Un enfoque bíblico.

Grandes desastres como el ocurrido en Sumatra en diciembre de 2004, con cerca de 300.000 muertos o desaparecidos, producto de un violento terremoto seguido de tsunami, o el gran terremoto ocurrido en Japón en marzo de 2011, también seguido de tsunami, con un saldo devastador de alrededor de 30.000 personas muertas o desaparecidas, inevitablemente hacen resurgir profecías bíblicas que consideran estos desastres como señales antecesoras del fin del periodo de tiempo que ha de transcurrir entre las dos venidas a la tierra del Señor Jesucristo.

Terremotos y juicio divino

En la actualidad se registran varias decenas de miles de movimientos telúricos al año, de diferentes intensidades en distintas partes del mundo, y lógicamente no es posible atribuir cada uno de ellos a la voluntad divina relacionada con juicios sobre la Tierra y sus moradores. No obstante, la Escritura muestra claramente en muchos de sus libros que algunos de ellos son utilizados por Dios como instrumentos de sus juicios o que forman parte de su voluntad en su accionar con el ser humano.

En Mateo 24:7-8 Jesús les da a conocer señales a sus discípulos que marcarían el período previo a su regreso a la tierra. Éstas se relacionan con guerras, con incremento de religiones que imitan al cristianismo y personas que le imitarán a Él, y de terremotos en distintos lugares. De manera coincidente, la revelación que se le entrega al apóstol Juan en Apocalipsis 6, se relaciona de manera importante con estas señales descritas en Mateo 24, previas a su segunda venida a la tierra. Los siete sellos describen eventos semejantes a los que el Señor reveló a sus discípulos en privado en el capítulo de Mateo. La apertura de los primeros sellos revela la falsa cristiandad antes de su regreso, desastres provocados por las guerras, y cuando se llega a abrir el sexto sello, se nombra a un gran terremoto altamente destructor, capaz de remover montes e islas de sus cimientos (Apoc. 6:12-14). Este gran terremoto estaría asociado al retorno de Cristo a Jerusalén.

Además de Mateo, otros dos evangelios recogen las profecías de Jesús dadas a sus discípulos, en donde se refiere a terremotos como anticipo del fin de la época previa a su segunda venida; estos son Marcos y Lucas. Estos tres libros que recogen las enseñanzas de Jesús, señalan que los terremotos ocurrirán en distintas zonas geográficas: «…y terremotos en muchos lugares» (Mat. 24:7); «…y habrá terremotos en diversos lugares» (Mar. 13:8); «…y habrá grandes terremotos en varios lugares» (Luc. 21:11). Este último escrito (el de Lucas) es quien da mayores detalles de ellos, no solo incluyendo el que los terremotos se presentarán en distintos lugares, sino refiriéndose a su magnitud con la frase «grandes terremotos».

Otros pasajes bíblicos en donde se describe a los terremotos como un instrumento del juicio de Dios sobre la tierra y sus moradores se encuentran en Isaías. En el capítulo 24:18 se señala que: «…temblarán los cimientos de la tierra»; en 24:19 se agrega que la tierra será «…quebrantada… desmenuzada… conmovida en gran manera»; y lo propio se repite en 24:20: «Temblará la tierra como un ebrio y será removida como una choza». Entre los efectos del terremoto de Tohoku, Japón, se pueden ver en parte estas potentes predicciones de la profecía, en donde se produjo un desplazamiento del eje de rotación de la Tierra en unos 15 a 17 centímetros y una disminución de la duración del día, estimada en 1.8 millonésima de segundo.

Sobre maremotos o tsunamis, la referencia bíblica más explícita se encuentra en Amos 9:6, donde el Señor muestra que al menos algunos de estos denominados fenómenos naturales formarían parte de su juicio sobre la tierra; «…él llama las aguas del mar y sobre la faz de la tierra las derrama, Jehová es su nombre».

