Es glorioso que la Biblia contenga de manera explícita cuatro libros dedicados a la persona de Cristo.

Toda la Escritura habla de Cristo, pero los cuatro evangelios relatan directamente su vida terrenal. Es mucho mayor la riqueza, porque son cuatro documentos que iluminan de manera más plena el tema. En Mateo, Marcos, Lucas y Juan, tomados en conjunto, tenemos la plenitud de la gloria terrenal del Señor.

La gloria terrenal de Jesús

Esta plenitud es presentada de varias formas. En Mateo, Jesús es el hijo de David; en Marcos, el Siervo de Dios; en Lucas, el Hijo del Hombre y en Juan, el Hijo de Dios.

La gloria terrenal del Señor se puede relacionar con los cuatro seres vivientes de Apocalipsis 4:7. Juan dice que el primer ser viviente tenía semejanza de un león, el segundo era semejante a un buey; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando. Con estas pistas, se puede relacionar los cuatro seres vivientes con los cuatro rostros que los evangelios presentan de Cristo.

La figura del león calza con el Cristo de Mateo, donde se nos revela su realeza. En Marcos, el ser viviente que representa al Señor es el buey, en su servicio incansable. Es curioso que el orden de los evangelios coincide con el que son descritos los seres vivientes.

En Lucas, Cristo es el ser viviente con rostro de hombre, que nos muestra su humanidad perfecta. Temprano, en la historia de la iglesia, aparecieron herejías diciendo que Jesús tenía solo apariencia humana. Pero Lucas muestra que él es un hombre perfecto, un verdadero hombre.

En Juan, Cristo es el águila volando, en su dimensión celestial. Él es verdadero y perfecto Dios; no solo tuvo una vida terrenal, sino que también es celestial, es el Hijo de Dios.

La gloria terrenal de Cristo en sus cuatro aspectos, puede también ser relacionada con los colores de las cortinas del tabernáculo. En Éxodo 26 vemos el velo, una cortina que separaba el Lugar Santísimo del Lugar Santo. Luego hay una segunda cortina donde termina el Lugar Santo, y una tercera cortina, que es la puerta del atrio.

¿De qué estaban compuestas esas cortinas? Éxodo 26:31 habla del velo: “También harás un velo de azul, púrpura, carmesí y lino torcido”, que obviamente es de color blanco. La cortina que separaba el lugar Santo del Santísimo estaba hecha de azul, purpura, carmesí y lino torcido. Luego, en el versículo 36, la puerta del tabernáculo es una cortina de colores azul, purpura, carmesí y lino torcido.

Estos colores se relacionan con los cuatro evangelios. Mateo es el color púrpura, porque esta cortina preanunciaba la gloria que veríamos cuando el Verbo se hiciera carne. Esa gloria estaba ya preanunciada en los colores de las cortinas.

Antes de crucificar a Jesús, le escarnecieron, porque él afirmó ser el Mesías rey, el hijo de David. Juan 19:2: “Y los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura”. Es el color del manto de un rey.

El Cristo de Marcos se relaciona con el carmesí de la cortina, el rojo intenso de la sangre. Y Lucas, con el blanco del lino fino torcido, que representa la justicia de Cristo.

La cortina de lino blanco que rodeaba el patio del tabernáculo medía 2.20 metros de altura. Ahí está el lino fino representando esa justicia. Pero el atrio tenía una puerta de entrada, y esa puerta es Cristo.

En el evangelio de Juan, Jesús tiene el color azul, porque Juan revela su dimensión celestial.

Todos los evangelios dicen que, cuando Cristo expiró en la cruz, el centurión que vio la escena, declaró: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Y en Lucas 23:47, el centurión dice: «Verdaderamente este hombre era justo». Jesús es «el justo que murió por los injustos».

Los oficios del Salvador

También es posible relacionar la gloria terrenal del Señor con los dones de Efesios 4:11. «Y él mismo constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros». Podemos relacionar estos ministerios con los cuatro rasgos de la gloria terrenal de Cristo, porque estos dones son los ministerios que él ejerció en los días de su carne.

El Señor fue apóstol durante su vida terrenal. Y no solo apóstol sino «el Apóstol». Así lo dice Hebreos. Y fue profeta. Juan dice: «Este es el profeta que había de venir». No un profeta más, sino «el Profeta», aquel que anunció Moisés. En Mateo, Cristo es el Maestro. No obstante, él no solo fue maestro, sino también apóstol y evangelista. No es que Cristo en Mateo no sea apóstol, pero el énfasis de Mateo es mostrarle como el Maestro.

