Epístola de Santiago.

Lectura: Santiago 2:14-26.

Jacobo, Jacob, Iago, Yago, Jaime, y Diego son variantes en español del nombre propio hebreo Ya’akov, que significa «sostenido por el talón» y fue el nombre del patriarca que después se llamó Israel. De San Jacobo o San Yago surgió con el tiempo la abreviación Santiago. En este artículo usaremos el nombre de Santiago, por el cual es mayormente conocida la epístola en su versión española. (Nota del Editor).

Es necesario decir que esta carta de Santiago es muy singular. Puede haber sido la primera carta del Nuevo Testamento en ser escrita.

¿Quién es Santiago, el autor de esta carta? No puede ser Jacobo el hijo de Zebedeo, hermano de Juan, porque el hijo de Zebedeo fue martirizado por el rey Herodes aproximadamente en el año 44 d. de C. Ni Jacobo hijo de Alfeo, uno de los doce apóstoles, porque aquél no era una persona muy conocida. Creemos, por tanto, que este es el hermano del Señor.

En Hechos capítulo 12, cuando Pedro fue libertado de la prisión por un ángel, él se dirigió a la casa de la madre de Juan Marcos, y antes de salir dijo: «Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos». Este Jacobo, o Santiago, a quien Pedro se refiere en este versículo, es el hermano del Señor.

Sabemos que Santiago, el hermano del Señor, era una persona muy piadosa. La tradición incluso dice que él era nazareo. Él era un judío muy fervoroso, celoso en guardar la ley de Moisés, y vivía una vida muy recta. Por esa razón lo llamaron el Justo. Sin embargo, es muy extraño que, mientras nuestro Señor aún estaba en esta tierra, Santiago simplemente no podía creer que su hermano, Jesús, era el Mesías, el Cristo. De alguna forma, él estaba tan preso de la ley, tan preso de la tradición de los padres que, aun habiendo sido profundamente marcado por lo que vio y oyó de su hermano debido a su gran cercanía de Jesús, aun así, no podía creer en él como el Mesías.

Santiago hacía todo lo posible por guardar la ley, y externamente mostraba ser una persona muy justa. En verdad, era admirado por eso. Sin embargo, estoy seguro que en su interior había una sensación de vacío, un sentimiento de insatisfacción. Cuando Santiago miraba a su hermano, nuestro Señor Jesús, puedo imaginar cómo ansiaba tener lo mismo que su hermano tenía, aquella libertad gloriosa que podía ver en la vida de Jesús. Mas, por alguna razón, él no lograba vencer las barreras. Estaba preso. Es muy posible que sólo después de la muerte de nuestro Señor Jesús, hecho que lo marcó profundamente, Santiago haya comenzado a creer en el Señor.

Después de resucitar, nuestro Señor Jesús apareció en particular a Santiago (Ver 1ª Corintios 15:7). No sabemos lo que el Señor resucitado habló a su hermano, mas esta aparición del Señor, de alguna forma, selló la fe de Santiago. Al poco tiempo, ese mismo Santiago llegó a ser uno de los tres pilares de la iglesia en Jerusalén juntamente con Pedro y Juan. Nuevamente, en el libro de los Hechos capítulo 15, vemos que en el concilio de Jerusalén fue Santiago quien dio la última palabra y, cuando Pablo visitó Jerusalén por última vez, todo indica que Santiago era el hermano principal en la iglesia local.

Asimismo, Josefo, historiador judío, escribió sobre la muerte de Jacobo diciendo: «Había un hombre llamado Jacobo el Justo, hermano de Jesús, llamado el Cristo. En el intervalo entre la muerte de Festo y la sucesión del gobernador Albino, el sumo sacerdote Anás el joven apresó a Jacobo y a otros, los acusó de violar la ley de Moisés y ordenó ejecutarlos, siendo Jacobo apedreado hasta la muerte. No obstante, Jacobo era respetado, no sólo por los cristianos de esa época, sino también por los judíos en general; por tanto, el pueblo judío, los fariseos, se rebelaron indignados. Acusaron al sumo sacerdote delante del rey Agripa e hicieron que el sumo sacerdote fuese depuesto. De esa forma ustedes pueden percibir qué tipo de hombre era este Jacobo».

