Epístola a los Filipenses.

Lecturas: Filipenses 1:21; 2:5-8; 3:13, 14; 4:13.

La carta a los Filipenses nos muestra la profundidad del vivir cristiano. En Efesios nos es mostrado el punto culminante de la enseñanza, y nada puede estar en una posición más elevada que la enseñanza que nos es dada en Efesios – el eterno propósito de Dios, el cual es Cristo Jesús.

La voluntad de Dios es que su Hijo tenga preeminencia sobre todas las cosas, que todo converja hacia él, que él sea todo en todos. No hay una enseñanza más alta que esa. Y cuando llegamos a la carta a los Filipenses, llegamos a las profundidades mismas del vivir cristiano, porque está escrito: «Para mí el vivir es Cristo». ¿Puede existir una vida más profunda que esa?

Estas dos epístolas fueron escritas por una misma persona, Pablo, lo cual nos demuestra que la enseñanza y la vida son inseparables. Nosotros necesitamos de la enseñanza; sin embargo, la enseñanza sin la vida es apenas una teoría. Vivir sin la enseñanza apropiada es vivir de una manera limitada e indisciplinada. Damos gracias a Dios, porque tenemos la carta a los Efesios y la carta a los Filipenses, una al lado de la otra. Necesitamos de la enseñanza y de la vida.

En la carta a los Filipenses, veremos a Cristo en nuestra vida diaria, es decir, veremos a Cristo en la experiencia cristiana. De todas las cartas escritas por el apóstol Pablo a la iglesia, ésta es la más íntima.

Al leer Hechos 16, sabemos que Filipos fue el primer lugar en Europa donde fue predicado el evangelio. Antes de eso, el evangelio había sido proclamado en Jerusalén, en Samaria y en Asia. Entonces el Espíritu Santo condujo a Pablo a través del mar Egeo, y Filipos fue el primer lugar donde el evangelio de Jesucristo fue anunciado en Europa. Allí el Señor reunió a un grupo de creyentes en el nombre de Jesús, y en la iglesia de Filipos se estableció una relación íntima con el apóstol Pablo.

Cuando escribió su carta a los Filipenses, habían transcurrido diez años desde que él estuviera con ellos por primera vez. A lo largo de esos años, ellos mantuvieron una relación muy estrecha. Ahora, Pablo estaba preso en Roma, desde donde les escribe a aquellos a quienes amaba tan profundamente. Filipenses es, por tanto, una carta de amor.

Aunque esta carta contenga una profunda enseñanza acerca de Cristo (por ejemplo, en Filipenses 2), ella es básicamente un compartir de amor, una comunión. Entre todas las cartas escritas por el apóstol, hay dos que revelan más claramente su personalidad. Una es la 2ª carta a los Corintios, y la otra es Filipenses. En la 2ª a los Corintios, Pablo se nos muestra como persona, y el énfasis está en la autoridad espiritual; pero en Filipenses el acento está en el amor. Así, pues, vemos que en esta carta Pablo se revela a los santos de Filipos, y revela asimismo el secreto de su vida como cristiano.

La vida está compuesta de experiencias. Aquello que experimentamos cada día es lo que, en definitiva, constituirá nuestra vida. Es más que un mero saber; es un conocimiento vivencial. El conocimiento al que se refiere la Biblia es la epignosis, que significa un conocimiento pleno y experimental.

El conocimiento de Jesucristo no es un conocimiento teórico, especulativo; al contrario, es pleno y experimental. Por tanto, conocer a Cristo no es simplemente acumular informaciones con respecto a él. Conocer a Cristo es experimentarlo. Cuanto más experimentas a Cristo, más profunda se torna tu vida cristiana.

Sabemos que, cuando Pablo escribió esta carta a los Filipenses, estaba preso en Roma por amor del evangelio. Aunque se le permitió vivir en una casa alquilada, era vigilado en forma permanente. Se cuenta que, mientras él estaba preso en Roma, durante las veinticuatro horas, había un soldado de la guardia imperial encadenado a él. Nunca tenía privacidad – los ojos del guardia estaban siempre sobre él.

Pablo estaba esperando ser juzgado por el emperador; en aquella época, era Nerón. Nunca sabía cuando habría ocasión de tener una audiencia; tenía que aguardar cuando el emperador se dispusiera a oírlo. Pablo permaneció allí por dos años. Todo era incierto; no había nada definido. Él desconocía lo que iba a acontecer después de eso. Pablo, una persona muy activa, ahora estaba confinado a su residencia; no podía viajar, no podía salir a encontrarse con las personas. Vivía, por tanto, una vida muy restringida, confinada.