¿Qué tiene que ver el maestro con el rey? Mateo mostró la realeza de Cristo, relacionándola con el león. La función de un rey es gobernar, estableciendo leyes, estatutos y mandamientos para regir su reino, y todos sus súbditos han de vivir en sujeción a él, obedeciendo sus leyes.

Mateo muestra a Cristo Rey, pero también al Maestro que estableció las leyes de su reino. Ambas figuras calzan a la perfección. Recuerden que, en Mateo, la expresión de la gente es: «¿Quién es éste que habla y enseña con tal autoridad?». Él enseñó con la autoridad de un rey.

En Marcos, Jesús es un pastor. Marcos no fue un testigo directo. ¿Cómo pudo escribir sobre la vida de Jesús? Notemos los detalles que registra Marcos. Por ejemplo, cuando Jesús le habló al joven rico, dice que, mirándolo, lo amó. O, cuando vino un leproso a Jesús, hincándose de rodillas, le suplicó. Marcos ve a Jesús a través de los ojos de Pedro, quien sí fue un testigo ocular.

Casi todo el contenido de Marcos está en los otros evangelios, pero hay unos treinta versículos que solo él registra. Entre ellos, está el incidente de un joven que, cuando Jesús fue arrestado, seguía al Señor de lejos, cubierto con una sábana, porque vivía cerca de aquel lugar. Los guardias lo quisieron apresar, tirando de la sábana, y el joven huyó desnudo. Ese hecho está solo en Marcos, y lo más probable es que sea su propio testimonio. Marcos, el cobarde, aquel que huyó.

Después, en el libro de los Hechos, viajando él con Pablo y Bernabé en el primer viaje, llevaban un par de jornadas, y Marcos se volvió a Jerusalén, a casa de su madre. Marcos fue un desertor. Y Pedro no es diferente. Lo primero que recordamos de este apóstol es que él negó a Jesús. Cuando alguien ha caído, ¿necesita un rey? No, porque el rey le cortará la cabeza – necesita un pastor. Jesucristo es Rey de reyes y Señor de Señores, pero también él es el buen Pastor que da su vida por las ovejas.

Así que en Mateo vemos a Cristo como maestro; en Marcos, como pastor; en Lucas, como evangelista, y en Juan, como apóstol y profeta. Esta es la gloria terrenal del Señor revelada en los cuatro evangelios. Nos hemos acercado a esta gloria desde varias perspectivas, pero finalmente podemos decir que Mateo lo revela como rey, Marcos como siervo, Lucas como el hombre y Juan como «(el) Dios».

Gramaticalmente, decir «el Dios» no suena bien, pero es importante ponerlo así, porque no basta decir que Jesucristo es Dios, menos en la época del Nuevo Testamento, donde el panteón grecorromano tenía tantos dioses. Entonces, decir que Jesús era «un Dios» era como agregar un dios más al panteón. Jesucristo no es simplemente Dios, él es «el Dios», el único Dios verdadero.

Estamos hablando de énfasis. No significa que en Mateo no estén los cuatro rostros de Cristo. En cada evangelio están todos ellos. Pero Mateo enfatiza su realeza; Marcos, su servicio; Lucas, su sensibilidad hacia los necesitados, y Juan, su divinidad.

Usando la figura de la cruz, podemos asignar a cada extremo los rasgos de Cristo. En el madero vertical, arriba, Jesucristo es Dios, y abajo, él es hombre. Y en el madero horizontal, a un lado, él es rey, y al otro lado, es siervo. En la lógica humana, un rey no puede ser siervo a la vez. Pero la belleza de Cristo es que él, siendo rey, no dejó de ser siervo, y siendo siervo, no dejó de ser rey. Era un rey-siervo, y un siervo-rey.

En el otro binomio ocurre lo mismo. En la lógica humana, si alguien es Dios, no puede ser hombre; si es hombre, no es Dios. Pero nuestro Señor es a la vez Dios y hombre verdadero. Siendo hombre, no deja de ser Dios, y siendo Dios, no deja de ser hombre. Este es el cuadro completo de los cuatro evangelios.

