De este evangelio llegué a ser servidor como regalo que Dios, por su gracia, me dio conforme a su poder eficaz. Aunque soy el más insignificante de todos los santos, recibí esta gracia de predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo, y de hacer entender a todos la realización del plan de Dios, el misterio que desde los tiempos eternos se mantuvo oculto en Dios, creador de todas las cosas. El fin de todo esto es que la sabiduría de Dios, en toda su diversidad, se dé a conocer ahora, por medio de la iglesia, a los poderes y autoridades en las regiones celestiales, conforme a su eterno propósito realizado en Cristo Jesús nuestro Señor. En él, mediante la fe, disfrutamos de libertad y confianza para acercarnos a Dios. Así que les pido que no se desanimen a causa de lo que sufro por ustedes, ya que estos sufrimientos míos son para ustedes un honor».

Efesios 3:7-13, NVI.

Amados hermanos, lo que hemos leído en Efesios 3:7-13 es un resumen de todo lo que Dios se ha propuesto en sí mismo. Se habla aquí de un eterno propósito de Dios, de un plan que estuvo oculto en su corazón desde la eternidad. En ese plan estaba el hecho de que Dios, un día, asumiría la forma humana; Dios, en el futuro, iba a compartir su imagen, su vida, su gloria, con una raza de seres creados a su imagen y a su semejanza.

Dios, en sí mismo, tenía oculto este deseo de, un día, hacerse hombre. Y, al crear al hombre, Dios tendría una familia de muchos hijos. En el principio de las cosas, primero está Dios, el Eterno, que no tiene principio ni fin. Y él tiene un plan eterno. En su naturaleza siempre existió un deseo: Un día, él haría una criatura, y él mismo se convertiría en un hombre. Es decir, un ser espiritual, un ser invisible, se haría visible; un ser incorpóreo se haría corpóreo. ¡Bendito sea Dios!

El texto que hemos leído nos dice que Dios realizó este plan en la persona del Señor Jesucristo. Aquello que era un misterio fue revelado en la persona del Señor Jesucristo, y esto constituye el anuncio apostólico. Al apóstol Pablo le ha sido revelado este misterio y lo ha predicado a las naciones, dando a conocer cuál era la dispensación de ese misterio oculto en el corazón de Dios y que ahora Dios ha revelado por su Espíritu a los santos apóstoles y a los profetas.

En Génesis vemos el origen del pecado, el origen del mal, el origen de los ángeles, el origen del hombre, el origen de la caída; y vemos el evangelio, que aparece como la redención para salvar al hombre caído. De todos estos, quiero destacar el origen del pecado, dentro del contexto del propósito eterno de Dios.

La Creación y sus Ajustes Finos

En estos días en que la ciencia ha avanzado tanto en conocer los orígenes del universo, los científicos hablan de un ajuste fino en el universo. Eso significa que, en la enorme complejidad de los astros, las estrellas, las galaxias, existen ajustes tan finos que, si hubiera allí un pequeño error, sería suficiente para causar un estrago de inconmensurables proporciones.

Si la tierra estuviera tan sólo unos grados más cerca del sol, moriríamos achicharrados por el sol. Un pequeño error en un grado de la tierra, en su aproximación al sol, causaría estragos aquí. Los científicos están admirados de que no puede ser tanta la coincidencia para que aparezca la vida en un planeta como la tierra. Y se habla de que no sería tan descabellado pensar en la teoría de Copérnico de que la tierra era el centro del universo. Bueno, y en cierta razón, si no existe otro lugar en el universo como la tierra, donde tienen que darse tantos detalles, tanta finura, tanta exactitud, para dar lugar a la vida, quiere decir entonces que Copérnico no estaba tan errado.

Hoy sabemos que la tierra gira en torno al sol; pero Copérnico decía que todo giraba en torno a la tierra, y desde la perspectiva bíblica, deberíamos pensar que esto es así. Porque aquí en la tierra es donde Dios quiso manifestar concretamente su eterno propósito; él escogió este escenario, y para desarrollar su plan, hizo converger una multitud de detalles finos.

Entonces, si Dios es el Dios de los ajustes finos, él creó un hombre pensando que un día él mismo se haría hombre. Ahora, en la teología, encontramos muchas veces el énfasis de que Dios se hizo hombre por causa del pecado. Pero Dios tenía la idea de hacerse hombre aun cuando el hombre no hubiera caído en pecado. Cuando Dios terminó la obra de la creación y miró lo que había hecho, comprobó que lo que había hecho era bueno en gran manera. Aquel era un hombre capaz de no pecar, aunque también era capaz de pecar.

