Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios”

– Sal. 141:3.

El hablar sale del corazón

«Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mat. 12.34b), dijo el Señor Jesús. El hablar del hombre representa su corazón; revela lo que hay en su interior. Las acciones de alguien no siempre denotan su personalidad, pero a menudo sus palabras sí lo hacen. Las acciones pueden ser tan cuidadosas como para engañar a la gente, pero el hablar no se protege tan fácilmente como para estar bajo un control perfecto. Así, la forma de hablar revela más notoriamente lo que hay en la mente de una persona.

La boca habla de la abundancia del corazón, de lo que se almacena en el interior. Si una mentira o un engaño es expresado por la boca, debe estar también en el corazón. Cuando alguien está en silencio, es difícil conocer su corazón. Pero una vez que abre la boca, su corazón es desvelado. Antes de hablar, nadie puede entender su espíritu; sin embargo, cuando alguien habla, otros pueden tocar su espíritu y discernir su condición delante de Dios.

Habiendo confiado en el Señor, nosotros debemos aprender nuevamente cómo vivir y cómo hablar. Las cosas viejas y las antiguas costumbres ya pasaron. Hoy empezamos de nuevo.

Cómo hablar

Hay algunos pasajes en la Biblia que nos enseñan a hablar. Vamos a considerarlos uno por uno.

  1. Sin mentiras

«Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8.44).

Satanás, el padre de los mentirosos

Cuando Satanás dice una mentira, habla de sí mismo, porque es un mentiroso. Pero hoy es más que un mentiroso; él es el padre de todos los mentirosos. Cuán frecuentes son las mentiras en este mundo. Hay tantos mentirosos como súbditos de Satanás. Ellos mienten por él, porque él utiliza la mentira para establecer su dominio y para desbaratar la obra de Dios. Todos los que pertenecen a Satanás saben cómo mentir y cómo hacer una obra mentirosa.

Tan pronto como alguien es salvo, debe aprender la lección básica de lidiar con sus palabras. Debe aprender a resistir toda mentira, ya sea dicha de manera consciente o inconsciente, y debe abstenerse de pronunciar palabras inexactas, expresiones que sean menos o más que la verdad. Las mentiras de todo tipo deben ser eliminadas entre los hijos de Dios. Si queda algún rastro de ellas, Satanás tiene algo de terreno para atacar.

Por lo tanto, aprende a hablar como haciéndolo delante de Dios. Habla con precisión, evitando toda falsedad. No lo hagas de acuerdo a tu propia preferencia u opinión. Resiste absolutamente toda mentira. El hablar debe ser objetivo, no subjetivo, en su naturaleza, y concordar con el hecho o la verdad.

  1. Sin palabras vanas

«El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mat. 12.35-37).

Los versículos 35-37 se relacionan con el versículo 33 que dice: «O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol».

Podemos ver fácilmente que el fruto aquí se refiere a las palabras y no a la conducta. Si un hombre es bueno, sus palabras seguramente serán buenas; si él es malo, entonces sin duda sus palabras también serán perversas.

Al oír sus palabras, podemos saber qué tipo de persona tenemos por delante. Si alguien siembra semillas de discordia de la mañana a la noche, criticando a la gente, hablando calumniosa y destructivamente, y usando palabras sucias, definitivamente es un árbol corrompido.

No será de ayuda tratar de corregir sus dichos a un hermano o una hermana que de continuo habla palabras malvadas, críticas y pecaminosas. Más bien, se le debe decir sin rodeos que chismear es absolutamente profano. Los nuevos creyentes necesitan saber que sus palabras son sus frutos.

Aquel cuyo corazón es santo hablará con pureza; aquel cuyo corazón está lleno de amor no pronunciará palabras de odio. Por su fruto se conoce el árbol.

  1. Sin malas palabras

«…no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal» (1 Ped. 3.9-12).

Un tipo de expresión que nunca debe provenir de una boca cristiana son las palabras sucias. Los insultos son palabras de injuria y de maldición. Un hijo de Dios no puede devolver mal por el mal, o insulto por insulto.

La marca del dominio propio

«Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Stgo. 3.2). Si alguien puede o no controlarse, depende de si es capaz de refrenar sus palabras. Para juzgar si él tiene el fruto del Espíritu en cuanto al dominio propio, solo tenemos que observar cómo controla su lengua.

¿Sabes qué es el dominio propio? A menudo, los hermanos y hermanas tienen un concepto errado sobre este asunto. Piensan que el autocontrol como fruto del Espíritu Santo significa la moderación – el camino medio. No, el autodominio aquí no es más que el control o gobierno sobre sí mismo.

En otras palabras, la capacidad de poder controlarse a sí mismo es fruto del Espíritu Santo. ¿Cuál es la marca por la cual puede ser reconocido este fruto del Espíritu Santo? Santiago nos dice que si un hombre es capaz de frenar su lengua puede refrenar todo su cuerpo. Un hombre así tiene autocontrol.

Una lengua suelta delata una vida suelta. El que habla sin pensar lleva una vida descuidada. Hablar demasiado hace que una persona se vuelva desordenada. Que los jóvenes creyentes aprendan a refrenar su lengua.

¿Deseas que Dios en su misericordia trate contigo? Permíteme decirte: si él puede lidiar con tus palabras, entonces él ha encontrado la manera de tratar contigo. Para muchas personas, sus palabras son el centro de su ser; sus palabras sirven como su columna vertebral. Disciplinando las palabras, la persona será disciplinada.

Si el problema de las palabras de alguien se resiste a romperse, tal persona permanece inalterada. Para determinar si alguien puede controlarse a sí mismo, no mires su apariencia exterior (porque eso puede ser engañoso); solo habla con él durante media hora más o menos. Entonces lo sabrás. Tan pronto como alguien habla, es conocido. Nada revela más de una persona que sus palabras.

Cómo oír

Sobre el tema del habla, debemos prestar atención tanto al oír como al hablar.

  1. Resistiendo un oído con comezón

¿Puedo ser franco contigo? Si los hermanos y hermanas supieran escuchar, la iglesia se libraría de muchas palabras inadecuadas. La razón por la cual hay tantas expresiones inapropiadas en la iglesia es porque muchos quieren oírlas. Puesto que existe tal deseo, existe tal fuente de suministro.

¿Por qué los hombres tienen tanta crítica destructiva, calumnias perversas, palabras inmundas, palabras de doble sentido, mentiras y palabras de contienda? Es porque muchos están dispuestos a escuchar. Cuán traicionero, deshonesto y contaminado es el corazón humano que ansía oír palabras tan poco edificantes.

Si los hijos de Dios supieran qué palabras hablar y cuáles no hablar, naturalmente sabrían qué oír y qué no oír. Lo que escuchas te traiciona, revelando qué clase de persona eres.

  1. Hacer oídos sordos

«Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones» (Sal. 38.13-14). Cuando la gente hable de manera inadecuada, sé tú como un hombre sordo que no oye. Que digan lo que quieran, pero no escuches. O, en lugar de ser sordo, puedes testificarles, incluso reprenderlos, diciendo: «¿Quién crees que soy yo, que echas toda esa basura sobre mí? Creo que un cristiano no debería decir estas cosas. No son apropiadas para un creyente».

Hay una gran bendición en aprender a ser sordo y mudo, porque hablar y escuchar son tremendas tentaciones. Que los jóvenes creyentes sepan cómo vencer.

Traducido de Spiritual Exercise
Exercise Thirty-Seven