Epístola a Filemón.

La carta de Pablo a Filemón es muy especial. Es la más breve de todas las cartas escritas por Pablo. Es diferente de todas las demás porque las otras cartas en su mayoría fueron dirigidas a iglesias localizadas en diferentes lugares. Algunas de ellas fueron escritas a individuos, como por ejemplo Timoteo y Tito, y son llamadas cartas pastorales. Aunque hayan sido escritas a individuos, ellas tratan asuntos de la vida de la iglesia.

Pero la carta de Pablo a Filemón fue escrita para una persona específica y no trata de asuntos de la iglesia ni de cuestiones doctrinales. Es una carta sobre cosas personales, y aun así se encuentra en la Biblia. Su valor es mucho mayor del que acostumbramos pensar. Me gustaría citar la opinión de dos personas con respecto al valor de esta carta.

La primera de ellas es Martín Lutero: «Esta carta muestra un bello y noble ejemplo de amor cristiano. En ella podemos ver cómo san Pablo se entrega a sí mismo a favor del pobre Onésimo y ruega con todas sus fuerzas por su causa ante su señor, como si él, Pablo, fuese el propio Onésimo y hubiese actuado mal para con Filemón. Así como Cristo hizo a favor nuestro delante de Dios el Padre, así también actuó san Pablo para con Filemón. En mi opinión, todos nosotros somos Onésimos».

Por otra parte, Calvino dice: «Pablo, en la carta a Filemón, trata de un tema que en cualquier otra circunstancia, sería trivial y corriente; sin embargo, a causa del modo en que Pablo abordó este asunto en su carta, somos elevados a las alturas, a Dios mismo. Pablo, al rogar con tanta modestia a favor de un hombre que ocupaba una posición tan baja en la sociedad, se humilló de tal forma que difícilmente en otro lugar se puede percibir con tanta vida y realidad la dulzura de su espíritu».

La carta de Pablo a Filemón puede ser analizada desde tres puntos de vista diferentes. Podemos estudiarla como una carta personal que contiene un hecho histórico. Podemos considerarla también como una carta que aborda un problema social de modo muy especial. Y finalmente, podemos considerarla desde el punto de vista espiritual, lo que significa ver a Cristo en su indescriptible y maravilloso amor.

El punto de vista personal de Pablo

Esta epístola a Filemón fue escrita por el apóstol Pablo cuando él estaba preso en Roma. En ese mismo periodo, Pablo escribió varias cartas: Efesios, Colosenses y esta carta a Filemón. La carta a Filemón fue enviada a Colosas junto con la carta a los colosenses.

En Colosas había un esclavo que había defraudado a su amo. No sabemos exactamente lo que había acontecido. Es probable, sin embargo, que él le haya robado a su amo y luego haya huido hacia Roma. Entre Colosas y Roma había una gran distancia, y siendo Roma una metrópoli sería muy difícil que su amo lo encontrase. Así, él huyó a Roma pensando que a partir de aquel momento estaría para siempre libre de su amo y podría hacer lo que quisiese sin ninguna restricción.

No sabemos exactamente lo que ocurrió, pero de alguna forma ese esclavo vino a encontrarse con el apóstol Pablo, el cual en aquella época estaba preso en Roma. Es importante recordar que en su primer apresamiento Pablo vivía en una casa arrendada por él mismo y podía recibir a todo aquel que quisiera visitarlo.

De alguna manera, por tanto, Onésimo encontró a Pablo. Es posible que él ya conociese a Pablo cuando éste visitara Éfeso tres años antes. Es bastante probable que Filemón, el amo de Onésimo, se haya convertido al Señor cuando se encontró con el apóstol Pablo en Éfeso. Onésimo, siendo un esclavo de confianza, debe haber estado en Éfeso con Filemón, y de esa forma vino a conocer a Pablo.

Es posible que mientras Onésimo estaba refugiado en Roma, su conciencia haya comenzado a incomodarlo. Tal vez él había gastado todo su dinero o estuviese enfrentando problemas, de modo que buscó a Pablo imaginando que éste, de alguna manera, podría ayudarlo. Algunos estudiosos de la palabra dicen que tal vez Epafras, que era un siervo del Señor en Colosas, estuviese visitando a Pablo en Roma cuando encontró a Onésimo en la calle y lo llevó hasta Pablo.

