La carta del Señor a la iglesia en Éfeso revela el comienzo de la decadencia.

Cuando uno mira el libro de los Hechos y ve toda la gloria de la Iglesia del primer siglo –una iglesia que todos hasta el día de hoy añoramos y admiramos– resulta difícil aceptar que esa iglesia, asombrosamente, a finales del primer siglo, comenzó a decaer. Y a Juan, el único de los apóstoles vivos, sobreviviente de los Doce, le tocó presenciar esa decadencia. Dios quiso preservarlo hasta ese tiempo, para que él la contemplara. Pero no sólo para que contemplara esa decadencia, sino por sobre todo para que nos mostrara el camino de regreso. ¡Alabado sea el Señor!

Juan, siendo probablemente el más joven de los apóstoles, fue –no obstante– el último en ser levantado por Dios para hablar. Antes de él, hablaron el apóstol Pedro y especialmente el apóstol Pablo. Pero estos dos ya se han ido; han dado sus vidas por Cristo por allá por el año 67 d. C. aproximadamente. Juan los ha sobrevivido y es muy probable que sea el único sobreviviente de los doce apóstoles. Han transcurrido –después de Pedro y Pablo– entre 25 y 30 años. Muchas cosas han sucedido y han cambiado durante estos años. Juan está anciano, de casi cien años, y entonces se levanta para hablar.

Al parecer, a la muerte de Pablo, el apóstol Juan sintió la responsabilidad de suceder en alguna manera al apóstol Pablo. De hecho, según el testimonio de los padres apostólicos, el apóstol Juan se estableció precisamente en Éfeso a la muerte de Pablo. Desde allí habría escrito sus tres cartas por allá por los años 85-95 d. C.

Por lo tanto, son las cartas de Juan y su Apocalipsis las que dan cuenta más exactamente de la decadencia.

Las cartas juaninas demuestran que a esa altura de la historia de la iglesia los falsos maestros pululan por las iglesias, el espíritu del anticristo ya ha aparecido en el mundo y la filosofía griega con su racionalismo está reemplazando la revelación.

Pero el gran aporte del apóstol Juan a la totalidad de la revelación divina no está tanto en que Dios lo dejara vivo para presenciar el inicio de la decadencia de la iglesia del primer siglo, sino en que frente a este hecho, revela la solución al problema. Pero no sólo nos presentará el camino para regresar a la normalidad, sino que además, en el glorioso Apocalipsis de Jesucristo, vio y profetizó la restauración completa de la iglesia. Su testimonio fue que bajo un cielo nuevo y una tierra nueva «…yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Apoc. 21:2).

El Apocalipsis de Juan contiene siete cartas del Señor Jesucristo a siete iglesias de Asia: Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Llama la atención que de las siete iglesias, solamente dos no reciben reproche de parte del Señor. Las cinco restantes no tienen la aprobación divina. Este hecho confirma la situación de decadencia que ya experimentaban las iglesias a finales del siglo primero.

Éfeso, la primera carta

Al hablar de Éfeso, estamos hablando de una iglesia del primer siglo que fue seleccionada por el Espíritu Santo como ejemplo para hablar lo que el Espíritu quería decir a las iglesias de todos los tiempos. Además, fue seleccionada en primer lugar de entre las siete. Ahora bien, si lo que tenemos en estos siete mensajes a las siete iglesias fuera el espectro completo de los posibles estados espirituales de cualquier iglesia en cualquier época, entonces, el hecho que el mensaje a la iglesia de Éfeso se presente en primer lugar, indicaría que aquí encontramos el principio de la decadencia de la iglesia. La iglesia del primer siglo comenzó a decaer cuando perdió su primer amor. En este sentido, Laodicea representa el estado postrero en que puede caer una iglesia que ha perdido su primer amor: Dejar a Cristo fuera de ella.

Si el estado espiritual de la iglesia de Éfeso representa en términos generales la realidad de toda la iglesia del primer siglo, podemos decir, entonces, que el primer amor en la iglesia comenzó a perderse a fines del primer siglo. Por eso, resulta pertinente preguntarnos si el primer amor ha sido parte de nuestra experiencia de iglesia, o es más bien una verdad todavía a restaurar. Es innegable que a partir de la Reforma protestante, el Señor empezó su obra de restauración. La justificación por la fe, la sanidad divina, el bautismo en el Espíritu Santo, los ministerios y otras, son verdades que claramente el Señor ha restaurado para su iglesia. Pero ¿podemos decir con la misma claridad que el primer amor también lo ha sido? La respuesta a esta pregunta dependerá, obviamente, de lo que entendamos por «el primer amor».

