Epístola a los Efesios.

La Biblia es la revelación de Jesucristo y nosotros la estudiamos con el objetivo de conocer a Cristo. Ese es el único motivo por el cual la Palabra nos fue dada. Allegarnos a la Palabra para conocer a Cristo es el único modo de entender verdaderamente lo que la Biblia tiene para nosotros.

Es por eso que deseamos ver a Cristo en cada uno de los libros de la Biblia. Iniciamos esta serie de estudios con el libro de Mateo y continuamos con los demás libros del Nuevo Testamento hasta llegar ahora a estudiar la Carta a los Efesios, o sea, queremos ver a Cristo a través de la Iglesia.

Hay una semejanza entre el libro de Hechos y la carta a los Efesios. En el libro de Hechos, vemos al Señor resucitado haciendo y enseñando por medio de su cuerpo colectivo, el cual es la Iglesia. En la carta a los Efesios, vemos nuevamente al Señor Jesucristo, pero ahora, como Cabeza de su Iglesia. Hay, sin embargo, una diferencia: en el libro de Hechos se nos presenta un hecho: Cristo es visto en su cuerpo. En Efesios, lo que se nos presenta es una enseñanza: la enseñanza de Cristo en la Iglesia. Es maravilloso constatar que Dios siempre nos presenta hechos en primer lugar y, posteriormente, nos revela el significado de esos hechos.

En el libro de Hechos se nos muestra el siguiente hecho: la Iglesia, en verdad, es Cristo; el propio Cristo haciendo la obra y enseñando, del mismo modo que él lo hacía por medio de su cuerpo humano mientras estaba aquí en la tierra. Igualmente, vemos que, en el libro de Hechos, el Señor tomó sobre sí un cuerpo colectivo y, por medio de ese cuerpo colectivo, él continuó haciendo y enseñando. Ese es el hecho. En la carta a los Efesios, encontramos la interpretación, la enseñanza.

Esta carta fue escrita por Pablo cuando él estaba en la prisión de Roma. Físicamente, él estaba limitado; no podía actuar libremente ni moverse en medio del pueblo de Dios. Pero, gracias a Dios, él no estaba limitado en su espíritu. Al contrario, su espíritu subió al tercer cielo y allá vio el misterio de Dios. Pablo se propuso compartir ese misterio de Dios con los cristianos de Éfeso y, naturalmente, con nosotros también.

La carta a los Efesios nos revela a Cristo como la Cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo. Este es el misterio de la voluntad de Dios. En 1ª Corintios 2, Pablo dice: «me propuse no saber entre vosotros cosa alguna, sino a Jesucristo, y a éste crucificado». Sin embargo, eso no significa que Pablo no supiese nada además de eso; no quiere decir que, aparte de esa enseñanza fundamental sobre Cristo –Cristo crucificado– Pablo no supiese nada más. El propio Pablo va a decir a continuación: «Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez», una sabiduría que es desconocida del mundo y de sus representantes. Es la sabiduría de Dios en misterio; una sabiduría que estaba escondida desde los siglos y que está relacionada con nuestra gloria. Subrayamos, entonces, que aquí no hay contradicción. Jesucristo, y éste crucificado, es el fundamento, pero aquella sabiduría sobre la cual Pablo está hablando, la sabiduría de Dios en misterio, es edificada sobre este fundamento. Es el mismo Cristo.

Así pues, en la carta a los Efesios, Pablo va a tratar principalmente con esta «sabiduría de Dios en misterio». Él nos va a conducir desde la eternidad pasada a través del tiempo, hasta hacernos penetrar en la eternidad futura. O sea, Pablo va a tratar en esta carta acerca del eterno propósito de Dios.

Queridos hermanos, Dios tiene un propósito eterno. ¿Por qué lo llamamos propósito eterno? Porque se originó en Dios en la eternidad pasada. Antes que hubiese tiempo, antes de la creación, Dios había designado en sí mismo un propósito según el beneplácito de su voluntad. Desde entonces, él ha trabajado a lo largo de las épocas hasta que él mismo realice ese propósito en la eternidad futura. Aquello que Dios, en la eternidad pasada, se propuso hacer, debe ser realizado, o mejor, sin ninguna duda, será íntegramente realizado porque Dios no falla. Su obra, sin embargo, es realizada en el tiempo. De esa forma, él hizo el tiempo como un período o períodos en los cuales él puede realizar su eterno propósito. Este es el real significado del tiempo y es en este tiempo que estamos viviendo actualmente.

