levantó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándole en un madero». A este, que ustedes mataron colgándolo en un madero, pero que Dios lo resucitó, «a este Dios ha exaltado con su diestra por príncipe y Salvador», no solo juez, sino Salvador, «para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados».
Versículo 32: «Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen». No solo somos testigos nosotros de que Cristo está vivo y resucitado, y de que él está exaltado, sino también el Espíritu Santo es testigo de la resurrección de Cristo.
Entonces, contesto la pregunta planteada con anterioridad: nuestro testimonio de que Jesucristo está vivo y resucitado no se basa solamente en el testimonio de los testigos oculares, de los apóstoles, sino, principalmente, en el testimonio del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es testigo ocular de que Cristo resucitó. Y es el testimonio del Espíritu Santo lo que nos ha convencido también a nosotros de que Cristo vive y reina. ¡Aleluya!
Hermano, ¿tienes el testimonio del Espíritu Santo de que, a Jesús, que fue crucificado, el Padre lo levantó al tercer día y que fue exaltado a la diestra de Dios? El Espíritu Santo, enviado porque Cristo fue exaltado, da testimonio en tu interior, de que Cristo vive. Entonces nuestro testimonio se vuelve poderoso.
Así que necesitamos el poder del Espíritu Santo para ser testigos, no solo para que nuestro testimonio lleve la unción y el poder del Espíritu, sino porque él es testigo de la resurrección de Cristo. Cada vez que el Espíritu es derramado sobre la audiencia, es un testimonio vivo de que Cristo está resucitado y exaltado.
Nosotros damos testimonio y el Espíritu Santo dará simultáneamente testimonio junto con nosotros. Y esa es la única posibilidad de que nuestro mensaje sea efectivo. Nuestro solo testimonio no sería suficiente. Necesitamos que el Espíritu Santo simultáneamente esté dando testimonio de la resurrección de Cristo, porque Él es el único que puede convencer y convertir al mundo.
En este espejo, espero que hayamos podido reorientar de una manera más precisa nuestro mensaje y podamos tomar conciencia de que no podemos levantarnos en medio de la oscuridad que reina en estos días sin hacerlo en el poder del Espíritu Santo. ¿Tenemos conciencia de ello? Nosotros somos testigos, pero también lo es el Espíritu Santo.
Amada iglesia de Cristo, levantémonos en el poder del Espíritu Santo. Tomemos conciencia, estemos siempre plenamente conscientes que no podemos hacerlo en nuestras propias fuerzas; que, si el Espíritu Santo no va acompañándonos, fracasaremos. Sin embargo, en el poder del Espíritu Santo, somos más que vencedores.
Síntesis de un mensaje oral impartido en el
Campamento virtual de iglesias en Chile, en enero de 2022.