Terremotos épicos

El tipo de cataclismos descritos en Apocalipsis (capaces de remover montes e islas de sus cimientos; Apocalipsis 6:12-14), de seguro no son comparables a los terremotos registrados por el ser humano hasta ahora, ya sea por crónicas de la antigüedad o en nuestra era con complejos instrumentos. No ha sido nunca registrado en la historia humana un terremoto en el grado máximo que considera la escala de Richter, de magnitud diez o sobre diez (denominados «épicos»). Sin embargo, un terremoto capaz de remover islas y montañas, sacándolas de sus cimientos (Apoc. 6:12-14), parece ajustarse más bien a este último tipo de movimientos telúricos. Esta escala, que mide la magnitud de los terremotos, fue establecida por Charles Richter en Norteamérica en 1935 y utiliza una función logarítmica para calcular la energía liberada de los sismos. Esta escala de Richter considera en categoría de «Mayor» un terremoto desde los 7 grados hasta los 7,9 grados. Luego está la categoría «Gran» para clasificar terremotos desde los 8 grados hasta los 9,9 grados. Estos últimos producen devastaciones enormes en una escala de miles de kilómetros. Finalmente está la categoría de terremoto «Épico» de 10 o sobre 10 grados Richter, cuyas consecuencias de devastación son difíciles de imaginar y solo nos queda como referencia lo descrito en Apocalipsis 6.

El mayor terremoto registrado con esta escala Richter, logró medir una liberación de energía tal que fue clasificado en la escala de 9,5 grados, ocurrido en la ciudad de Valdivia, Chile, el 22 de mayo de 1960.

Grandes terremotos en la Biblia

La Biblia registra eventos telúricos cataclísmicos de proporciones épicas (10 o sobre 10 escala Richter). Esto se describe en el libro de Génesis, cuando Dios se encontraba modelando la tierra para hacerla habitable (Gén. 1:9-10). Lo señalado en la Escritura supone una subducción de las bases oceánicas respecto a la de los continentes, para hacerlos a éstos visibles. Estos movimientos de placas tectónicas fueron a escala planetaria, y por tanto de magnitud cataclísmica.

También la Escritura se refiere a terremotos de magnitud probablemente inferior a 10 escala Richter, pero seguramente al menos sobre 7 grados Richter por las consecuencias que se señalan. Por ejemplo, en 1 Reyes 19:11 se describe un terremoto antes que Dios hable a Elías, y si bien el pasaje bíblico señala que Dios no estaba en el terremoto, la Escritura deja entrever que este ocurrió para cumplir sus propósitos en su trato con Elías. Ya en los tiempos de Cristo en la tierra, en el momento de su muerte en la cruz ocurrió otro gran terremoto, el cual removió las tumbas levantándose algunos de los muertos que en ellas yacían, generando gran susto a los que estaban allí, de modo que incluso soldados romanos que custodiaban la cruz reconocieron que habían crucificado al Hijo de Dios (Mat. 27:51-54). A los dos días de la crucifixión se produjo otro gran terremoto (Mat. 28:2), cuando un ángel que descendió del cielo removió la piedra de la tumba donde pusieron a Jesús, para mostrarla vacía a quienes fueron a mirarla.

Terremotos del tiempo final

¿Qué bases científicas existen hoy para sustentar adecuadamente el que nos encontramos en una fase previa o cercana al final de la actual dispensación cristiana sostenida por la gracia del Señor? En relación a los terremotos considerados como indicadores, es difícil precisar si están o no aumentando, y si hay un aumento, poder determinar si este es un incremento en frecuencia (N° de eventos por unidad de tiempo) o en intensidad.

¿Cómo analizar los abundantes datos registrados acerca de terremotos en el último siglo y también en siglos pasados? Generalmente se dice que desde el penúltimo siglo se cuenta con un mayor registro de terremotos porque existen más instrumentos que los detectan. Esto es correcto, pero el punto es establecer qué se quiere significar cuando se habla de terremotos. La palabra terremoto por definición es un movimiento de tierra, que puede ser débil o fuerte. Pero no es esta la definición a la que se refería el Señor en su profecía acerca del tiempo del fin. Se trata, por tanto, de grandes movimientos telúricos como lo dejó registrado Lucas, con consecuencias de desastre visibles y mensurables. En este sentido, no se trata de definir con exactitud de décimas de grado, porque un terremoto con casas derrumbadas y aberturas de la superficie terrestre, con centenares o miles de muertos, cabe dentro del concepto de gran terremoto, ya sea que lo cuantifique con gran precisión en el último siglo un geólogo, con sofisticado instrumental, o que se describa en crónicas por historiadores, o conquistadores que informaban con detalles a sus principados y reinados que los enviaban a tomar posesión de nuevas tierras, como ocurrió con los españoles desde su llegada a América en 1492. Crónicas que han perdurado hasta hoy.