¿Cuál es, entonces, este propósito eterno que se originó en el propio Dios en la eternidad pasada? Es simplemente esto: «Reunir todas las cosas en Cristo». Concentrar, incluir, hacer que todo venga a resumirse en Cristo. Dios amó tanto a su Hijo unigénito, que deseaba expresar este amor a él. Es dándose como el amor se expresa a sí mismo, y Dios amó tanto a su Hijo que se propuso darle todas las cosas. Esa es la razón por la cual él creó todas las cosas. Él creó los cielos, la tierra y todo lo que en ellos hay para su Hijo amado. Las montañas, los océanos y las planicies, todo fue creado para él. Los pájaros, los peces y demás animales fueron creados para su Hijo. Incluso los seres celestiales y todos los seres humanos fueron creados para su Hijo. Él creó todas las cosas en su Hijo, por su Hijo y para su Hijo, para que él pudiese heredar todas las cosas y en él puedan reunirse todas las cosas. Ese es el eterno propósito de Dios. Nosotros sabemos que, en la eternidad venidera (la cual ciertamente está viniendo), esto se convertirá en realidad. Todas las cosas serán reunidas en él.

¿Cuál es el significado de la palabra «reunir»? La expresión «reunir», o «concentrar en sí» todas las cosas, o «englobar en sí» es utilizada dos veces en el Nuevo testamento. Una vez en este pasaje de Efesios 1 y otra en Romanos 13:9-10: «Porque: No adulterarás, no matarás, no hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor».

Hay muchos mandamientos, pero cualquiera que sean, todos se reúnen, se resumen, se concentran en una sola palabra: amor. El amor es la totalidad de los mandamientos. El amor da significado a todos los mandamientos y es el único modo a través del cual todos los mandamientos pueden ser cumplidos; por lo tanto, todos los mandamientos «convergen» hacia el amor. El amor resume todos los mandamientos. En él se concentran todos. De la misma forma, todas las cosas convergen en Cristo. Todas las cosas, sean las que fueren, incluso usted o yo, los ángeles – todo converge hacia Cristo. Él es el mismo significado de todas las cosas, es él quien da significado a todo. En él todas las cosas se unen en armonía y unidad. Él es el propósito de todas las cosas. Nosotros sabemos que, en la eternidad futura, eso se tornará una realidad manifiesta. Gracias a Dios por eso.

No hay problemas en la eternidad pasada. Cuando Dios estableció su propósito no hubo discusión, ni oposición, ni ninguna opinión divergente. De la misma manera, no habrá problemas en la eternidad futura, porque todo aquello que Dios se propuso hacer habrá sido realizado. No habrá más oposición ni conflictos. Dios va a obtener lo que siempre deseó para su Hijo.

Sin embargo, en el tiempo, hay innumerables problemas. Después de haber establecido Dios su propósito y comenzado a crear todas las cosas, los problemas comenzaron a aparecer. Primeramente ocurrió la rebelión del arcángel Lucifer. El arcángel creado por Dios se rebeló contra él y se convirtió en un demonio, un adversario de Dios y, por causa de eso, la tierra se convirtió en un caos. En el libro de Génesis, cuando Dios re-creó la tierra, al restaurarla para que fuese habitable, él creó al hombre y puso el planeta bajo su control. El hombre cayó en pecado y una vez más el mundo fue lanzado a la vacuidad y la ruina. Pero, gracias a Dios, él está trabajando. Por medio de su amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, él redimió y reconcilió consigo todas las cosas y las trajo de vuelta a la plenitud de Dios. Él no sólo nos redimió por su sangre preciosa, sino que su redención alcanza a todo el Universo y, debido a la obra que él realizó en la cruz del Calvario, él reconcilió todas las cosas a la plenitud de Dios.