La calidad de la iglesia de Éfeso

Veamos. ¿Qué clase de iglesia era Éfeso cuando el Señor tuvo que reprocharle la pérdida de su primer amor? Si no tuviésemos la Escritura, nos parecería que Éfeso era una iglesia, mundana, fría, carnal, perezosa, etc. A nosotros nos parecería que después de decirle el Señor a esta iglesia: «Yo conozco tus obras», lo que encontraríamos sería algo así: «Conozco tus celos, tus divisiones, tus carnalidades, tus pecados sexuales, etc.». Pero, ¿es esto lo que encontramos? No, rotundamente no. Lo que encontramos es una descripción tan impresionante, que a nosotros nos parece que en ella encontramos el modelo de espiritualidad al que toda iglesia aspira y debe aspirar. ¿No le parece?

Las obras de esta iglesia son: Conozco «tu arduo trabajo y tu perseverancia, y que no puedes soportar a los malos, has probado a los que se dicen ser apóstoles y no lo son, y los has hallado mentirosos. Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado». También tienes esto: «que aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco». En esta descripción no hay indicios de carnalidad ni de mundanalidad; lo que hay aquí es madurez, santidad, discernimiento, templanza, estabilidad. Todas son cualidades destacables, dignas de imitar, recomendables para la iglesia de todos los tiempos. ¿Habrá algo mejor o mayor que esto?

Nuestra situación

Ahora bien, si esta es la iglesia a la que el Señor le reprocha haber perdido su primer amor, ¿qué queda para nosotros? ¿Se da cuenta que haber perdido el primer amor no es algo tan grosero como pensábamos? No es algo tan simple; por el contrario, es algo profundo. Y estoy seguro que ni la misma iglesia de Éfeso estaba consciente de su verdadero estado. Sólo el que camina en medio de los siete candelabros de oro, nuestro bendito Señor Jesucristo, podía verlo y revelarlo.

Si nosotros no somos en este momento esta clase de iglesia como Éfeso –y a lo mejor anteriormente tampoco– la pregunta entonces es: ¿El primer amor para nosotros será algo que perdimos o que nunca hemos tenido? Hoy también el Señor de la iglesia nos dice: «Yo conozco tus obras», y usted sabe lo que sigue en su caso. ¿Cree Ud. que sería algo parecido a Éfeso? ¿Cree usted que lo que nos diría sería algo parecido a Éfeso? Y si no es así, ¿el primer amor habrá sido entonces nuestra experiencia?

La pérdida del primer amor, algo grave

Por otra parte, la admonición del Señor a esta iglesia revela que la pérdida del primer amor, a pesar de todas las virtudes, no es algo menor, sino de una gran gravedad. El Señor le dice: «Recuerda, por tanto, de dónde has caído, arrepiéntete y haz las primeras obras, pues si no te arrepientes, pronto vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar». Frente a tal exhortación Éfeso no puede decir: «¿Qué es un defecto entre tantas virtudes? … Por lo demás, ¿quién es perfecto?». La pérdida del primer amor es de una gravedad tal que, de no corregirse, significará más temprano que tarde la desaparición de la iglesia. A los ojos de Dios, esta iglesia no tiene otro remedio que arrepentirse; de lo contrario, el candelero de ella será quitado de su lugar. ¿Qué quiso decir el Señor con esto?

Según el capítulo 1 de Apocalipsis, los siete candeleros son las siete iglesias. Por lo tanto, lo que el Señor quiso decirle a la iglesia de Éfeso es que su pérdida de la visión del Señor –si no se arrepentían– les haría perder la esencia de la iglesia. En otras palabras, dejarían de ser iglesia. Probablemente seguirían existiendo, como cualquier otra cosa, menos como iglesia de Jesucristo.