Un gran terremoto por tanto nunca ha pasado inadvertido ni para científicos ni para legos, contándose con un registro confiable de varios centenares de años en múltiples documentos oficiales y en distintos libros publicados. Se ha de recordar que la escritura como medio de comunicación fue única hasta hace pocas décadas, y este registro ha probado ser durable en el tiempo. Basado en este principio, el Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile tiene publicada una base de datos en su página Web con una importante data de registros de movimientos telúricos, que abarca los últimos 500 años, para lo cual se ha basado en información compilada por el sistema de base de datos de terremotos de Estados Unidos. A partir de esta información, se graficó todos los terremotos ocurridos en el mundo en el siglo pasado, cuya puntuación en la escala de Richter fueses de 7 grados o mayor (Figura 1), lo que equivaldría a grandes terremotos, como escribió Lucas.

Entre 1900 y 1997 se produjeron en el mundo 1.960 terremotos de 7 grados o superiores a 7 grados Richter, con un promedio de 20 por año. La Figura 1 muestra la cantidad de terremotos acumulada por cada año en el siglo XX. A esta escala de tiempo (un siglo), no se aprecia una tendencia al aumento de terremotos, a medida que avanzaba el siglo. Al terminar la primera década ocurre un incremento importante, alcanzando hasta 35 terremotos iguales o mayores a 7 grados Richter, pero en los 30 años que siguieron, disminuye la frecuencia de movimientos telúricos grandes, para volver a aumentar entre 1940 y 1959, alcanzando hasta 41 grandes terremotos en un año (1943). Posteriormente baja la frecuencia de estos eventos nuevamente, oscilando entre un máximo de 30 terremotos por año y un mínimo de 5, a excepción de 1957, en que se registró hasta 34 grandes terremotos en un año.

Efectivamente, a partir de los datos analizados de frecuencia de grandes terremotos por año, en escala de varias decenas de años, no se observan tendencias claras de incremento. Esta información por tanto es consecuente con lo que generalmente se escucha de expertos en el tema, en que no existiría un aumento de terremotos en los últimos años respecto a siglos pasados. Se argumenta que la fuerte destrucción observada, sería producto de la mayor población que se asienta en lugares con alta actividad sísmica como Chile y Japón, lo que le daría una magnificación a estos fenómenos.

No obstante, al cambiar la escala comparativa de decenas de años a centenas de años, se tiene un resultado interesante. Nos presenta un gráfico de frecuencia acumulada de grandes terremotos ocurridos entre el siglo XVI y el siglo XX. En los tres primeros siglos el registro de grandes terremotos por año oscila entre 3 y 6. Luego en el cuarto siglo de la serie (siglo XIX), el número de eventos telúricos grandes se incrementa 5 veces respecto a los siglos anteriores, y el siglo XX muestra un incremento 4 veces mayor que el siglo previo, registrando 74 grandes terremotos. De acuerdo a estos datos, habría un incremento de tipo exponencial de estos terremotos en los últimos tres siglos. Por cierto que se puede usar como argumento que este incremento puede deberse a mayor tecnología o una mayor sistematización en el ordenamiento y registro de los datos. Pero ello valdría más al considerar el paso del siglo XVIII al siglo XIX. Sin embargo este argumento no se sostiene tanto al comparar los siglos XIX y XX, porque el trabajo sistemático e instrumental se realizó ya en el siglo XIX y más bien se sofisticó en el siglo XX. Por tanto, el registro de eventos telúricos grandes habría sido adecuado en ambos siglos.

Planeta especial

La corteza terrestre, a diferencia de los otros planetas rocosos del sistema solar, como Venus y Marte, no está formada por una capa compacta, sino que está compuesta por placas. Esto la hace notablemente distinta porque le confiere un importante dinamismo. La Escritura dice directamente, no en forma poética ni metafórica, que la Tierra es distinta a los demás astros porque fue creada de manera especial, fue diseñada para albergar organismos vivos (Isaías 45:18), dentro de un propósito original perfecto que implicaba el morar del Creador con creaturas, con ecosistemas funcionando en perfecto equilibrio y Dios sustentando todos estos equilibrios a través de su palabra poderosa (Hebreos 1:3). Pero el ser humano creado escogió su propio camino, desobedeciendo y yéndose contra lo establecido por su Creador.