En realidad, no es tan importante cómo ocurrió ese encuentro; lo importante es que, de alguna forma Onésimo, que era un esclavo fugitivo, un ladrón, entró en contacto con el apóstol Pablo y fue llevado al Señor. Onésimo recibió salvación verdadera y permaneció en Roma sirviendo a Pablo. Como esclavo de Filemón, Onésimo estaba acostumbrado a servir, mas ahora él servía a Pablo por amor. Pablo se refiere a Onésimo en su carta a los colosenses diciendo: «Onésimo, amado y fiel hermano». Él servía a Pablo con fidelidad.

Cuando Pablo estaba en prisión, él necesitaba de alguien que le ayudase, que le sirviese, y es evidente que el servicio de Onésimo fue de gran provecho para Pablo; pero Pablo sentía que no era correcto que Onésimo permaneciese con él. Pablo sintió que, a pesar de que Dios ya había perdonado todos los pecados de Onésimo, aún había algo por restituir o restaurar. Onésimo necesitaba reconciliarse con su amo. Pablo sabía que si se lo pedía, Filemón estaría de acuerdo en dejar que Onésimo se quedase en Roma para ayudarle, pero Pablo no quería presionar a Filemón de ninguna manera. Finalmente, él decidió enviar a Onésimo de vuelta a Filemón, su amo.

En la carta a Filemón, Pablo va a decir que Filemón es un hombre muy amado. Su amor para con Dios y para con todos los santos era ampliamente conocido. Él era un hermano lleno de amor, de compasión y hospitalidad para con todas las personas. El propio nombre Filemón significa amistad. Él tenía una hermosa familia, y su esposa Apia, cuyo nombre es una expresión de ternura, era solidaria con su marido en esa actitud de amor y hospitalidad.

Filemón y Apia tenían también un hijo precioso, Arquipo, que servía al Señor en Colosas. Esta era una familia maravillosa y la iglesia en Colosas, que no era muy grande, se reunía en casa de Filemón. Onésimo debe haber oído el evangelio innumerables veces mientras servía a aquel hombre tan amoroso y, sin embargo, por increíble que parezca, él no se había convertido. Su corazón era duro, hasta el extremo de estafar a su amo, una persona tan bondadosa, y huir de allí. Mas Dios, en su maravillosa providencia, trajo a ese esclavo la salvación, y él se volvió al Señor. Después de eso, Pablo decidió enviar a Onésimo de vuelta a Colosas.

La esclavitud

De acuerdo con las costumbres romanas de la época, las personas poseían esclavos. Cuando los romanos conquistaban las naciones, aquellos que eran conquistados eran hechos esclavos, y muchas veces ocurría que en una gran familia había centenas de esclavos haciendo toda clase de labores. A los ojos de los romanos, un esclavo no tenía ningún derecho. Ellos eran propiedad de sus amos, como si fuesen animales, y la ley con relación a los esclavos era muy severa. El amo podía azotar a un esclavo y aun matarlo, pues el esclavo era considerado su propiedad.

La situación del esclavo era aún peor en el caso de que éste huyese y fuese recapturado. Él podía ser muerto o marcado con un fierro al rojo vivo. Ese era el sistema de esclavitud en vigor en el mundo antiguo, y enviar a un esclavo de vuelta a su amo era algo peligroso.

El retorno de Onésimo a Filemón

Si Onésimo regresaba a Filemón, su amo a quien él había defraudado, Filemón tendría todo el derecho de castigarlo o aun matarlo. Sin embargo, Pablo sentía que lo más correcto era enviar a Onésimo de vuelta. De esa forma, Onésimo fue enviado a Filemón.

Pablo aprovechó para enviar a Onésimo de vuelta cuando Tíquico llevó la carta a los Efesios y la carta a los Colosenses. Él envió a Onésimo con Tíquico, el cual prepararía la vuelta de Onésimo y no sólo eso, Pablo envió al mismo tiempo una carta a Filemón. Aunque esta sea una carta bastante breve, fue escrita con tal espíritu de amor, con tal humildad y tacto, con tanta ternura, que cuando Filemón la recibió, él no tenía otra alternativa sino hacer aquello que le fuera solicitado.

