Edificar nuestra familia con sabiduría de Dios, nos salva de la ruina espiritual.
Todo hombre prudente procede con sabiduría; mas el necio manifestará necedad … La mujer sabia edifica su casa; Mas la necia con sus manos la derriba … Sin bueyes el granero está vacío; mas por la fuerza del buey hay abundancia de pan».
– Prov. 13:16; 14:1, 4.
Hoy hablaremos acerca de sabiduría versus necedad. En Proverbios 14:1, «La mujer sabia edifica su casa», edificar significa construir. La mujer sabia construye su hogar. Pero no solo vamos a hablar de la mujer, sino de los padres edificando su casa, construyendo valores morales, principios divinos, hábitos, buenas costumbres, como nos enseñan las Escrituras.
Ahora, ¿desde qué edad empezaremos a edificar la casa? A veces pensamos que edificar y construir valores en nuestros hijos, debiera ser cuando ellos ya tengan noción de las cosas, es decir, cuando sean más grandes.
Pero, sin duda, hay que comenzar mucho más atrás. Incluso, cuando los hijos aún están en el vientre materno, los padres tienen una responsabilidad muy grande. Esta idea se confirma con lo descrito en Lucas 1:41, donde se relata que, cuando Elisabet es visitada por María, tenía seis meses de gestación. «Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre».
El padre tiene un papel protagónico en procurar el bienestar de su esposa, creando un ambiente de paz, para que ella no sufra tristezas ni preocupaciones. Ya hay una responsabilidad antes de que los niños nazcan. Vaya este consejo principalmente a los esposos: Canten cánticos al bebé en el vientre de la esposa. Hablémosle, oremos y profeticemos sobre él. La construcción comienza desde antes que nazcan.
Como el buey
«Sin bueyes el granero está vacío; mas por la fuerza del buey hay abundancia de pan» (14:4). La cita hace mención al buey. Nos admira la sabiduría del Señor, al usar estos ejemplos del campo. En el evangelio de Mateo 11:28-30, Jesús dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo…». Aquí, el buey es una figura de Cristo.
«Sin bueyes, el granero está vacío». Para los israelitas, tener bueyes significaba estabilidad económica, habría pan, las familias estarían saludables y emocionalmente bien. Pero, si no hay bueyes, no hay esperanza. La figura del buey representa a Cristo, su mansedumbre y humildad.
Si el buey representa la humildad, la perseverancia y el trabajo persistente de un siervo, entonces, tener un esposo con estas características significa que hay un proveedor en el hogar. Se requiere de tal capacidad para proveer a su casa, pero no solo proveer lo material, sino que también traerá paz y bienestar, sustento emocional y espiritual.
El buey está asociado a la mansedumbre, a la humildad, a la experiencia, a la obediencia, al trabajo incesante. El buey tiene la capacidad de mirar el surco y no desviarse. No tiene problemas para ser enyugado y llevar la carga. Si hay que trabajar todo el día, no reclama. Él hace su trabajo y aunque está cansado, sigue adelante. Y aunque a veces sea necesario el aguijón, aprende a aceptarlo.
Es necesario ese tipo de padres para construir valores espirituales, para sembrar un testimonio práctico en el corazón de los hijos. Pidamos al Señor que nos conceda aquello tan maravilloso que escasea en nosotros: la mansedumbre y la gracia de Cristo fluyendo. Y cuando se habla del pan, recordamos el evangelio de Juan 6:41. Jesús dice: «Yo soy el pan que descendió del cielo». El pan suple necesidades; su abundancia señala que hay abundancia de Cristo. Cuando hay esposos o padres con estos rasgos, entonces habrá abundancia de Cristo para ministrar a toda la familia.
Bueyes o novillos
Pero veamos un contraste. Cuando se asocia esto a un buey joven, a un novillo, éste, por su inexperiencia, al ver el yugo, empieza a saltar y se resiste a trabajar. El profeta Jeremías, en el capítulo 31, habla de Efraín como un novillo indómito que se niega a trabajar y debe ser castigado por su rebelión.
El Señor nos exhorta a tener una batalla constante. No debemos detenernos ni descuidarnos. Tiene que ver mucho con este trabajo del buey, que quiere hacer las cosas bien, sin reclamar. No así el novillo, que, incluso antes que el aguijón venga, está resistiendo.