Esto trajo consecuencias complejas para el funcionamiento sistémico de la Tierra, desde el surgimiento de espinos y cardos (Gén. 3:17-18), hasta los grandes desastres naturales a los que asistimos hoy. Algunos de ellos generados por el propio accionar del ser humano como el calentamiento global (el que se le relaciona a su vez con el incremento en intensidad y frecuencia de desastres naturales, como tornados, huracanes (Philip-part et al., 2011), y cambios en los patrones de circulación oceánica, que a su vez influye en el comportamiento de los climas de la tierra (Johnson et al., 2011), la destrucción de la capa de ozono, la desertificación, la contaminación de océanos, etc., mientras que otros desastres naturales parecieran obedecer más bien a la pérdida de propósito del plan original establecido por Dios, lo que estaría implicando que si bien aún su mano de poder regula y sostiene grandes procesos en escala planetaria y también otros pequeños como el preocuparse de la alimentación de animales silvestres, algunos de estos portentosos procesos como la dinámica de placas continentales y submarinas ya estarían cogiendo una dinámica propia de los sistemas no dirigidos y que avanzarían por tanto hacia el desorden total, como lo establece la segunda ley de la termodinámica. Todo ello producto del despropósito en que cayó el planeta y sus moradores a causa de la desobediencia humana (Rom. 8:22).

Enfrentando los terremotos

En los últimos 60 años se han producido los sismos más devastadores registrados en la historia (Valdivia, Chile 1960, 9,5°; Alaska 1964, 9,2°; Sumatra 2004, 9,1°; Kamchatka, Rusia 1952, 9°; Japón 2011, 9°; Chile 2010, 8,8°). Es probable, de acuerdo a estos antecedentes y a la profecía bíblica, que estos colosales eventos telúricos seguirán ocurriendo. ¿Cómo enfrentar este problema? Una opción es invertir grandes sumas de dinero en tecnología, que permita proteger a la población. En este sentido, Japón ya lo ha hecho. Es tal vez el país que mejor preparado se encuentra en el mundo, desde el punto de vista tecnológico, para soportar la embestida de movimientos telúricos de gran magnitud, seguidos de tsunamis. Cuenta con edificios antisísmicos con bases móviles, con miles de sensores instalados en zonas costeras para alertar tempranamente de movimientos telúricos y de eventuales tsunamis, información que les llega en tiempo real a los celulares de los ciudadanos japoneses. También desarrollaron barreras naturales y artificiales en las principales zonas costeras para protegerse de tsunamis.

Lamentablemente, todo ello fue absolutamente superado por el devastador sismo seguido de tsunami ocurrido el 11 de marzo de 2011. La prevención humana ante estos cataclismos, aun considerando el gran desarrollo tecnológico actual, resulta por tanto inservible ante las poderosas fuerzas naturales. La alternativa que resta es poner la confianza en Quien está por sobre estas fuerzas naturales, y que tiene por tanto el control sobre ellas y sobre su accionar. Una persona en Santiago de Chile, que se ha declarado atea públicamente, al sentir que el terremoto del 28 de febrero de 2010 llevaba ya unos dos minutos de intensa destrucción sin mostrar signos de terminar, comenzó a rezar desesperadamente la oración del Padrenuestro, según lo confesaba valerosamente la misma persona días después. Tal vez esta sea parte de la respuesta esperada.

Bibliografía

Departamento de Geofísica de la U. de Chile, Servicio sismológico. http://ssn.dgf.uchile.cl/index.html
Johnson C. et al. 2011. Climate change cascades: Shifts in oceanography, species’ ranges and subtidal marine community dynamics in eastern Tasmania. Journal of Experimental Marine Biology and Ecology 400, 17–32.

Philippart. C. et al. 2011. Impacts of climate change on European marine ecosystems: Observations, expectations and indicators. Journal of Experimental Marine Biology and Ecology 400 (2011) 52–69.
Reina Valera. 1995. Santa Biblia.