La inspiración del Espíritu Santo

Ahora, veamos los elementos que explican cómo el Espíritu Santo inspiró a cada evangelista para mostrar un rasgo específico de Cristo. Esto no anuló la personalidad de cada autor. Cuando el Espíritu Santo usa a alguien para enseñar, lo hace según los rasgos propios de esa persona. Él no hace violencia, sino que pasa a través del vaso que usará. Él no anuló la personalidad de ellos; por el contrario, se valió de los conocimientos y experiencias que tuvieron con Dios, de la cultura de su tiempo, de su formación, de sus fracasos y sus sufrimientos.

Por ejemplo, hay algunos Salmos donde el rey David expresa a Dios su aflicción, y el Espíritu Santo se vale de aquel dolor para anunciar los sufrimientos de Cristo. La inspiración no es algo ajeno a la persona, sino algo a través de las vivencias de ella. Esto explica qué cosa le impactó a Mateo de nuestro Señor y el Espíritu Santo se valió de eso para inspirarlo al escribir su evangelio.

La conversión de Mateo es algo notable. No hay otro caso donde Jesús convierte a alguien con una sola palabra. «Pasando Jesús de allí vio a un hombre llamado Mateo que estaba sentado al banco de los tributos públicos». Jesús le dice: «Sígueme». Eso es todo lo que él dijo. Lo que sigue es igualmente asombroso: «Y se levantó y le siguió».

Con qué autoridad y con qué gracia habrá salido esa orden. Mateo se encontró con la autoridad del Rey del reino de los cielos, y quedó impresionado por aquel encuentro. Entonces el Espíritu Santo lo guió a enfatizar en su evangelio las enseñanzas de Jesús. Él reúne en cinco discursos las enseñanzas del Reino.

A Marcos, en cambio, le impactó la obra de Cristo, su servicio, sus hechos. Marcos relata muchos episodios de Cristo, no necesariamente conectados entre sí, pero uno tras otro, mostrando a Jesús incansable, sirviendo a la gente desde la mañana a la noche, en un servicio eminentemente pastoral.

«Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mar. 10:45). Este texto resume todo este evangelio. Es una preciosa síntesis, explicando la razón del evangelio de Marcos, la razón de la venida de Cristo a la tierra.

Esta es una excelente definición del ministerio del pastor. En el evangelio de Juan, Jesús dice: «Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas». Para Marcos, ésta es la razón por la cual Cristo vino a este mundo; no para ser servido sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.

A Lucas le impactó todo lo de Cristo, pero lo más significativo para él es la sensibilidad de Jesús, su humanidad. En este evangelio, la salvación que trae Cristo, el hombre perfecto, no es solo para los judíos, sino para todos los hombres.

Casi la mitad del contenido de Lucas es material propio. En Lucas vemos al Señor en su sensibilidad por los niños, las mujeres, los pobres, los enfermos, los leprosos y las viudas. Es notable el hecho de que el Señor tenga esta especial preocupación, porque aquella era gente despreciada en la sociedad judía.

Jesús, al posar en la casa de un publicano, escandalizó a todos. ¿Cómo podía él entrar en casa de un ladrón y traidor que servía a los intereses del invasor? Los publicanos, al cobrar impuestos para Roma añadían una suma igual para su propio bolsillo, y así se enriquecían. Jesús dice: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Luc. 19:10). Este es el texto áureo de Lucas

Buscar para salvar

Nosotros siempre enfatizamos el verbo salvar; pero en el caso de Jesús hay que destacar ambas cosas. Para salvar, hay que salir a buscar, y eso significaba para Jesús alojarse en la casa de Zaqueo. ¿Dónde halló él a Zaqueo a su paso por Jericó? Arriba de un árbol (sicómoro). Jesús le dijo: «Zaqueo baja, porque es necesario que yo pose hoy en tu casa». ¿Cómo no iba a impactar a Lucas, un gentil, aquella sensibilidad?

Lucas fue compañero de Pablo, así que él vio evangelizar a los gentiles idólatras, a quienes los judíos despreciaban. Él no fue testigo presencial de Cristo, pero sí lo fue del ministerio de Pablo, viendo como la gracia de Dios no hacía acepción de personas, sino que la salvación era para todos los hombres.

La vida abundante

Y a Juan, ¿qué le impactó del Señor? Su evangelio dice que él era aquel que se recostaba en el pecho de Jesús. Esa relación es una intimidad profunda con Cristo. ¿A quién mejor que a Juan se le podía revelar? Juan podía oír los latidos del corazón de Jesús. ¿Quién mejor que él describiría al Jesús íntimo?