Es necesario considerar estas ilustraciones para entender qué actitudes tenemos en nuestra casa. ¿Qué estamos proyectando en la vida de nuestros hijos? ¿Son las características del buey, donde hay abundancia, fuerza, energía, madurez? ¿O simplemente manifestamos nuestra inmadurez, reclamamos por todo, y culpamos a la esposa, a los hijos o a los hermanos? Y cuando nos quieren disciplinar resistimos, creyendo que estamos bien.
Presidir nuestra casa
En Romanos 12:8, en el contexto de los dones de gracia dados a los santos para servir en la iglesia, hay una aplicación para nosotros como padres, que dice: «El que preside, con solicitud». El que preside en la casa, tiene la responsabilidad de gobernar. Si no preside bien, su familia sufrirá las consecuencias. Los valores y principios morales y espirituales decaerán. De tal manera que nos conviene presidir con solicitud – hacerlo bien.
Presidir también es conducir a alguien hasta llegar al final. Aquellos que presiden deben tener solicitud. La palabra solicitud significa hacer las cosas con esmero, prontitud o amabilidad. ¿Qué está pasando con los hijos? Saber cuándo están tristes, y por qué, debe ser parte de nuestra responsabilidad.
Muchos padres no se dan cuenta cuando sus hijos han caído en una depresión porque les falta presidir, mirar con cuidado, con atención, y tomar el peso de su responsabilidad. El que preside en la casa es responsable delante del Señor. Presidir es llevar adelante hasta terminar la carrera, y llegar bien. No dejar a mitad de carrera a aquellos que estoy conduciendo.
¿Hasta cuándo cuidaremos de nuestros hijos? ¿Quizás cuando se casen, ya no seré más responsable por ellos? Pero ellos se casan, se van, y seguimos preocupados por sus vidas. Ahora, si nosotros no construimos bien antes de que lleguen al matrimonio, ¿con qué temor de Dios se van a casar? ¿Con qué enseñanza práctica, costumbres y hábitos se irán de casa?
Si los dejamos casarse sin haberles dado edificación, su matrimonio puede ser un caos, y a los pocos meses querrán separarse. ¡Qué gran responsabilidad tenemos!
El Señor nos convoca para decirnos: «Eres responsable, ten cuidado», porque finalmente vendrá el tribunal de Cristo, y nos dirá: «¿Qué hiciste con tus nietos y con tus hijos? ¿Qué valores les diste? ¿Qué testimonio dejaste? ¿Cómo proyectaste la vida de Cristo sobre ellos? Oh, Señor, quiero conmoverles un poco y también a mi propio corazón, con esta verdad bíblica.
«Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo». Al esposo responsable de la esposa: ¿Qué hiciste con la esposa, la ayuda idónea que te di? ¿La cuidaste, la amaste, la protegiste? ¿Le fuiste fiel? ¿O quebrantaste el pacto? ¿Te fuiste con los apetitos de tu alma? ¡Señor, ayúdanos!
Somos responsables de llevar la delantera en nuestro hogar, conducir, poner los principios, direccionar los caminos de nuestros hijos, trazándoles el rumbo correcto, con objetivos, y sobre todo con el propósito de Dios con la familia. Seguir batallando y orando por nuestros hijos, incluso por aquellos que ya se fueron de la casa.
La necedad de la carne
Vamos a 1 Samuel capítulo 25. Hay aquí un episodio fascinante, que cautiva el corazón. Se dice en el primer versículo que, al morir Samuel, se juntó todo Israel y lo lloraron, y lo sepultaron en Ramá. Y se levantó David y se fue al desierto de Parán. Allí había un hombre llamado Nabal, del linaje de Caleb, que era muy rico y tenía tres mil ovejas y mil cabras. Su esposa, Abigail, era mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia, pero el hombre era duro y sus obras eran perversas.
El nombre Abigail significa «la que agrada al padre». Este significado lo asociamos de inmediato a Cristo, al recordar las veces en que el cielo se abrió para declarar: «Este es mi Hijo amado, en el cual tengo contentamiento». Para llegar a ser digna de su nombre, Abigail tuvo que vivir un proceso doloroso.