¿Y diremos que Dios tiene la culpa de la caída del hombre, porque ha hecho a un hombre capaz de pecar? En ninguna manera, pues Dios no quiere que el hombre peque. Dios quiere, en las edades venideras, compartir con esta criatura su vida, su reino y su gloria. La raza humana es única en el universo. El único que tiene la imagen y la semejanza de Dios, es esta criatura humana.

Y por lo tanto, el hombre es un ser muy especial para Dios, porque el hombre es aquello que Dios ha escogido para revelarse a sí mismo, para expresarse a sí mismo. De tal manera que el hombre no es cualquier cosa. Dios no escogió hacerse jirafa, ni elefante, ni mariposa, ni siquiera ángel. Él determinó hacerse hombre. Este era su secreto escondido. ¡Gloria al Señor!

Cuando Dios creó a este hombre, en el hecho de que lo haya creado con la posibilidad de pecar y de no pecar, hay un sello de lo que Dios es. Dios tiene una autodeterminación, una autoconciencia; tiene una voluntad propia, que lo hace tomar decisiones.

Si el hombre va a ser una criatura que lleva impresa la imagen y la semejanza de Dios, ha de ser un hombre parecido a Dios en ese sentido – que el ser humano, autoconsciente, capaz de tomar decisiones, elija voluntariamente amar a Dios y obedecerle. Esto lo hace responsable de sus actos; de lo contrario, el hombre no sería hombre sino una máquina, predeterminado en su acción, programado sólo para decir que sí a su Creador.

El Pecado, un Desajuste Fino

¿Y en qué consiste el pecado, entonces? El pecado consiste, básicamente, en no estar de acuerdo con Dios. El pecado consiste en que una criatura hecha por Dios, dotada de autodeterminación, en vez de optar por acatar los designios de Dios, opta por el desacuerdo con Dios. Ahora, Dios no quiere que el hombre no esté de acuerdo con él; lo que más quiere Dios es que el hombre esté de acuerdo con él. El pecado entonces, es un acto de desacato a la voluntad de su Creador; eso es un desajuste fino.

Ya conocemos la historia del origen del mal, antes de la caída del hombre. Cuando Dios comunicó a los ángeles que un día, en el futuro, él compartiría su reino con una criatura llamada hombre, y que no pondría el reino en sujeción bajo los ángeles sino bajo el hombre, y cuando los ángeles supieron esta noticia –y esto se deduce por lo que dice Hebreos 2:5–, entonces el ángel principal empieza a concebir en su corazón un desacuerdo con Dios, y allí comienza el origen del mal.

La maldad fue hallada en un ser creado por Dios, y consiste básicamente en no estar de acuerdo con Dios. Un desajuste fino, un detalle; tal vez algo insignificante. El ajuste fino es de parte de Dios y el desajuste fino es por parte de la criatura.

En el universo de Dios, en la grandeza de la creación, hay ajustes tan finos como éste: En este sistema planetario, hay un conjunto de planetas que giran en torno al sol, y hay uno de ellos llamado Júpiter, que tiene una masa mucho más grande que la de la tierra, y posee una gran fuerza centrípeta, capaz de atraer a muchos cuerpos celestes, y esos asteroides son atraídos por la masa de Júpiter, y de esa manera protege a la tierra. Un detalle, ¡pero qué detalle!, porque si Dios no hubiera hecho ese planeta más grande que la tierra, esas piedras darían contra nosotros.

Amados hermanos, cuando Dios coloca al hombre en este planeta, la serpiente estaba aquí. Aquel ángel que es un ser espiritual, incorpóreo, que tiene esta capacidad de aparecer y desaparecer, de tomar forma humana, aquí toma la forma de una serpiente. Y esta serpiente, en la Biblia, tiene muchos nombres: Satanás, diablo, el dragón, la serpiente antigua.

Y esta criatura rebelde, que en los cielos creó un caos, y quiso levantar un reino competitivo contra el reino de la luz, creó un reino de tinieblas en torno a sí, sobre la base de la rebelión, es decir, sobre la base del pequeño detalle de no estar de acuerdo con Dios, de no querer ajustar su voluntad con la voluntad de Dios. Dios quiere compartir, en el futuro, su vida, su reino, su gloria y su imagen, con una criatura llamada hombre; pero el ángel dice. ‘Yo no estoy de acuerdo con eso’. Un pequeño detalle, que causa un estrago en los cielos.