Aunque Filemón fuese un hijo de Pablo en la fe, Pablo no le dijo lo que debería hacer ni le dio ninguna orden. Él debía su propia vida a Pablo, mas Pablo dice: ‘No te voy a dar orden alguna exigiendo que me obedezcas, mas voy a suplicarte a favor de este mi hijo, que fue engendrado en prisiones. Si él te causó algún perjuicio, como así lo hizo, carga todo en mi cuenta. Yo, Pablo, te lo pagaré’. Esa era la petición que Pablo firmó y envió a Filemón. Él estaba diciendo: ‘Estoy enviándote a Onésimo de vuelta, no como un esclavo, sino más que eso, como un hermano amado. Recíbelo como me recibirías a mí mismo’.

Hermanos, Pablo usó esa carta para abrir el camino al retorno de Onésimo. No sabemos con exactitud lo que aconteció después de eso, pero estoy cierto que cuando Filemón recibió aquella carta él hizo más de aquello que Pablo le había solicitado. No sólo recibió a Onésimo como un hermano amado en Cristo, sino es bien probable que también lo haya libertado. Ya no trató más a Onésimo como un esclavo, sino como un hermano amado en el Señor, y Onésimo le fue de mucho provecho.

Hasta ahora hemos visto esta carta desde el punto de vista personal o a partir del contexto histórico, y vemos que es maravillosa. No obstante, si analizamos la carta en forma más profunda, percibiremos que ella trata, en cierto sentido, un problema social que no es abordado con mucha frecuencia en otras porciones del Nuevo Testamento.

La esclavitud era una institución social en aquella época; pero nosotros sabemos que eso no es algo que procede de Dios, porque él creó a todos los hombres a partir de una sola familia. En lo que respecta a la raza humana, somos todos una familia, somos todos hermanos y hermanas. No debería haber tales diferencias de posición social entre los hombres; sin embargo, a causa del pecado en este mundo, la institución de la esclavitud vino gradualmente a existir y podía ser hallada en todas partes del mundo antiguo.

La maldad practicada en la sociedad

¿Cómo trataría esa cuestión la fe cristiana? Cuando pensamos en las maldades practicadas en la sociedad, reconocemos que la esclavitud, entre todas las perversidades de la sociedad, es la más baja. ¿Cómo debería ser tratada esa cuestión cuando viniese el evangelio de Jesucristo? ¿Cuál sería la respuesta del evangelio?

En esta pequeña carta de Pablo, él no ataca el problema de la esclavitud en forma directa. Él no intentó decirle a Filemón que estaba errado al poseer esclavos. Tampoco alentó a Onésimo a levantarse y rebelarse contra tales males del sistema social vigente. La esclavitud era una institución profundamente enraizada en la sociedad, y cualquiera medida directa contra ella provocaría odio; habría derramamiento de sangre, habría revolución. La sociedad entraría en colapso. Ese no es el espíritu del Evangelio. Por tanto, Pablo abordó ese mal social a partir de un punto de vista más elevado.

Normalmente las personas pensaban que los esclavos eran los más despreciables entre todos los seres humanos. Y de cierta manera es comprensible que algunos pensaran así. Por lo general, los esclavos eran muy maltratados y sabían que no tenían derecho alguno; por esa razón, ellos tenían odio contra todas las personas y estaban en contra de todos. Entre ellos se desarrollaba la mentalidad de que debían robar e intentar por sí mismos mejorar de alguna forma sus condiciones de vida, pues sabían que nadie se interesaría por su causa. Así, gradualmente, los esclavos se iban transformando en los más bajos y despreciables de todos los seres humanos.

Aquél esclavo, Onésimo, no era una excepción. Él estaba bajo las órdenes de un amo tan bondadoso, pero aun así se rebeló contra él y lo defraudó. Después de eso huyó. ¿Qué se puede hacer con alguien que actúa de esa forma? ¡Dios tiene una solución maravillosa! Él va a salvar a ese esclavo. Y eso ocurrió.