Doce tribus en la dispersión

Sabemos que Santiago escribió esta carta para las doce tribus en la dispersión. Estas se refieren a las doce tribus de Israel, y la dispersión se refiere al pueblo judío que había sido esparcido, a través de los años, por todas partes del mundo y que vivía fuera de Palestina, su tierra natal. Santiago no dirigió su carta a las doce tribus en la dispersión en general, sino que escribió para aquellos judíos que estaban esparcidos por todo el mundo y que habían creído en el Señor Jesús.

Es probable que esa dispersión haya comenzado en el día de Pentecostés, ocasión en que muchos judíos piadosos habían venido de todas partes del mundo para adorar a Dios en Jerusalén. Fue en esa ocasión que ellos oyeron el mensaje del Señor Jesucristo, y muchos entregaron sus vidas al Señor. Entre los tres mil convertidos aquel día, debe haber habido muchos de la dispersión. A causa de la persecución que se desató con posterioridad, ellos regresaron a sus lugares de origen, llevando hasta allí el evangelio, y muchos vieron al Señor a través de la predicación de ellos. Por tanto, en todas partes del mundo, diseminados en la dispersión, había judíos que conocían al Señor Jesucristo, y fue a ese pueblo que Jacobo dirigió su epístola.

Es importante observar que esta actitud de Santiago fue muy apropiada, porque él mismo era judío, celoso de la ley, y llegó a conocer al Señor de una forma verdadera. En cierto modo, él era un líder de la iglesia en Jerusalén; por tanto, era natural que una persona así escribiese una carta para aquellos creyentes judíos esparcidos por el mundo. En la soberanía de Dios, Santiago fue usado como un vaso especial durante el período de transición del judaísmo al cristianismo, en la transición de la ley hacia la gracia.

Aunque esta carta haya sido escrita por Jacobo a las doce tribus en la dispersión, creemos que también está dirigida a nosotros. Espiritualmente hablando, podemos decir que somos las doce tribus en la dispersión, no en forma física, sino espiritual, pues todos aquellos que creen en Dios, que creen en el Señor Jesús, así como creyó Abraham, son hijos de Abraham.

Abraham tuvo dos simientes, o más bien una simiente de dos tipos, porque «…multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar…». El pueblo judío, las doce tribus de Israel, son como la arena del mar, el pueblo físico de Abraham. Pero nosotros, los que creemos en el Señor Jesús, somos el pueblo espiritual, la simiente de Abraham como las estrellas del cielo. Por esta razón Pablo dijo: «Vosotros sois el verdadero Israel de Dios». Entretanto, hoy estamos en la dispersión, estamos esparcidos por todo el mundo, no estamos aún en nuestra patria celestial. Por tanto, de cierta forma, podemos decir que esta carta está dirigida a nosotros, y podemos aprender mucho a través de ella.

Concepto errado con respecto a esta carta

A veces las personas pueden ser influenciadas con facilidad, e influenciadas de manera errada. Martín Lutero dijo cierta vez que «la carta de Santiago, comparada con las epístolas de Pablo y con otros escritos del Nuevo Testamento, es una epístola de paja, pues carece de verdad evangélica». Y a causa de lo que Lutero dijo, las personas quedaron con la idea engañosa de que esta carta no tiene valor.

Lutero amaba tanto la carta a los Gálatas, que decía: «Gálatas es mi carta, mi Catarina, mi esposa; estoy casado con ella», y la utilizó como una espada durante la Reforma. En cambio, cuando leía la carta de Santiago, simplemente no podía entenderla. Decía: «Es una carta de paja; no puedo luchar con ella». ¿Por qué él decía eso? Él enfatizó tanto la justificación por la fe, que pensaba que esta carta de Santiago enseñaba sobre la ley de Dios.