Ella estaba casada con un hombre insensato. El nombre Nabal significa necio. Por eso citamos Proverbios 13:16 y 14:1, hablando de sabiduría y necedad. Abigail estuvo conviviendo mucho tiempo con un hombre que, desde sus entrañas, era necio. Imaginen una esposa lidiando todos los días con la necedad de su marido. ¡Qué difícil es vivir cuando no hay un esposo sabio para tomar decisiones!
Sin embargo, en Abigail no había reclamos ni críticas. Aquel proceso fue largo. No se dice cuántos años estuvo casada, pero ella no dijo: «Me separaré de este necio». Abigail tuvo que ir aprendiendo muchas cosas, hasta llegar a convertirse un día en la esposa de David, quien es una figura de Cristo.
Antes de aquello, David estaba en el desierto, cerca de la hacienda de Nabal. Y allí David y sus hombres cuidaban del ganado de Nabal. David pasaba un mal momento económico. Entre tanto, Nabal estaba de fiesta, estaba esquilando muchas ovejas, y tenía un gran banquete. Entonces David mandó a algunos de sus siervos a saludarlo, a bendecirle a él y a su casa, y a pedirle un poco de pan.
Nabal respondió de manera despectiva: «¿Quién es David, y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay hoy que huyen de sus señores» (1 Sam. 25:10). Y no le dio nada. Volvieron los siervos a traer el recado a David. Entonces éste dijo: «De todo lo que fuere suyo no he de dejar con vida ni un varón» (v. 22). Una actitud necia puede traer la muerte a su casa. Por eso es tan importante actuar con sabiduría, con la gracia de Cristo.
La sabiduría que salva la casa
Entonces Abigail es notificada de esa noticia: que ya venían a traer muerte a la casa. Y el versículo 18 dice: «Entonces Abigail tomó luego doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y doscientos panes de higos secos, y lo cargó todo en asnos. Y dijo a sus criados: Id delante de mí, y yo os seguiré luego; y nada declaró a su marido Nabal» (vs. 18-19). Y lo llevó como un presente para aplacar la ira de David.
Vemos aquí a una mujer que toma una determinación independiente de su esposo, en un acto de sabiduría y generosidad. Seguramente Nabal temía que sus finanzas se debilitasen. Pero aquí tenemos un corazón sabio y generoso. La sabiduría de Abigail era práctica.
¿Cómo está nuestra generosidad? Aprendamos esto, porque si no somos generosos, eso mismo vamos a proyectar a nuestros hijos. Y ellos, cuando se casen, van a tener problemas de economía, porque no querrán compartir su dinero. Hay matrimonios cristianos que se han separado por esta razón.
«Y cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno, y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra; y se echó a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado» (vs. 23-24). Otra virtud que resalta aquí es la humildad de esta mujer. Después del proceso que vivió, se va acercando a lo perfecto. Ella tomó la determinación de ser generosa y humillarse. Actuó con sabiduría y salvó su casa de una condena a muerte.
Vemos cómo ella se postra a los pies de David (tipo de Cristo), reconociendo autoridad. Y aún más, en un momento, ella exclama: «Señor mío», aludiendo a esta figura de Cristo representada en David.
Pero eso no fue lo más relevante. Abigail, para agradar a su señor y complacerle, más adelante, tenía que vivir experiencia tras experiencia, y finalmente denunciar y rechazar a Nabal como aquel espíritu de la carne.
Identificándonos con el pecado
«Señor mío, sobre mí sea el pecado». Nos preguntamos de qué pecado está hablando ella. ¿Acaso ella había cerrado su corazón para no bendecir? Era su esposo, pero aquí hablamos de la unidad espiritual. En realidad, Nabal y Abigail eran una sola persona. Entonces el pecado, la necedad de Nabal, también estaba en ella. Nadie está libre de este espíritu carnal, llamado Nabal, que es inclinado a la maldad y a las perversiones más terribles.
«Sobre mí sea el pecado». ¡Qué humildad! Ella dice: «Él está unido a mí. ¿Cómo me zafo de él? No hay alternativa; Nabal tiene que morir. ¿Será que todos nosotros estamos conscientes de esto?
Recordemos el capítulo 6 de Isaías. Hasta ese día, el profeta no estaba tan consciente de quién era él. En sus predicaciones anteriores, ¡ay!, ¡cómo predicaba al pueblo! Pero, tras su visión, dice: «¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos» (Is. 6:5). Algo maravilloso pasó allí. «Mis ojos han visto al Rey».