Onésimo fue salvo y entonces, obviamente, se transformó en un hermano en el Señor. Él recibió nueva vida; fue transformado. Aunque exteriormente él aún fuese un esclavo y un fugitivo, interiormente era una nueva criatura, y con esa nueva vida empezó a servir a Pablo. Él debía supuestamente estar sirviendo a Filemón, pero no lo hizo como debía. No tenía obligación de servir a Pablo, y sin embargo le sirvió en forma voluntaria con pureza de corazón. Una enorme mudanza había ocurrido en la vida de Onésimo. Desde el punto de vista humano, él todavía era un esclavo, un fugitivo, un ladrón mas a los ojos de Dios él era ahora un amado hermano en Cristo Jesús.

Pablo envió a Onésimo de vuelta a Filemón. Filemón era un hermano en el Señor y ahora también un colaborador de Pablo. Él servía junto con Pablo. Él no era un colaborador de Pablo en el sentido de viajar con el apóstol y predicar el evangelio con él, pero cualquiera que en el reino de Dios esté de alguna forma involucrado en la difusión del evangelio de Jesucristo es considerado un colaborador.

Es posible que Filemón fuese un comerciante. Probablemente era un hombre de recursos, porque tenía una casa lo suficientemente grande como para que en ella se reuniese la iglesia y también podía practicar la hospitalidad con muchas personas. Él alegraba el corazón de muchos santos. En ese sentido, por tanto, Filemón trabajaba con Pablo y Pablo lo consideraba un amado hermano y su colaborador.

No obstante, el sistema social de aquella época admitía que las personas tuviesen esclavos y, siendo así, Filemón los tenía. Onésimo estaba siendo enviado de vuelta a Filemón, el cual era un hermano en el Señor y tal vez asimismo un hermano responsable en la iglesia local. Onésimo era un esclavo fugitivo que estaba retornando, pero también un hermano en el Señor. ¿Cómo resolver tal situación? ¿Qué hacer?

Al leer la carta de Pablo a Filemón, no encontramos a Pablo diciendo de modo alguno que él estaba mandando a Onésimo de vuelta para que Filemón lo emancipara. Al parecer, la palabra emancipación ya estaba en los labios de Pablo, pero él en ningún momento llega a pronunciarla. Él dice apenas: «…recíbele como a mí mismo». ‘Recíbele, porque él es parte de mí, es mi propio corazón; recíbele no como un esclavo, sino como un hermano en el Señor’.

¿Cómo recibiría Filemón a Pablo? Es cierto que si Pablo estuviese llegando, y no Onésimo, Filemón lo habría recibido con hospitalidad, le habría proporcionado hospedaje, le habría servido y lo habría recibido como un invitado de honor, un amado hermano en el Señor, aun como su padre en Cristo. Pablo dice: «…recíbele como a mí mismo». ¿Qué podría hacer Filemón después de tal petición? ¿Miraría a Onésimo diciéndole: ‘Tú me has causado mucho mal, me engañaste; sin embargo porque Pablo ha intercedido a tu favor no tomaré en cuenta el mal que me hiciste, pero seguirás siendo mi esclavo’?

¿Haría Filemón una cosa así? Aunque Onésimo fuese exteriormente un esclavo, interiormente era un hermano. ¿Cómo lo trataría entonces Filemón? Sin duda alguna, Filemón no sólo perdonaría todas las faltas de Onésimo, sino que también lo recibiría como un querido hermano en el Señor. Él haría mucho más que libertar a aquel esclavo, él recibiría a aquel hermano en su propio corazón. Es así cómo las Escrituras resuelven los problemas que ocurren debido a una estructura social perversa.

La carta a Filemón fue enviada juntamente con la carta a los Colosenses, y cuando leemos Colosenses nos sorprende constatar que Pablo menciona en aquella carta la relación entre esclavos y amos. Pablo reconoce la existencia de esa institución humana tan cruel y perversa. Entre todos los relacionamientos humanos, no hay otro cuyos interlocutores estén más distantes entre sí, mas en Col. 3:22-25 Pablo dice: «Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. Mas el que hace injusticia, recibirá la injusticia que hiciere, porque no hay acepción de personas».