Alguien dice que Mateo, Marcos y Lucas, los evangelios sinópticos, son como una fotografía de Jesús enseñando, Jesús sirviendo, Jesús sintiendo compasión por la gente. Pero en Juan es como una radiografía: Qué secretos hay en el Mesías de Israel, que expliquen que enseñe con tanta autoridad, que sirva incansablemente y que tenga un corazón como nunca jamás se ha visto.

¿Qué tiene Jesús por dentro que explica su porte por fuera? Impacta su enseñanza, su servicio, su corazón; pero, entonces Juan nos descubre que el Señor es, ni más ni menos, que Dios hecho carne. Por eso enseña con autoridad, por eso sirve como sirve, y por eso tiene aquel corazón. Jesús es el Verbo que preexistió con Dios eternamente, que estaba con Dios en el principio y que era Dios. Un día habitó entre nosotros y vimos su gloria, la gloria del unigénito hijo de Dios.

Juan tiene su texto áureo: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Esta es la razón de su venida al mundo. Cristo es el apóstol del Padre, enviado al mundo para dar vida. No es la vida con la cual fueron creados los hombres, sino una vida nueva. Solo alguien venido del cielo puede darles esa vida. Eso es el evangelio de Juan.

Los receptores del mensaje

Otro elemento que explica los matices distintivos de cada evangelio, es identificar quiénes son sus destinatarios. Eso también es aclarador, y nos explica la razón por la cual el Espíritu Santo, usando estos elementos, hizo que cada uno escribiera un evangelio específico.

  1. Mateo y los judíos

No hay duda que Mateo escribe a creyentes de trasfondo judío. Eso se explica porque se apoya en la revelación, las promesas y la profecía del Antiguo Pacto para probar que Jesús era el Mesías prometido. Las personas a quienes va dirigido su evangelio conocen el Antiguo Testamento.

Diez veces en Mateo aparece esta oración: «Esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por tal profeta». Y cada vez que cita a un profeta, menciona la cita del Antiguo Testamento. Mateo quiere probar con la Escritura que Jesús es el Mesías. Su audiencia son los judíos. Mateo cita el Antiguo Testamento 53 veces, en cambio, Marcos lo cita dos o tres veces.

El segundo elemento que prueba que Mateo escribe a los judíos, es que él registra la genealogía de Cristo desde Abraham, el patriarca de la nación judía.

El tercer argumento para demostrar que Mateo está escribiendo a los judíos es que diez veces reitera en su evangelio que Jesús es el hijo de David. Aquí tenemos el primero, en Mateo 1:1. «Jesucristo hijo de David». ¿Qué está diciendo con eso? Que, al ser un descendiente de David, Jesús es de linaje real. Y más aún, que Jesús es aquel descendiente en quien se cumple el pacto de Dios con David.

Una de las cláusulas de este pacto es que en el trono de David nunca faltaría rey que se sentase allí, y que, por lo tanto, el trono de David sería eterno. Y, ¿quién cumple eso? Nuestro Señor. Mateo reitera que Jesús es el hijo de David. Sin embargo, Juan no lo llama nunca así, y en Marcos y Lucas solo cuatro veces es llamado de esa forma.

Cuarto: Mateo prefiere usar la expresión «reino de los cielos» en lugar de «reino de Dios». Unas 28 veces, cuando se refiere al reino que se nos acercó con Jesucristo, lo llama «reino de los cielos». Los judíos eran renuentes a pronunciar el nombre de Dios. Ellos en vez de decir «reino de Dios», para no mencionar el Nombre de manera irreverente, preferían hablar de «reino de los cielos». Esto es algo netamente propio de la cultura judía, y constituye otro elemento a considerar de los destinatarios de Mateo.

El quinto elemento del evangelio de Mateo es la relación de continuidad entre Jesús y la ley de Moisés. Él registra, como algo paradojal, por una parte, una ruptura de Jesús con todo lo anterior, y por otra parte, una continuidad con aquello. Solo Mateo muestra esta continuidad entre Moisés y Jesús, entre la ley y la gracia. Para un judío, eso era importante. Jesús trae algo nuevo, pero eso no es contrario a la ley.

El texto áureo de este evangelio está en Mateo 5:17-20: «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido». En este texto áureo, que solo está en Mateo, se explica la razón de la venida de Cristo al mundo. Este es material propio de Mateo. Aquí hay una clara continuidad; Jesús dice: «Yo no he venido a abolir, sino a cumplir».