Dios también había designado en su propósito que habría un pueblo, la Iglesia, que sería la novia de su amado Hijo, la cual compartiría su gloria y también su responsabilidad; de su vida, y también de su trabajo. Eso es parte del eterno propósito de Dios para su Hijo. Es en este punto que usted y yo tenemos participación. Agradó a Dios que, en la medida que dio todas las cosas a su Hijo, que su Hijo compartiese todas las cosas, incluso su gloria con un pueblo redimido – la Iglesia. Es el placer y la satisfacción de Dios, después de haber concluido la obra de la redención a través de Cristo en la tierra, permitir que su pueblo participe en la realización de este propósito eterno en su Hijo y para su Hijo.

Siempre recuerdo una historia que ilustra muy bien este hecho. Un día un padre cargaba una mesa. Era una mesa muy pesada, pero el padre era lo bastante fuerte para levantarla y cargarla. Este padre tenía un hijo pequeño que, cuando vio que el padre tenía que cargar aquella mesa, inmediatamente se dispuso a ayudarlo. Así, el padre aseguró un lado de la mesa y el hijo el otro lado y ellos cargaron aquella mesa. El pequeño niño, en vez de ayudarlo, se tornó, en verdad, en un peso extra. El padre sabía que estaba cargando no sólo la mesa, sino también al hijo. Cuando ellos finalmente concluyeron, el hijo dijo: «Nosotros cargamos la mesa juntos».

Queridos hermanos, esa es una bella ilustración. Toda la obra fue realizada por nuestro Señor Jesús, pero él tiene placer en permitir que trabajemos juntos con él. En verdad, nosotros somos para él un peso extra (si usted no lo es, yo sé que lo soy). Pero él voluntariamente carga el peso extra y lleva la obra adelante para que el propósito del Padre pueda realizarse. Gracias a Dios por eso.

Es algo maravilloso cuando Dios decide hacernos participantes del propósito eterno con relación a su Hijo. Él no desea que participemos en forma pasiva – mecánicamente, técnicamente. Él quiere que tomemos parte en su propósito de forma viva, espiritual, real, experimental. Es por esta razón que la primera cosa que él desea que conozcamos es el misterio de su voluntad.

La voluntad de Dios es un misterio. ¿Quién conoció la mente de Dios? ¿Quién podía saber lo que pasaba en el corazón de Dios? ¿Quién sabía lo que había por detrás de todas sus obras en este período que llamamos tiempo? ¿Quién sabía cuál era el objetivo que Dios pretendía alcanzar? Nadie sabía. Era un misterio. No sólo los animales desconocían eso, sino que tampoco los ángeles no lo sabían. Es un misterio escondido en Dios. La voluntad de Dios es un misterio. Sin embargo, piense en esto: agradó a Dios hacernos conocer el misterio de su voluntad. Pero ¿quién somos nosotros?

Hermanos, el hecho de que Dios no haya revelado el misterio de su voluntad a los ángeles es algo que toca mi corazón profundamente. En verdad, los ángeles vendrán a conocer el misterio de Dios por medio de la iglesia, los redimidos del Señor. Nosotros pecamos, nosotros estuvimos muertos en nuestros pecados y transgresiones; nuestra mente estaba entenebrecida; estábamos alienados de la vida de Dios; nos tornamos sus enemigos; nosotros lo odiábamos; nos rebelamos contra él. Aún así, en su amor y su misericordia, por medio de la gracia de Jesucristo, él no sólo nos salvó, sino nos dio a conocer el misterio de su voluntad. Él no nos trató como esclavos, sino como amigos.

Sin embargo, a fin de darnos a conocer el misterio de su voluntad, él precisó atraernos primeramente a sí mismo. Precisaba traernos a una relación viva con él de forma que nuestro conocimiento de su voluntad no fuese sólo un conocimiento exterior, sino un conocimiento vivo y experimental del misterio de su voluntad. No se trata de recibir una enseñanza, sino de tener una enseñanza basada en la experiencia. Si todo lo que usted sabe es mera enseñanza, entonces lo que usted tiene es una doctrina. Pero si la enseñanza que usted tiene se basa en la experiencia, entonces usted tiene vida. Dios desea que conozcamos su voluntad en forma viva.