Apocalipsis 12 nos dice que el dragón, la serpiente antigua, lleva en su cola un tercio de las estrellas del cielo; son los ángeles caídos, que van en pos de su jefe. Pero, gloria a Dios, dos tercios de los ángeles no siguieron al dragón y se quedaron con Dios, sujetándose a los designios de Dios. Estos ángeles contemplan el deseo de Dios desde que fueron creados; ellos sabían perfectamente que un día, ese Dios maravilloso que ellos conocen en cierta manera, asumiría la forma humana y cumpliría su plan eterno.

Y por eso, cuando Dios se manifestó a través de la virgen en la forma de un Niño, los ángeles cantaron: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!» (Luc. 2:14). Dios tiene una buena voluntad para con los hombres. Los ángeles se alegraron aquel día y cantaron himnos. Ellos contemplaron a ese Dios, que eternamente habían conocido en forma invisible, y ahora pueden ver en forma visible, en la forma de un Niño.

La serpiente antigua, que crea este reino competitivo, queriendo vencer a Dios, aparece en el huerto donde Dios ha colocado al hombre; el calumniador viene a calumniar a Dios en la mente del hombre, diciendo: «¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Gén. 3:1, 4-5). Calumnia. Porque lo que más quiere Dios es que nosotros seamos como Él es.

El Origen del Pecado y sus Consecuencias

El diablo miente al hombre respecto de los planes de Dios, y el hombre cree aquella mentira. Este es el origen del pecado. El hombre cae; la caída causa estragos en sus pensamientos, en su voluntad, en sus emociones, en su personalidad. La caída hace que el hombre se separe de Dios. Cuando el espíritu se separa del alma, hay muerte; cuando el espíritu y el alma se separan del cuerpo, hay muerte.

Cuando el hombre decide vivir apartado de Dios, vivirá apartado de él eternamente, y esa es la muerte eterna, la más grave de todas las muertes. Básicamente, la muerte es separación. ¡Qué horrible es esto, hermanos! Qué estrago más grande, que la muerte haya llegado a la humanidad, a través de un detalle, de un detalle fino.

Bastó un pecado para que, a través de éste, la muerte pasase a todos los hombres. Sólo un detalle, sólo un acto de desobediencia, sólo un desajuste de la voluntad del hombre contra Dios, y ya tenemos el caos.

Se dice que Dios hizo el universo a través de muchas explosiones, de muchos caos. Y aquí, un desajuste fino en la naturaleza humana, provoca un caos, de tal manera que la muerte, horrible y dolorosa, llega a la raza humana, desdibujando todo el plan de Dios, arrebatando al hombre la imagen de Dios.

El enemigo piensa que ha ganado una gran batalla y que, con ello, Dios no podrá lograr su eterno propósito. El enemigo quiere prevalecer, quiere ocupar el lugar de Dios, quiere que los hombres le adoren y le sigan como le siguen los ángeles caídos. Él busca el terreno de la mente, de la voluntad, de las emociones del hombre, de tal manera que, cuando Dios creó al hombre, que era muy bueno, esto que era muy bueno se volvió muy malo.

Entonces aparece un ser humano, que la Biblia llama «hombre natural», y que incluye también al llamado «hombre viejo». Porque, en los tiempos de Cristo, la raza humana ha llegado a ser una vieja creación, y el Señor ha venido a poner fin a aquélla y a iniciar una nueva creación.

Que el Espíritu Santo nos socorra, para ver los estragos que causa el pecado, cómo la caída nos aparta de Dios y cómo este caos que se produjo lo arrastramos hasta el día de hoy, porque lidiamos con el viejo hombre, con la naturaleza humana.

En la doctrina bíblica entendemos que el viejo hombre está crucificado, que cuando Cristo vino y murió en la cruz clavó a ese viejo hombre en la cruz; pero los predicadores, que entendemos bien la doctrina de la cruz y predicamos sermones sobre ella, llegamos a la conclusión de que muchas veces, por muy bien que entendamos la doctrina, no la vivimos cabal y consecuentemente, porque está a la vista que los cristianos seguimos pecando, y no hemos logrado llegar a ser ese hombre espiritual.

Entonces, tenemos un hombre natural y un hombre espiritual. Somos por naturaleza hombres naturales, pecadores, separados de Dios, con una vida egocéntrica, viviendo independientemente de Dios con una voluntad propia, y todo ello edificado sobre este fundamento llamado Yo.