El sexto elemento enfatiza este punto: Jesús inaugura una nueva ética que va más allá de la interpretación común del Antiguo Testamento, y esto se entiende de inmediato con la frase: «Oísteis que fue dicho… pero yo os digo». Es una nueva conducta, un elemento de ruptura, que va más allá de la interpretación común que se hacía de la ley.

En Mateo vemos por una parte la ruptura con el pasado, pero también continuidad. La ruptura, en esa frase que dice: «Oísteis que fue dicho… pero yo os digo», y la continuidad porque el Señor no anula el mandamiento al decir: «Pero yo os digo», sino que lo está llevando a su sentido pleno, más profundo.

Por ejemplo, en el Sermón del monte, el Señor dijo: «Oísteis que fue dicho: no matarás». La aplicación dada a ese mandato era solo el acto externo de matar. Alguien infringía el mandamiento «No matarás» cuando le quitaba la vida a otro, o sea, la prohibición solo regulaba el comportamiento externo.

Entonces, por una parte, Jesús trae ruptura, pero por otro lado es continuidad. La gracia del Señor no solo nos regula exteriormente, sino que trasforma el corazón, nos da un corazón puro, no solo para que no matemos a alguien, sino aun para que no deseemos mal a nadie.

Cristo, trayendo la gracia, profundizó el significado de la ley, y más aún, una ley que era externa, la escribió en nuestros corazones y en nuestra mente. Este es otro rasgo que muestra que Mateo escribe a aquellos que conocen la ley y su interpretación, para que entiendan la buena nueva del evangelio.

  1. Marcos y los gentiles

Marcos, a diferencia de Mateo, escribe a los gentiles. Aquí hay un gran cambio. Los destinatarios de Marcos son romanos. Lo sabemos porque él da explicaciones acerca de lugares, del lenguaje y de las costumbres. Jesús habló en arameo cuando trajo el evangelio. Marcos, escribiendo a los no judíos, tiene que aclarar términos, para que ellos puedan entender. Esto es muy interesante.

«Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar …a Jacobo hijo de Zebedeo, y a Juan hermano de Jacobo, a quienes apellidó Boanerges, esto es, Hijos del trueno» (Mar. 3:14, 17). Marcos explica que Boanerges es una palabra aramea. Esta pista muestra que él escribe a los no judíos.

«Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate» (5:41). Este es el cuidado que pone Marcos.

«Se juntaron a Jesús los fariseos, y algunos de los escribas, que habían venido de Jerusalén; los cuales, viendo a algunos de los discípulos de Jesús comer pan con manos inmundas, esto es, no lavadas, los condenaban. Porque los fariseos y todos los judíos, aferrándose a la tradición de los ancianos, si muchas veces no se lavan las manos, no comen. Y volviendo de la plaza, si no se lavan, no comen. Y otras muchas cosas hay que tomaron para guardar, como los lavamientos de los vasos de beber, y de los jarros, y de los utensilios de metal, y de los lechos» (Mar. 7:1-4).

Este pasaje es interesante. Aquella era una tradición judía antes de comer. Los discípulos eran juzgados por no hacer aquello. Aquí hay una aclaración, solo en el evangelio de Marcos, para los gentiles que no entenderían tal costumbre.

En Marcos 7:11, hay otra palabra aramea, Corbán, que significa «mi ofrenda a Dios». Así les quedó claro a los romanos, y a nosotros. En Marcos 7:34, leemos la orden: Efata, traducida como: «Sé abierto». En Marcos 12:42, él da una equivalencia para la moneda judía de dos blancas, y menciona el cuadrante, que usaban los romanos.

«El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando sacrificaban el cordero de la pascua, sus discípulos le dijeron: ¿Dónde quieres que vayamos a preparar para que comas la pascua?» (14:12). Los judíos sabían perfectamente lo que era el primer día de la fiesta de los panes sin levadura; pero era necesaria una explicación para que lo entendiesen los romanos.

«Y le llevaron a un lugar llamado Gólgota, que traducido es: Lugar de la Calavera» (15:22). Gólgota es una palabra aramea, y Marcos hace la traducción: el lugar de la Calavera. Efectivamente, éste es un monte pequeño que tiene esa forma.

«Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del día de reposo» (15:42). Los lectores no entenderían lo que significaba «la preparación». Él aclara que es la víspera del día de reposo. Ese es el primer argumento.