En el primer capítulo de Efesios, cuando Pablo está intentando describir este misterio, él percibe que es algo que está más allá de su capacidad. A fin de hacer conocido el misterio de la voluntad de Dios para nosotros, es necesario que él primeramente nos bendiga con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo Jesús. Es por eso que él nos bendice. ¿Cuáles son estas bendiciones espirituales con las cuales él nos bendice en Cristo Jesús? Nos escogió en él antes de la fundación del mundo. Antes de la fundación del mundo, Dios nos había escogido en Cristo Jesús. No fue usted quien lo escogió. Él lo escogió a usted incluso antes de la fundación del mundo, mucho tiempo de que usted hubiera nacido. Él lo escogió a usted en Cristo y le predestinó para ser su hijo. Él dice: Un día, éste a quien escogí para ser hijo, se tornará un hijo según mi Hijo Unigénito. ¡Maravilloso! Este escogido podrá ser santo e irreprensible delante de él. Hay solamente un modo de ser santos e irreprensibles delante de Dios, o sea, en amor, porque «el amor cubre multitud de pecados».

A continuación está escrito: «nos hizo aceptos en el Amado». En la traducción inglesa de Darby la expresión «hizo aceptos» se traduce como «favorecer» y eso significa que Dios nos favoreció en el Amado. En otras palabras, Dios está diciendo: «Ustedes son mis favorecidos». Dios está siendo parcial con usted, pero él es imparcialmente parcial porque él es parcial para todos.

Él nos redimió por su sangre. ¡Qué gran precio él pagó! Cristo necesitó derramar su sangre para redimirnos según las riquezas de su gracia.

Él nos dio una herencia en los cielos. ¡Oh, que podamos conocer la esperanza de nuestro llamamiento. Somos llamados para ser el cuerpo de Cristo, y la esperanza de este cuerpo es, al alcanzar la madurez, convertirse en la novia de Cristo.

Nosotros debemos conocer la gloria de su herencia en los santos. ¡No sólo somos nosotros los que heredamos a Cristo, y qué bendita herencia es ésta! Pero Cristo va a heredarnos también. Nosotros llegaremos a ser una herencia rica para Cristo.

También debemos conocer la suprema grandeza de su poder para con los que creemos. Oh, el poder con el cual Dios obra en nosotros es nada menos que el poder que levantó a Jesús de los muertos y lo sentó a la diestra de Dios por encima de todas las cosas. Es este mismo poder que opera en nosotros.

Hermanos, él hizo todas las cosas en Cristo para que percibiésemos que Cristo es todo. Es en Cristo que fuimos escogidos. Es por causa de Cristo que recibimos la filiación. Es por causa de la sangre de Cristo que nos tornamos coherederos con Cristo. Todo lo que nosotros experimentamos por la gracia de Dios es Cristo. Dios se propuso hacer de Cristo todo para nosotros, él debe ser todo en nuestras vidas. Eso es reunir todas las cosas en Cristo.

En el capítulo 2 de Efesios se nos muestra que todo eso es verdadero a nivel individual. Cuando estábamos muertos en delitos y pecados, su amor, misericordia y gracia, vinieron sobre nosotros de modo que nosotros no sólo fuimos levantados de los muertos, sino también sentados juntamente con Cristo en las regiones celestiales. De la misma forma, corporativamente, vemos que nosotros, estando todos separados, ahora estamos siendo formados un nuevo hombre en Cristo Jesús. Somos reunidos para Dios en Cristo Jesús. Todas estas cosas que fueron hechas para nosotros, así como todo lo que hemos recibido y experimentado, tiene un único objetivo: que podamos llegar a un conocimiento real del misterio de la voluntad de Dios. El misterio de la voluntad de Dios debe ser realizado primeramente en nosotros. No debemos sólo entender con nuestras mentes, sino que también debe tornarse realidad en nuestras vidas. En verdad, la iglesia puede decir: Todas las cosas están siendo reunidas en Cristo. Cristo es el todo. Él es el significado de todo. Él da sentido a todas las cosas, y él es todo para nosotros. Ese es el testimonio de la iglesia, el cual debe ser revelado a nosotros para que vengamos a conocer el misterio de la voluntad de Dios.