Todavía pareciera que no comprendiéramos lo terrible que es la naturaleza humana y cuánto cuesta lidiar con ella y el hecho de ser cristianos y tener la posibilidad de ser nuevas criaturas – y que, de hecho, lo somos. Pero no logramos hacer el traslado del hombre natural al hombre espiritual, porque lo que predomina es un hombre término medio, un hombre carnal, que quiere vivir la vida cristiana, la vida de Dios, pero no logra terminar con el pasado, no logra zafarse de ese hombre viejo y asumir la naturaleza del nuevo.

El pecado es terrible, y hace que suframos estas caídas aún hasta el día de hoy, a todo nivel, desde los hermanos más pequeños hasta los más maduros. ¡Dios tenga misericordia de nosotros!

Entonces, el diablo viene, en la historia de Job, tras rodear la tierra. Y de repente, por alguna razón, tiene acceso todavía a la presencia de Dios. Digamos simplemente que Dios no es el autor del mal, pero que Dios lo deja, y al estar ahí, no siendo Dios cómplice del mal, porque ciertamente el mal no se origina en Dios sino en el ángel caído. Y lo mismo se reproduce en el ser humano.

Pero ahí está el mal en todas sus formas; el mal como muerte, el mal como adversidad, el mal como pecado, el mal como vida independiente de Dios, el mal como un desajuste fino en la naturaleza del hombre, pero que causa grandes estragos. Ahí está el mal, no como algo impersonal, sino que detrás de todo mal está aquél que es el mal encarnado, Satanás el diablo, la serpiente antigua.

Si Dios quisiera, podría deshacerlo, pulverizarlo, exterminarlo; pero él, en su soberana voluntad, lo ha dejado, porque Dios tiene planes. Y el mal, ya que el hombre lo escogió, ya que una criatura rebelde lo escogió, Dios se toma su tiempo para tratar con aquella criatura rebelde. Dios tiene paciencia; él no es hombre para reaccionar como hombre y terminar todo de una vez. Él tiene un plan eterno, que converge en Cristo y se consumará al final de los tiempos. Dios está ocupado en ese plan, y nos ha demostrado que él cumplirá su propósito.

La Calumnia del Diablo

El enemigo aparece en el libro de Job. Dios habla y dice: «¿De dónde vienes?». Él dice: «De rodear la tierra». Él está siempre observando la tierra, mirando lo que acontece en el devenir de la historia, preocupado de dónde aparece el plan de Dios para ir a apagarlo, dónde aparece una persona que se asemeje a lo que Dios quiere obtener, para ir y destruirlo, porque él es el enemigo de Dios.

Entonces, Dios le dice: «¿No has visto a mi siervo Job? No hay otro como él en toda la tierra». «Ah», le dice Satanás, «ese hombre que tú hiciste es incapaz de adorarte por lo que tú eres; él te adora sólo por lo que tú le das. Quítale lo que le has dado, y verás si en tu misma presencia no blasfema contra ti».

¿Qué está haciendo Satanás ahora? Está calumniando al hombre en la misma presencia de Dios. En el huerto de Edén calumnia a Dios en la mente del hombre, y aquí lo vemos calumniando al hombre en el trono de Dios. Lo que dice el diablo delante de Dios es una ofensa contra el Creador. Está diciendo: ‘Tú no eres capaz de hacer una criatura que conserve su integridad y te adore tan sólo porque tú eres Dios. Él se porta bien porque tú lo tienes lleno de bendiciones; pero el día que tú toques sus bendiciones, vas a ver cómo blasfema en tu presencia’.

Es decir, el diablo está diciendo que Dios es un Dios incapaz de hacer a un hombre que le adore tan sólo por lo que él es; que el hombre que Dios ha creado es un ser utilitario, interesado, nada más. ¿Y por qué tendría Dios que responderle a una criatura tan desagradable, tan horrible, tan rebelde? ¿Por qué Dios, de una vez por todas, no termina con él, no le tapa la boca a su insolencia? Nosotros tenemos que entender que, el plan que Dios está llevando a cabo es a toda prueba, porque lo que Dios va a hacer también tiene como propósito demostrar al universo entero lo que es Dios, lo que Dios es capaz de hacer.