La pérdida del primer amor ha significado ni más ni menos que una caída. «Recuerda de dónde has caído». ‘Antes estabas en la cima; ahora estás en el valle’. Pero ¿cuál era en definitiva el problema? ¿En qué consiste el primer amor? Para responder estas preguntas sugiero que vayamos desde el contexto general del libro a las partes.

La revelación de Jesucristo

En primer lugar, la forma en que Jesucristo se presenta a cada iglesia corresponde a su necesidad. Es decir, la revelación de Jesucristo para esa iglesia específica, no sólo descubre el problema o pecado de ella, sino que provee la solución. Pues bien, ¿cómo se presenta Jesucristo a la iglesia en Éfeso? Como «el que tiene las siete estrellas en su diestra» y como «el que camina en medio de los siete candelabros de oro». Ya vimos que esta última oración significaba que sólo el Señor Jesucristo conocía verdaderamente el estado de las iglesias. Pero la expresión «el que camina en medio» indica también que Jesucristo es el centro de la iglesia. Por lo tanto, la pérdida del primer amor tendría relación con el hecho que Jesucristo ya no era el centro de la iglesia. Más exactamente, que el amor a Cristo había dejado de ser la motivación central y fundamental de la iglesia.

El primer amor es fruto del árbol de la vida

En segundo lugar, en la promesa final de la carta, el Señor promete al vencedor, esto es, al que se arrepiente y vuelve a las primeras obras, darle «a comer del árbol de la vida, que está en medio del paraíso de Dios». ¿Por qué esta promesa? Porque el árbol de la vida representa el vivir por medio de la vida divina. Si la iglesia de Éfeso había dejado su primer amor, esto es, el amor de Cristo, quiere decir entonces, que lo que en definitiva había abandonado esta iglesia era ese vivir por medio del árbol de la vida; porque la vida de Dios se expresa esencialmente en el amor. Pero no estamos hablando aquí de cualquier amor, sino del amor de Cristo, del amor divino. La iglesia de Éfeso había dejado de comer del árbol de la vida y, al hacer eso, había dejado de vivir en el primer amor. El primer amor es el amor que le debemos al primero, el cual es Cristo. Pero ese amor es imposible manifestarlo sin el árbol de la vida. Ese amor no es fruto nuestro, no es un fruto que nosotros podamos producir – es el fruto del Espíritu.

La vida es fruto de la comunión con Cristo

En tercer lugar, ¿cómo es que la iglesia de Éfeso dejó de comer del árbol de la vida? La respuesta es una sola: Dejó la comunión con el Señor Jesucristo, dejó la dependencia de él. Cuando recién comenzó, esta iglesia había dependido absolutamente de Dios para su salvación. Y cuando recién comenzaba a caminar, como no sabía nada y vivía en una ignorancia santa, su dependencia del Señor era total. Pero ahora esta iglesia tiene cuarenta años de edad. Con el tiempo aprendió a hacer las cosas, aprendió a caminar sola, sabe predicar, sabe evangelizar, sabe orar. La dependencia del Señor se volvió relativa y –al dejar poco a poco de vivir por medio de la vida divina y, por tanto, del primer amor– tuvo que empezar a sostenerse en sus propias fuerzas, y la motivación central para hacer lo que hacía –al no ser el primer amor– fue el deber, la responsabilidad y la obligación.

Por lo tanto, aunque las obras de esta iglesia eran exteriormente perfectas, tenían una fisura mortal, que de no corregirse rápidamente traerían la ruina total. Porque la pregunta es la siguiente: Si nuestro servicio al Señor no se sustenta en el amor a él, ¿cuánto tiempo nos sostendrá el deber, la responsabilidad, la obligación o cualquier otra motivación?

La iglesia de Tesalónica

En este sentido, es interesante comparar esta iglesia de cuarenta años con la de Tesalónica, por ejemplo, que tenía seis meses de edad, aproximadamente, cuando el apóstol Pablo le escribió su primera carta. En el versículo 1:3 Pablo les dice: «Acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo». Es interesante notar que Pablo menciona las mismas tres cosas que Éfeso: Obras, trabajo y perseverancia. Pero aquí el énfasis está en la fe, el amor y la esperanza.