¿Usted sabe cuál es el misterio de la voluntad de Dios? ¿Usted sabe que la voluntad de Dios es que su Hijo pueda tener la preeminencia sobre todas las cosas? ¿Usted sabe que la voluntad de Dios es reunir todas las cosas en Cristo, hacer que todo sea totalizado en él y que Cristo pueda ser manifestado en todas las cosas? ¿Usted sabe que él debe ser glorificado en todas las cosas? ¿Usted sabe que este es el misterio de la voluntad de Dios? Pero, si nosotros no sabemos, entonces ¿quién sabe? Si usted le pregunta a un ángel, él le dirá: «Yo no sé cuál es el misterio de la voluntad de Dios. Yo he visto muchos hechos poderosos de Dios y sé que él está trabajando para alcanzar algún objetivo, pero ¿qué objetivo es ese? Explíqueme, por favor».

La iglesia no debe sólo enseñar al mundo visible, sino también al mundo invisible el misterio de la voluntad de Dios. Este es el significado de Efesios 3:10: «Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales».

Primeramente, Dios nos hace conocer el misterio de su voluntad de modo vivo, experimental, real. Entonces, a través de nosotros –la Iglesia, los redimidos– Dios planea dar a conocer toda su multiforme sabiduría a los principados y potestades en las regiones celestiales. Esos principados y potestades en la regiones celestiales no se refieren a los reyes, nobles y señores de esta tierra. También es verdad que Dios quiere dar a conocer el misterio de su voluntad al mundo por medio de la Iglesia, pues, de otro modo, el mundo nunca lo conocería; pero, además de eso, él quiere que eso sea conocido por los principados y potestades. La mayoría de los comentaristas bíblicos concuerda que los principados y potestades en este versículo se refieren a los ángeles buenos, habiendo clasificado a los ángeles en dos categorías: los buenos y los malos. Los ángeles buenos son aquellos que obedecen a Dios y ejecutan su voluntad. Los ángeles malos son los que se rebelaron contra Dios juntamente con Lucifer, el arcángel.

Estos principados y autoridades, o sea, los ángeles buenos, son más inteligentes que el hombre en cuanto al conocimiento. Sin embargo, ellos no saben todas las cosas; no poseen una sabiduría ilimitada. Saben más que nosotros, pero no lo saben todo. Ellos necesitan ser enseñados; ¿y quién les va a enseñar la sabiduría de Dios? La Iglesia. Cuando ellos vean lo que Dios está operando en los redimidos, cuando vean a los redimidos entrando en la realidad de Cristo, entonces serán abiertos sus ojos para conocer el eterno propósito de Dios. Nosotros enseñaremos a los ángeles la sabiduría de Dios.

La mayoría de los comentaristas bíblicos cree que este versículo se refiere a los ángeles buenos porque la única cosa que los ángeles malos van a conocer es el poder y la autoridad de Dios. Solamente los ángeles buenos quieren conocer la sabiduría de Dios. No obstante, la Iglesia, no sólo enseñará la sabiduría de Dios a los ángeles buenos, sino también hará que los ángeles malos vengan a conocer el poder y la autoridad de Dios (Eso está en Efesios 6). Después que Cristo concluyó todas las cosas en la cruz del Calvario, él dio su victoria a la Iglesia para que ella la pusiese en práctica y concretase el propósito de Dios de modo que los ángeles malos viniesen a conocer el poder de Dios. Nosotros debemos levantarnos y estar en pie. Estar en pie es permanecer firmes. Esta es la carta a los Efesios.

Si Cristo debe ser visto a través de la Iglesia, entonces primeramente usted debe saber qué es la Iglesia. Si usted no sabe eso, ¿cómo podrá ver a Cristo a través de la Iglesia? La carta a los Efesios es una carta maravillosa que trata sobre este tema: qué es la Iglesia. Si usted quiere saber lo que es la Iglesia, no mire a su alrededor, usted nunca la descubrirá de esa forma. Si usted quiere saber lo que es la Iglesia, no busque ni siquiera en la historia de la Iglesia, porque lo que usted va a encontrar es el Cristianismo oficial. Para saber lo que es la Iglesia, lea la carta a los Efesios. En ella encontrará usted la revelación de la Iglesia de Dios.