Segundo argumento: su griego está salpicado de términos latinos. El latín es la lengua de los romanos y Marcos registra muchos términos latinos, que indican, por una parte, que él está escribiendo su evangelio en Roma, o bien, que está escribiéndoles a los romanos. Algunos vocablos latinos aquí son: legión, flagelar, jarros, centurión, cuadrante. Son palabras latinas que prueban la intención de ser más comprensible a la gente a la cual le escribe.

Y un tercer argumento: Marcos, a diferencia de Mateo, no dice nada de la relación de Jesús con la ley mosaica. Solo en una ocasión, Marcos dice: «Y se cumplió la Escritura que dice: Y fue contado con los inicuos» (15:28). Hay pocas alusiones al cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, porque los romanos no lo conocen.

  1. Lucas y los griegos

Lucas también escribe a creyentes no judíos, probablemente griegos. Los testigos oculares son los apóstoles, entre ellos, Mateo y Juan; pero Marcos y Lucas no lo son. Lucas investiga y entrevista a testigos presenciales, y revisa lo ya escrito.

El destinatario del evangelio de Lucas es Teófilo, un creyente griego. Su nombre significa amigo de Dios. ¿Por qué le escribe a un creyente? «Para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido». Teófilo ya había sido enseñado oralmente, pero este evangelio es para él y para el mundo griego, como un registro que confirma la fe que ya les fue comunicada.

¿Cómo es que quedaron estos cuatro evangelios formando parte del canon bíblico? Hoy están saliendo a luz pública otros evangelios, llamados apócrifos, lo cual demuestra que había muchos de ellos. Había muchos escritos circulando; los creyentes comenzaron a estudiarlos, y la iglesia fue recibiendo el testimonio del Espíritu Santo de que solo en estos cuatro relatos estaba la inspiración divina.

Esto no fue algo aprendido de la noche a la mañana. Solo en el siglo IV, un concilio declara oficialmente que solo estos cuatro son inspirados, y forman parte del canon. Pero en los primeros siglos la iglesia leyó muchos relatos y el testimonio del Señor fue prevaleciendo hasta quedar este registro final.

El segundo argumento en Lucas es que la genealogía de Cristo se extiende más atrás. Mateo la registra hasta Abraham, pero Lucas dice: «hijo de Adán, hijo de Dios». Él enfatiza que Jesús no es solo hijo de Abraham, sino también descendiente de Adán, y por tanto representa no solo a los judíos, sino a todo el género humano, pues la salvación que trae Cristo al mundo es para todos los hombres.

El tercer argumento es la universalidad. El evangelio es para todos los hombres, aun para los despreciados socialmente: las mujeres, los niños, los leprosos, los pobres.

  1. Juan y las iglesias

Juan escribe a las iglesias de Asia, así lo dice el libro de Apocalipsis. Se cree que en esa época Juan moraba en Éfeso, y allí escribió su evangelio, el último en escribirse, a fines del primer siglo, entre los años 80 y 95.

El contexto del evangelio de Juan es allí donde la fe está enfrentando las primeras herejías. Ya a fines del primer siglo, las iglesias están siendo invadidas por corrientes heréticas que atacan principalmente la persona de Cristo: los docetas y los gnósticos. Lo peor es que las iglesias están viviendo una decadencia espiritual, probablemente fruto de este mismo enfrentamiento y controversias con herejías y con movimientos filosóficos.

La iglesia se está apartando de su esencia. Por eso el Espíritu Santo mueve a Juan a escribir su evangelio, destacando ahora la divinidad del Señor, su dimensión celestial y el propósito de su venida a la tierra trayéndonos vida y vida en abundancia. Lo que se está perdiendo en las iglesias a fines del primer siglo es precisamente la vida espiritual, la vida de Dios. Por ello, entre otras razones, podemos entender por qué Juan llama a Jesús el Logos, dando este enfoque a la persona de Cristo.

«En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1). Juan no usa la palabra evangelio, sino «testimonio». Lo que él registra son testimonios de seguidores de Cristo que dan cuenta de la naturaleza divina del Señor.

Juan no comienza con el nacimiento ni con la genealogía de Jesús, sino con su preexistencia eterna. Esto no es casual. La expresión griega Logos está traducida como Verbo o Palabra. «Este era en el principio con Dios, todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho». Amén.

Síntesis de un estudio impartido en Santiago (Chile), en marzo de 2018.