Los tesalonicenses no tienen simplemente obras, sino obras de su fe; no tienen solamente trabajo, sino trabajo de su amor; no tienen sólo perseverancia, sino constancia en la esperanza. ¿Ve el matiz? Esto se hace más claro aún cuando miramos en la carta que el mismo Pablo escribió a los efesios. La iglesia de Éfeso tenía 8 años de edad, aproximadamente, cuando Pablo les escribió. En el 1:15 Pablo dice: «Por esta causa también yo, habiendo oído de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor para con todos los santos…que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado…». Aquí el énfasis es tal en la fe que las obras no se mencionan –están implícitas–, se menciona el amor pero no el trabajo, y se menciona la esperanza pero no la constancia. Pero 32 años después solamente hay obras, trabajo y perseverancia. No hay ninguna mención de fe, amor o esperanza. La palabra amor del versículo 3 (de Apocalipsis 2) no está en el texto griego.

Las primeras obras

La clave, entonces, para la iglesia de Éfeso, estaba no sólo en que recordara de dónde había caído y que se arrepintiera, sino especialmente en que volviera a hacer las primeras obras. ¿Y cuáles eran éstas? Ya dijimos que esta iglesia al principio vivía en una dependencia absoluta de su Señor. ¿Y cómo expresaba la iglesia esta dependencia? En que hacía de la comunión con la cabeza de la iglesia su actividad principal y prioritaria. No sólo tenía comunión con el Señor, sino que ésta era su primera obra. Cuando la mujer del «Cantar de los cantares» descubre la causa de su ‘negrura’, dice: «No reparéis en que soy morena, porque el sol me miró. Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas; y mi viña, que era mía, no guardé» (1:6).

El problema está en que hemos estado ocupados en el trabajo de las viñas y hemos descuidado nuestra propia viña. Y, ¿cuál es la viña nuestra que jamás debimos haber descuidado y que explica nuestra ‘negrura’? Esa viña es Cristo; nuestra comunión personal con él. No hay problema en cuidar las viñas de la obra del Señor mientras no descuidemos al Señor de la obra. Él es nuestra prioridad. El Señor no sólo es mi viña, sino la primera viña.

Al respecto, llama la atención que el principal obstáculo que tenemos para buscar juntos al Señor es la imposibilidad práctica de juntarnos. Nuestras agendas están tan ocupadas y estamos tan llenos de actividades, que literalmente no tenemos tiempo para la comunión con el Señor de la obra. ¡Hermanos! ¿Nos damos cuenta de la gravedad de lo que nos está pasando? Lo que el Señor Jesucristo dijo a la iglesia de Éfeso necesitamos oírlo también nosotros.

La inspiración bendita de las Escrituras por el soplo de Dios quiso que de estos siete mensajes a las iglesias, el de Éfeso fuese puesto en primer lugar, y yo creo que eso tiene un sentido. Así como también tiene un sentido que el mensaje a Laodicea esté puesto en el último lugar.

Entonces, el hecho de que Éfeso esté en primer lugar –una iglesia a la cual se le reprocha haber abandonado su primer amor– es para que nos quedase claro a todos nosotros que la decadencia comenzó el día en que ella comenzó a abandonar su primer amor. Si no estuviera el versículo 4, que registra este reproche, esta sería una carta extraordinaria. Y ustedes leen la carta a los Efesios, escrita por el apóstol Pablo, y también es una carta extraordinaria, una iglesia a la cual se le podía hablar de las profundidades del Señor, de las riquezas de pleno entendimiento.

Pero cuarenta años después, Dios usa a Juan para hablarle a esta iglesia, y yo creo que ni la misma iglesia en Éfeso podía examinarse a sí misma y notar esta deficiencia, porque todo parecía tan bien, todo se veía tan perfecto; hay tanta aprobación del Señor a todo lo que se hace.

Pero el ojo de Dios, que puede ver lo que nosotros no vemos, que ve el corazón, detectó que había una falla. Algo había comenzado a declinar, que todavía no tiene grandes efectos; pero el día en que comienza a perderse eso, comenzamos a caer. Esa es la importancia que tiene el hecho de que Éfeso esté en primer lugar. El Señor nos está diciendo que por aquí comienza la decadencia, la ruina de la iglesia – cuando comenzamos a abandonar el primer amor.