El Cuerpo de Cristo

La Iglesia es el cuerpo de Cristo, Aquel que todo lo llena en todo. La Iglesia es la plenitud de Cristo. Es exactamente como mi cuerpo es la plenitud de mi cabeza. Toda la sabiduría, los planes, todo el propósito, toda la autoridad y gobierno – todo está en la cabeza. Sin embargo, la cabeza se completa en el cuerpo de modo que el cuerpo se torna en la plenitud de la cabeza. Eso es la Iglesia – la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Toda la sabiduría, todas las insondables riquezas de Cristo están depositadas, almacenadas en aquel cuerpo, y Cristo dice: «Eso es mi plenitud».

Este cuerpo de Cristo no debe sólo contener todas las insondables riquezas de Cristo, sino debe también manifestar su gloria. El cuerpo siempre está vestido; la cabeza es quien aparece. La Iglesia no debe hablar de sí misma. La Iglesia no tiene como propósito mostrar al mundo cómo es ella: una torre cuya cúspide llegue al cielo. La torre de Babel es así, no la Iglesia. La Iglesia tiene como propósito revelar a Cristo. Cuando las personas entran en la asamblea del pueblo de Dios, es a Cristo a quien ellos deben ver. Dios está en nuestro medio y ellos se postrarán y adorarán a Dios. La Iglesia es la plenitud de Cristo; debería estar siempre cubierta, vestida, nunca debería estar expuesta – Cristo, nunca nosotros mismos. Que Cristo sea exaltado y visto, que él crezca y que yo disminuya. Eso es la Iglesia.

La Iglesia es el cuerpo de Cristo. A través de ella, Cristo puede continuar haciendo y enseñando. Todavía hay mucho que tiene que ser hecho y él lo está haciendo en la Iglesia y a través de ella. La Iglesia no tiene enseñanza propia. Ella enseña lo que Cristo enseña. La Iglesia no tiene su propia obra. El trabajo que ella realiza es el trabajo de Cristo. ¿Estamos viendo a Cristo en la Iglesia? Si todo lo que nosotros vemos es el cuerpo, y no vemos la Cabeza – eso es una abominación. Que Cristo sea visto en la Iglesia. Si Cristo no es visto, entonces significa que fracasamos. Es una falsa representación; y el mayor pecado en todo el universo es el pecado de la falsa representación. Oh, que nosotros podamos representar a Cristo de un modo real.

Un Nuevo Hombre

La Iglesia es un nuevo hombre. (Ver Efesios 2:15). En Adán – el viejo hombre; en Cristo – el nuevo hombre. En Adán todos morimos, en Cristo todos somos vivificados. En Adán fuimos todos divididos; en Cristo somos hechos uno. No hay ni judío ni gentil; ni circuncisión ni incircuncisión; ni bárbaro ni escita; ni esclavos ni libres, sino que Cristo es todo para todos. Él es todo en todos. Esto es el nuevo hombre – un nuevo hombre. En el mundo, usted tiene los judíos; pero en la Iglesia no hay judío. En el mundo existen los griegos y los gentiles, pero en la Iglesia no hay gentiles. En el mundo existen los bárbaros (innumerables) y los escitas, lo que es peor, porque los escitas eran más bárbaros que los mismos bárbaros. Si usted conoce la Historia, sabe que los escitas fueron los más bárbaros de toda la humanidad. Así a los ojos de Dios, no hay nación civilizada; o usted es bárbaro o es escita. Usted sólo es civilizado en Cristo. En el mundo, usted encuentra todas esas discriminaciones y distinciones naturales; sin embargo, no hay lugar para eso en el nuevo hombre, porque somos todos uno en Cristo Jesús.

Hermanos, cuando ustedes miran a un hermano o una hermana, ¿qué ven? ¿Usted ve un chino, o ve a Cristo? Si usted ve un chino es una lástima, no sólo por usted, sino también por mí. En la Iglesia, no hay chinos, ni americanos, ni negros o blancos, ni amarillos o rojos. En la Iglesia, no hay doctores ni analfabetos. En la Iglesia, no hay señores ni esclavos. Sí; en el mundo tenemos todas esas cosas, pero en la Iglesia no. Cuando nos reunimos en torno de la mesa del Señor, somos todos hermanos y hermanas en Cristo Jesús. Somos uno. Nada puede separarnos de Cristo; nada puede separarnos uno de otros porque el amor de Cristo es el que nos mantiene unidos. La Iglesia es el nuevo hombre y, cuando las personas ven la unidad del pueblo de Dios, perciben que esto no es algo posible naturalmente. Es sobrenatural. Es Cristo quien nos hace uno. Este es nuestro testimonio.