Amados hermanos, espero que comprendamos mejor. Sabemos que no hay en absoluto contradicción entre Pablo y Santiago. Al contrario, los escritos de uno y otro se complementan. Es verdad que Pablo enfatiza la justificación por la fe en Romanos y nuevamente en la carta a los Gálatas, puesto que este es el evangelio de Cristo. Sin duda, al leer la carta de Santiago, parece que él enfatiza la salvación por obras; sin embargo, debemos recordar lo que es la fe. La fe no sólo es creer, es también obrar. Por tanto, creer es uno de los dos aspectos de la fe; el otro aspecto consiste en hacer obras. Debemos creer, es verdad; mas si esa creencia es real, ella requiere ser puesta en práctica.

Pablo estaba tratando con los gentiles, y quería hacerles entender que una persona no es justificada por las obras de la ley. En aquella época, había algunos judíos legalistas, que recorrían diferentes lugares diciendo a las personas que ellas debían creer en el Señor Jesús, ser circuncidadas y guardar la ley de Moisés si querían ser salvas. Sin embargo, Pablo dice: «Nadie puede ser salvo por las obras; nadie puede ser salvo guardando la ley de Moisés, porque ninguno puede lograrlo de esta manera. Somos salvos por gracia mediante la fe, por creer en la obra consumada de Cristo. Somos justificados por la fe». Y Pablo está seguro.

Entretanto, recordemos que Santiago lidiaba con otro tipo de personas. Él no estaba tratando primeramente con los gentiles, sino con los judíos, que intentaban guardar la ley y fracasaban. Ahora ellos habían conocido la gracia de Dios en Cristo, y eran salvos. Santiago trataba de decirles que, habiendo creído en el Señor Jesucristo, ellos debían probar su fe a través de las obras, de modo que su fe fuese probada y perfeccionada. Por tanto, en realidad, no había contradicción. Primero necesitamos creer; no obstante, después de haber creído, nuestra fe necesita ser perfeccionada y probada por las obras.

En otras palabras, el énfasis de Pablo está en nuestra posición delante de Dios. Somos justificados delante de Dios no por las obras, sino por la fe. En cambio, el énfasis de Santiago es diferente; él está tratando de mostrarnos cómo podemos ser justificados delante del mundo. Para ser justificados delante de los hombres, necesitamos probar nuestra fe a través de las obras. Por tanto, lo que Pablo inicia, Santiago lo concluye, y no hay contradicción en absoluto.

Trasfondo de la carta

Si queremos realmente comprender la epístola de Santiago, necesitamos conocer un poco más el trasfondo de esta carta. Ya dijimos que Santiago fue un judío muy piadoso, celoso en guardar la ley. ¿Qué ocurrió cuando él llegó a conocer al Señor Jesús? Exteriormente, no parece haber habido grandes cambios, porque Santiago era un hombre bueno a los ojos de los hombres. Por consiguiente, después de creer en el Señor Jesús, no parece haber habido mucha mudanza en lo que se refiere a la apariencia externa.

¿No es verdad que, si usted es una de esas personas ‘buenas’, no es un terrible pecador antes de creer en el Señor Jesús, que después de creer en el Señor el mundo no ve mucha mudanza en su vida? En cambio, si usted es un pecador inveterado, ah, usted cambió mucho a los ojos de los hombres.

Entonces, aquí estaba Santiago, que antes era un hombre justo, y después de creer en el Señor Jesús continuó siendo justo. No parece haber habido un gran cambio exteriormente, pero debemos ver que hubo una profunda transformación en su interior. En otras palabras, aunque él no había cambiado mucho en su conducta exterior, en su realidad interior hubo una gran transformación. Él fue liberado de las cadenas de la letra de la ley. Antes, estaba preso de la letra de la ley, intentaba cumplir cada tilde de ella. Era un esclavo de la ley de Moisés; no obstante, ahora estaba completamente libre de aquella prisión. Él estaba ahora en la libertad de los hijos de Dios. Por causa de la vida de Cristo en él, Santiago vivía en libertad, vivía de acuerdo con la ley del Espíritu de vida y estaba probando su fe por las obras que hacía.