En lugar de atacar directamente a la esclavitud como institución, Pablo menciona la relación de un esclavo con su amo, pero él eleva esa relación a la presencia de Dios y la transforma. Él dice: ‘Esclavos, obedezcan a sus amos en todo. Aunque sean esclavos, recuerden que ustedes, en verdad, están sirviendo al Señor. Por tanto, cuando estén sirviendo a sus amos no piensen en esa relación física, sino trasciéndanla, transfórmenla, eleven esa relación a una posición sublime; consideren esto como una cuestión de temor al Señor. En la medida que ustedes sirvan a sus amos como quien sirve a Dios mismo, serán recompensados’.

En seguida, Pablo dice lo mismo con respecto a los amos: «Amos, haced lo que es justo y recto con vuestros siervos, sabiendo que también vosotros tenéis un Amo en los cielos» (Col. 4:1). Él también lleva la relación del amo con su esclavo a la presencia de Dios y dice: ‘Ustedes son amos, pero no olviden que ustedes también tienen un Amo en los cielos. Ustedes son esclavos delante de Dios, y a causa de eso deben tratar a sus esclavos de manera justa’.

En el primer siglo, cuando fue predicado el Evangelio, un enorme número de esclavos se hicieron cristianos. Probablemente había más esclavos que hombres libres transformándose en cristianos, pues había muchos más esclavos en el mundo. Cuando los esclavos viniesen al Señor se podría suscitar un problema, pues la fe cristiana estaba en oposición directa a esta institución humana maligna. ¿Cómo podría ser resuelto este dilema?

«¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más» (1ª Cor. 7:21). Si alguien era esclavo cuando fue llamado al reino de Dios y recibió la salvación, Pablo dice: ‘No te preocupes con eso. No dejes que eso te perturbe como si lo fuese todo’. «Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor» (1ª Cor. 7:22).

¿Por qué la condición de esclavo no debe ser motivo de preocupación? Porque aun siendo un esclavo, tú eres un hombre libre en el Señor. El Señor te libertó. Exteriormente estás preso, interiormente eres libre. Tu esclavitud exterior es temporal, mas tu libertad en el Señor es eterna. ¿Por qué preocuparte en considerar estos hechos? Tú tienes algo mucho mejor. De la misma forma el hombre que al ser llamado era libre, al llegar al Señor, se transforma en un esclavo de Cristo. Si eres un hombre libre, no olvides que eres un esclavo en el Señor; estás cautivo a Cristo, debes servir a Cristo como un esclavo, un esclavo por amor. En verdad, entonces no hay diferencia. Si tú eras libre, te vuelves esclavo; si eras esclavo, te vuelves libre.

Amados hermanos, aquí la palabra de Dios confronta un problema social no a través de un ataque frontal, lo cual crearía odio y derramamiento de sangre. Al contrario, la estrategia que nos muestra la Palabra tiene como objetivo ajustar la relación interiormente, haciéndola noble y pura, llevándola a la presencia de Dios para que venga a la luz el verdadero significado de la relación. Es decir, el modo en que Dios resuelve el problema es totalmente diferente.

Además de eso, las Escrituras nos dan un principio más elevado al decir que en Cristo no hay esclavo ni libre pues él, Cristo, es todo en todos (Col. 3:11). Cuando el amo y el esclavo vienen juntos a la mesa del Señor, ellos se sientan lado a lado y hacen memoria del Señor como hermanos y hermanas en Cristo. Así la esclavitud, como institución humana, es completamente abolida; se vuelve imposible mantener tal sistema. De esa forma es tratada toda la cuestión relacionada con los problemas sociales crueles y perversos, y en esta carta vemos una aplicación práctica de esa estrategia divina.

Cuando Filemón recibió a Onésimo, su relación había sufrido un cambio, y podemos estar seguros de que desde ese momento ellos no fueron más amo y esclavo, sino amados hermanos en Cristo Jesús.

El Señor Jesús y los problemas sociales

Cuando nuestro Señor Jesús estaba en la tierra, él vivió bajo el gobierno del imperio romano, y el pueblo judío, en cierto sentido, nunca reconoció al gobierno romano. Entre los judíos había un grupo de hombres llamados zelotes, los cuales intentaban derribar al gobierno romano por medio de la violencia. Cuando el Señor estaba en la tierra, los judíos tenían la expectativa de que, si él era el Mesías, él derrumbaría el imperio romano, libertaría a Israel del yugo de Roma y haría de la nación de Israel la principal de entre todas las naciones.