Conciudadanos de los santos

¿Qué es la iglesia? Nosotros somos conciudadanos de los santos (Ver Ef. 2:19). La Iglesia es el reino de Dios sobre la tierra. Dios «nos libró de la potestad de las tinieblas y trasladó al reino de su amado Hijo» Ahora nosotros estamos en el reino de Dios, somos conciudadanos. Nuestra ciudadanía está en el cielo. Nosotros somos extranjeros y peregrinos sobre la tierra y, sin embargo, tenemos una ciudadanía. Nuestra ciudadanía está en el cielo.

Cuando recordamos que el reino de Dios está en nuestro medio, entonces nos damos cuenta que, como pueblo de Dios, debemos someternos completamente a la autoridad de nuestro Rey-Cristo. Si sometemos nuestras vidas al gobierno de Cristo nuestro Rey, entonces expresaremos su reino en realidad. Si, en cambio, en nuestras propias vidas nos rebelamos contra la autoridad de Cristo, ¿cómo podremos expresar el reino de Dios sobre la tierra? El mundo está lleno de rebelión, ¿y nosotros? La Iglesia es el reino de Dios, pero este reino es el reino del Hijo de Dios. En Mateo 17, Cristo se transfiguró en el monte y entonces ellos oyeron una voz: «Este es mi Hijo amado, a él oíd». Eso es el reino. Para que estemos en el reino de Dios, nuestra actitud siempre debe ser: «¿Qué quieres decir, Señor?». Esta es una actitud de obediencia, de sumisión. Y, si nosotros nos sometemos al Hijo de Dios, individual y colectivamente, entonces el mundo verá a Cristo. Su autoridad será manifestada a través de nosotros. Su voluntad será realizada a través de nosotros.

La casa de Dios

La Iglesia es la casa de Dios o la familia de Dios. (Ver Ef. 2:19). Nosotros no somos sólo un reino, somos una familia. Gracias a Dios, somos una gran familia. Cuando usted piensa en una familia, la primera cosa que usted busca son las semejanzas. A veces al mirar a una persona, inmediatamente pensamos: «Usted debe pertenecer a aquella familia». Eso nos recuerda un dicho judío: «Basta mirar mi nariz y usted sabrá mi nacionalidad. El mapa de Jerusalén está diseñado en mi rostro». Hay una semejanza entre las personas de una misma familia. Si pertenecemos a la familia de Dios, debemos ser semejantes a nuestro Padre celestial. Debemos ser parecidos con nuestro hermano mayor, porque Dios hizo que su Hijo Unigénito fuese el primogénito entre muchos hermanos. Él nos dio su vida y con esta vida nosotros creceremos y nos haremos cada vez más semejantes a él. ¿Estamos creciendo? ¿Estamos pareciéndonos a la familia? Pienso que esa es una pregunta muy importante para nosotros mismos.

Habitación de Dios en el Espíritu

La Iglesia es la habitación de Dios en el Espíritu (Ef. 2:22). Dios, en su Espíritu, habita en la Iglesia. Cuando pensamos en la palabra habitación, de inmediato nos viene a la mente aquella frase que el Señor dijo: «Sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Cristo nos está edificando, nos está colocando juntos como piedras vivas sobre sí mismo que es el fundamento, y estamos siendo edificados juntos sobre Cristo. El resultado de eso es que Dios va a habitar en nuestro medio. Donde estuvieren dos o tres reunidos en mi nombre, yo estaré en medio de ellos. Eso es la casa de Dios.

¿Nos estamos destruyendo unos a otros y provocando separación o estamos edificándonos unos a otros? ¿Estamos luchando y peleando unos contra otros, o nos estamos mutuamente edificando, exhortando y animando? ¿Estamos edificando con oro, plata y piedras preciosas, las cuales representan la vida de Dios, la redención de Cristo y la obra del Espíritu Santo? ¿O estamos edificando con madera, heno y hojarasca, los cuales representan la naturaleza humana, el esfuerzo humano y nuestras ideas propias? ¿Qué estamos haciendo?