Así, pues, podemos ver que hay una gran diferencia. En lo exterior, no parece haber mucha; interiormente, en tanto, hay una gran mudanza. La fuente es diferente. En el pasado, él intentaba cumplir la letra de la ley por sí mismo, y parecía tener éxito aparente. Lo llamaban el Justo; sin embargo, él sabía quién era él mismo. Después que Santiago vino a conocer al Señor Jesús, la fuente de su vida recta ya no fue más él mismo, sino la fe viva del Hijo de Dios. No es más Santiago quien vive, mas Cristo que vive en él. Y porque Cristo vive en él, él vive, por tanto, una vida justa y recta. En eso hay una tremenda diferencia; la fuente ahora es otra.

Del cautiverio a la libertad

Veamos ahora a las personas a las cuales Santiago escribió su carta. Probablemente esos judíos eran celosos de la ley en el pasado. Si alguien era un judío devoto, era necesariamente celoso de la ley, aunque todos supiesen que no eran capaces de cumplir esa ley. Todos sentían un vacío e insatisfacción en sus corazones. De manera que, al oír el evangelio de Jesucristo, ellos experimentaban una gran liberación. Eran liberados del cautiverio de la ley a la maravillosa gracia de Dios. ¡Qué transformación debe haber ocurrido!

Entretanto, ellos enfrentaban una gran tentación: ‘Ahora que estamos libres de la ley, vamos a tirarla por la ventana. Podemos vivir en libertad. ¡Aleluya!’. Como resultado, pensando que estaban libres, ellos vivían una vida descuidada que traía deshonra al nombre del Señor. Y decían: ‘Es por gracia; no más la ley; todo es por gracia’.

Amados hermanos, ¿no sufrimos nosotros la misma tentación? Podemos caer en extremos, especialmente los discípulos nuevos o las personas que por primera vez probaron la libertad en Cristo, que por primera vez experimentaron el dulce sabor de la gracia. Supongamos que tú estuvieses viviendo bajo la ley, tratando de cumplirla, intentando hacer lo bueno, intentando salvarte a través de buenas obras; entretanto, tú permaneces bajo cadenas y pesado yugo todo el tiempo. Hasta que un día oyes el evangelio de Cristo y reconoces que no es a través de las obras, toda vez que tus obras son como trapos de inmundicia. Ellas no pueden salvarte ni pueden agradar a Dios. Tú eres libertado de las obras muertas, adquieres una fe viva en Jesucristo y comienzas a adorar a Dios. Piensas en la gran liberación que has recibido. Sin embargo, ¿estás consciente de que sufres la misma tentación de caer en extremos una vez que estás libre? Sí, tú eres libre; en otras palabras, tú estás libre de hacer cualquier cosa que quieras, y por eso te vas al otro extremo. Es precisamente por esta razón que Santiago escribe esta carta.

Santiago y los libros de sabiduría

Al leer la carta de Santiago, ¿no tienes la sensación de que ella está relacionada con algún libro del Antiguo Testamento? Sí, ella se asemeja a un libro de sabiduría. Parece corresponder, por lo menos en estilo, a Proverbios y Eclesiastés, los libros de sabiduría del Antiguo Testamento. Esta es la razón por la cual es difícil analizar el libro de Santiago, toda vez que está constituido por proverbios.

Sin embargo, hay una gran diferencia. Aunque su apariencia externa sea semejante a un libro de proverbios, sabemos que, en su profundidad, su fuente es diferente, pues sabemos que internamente proviene de lo alto. (Continuará).