Poco nos damos cuenta, pero tenemos que entender que debemos ser ese olor grato. Algunos lo captan antes que otros. Saúl, por ejemplo, quiso rescatar lo mejor de Amalec, una representación de la carne. A veces pensamos que lo bueno de nosotros puede servirle a la obra. No, de ninguna manera. Tenemos que volverlo a decir mil veces. Gracias al Señor por Abigail que nos enseña que la carnalidad debe ser denunciada y debemos darle muerte, pues en la carne nadie puede agradar al Señor.
Encontrando el favor del Señor
Otro punto con respecto a Nabal. Él estaba embriagado y no estaba lúcido como para que ella le aconsejara. Así que, en su sabiduría, ella guardó silencio, esperó en el Señor. Las Escrituras nos hablan de la embriaguez con vino, «en lo cual hay disolución» (Ef. 5:18). El vino es asociado con apetitos carnales. Nuestro Nabal puede embriagarse de muchas cosas.
Aceptemos que la necedad está pegada a nosotros. Si Nabal no muere, tenemos una mala noticia: seguiremos llevando muerte a nuestros propios hogares. Es imperiosa, entonces, nuestra necesidad de Cristo.
¿Qué hizo Abigail para que finalmente Dios hiriera de muerte a Nabal? Se juzgó a sí misma por el pecado de su esposo en ella, y asumió la culpa, una actitud de Cristo. Cristo, al morir en la cruz, tomó y cargó todos nuestros pecados. Ella vino al Señor, juzgó su pecado, lo denunció y se arrepintió. Es lo que tenemos que hacer para encontrar el favor del Señor.
¿Cuál fue el peor pecado de Nabal, como esposo? Él rechazó a David y y no reconoció sus favores. «Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios» (Sal. 103:2). Amado hermano, no pienses nunca que lo que tienes es por tu trabajo. Él nos lo ha dado todo, no hay nada que tengamos que no hayamos recibido. Agradece aun porque puedes respirar y ver. Seamos agradecidos en todo.
Solo la gracia de Cristo
El mayor pecado podría ser que rechacemos al Rey y no lo adoremos, porque Jesús es digno de toda adoración. Tenemos que humillarnos en presencia del Amado, besando y abrazando sus pies cada día.
¿Queremos conscientemente que Nabal muera en nosotros? No existe ninguna otra manera para quitar la necedad y no seguir trayendo muerte a la casa. Si no muere Nabal, jamás será formado Cristo en nosotros. Si tenemos un vivo deseo de ser conformados a la imagen del Señor, nuestra carne, necesariamente, tiene que morir.
Pablo lo dijo de otra manera. «¡Miserable de mí!» (Rom. 7:25). ¿Será que todos estamos conscientes de esta miseria? Miseria significa pobreza. Un hombre miserable es el que no tiene nada. «¡Miserable de mí!». ¿Qué quiso decir Pablo? No tengo ningún recurso para ser fiel. Soy pobre en espíritu. No puedo hacer nada, no tengo nada, no soy nadie y no sé nada.
¡Soy un miserable! Sólo por tu vida, solo por tu gracia, Cristo, es que yo puedo ser un esposo o una esposa conforme al corazón, un hijo conforme a tu corazón, Señor. Solo con tu gracia, solo con tu Espíritu. ¡Señor, ayúdanos, socórrenos en gran manera! Que tengamos un antes y un después de este día; que ganemos un conocimiento maravilloso, pero no para dejarlo en la biblioteca teológica de nuestra mente, sino para vivirlo en nuestros hogares, con nuestras familias.
Esa ha sido la mayor necedad, el mayor fracaso del cristianismo – saber mucho y hacer poco o nada. Somos expertos en disertar acerca del propósito eterno de Dios; pero en nuestra casa, en nuestro trabajo, con nuestra vecindad, ¿qué testimonio hay? ¿Qué hablan los vecinos de usted o de mí? ¿Qué habla su nieto de usted? ¿Qué habla la esposa? ¿Qué habla el esposo? ¡Señor, socórrenos!
Síntesis de un mensaje oral impartido en el
Retiro nacional de iglesias en Rucacura (Chile), en enero de 2023.