La Iglesia es la habitación de Dios y debe, por lo tanto, ser habitada por él. Lo que importa en verdad, no es lo que a usted le gusta, sino lo que a él le gusta. No es usted quien debe sentirse confortable, sino es Dios quien precisa sentirse bien en esta habitación. La cuestión principal no es: ¿Usted está satisfecho?, sino: ¿Dios está satisfecho? La Iglesia es la habitación de Dios.

Cuando visitamos una casa, inmediatamente pasamos a conocer los hábitos, o temperamento, las preferencias y las cosas que desagradan al propietario de aquella casa. Al mirar la decoración de la casa, la disposición de los muebles, la limpieza y los arreglos, usted puede ver al dueño de casa, porque en la casa se va a manifestar aquello que el dueño es. Esto es la Iglesia.

El misterio de Cristo

La Iglesia es el misterio de Cristo (Ver Ef. 3:4). El misterio de Dios es Cristo, pero el misterio de Cristo es la Iglesia. Si usted quiere conocer a Dios, usted tiene que conocer a Cristo. El Señor dijo: «Hace tanto tiempo que estoy con vosotros … ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre?». De la misma manera, el misterio de Cristo es la Iglesia. Si usted quiere conocer a Cristo, mire a la Iglesia. En ella usted debería reconocer a Cristo. Lamentablemente, hoy en día eso no está ocurriendo. Pero la Iglesia es el misterio de Cristo. La Iglesia revela a Cristo porque ella es Cristo.

En 1ª Corintios 12:12 está escrito que hay un cuerpo y muchos miembros: «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros … siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo». Es el cuerpo de Cristo con muchos miembros, cada miembro no es un cuerpo, sino que todos esos miembros constituyen un cuerpo. La Biblia dice: «…así también Cristo». Si nosotros estuviésemos escribiendo 1ª Cor. 12:12-13, probablemente escribiríamos: «Así también es la Iglesia». Pero el Espíritu Santo dice: «Así también Cristo», porque la Iglesia no es otra cosa sino Cristo expresándose colectivamente. Es Cristo en usted, Cristo en mí, Cristo en cada uno de nosotros y en todos nosotros juntos, todos manifestando a Cristo. Recuerde: la Iglesia no es edificada por usted y por mí. La Iglesia es edificada por Cristo en usted y Cristo en mí; y usted y yo tenemos que ir a la cruz. La Iglesia es el misterio de Cristo.

La novia de Cristo

La Iglesia es la novia de Cristo (Ver Ef. 5:23). Cuando pienso en la novia de Cristo, la primera cosa que me viene a la mente es que debe haber compatibilidad. Debe haber una correspondencia, una semejanza, una complementación. La novia debe ser como él. Usted no puede poner juntas a dos personas diferentes y desear que ellas sean uno. Dios dijo que crearía a Adán una ayuda idónea, que fuese su igual. Y esto es la Iglesia: su semejante, su igual, de la misma especie. No sólo aquella que tiene su vida, sino la que será purificada y santificada hasta llegar a ser la Iglesia gloriosa, sin mancha y sin arruga así como él es. Después de eso, ella será unida a él – la novia de Cristo.

La guerrera de Cristo

La Iglesia es la guerrera de Cristo (Ef. 6). Ella debe ser el instrumento usado por Dios para pelear la buena batalla de la fe. Es la iglesia quien va a aplicar la victoria de Cristo sobre todas las cosas de modo que todas las cosas serán sometidas a Cristo. La Iglesia fue escogida por Dios para derrotar al enemigo. Los ángeles fueron creados como seres superiores al hombre; sin embargo, Dios usa uno que le es inferior para derrotarlo. En Romanos 8 está escrito que, cuando los hijos de Dios sean manifestados, entonces toda la creación será redimida del cautiverio de corrupción, redimida de la vanidad a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Todas las cosas serán sujetas a Cristo.

Hermanos, primeramente, Dios opera en nosotros para que seamos sumisos a Cristo en todas las cosas. Después, por medio de la Iglesia, todas las cosas serán traídas en sujeción a Cristo, para que Cristo englobe todas las cosas, que todo sea reunido en él y el propósito de Dios sea realizado totalmente. Esta es la carta a los Efesios. Que nosotros podamos ver a Cristo.

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.