Pero Cristo no hizo eso. Al contrario, él mismo se sujetó a la autoridad. Él denunció la maldad presente en su generación, denunció la hipocresía de los escribas y fariseos, limpió el templo del dinero proveniente de los cambistas y mercaderes; pero mientras estuvo en la tierra, él no cambió el sistema social de su época. Al contrario, él predicó el evangelio del amor; hizo de las personas una nueva creación y de esa forma las transformó, trayendo el reino de Dios.

¿Se preocupa el Señor con los problemas sociales? Es evidente que sí. Él alimentó a centenares de personas, sanó a los enfermos, amó a los niños, se compadeció de las multitudes; mas su ocupación nunca fue exterior o mundana. Él siempre trató esas cuestiones del punto de vista de lo interior, del punto de vista celestial. Él trajo vida a las personas y está construyendo su reino, el reino del amor.

Es necesario comprender que el fundamento de todas las cosas es espiritual. Es la vida lo que importa; la realidad interior es el fundamento de todas las cosas. Si intentamos resolver los problemas exteriormente en tanto la situación interior permanece inalterada, nada se ha resuelto. Nuestro Señor Jesús vino y ofreció una nueva vida, una nueva naturaleza, un camino celestial. Él vino como el Cordero que fue inmolado por los pecados del mundo, para que nosotros pudiésemos transformarnos en una nueva creación. Las cosas viejas ya pasaron, todas han sido hechas nuevas y todas las cosas son de Dios.

Pero nosotros sabemos que él vendrá de nuevo, y esta vez él vendrá como León de Judá. Entonces será la ocasión en que él tratará directamente con todos los problemas sociales y económicos. Él juzgará al mundo. En su primera venida, él vino a salvar al mundo; en su segunda venida, vendrá a juzgar al mundo. Siendo así, ¿cuál debería ser nuestra actitud para con los problemas e instituciones sociales y políticas?

La teología de la liberación no es cristianismo, es humanismo. Los caminos de Dios son más altos que los caminos del hombre. El camino de Dios consiste primeramente en tratar con la vida interior, y cuando esta vida es transformada descubrimos que también todo alrededor ha sido transformado, y que es de ese modo que serán abordados y resueltos los problemas sociales.

¿No percibes tú que esa es la mejor manera? ¿No te parece que de esa forma las soluciones son definitivas? ¿No te parece que ese principio está en concordancia con los principios de Cristo, con el principio del amor? Lee, entonces, cuidadosamente esta carta. Medita delante del Señor y nota como en esa pequeña carta podemos vislumbrar el método por el cual Dios trata con los problemas sociales y políticos.

El indescriptible y maravilloso amor de Dios en Cristo Jesús

No deseo seguir hablando sobre la solución de los problemas sociales, pues no quiero predicar un evangelio social. No obstante, quiero invitarles a analizar la carta a Filemón desde un punto de vista más elevado, pues en ella no tenemos meramente el punto de vista personal y social, sino que podemos ver en Filemón el indescriptible y maravilloso amor de Cristo.

Esta carta ilustra, aunque de modo infinitamente menor, aquello que Dios hizo con nosotros en Cristo Jesús. El valor de ella se asemeja al valor del libro de Rut en el Antiguo Testamento. Nos revela un cuadro mucho más sublime del amor de Dios para con nosotros en Cristo Jesús. Es evidente, no obstante, que al intentar entrever el significado espiritual de esta carta podemos querer incluir en nuestra interpretación todos los detalles. Sin embargo, necesitamos adoptar un enfoque más general y de esa forma descubrimos en esta carta un bello cuadro del amor de Dios para con nosotros en Cristo Jesús.

Podemos decir que, en un grado infinitamente menor, de modo incompleto e imperfecto, Filemón representa a Dios. Él es un hombre rico y tiene muchos esclavos. Filemón es un hombre lleno de amor, bondadoso y hospitalario. Nuestro Dios es rico; él posee todo el universo, es dueño de todas las cosas. Nosotros fuimos creados por él, y por ello, somos sus esclavos. Mas el hombre olvidó su posición. Olvidó que fue creado para satisfacer a Dios.