Dios, aunque había creado a los ángeles, no les había revelado todo lo que él es en sí mismo; ellos ignoraban muchas cosas de Dios. Y por eso, dice el pasaje que leímos, que ahora Dios ha determinado que, por medio de la iglesia, sea anunciada la multiforme sabiduría de Dios a los principados y a las potestades en las regiones celestes (Efesios 3:10). Es decir, los ángeles ignoraban cosas que sólo la iglesia conoce.

Hoy día, la iglesia es aquella obra de Dios. Dios está suscitando un testimonio aquí en la tierra para responderle a la criatura rebelde, diciéndole: ‘Sí, hay un hombre capaz de adorar, capaz de servir, capaz de ajustar su voluntad a la mía, capaz de agradarme en todo, capaz de no pecar jamás’. Y entonces, Dios envía a su Hijo Jesucristo. ¡Gloria a Dios! El Señor Jesús viene para eso, para dar cumplimiento al eterno plan de Dios. Y aparece por primera vez el hombre que Dios siempre quiso ser, y el hombre que Dios siempre quiso tener –Jesús–, que nos ha sido revelado como el Dios hecho hombre, como Emanuel, Dios con nosotros.

Este Jesús, que costó tanto en la historia identificar exactamente quién es. Porque, cuando Cristo aparece, no se nos da una explicación de quién es él, sino solamente se nos proclama y se nos anuncia lo que él es – él es Dios manifestado en carne. No se nos da una explicación de eso, sino simplemente una afirmación; se nos declara el hecho concreto – que Dios se ha hecho hombre. ¡Aleluya!

Entonces, ahora, el Señor nuestro Dios tiene el hombre que quería tener, y tiene la respuesta a aquella calumnia de aquel ser maligno que está diciendo que el hombre es incapaz de portarse bien, incapaz de guardar su dignidad, porque en las adversidades de la vida el hombre le es infiel a Dios. Que el alma del hombre cae en adulterio, que el alma del hombre es adúltera, es infiel; esta es la acusación del diablo contra nosotros.

Tenemos el desafío, hermanos, de taparle la boca al diablo. Sabemos que, mientras vivamos aquí, no vamos a ser perfectos en el sentido de ser impecables, de no cometer nunca un pecado. No, no lo vamos a lograr. Pero, ¿sabes?, los ángeles, incluido este ángel y todos los que están con él, tienen que saber que Dios, finalmente, va a conseguir lo que él se ha propuesto, de tener un hombre capaz de adorarlo, capaz de servirle, capaz de guardar su integridad, capaz de restringirse a sí mismo, capaz de sujetar su loca voluntad, capaz de ajustarse a los designios de Dios.

Y ese hombre, que ningún hombre jamás había logrado ser, ni siquiera Job –aun con todo lo digno y lo perfecto que era, pero todavía imperfecto–, pero, en Jesucristo, Dios obtiene el hombre que quería tener. ¡Gloria a Dios! Jesús es el varón aprobado por Dios. Jesús, en toda su humanidad, no tenemos tiempo de verlo ahora en su gloriosa humanidad; porque, lo que más nos convendría ver en Jesús es ver su aspecto humano; cómo él, en carne y sangre, venció a Satanás, y cómo, en la debilidad más grande de un ser humano, sin comer y sin beber durante cuarenta días, enfrentó a la criatura rebelde.

En su sabiduría, Dios quiere mostrar que el ser humano, aun en la mayor debilidad, es capaz de vencer y torcerle la mano al enemigo. Entonces, Dios, por este Hijo amado que ha venido en carne y sangre, ha quebrantado el poder del enemigo, con su carácter, con la conducta de un hombre intachable, de un hombre impecable.

Porque, ciertamente, Jesús era un hombre en todo el sentido de la palabra. No porque era divino venció al diablo, sino porque siendo bueno en gran manera, no eligió cometer pecado, sino que se guardó a sí mismo y halló que hacer la voluntad de Dios era el mayor agrado de su vida en esta tierra. ¡Gloria al Señor Jesús, al hombre perfecto, al varón aprobado por Dios, al que venció a la criatura rebelde! Podemos decirle al enemigo: «¡Estás vencido!». ¡Gloria al Señor!

Hermanos, en el principio, Dios quería que nosotros optáramos por la vida, y así viviéramos eternamente, en comunión con Dios. Nosotros conocemos la historia del árbol de la vida. Hoy glorificamos a Dios, pues el árbol de la vida nos fue devuelto en Jesucristo. (Continuará).

Síntesis de un mensaje compartido en Rucacura 2010.