El mismo Pablo dice que, mientras él estaba preso, todos sabían que él estaba preso, no por haber cometido delito, sino por causa del evangelio de Cristo. Ese mismo hecho estimuló a algunos cristianos a predicar el evangelio por amor; otros, en cambio, predicaban por envidia. No se sabe con certeza quiénes eran estas personas. Es probable que fuesen judaizantes, los cuales siguieron a Pablo durante toda su vida; o quizás fuesen otras personas. Sin embargo, no importa quiénes eran ellos realmente. Estas personas no predicaban por causa de Cristo, sino con el propósito de aumentar la aflicción del apóstol Pablo.

Si nosotros estuviésemos viviendo en esas circunstancias, ¿cuál sería nuestra actitud? Es probable que estaríamos abatidos por todas esas adversidades. Pablo, en cambio, no estaba abatido. El triunfó por sobre todas ellas, y escribió una de las cartas más alegres de la Biblia. En su carta a los Filipenses, él menciona en forma reiterada la expresión ‘regocijaos’, y esta expresión, o palabras equivalentes, se repiten dieciséis veces en esta breve epístola. Él estaba rebosante de gozo, y podía compartir ese regocijo con sus hermanos filipenses.

La vida es vivida en muchas y diferentes situaciones. No vivimos en un vacío, sino que enfrentamos diversos tipos de circunstancias. Algunas personas llegan a afirmar que nosotros somos el producto de aquello que vivenciamos; pero, ¿es eso verdad? De hecho, estamos más cercanos a la verdad si decimos que somos el producto de nuestras reacciones a las situaciones.

¿Cómo reaccionamos ante nuestras circunstancias? Ellas varían con mucha frecuencia; son como las cuatro estaciones. A veces, estamos en primavera, otras en verano, otras, en otoño o invierno. Sin embargo, nosotros creemos que todo lo que acontece en nuestras vidas es ordenado por Dios. Dios gobierna las situaciones y tiene dominio sobre ellas. Es verdad que a menudo las circunstancias que nos envuelven son causadas por el adversario, pero es Dios quien le da la autorización para ello.

Nuestro Señor Jesús dijo: «No temáis … pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados». Cada mañana, al peinarnos, perdemos algunos cabellos. Es probable que nunca hayas contado cuántos cabellos cayeron y de seguro no sabes cuántos cabellos tenías originalmente. Sin embargo, nuestro Señor Jesús dice: «Aun vuestros cabellos están enumerados» – No sólo contados, sino enumerados. Cada cabello en tu cabeza tiene un número, y por la mañana, cuando te peinas, tal vez hayan caído los cabellos número 1003 y 1800. Dios sabe exactamente el número del cabello que cayó de tu cabeza. Es un detalle muy pequeño e insignificante, algo a lo cual los hombres ni siquiera prestan atención; mas nuestro Padre celestial está atento a todas las cosas. Tal es el cuidado que nuestro Padre tiene para con nosotros.

El Señor dice: «¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos?». Esos pajarillos costaban tan poco que por dos monedas podrías comprar cinco de ellos. En verdad el dinero correspondía al precio de cuatro pajarillos, pero tú recibías cinco. O sea, el ave extra era gratis. El Señor estaba diciendo que aquel pajarillo extra no valía nada. Sin embargo, aun así, ni siquiera una de aquellas avecillas que nada valía podía caer en tierra sin que Dios lo supiera. «Más valéis vosotros que muchos pajarillos». Este es el amoroso cuidado que tiene nuestro Padre para con nosotros.

Recuerden, por tanto, que es este Padre celestial quien ordena todas nuestras circunstancias. Sean ellas favorables o adversas, están todas bajo el control de nuestro Padre celestial. Él nos coloca en determinadas situaciones con un único objetivo – para que en ellas podamos conocer a Cristo. Él quiere que descubramos el secreto del vivir cristiano. Las circunstancias son oportunidades para que aprendamos a Cristo.

Es interesante notar que dos personas pueden enfrentar situaciones semejantes y, sin embargo, tener reacciones totalmente diferentes. Por ejemplo, Abraham y Lot. Ambos dejaron juntos Ur de los caldeos, fueron juntos a Canaán, descendieron juntos a Egipto, y juntos retornaron a Canaán. Enfrentaron idénticas circunstancias, ¡pero tuvieron un final tan diferente!

Otro ejemplo es David y Saúl. Ambos enfrentaron las más diversas circunstancias, pero Saúl fracasó en medio de la prosperidad, en tanto que David tuvo éxito en medio de la adversidad. No pensemos que ambientes o circunstancias favorables producirán siempre una vida calificada. No son las circunstancias las que determinan – el secreto está en nuestras reacciones. Este es el secreto de la vida interior. Si te apropias de este secreto, podrás encontrarte en cualquier situación, y el resultado será crecimiento, será una experiencia más profunda de Jesucristo.