Onésimo debía, supuestamente, servir a Filemón, ser útil a Filemón. El mismo nombre Onésimo significa útil. Pero él se tornó tan inútil. ¿No éramos eso nosotros? Como seres creados por Dios, nosotros deberíamos vivir para su satisfacción, deberíamos servirle, deberíamos serle útiles. Sin embargo, nosotros pensamos que, como seres humanos, estamos aquí sólo para buscar nuestro propio provecho, robar a Dios y vivir para nuestro propio beneficio, y es eso lo que el hombre ha hecho. Todos nosotros le robamos a Dios y luego huimos de él.

¿Tú crees que nuestro Dios es un Dios airado? D. L. Moody, el famoso evangelista americano, cuando era joven, predicaba el evangelio como si Dios fuese un Dios lleno de ira, persiguiendo a los pecadores a fin de castigarlos. Pero en cierta ocasión un hermano inglés llamado Harry Moorehouse vino a visitar la iglesia de Moody en Chicago. Moody no prestó mucha atención a aquel joven, y aun dudaba que éste tuviese algo de Dios para transmitir.

Cierto día, Moody tuvo que ausentarse, y resolvió darle una oportunidad. Entonces encargó a sus diáconos que le diesen una oportunidad a ese joven para ver lo que éste haría. Una semana más tarde, al regresar de su viaje, Moody preguntó a su esposa qué había sucedido, y ella le dijo: ‘Ah, todas las personas han venido a la iglesia trayendo sus Biblias’. ‘Pero, ¿qué predicó al fin?’, preguntó Moody. ‘Oh’, dijo ella, ‘durante todos estos días no predicó otra cosa sino Juan 3:16: «…porque de tal manera amó Dios al mundo»’.

Después que Moody escuchó a Moorehouse, él cambió de manera radical todo su modo de pensar. A partir de entonces, él nunca más predicó presentando a Dios como un Dios airado persiguiendo a los pecadores. Siempre predicó a Dios como un Padre amoroso buscando incansablemente rescatar a sus hijos pródigos.

Amados hermanos, nuestro Dios no es un Dios de ira. Él tendría todo el derecho de estar airado con nosotros; pero no es así, él nos ama. No pensemos que Dios en el Antiguo Testamento es un Dios airado y que en el Nuevo Testamento él es un Dios amoroso. De ninguna manera. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Cuando él se reveló a sí mismo a Moisés en el monte, ¿qué dijo Moisés? «Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Éx. 34:6-7).

Nuestro Dios es un Dios justo, pero al mismo tiempo él es amor. Nosotros actuamos mal con él, huimos de él. Somos los seres más despreciables en toda la creación suya. Somos peores que un cachorro, menores que una pulga; pero aun así Dios, en su abundante misericordia, nos salvó. ¿Cómo él hizo eso?

Pablo estaba preso y, en medio de su aflicción, él engendró a Onésimo. Pero Cristo, el cual era Dios, se vació a sí mismo. Asumió la forma de hombre, tomo la forma de un esclavo, a fin de servir al propósito de Dios. Se humilló a sí mismo y se entregó para ser crucificado. En su aflicción, él nos engendró; por su sangre, nos salvó. Él nos envió de vuelta a Dios, ya no como esclavos fugitivos, sino como miembros de su familia, como si estuviese diciendo al Padre: ‘Recíbeles como a mí mismo’. Damos gracias a Dios por recibirnos de esa manera.

Pablo dice: «Porque quizá para esto se apartó de ti por algún tiempo, para que le recibieses para siempre» (Flm. 1:15). ¿No es eso verdadero con nosotros hoy? Es como si el Hijo dijese al Padre: ‘Tú los perdiste por un poco de tiempo, pero ahora ellos te pertenecen para siempre’. Nosotros, que antes no le éramos útiles, somos aquellos de quienes el Señor mismo dice son útiles al Padre. Cuando nos volvemos al Padre, ¿no somos constreñidos por su amor a tal punto que nos entregamos plenamente a él para servirle, ser propiedad suya para siempre y serle útiles?

Antes éramos siervos inútiles, mas ahora le somos útiles. Eso es lo que la carta de Pablo a Filemón nos revela. Oh, que podamos ver a Cristo, que podamos ver cómo se dispuso él a sufrir, a morir en la cruz del Calvario, simplemente para traernos de vuelta a Dios el Padre.