Pablo estaba en una situación muy humillante; pero los cristianos de Filipos estaban libres. Sus circunstancias eran mucho mejores que las de Pablo. Sin embargo, ellos estaban perturbados, porque estaban enfrentando algunos pequeños problemas. Dos hermanas destacadas entre ellos, que amaban al Señor, de alguna manera empezaron a disentir, haciendo que un clima desagradable envolviese a toda la asamblea. Con eso, ellos perdieron el gozo. Ellos fueron dominados por las circunstancias; en cambio, Pablo, estaba por sobre las circunstancias. ¿Cuál era el secreto?

El secreto de la victoria

Pablo abrió su corazón a aquellos hermanos y hermanas a quienes amaba. Él quería decirles que, para enfrentar todas las circunstancias, había un secreto. Si ellos conocían aquel secreto, entonces las situaciones externas perderían toda relevancia. Lo importante es conocer ese secreto. ¿Cuál es el secreto? Pablo lo reveló: «Para mí, el vivir es Cristo».

Pablo no dijo: «Yo soy el Cristo». Pablo tampoco dijo: «Para mí, el vivir es para Cristo». Aunque esto último ciertamente es verdad. Nosotros vivimos para Cristo. Si no estamos viviendo para Cristo, ¿para quién vivimos? No hay nada por lo cual valga la pena vivir. Sin embargo, no es eso lo que Pablo está diciendo en ese versículo.

Pablo no dice: «Para mí, tengo esperanza que el vivir sea Cristo». Si él hubiese dicho eso, estaría diciendo que esta era su esperanza, su anhelo. Pero Pablo está declarando un hecho: «Para mí, el vivir es Cristo». Yo no soy Cristo; mas, para mí, el vivir es Cristo, porque no soy yo, sino Cristo, quien vive en mí. La explicación para ese versículo está en Gálatas 2:20: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».

Amado hermano, si tú vives por medio de tus propias fuerzas, no importa quién seas, jamás podrás vencer a las circunstancias. Tarde o temprano, las circunstancias te derrotarán. Puedes vivir algún tiempo basado en tus propias fuerzas, inteligencia, sabiduría o voluntad; sin embargo, llegará un punto en que descubrirás que tus circunstancias son mayores de lo que puedes soportar. Porque nadie es capaz de vivir la vida cristiana en este mundo – ni siquiera Pablo.

Hay sólo una forma de enfrentar todas las situaciones, sean ellas fáciles o difíciles, buenas o malas, prósperas o adversas, de necesidad o de abundancia. Hay sólo una manera de vivir la vida cristiana, y esta es teniendo la revelación: «No más yo, sino Cristo». Yo sé que no puedo vivir la vida cristiana; sé que no puedo enfrentar todas las circunstancias en el mundo; sé que si hago esto, tarde o temprano, fracasaré. Gracias a Dios, cuando Cristo murió en la cruz, Dios me puso en él y me crucificó con él. Pablo reconocía ese hecho.

Hermanos, ¿saben ustedes que Dios ya pronunció su veredicto sobre ustedes, y que ese veredicto fue cumplido hace dos mil años atrás en la cruz del Calvario? El veredicto es que tú debes morir, porque no eres digno de vivir. Tú no puedes ser reformado, mejorado, cambiado. Dios dice que tú estás acabado. «Yo acabé contigo en el Calvario. Cuando Cristo murió, tú moriste en él y con él». ¿Aceptas eso? ¿O piensas que eres demasiado bueno o demasiado poderoso para morir?

¿Tú piensas que aún puedes vivir? Si piensas así, entonces, no aceptarás este hecho. En cambio, si reconoces que en ti, esto es, en tu carne, no mora el bien, que no hay ninguna fuerza en ti, que no puedes hacer eso porque está fuera de tu alcance, entonces eso es lo más natural y lo mejor que puedes hacer. Declara como Pablo: «Estoy crucificado con Cristo, ya no vivo yo». Entonces, ¿quién está viviendo? «Es Cristo quien vive en mí».

Esa es la razón por la cual Pablo dice: «Para mí el vivir es Cristo». Sí, estoy viviendo algunas circunstancias; pero ya no soy yo el que vivo, es Cristo quien vive en mí. Él está viviendo su vida a través de mí, y ninguna situación es demasiado difícil o desagradable para Cristo. Esa es la vida de resurrección; es vida que nace de la muerte, y ella siempre nos conduce hacia lo alto, nunca hacia abajo. «Para mí el vivir es Cristo».

Amados hermanos, ¿hemos descubierto ese secreto? Bastaría que estuviésemos conscientes de eso, y entonces, día a día, nuestros ojos serían abiertos y podríamos elevar nuestros corazones al Señor y decir: «Gracias, Señor, por un día más de vida. Gracias por las circunstancias que voy a vivir en este día; pero no soy yo, sino Cristo quien vive». Si sólo te afirmas en ese hecho cada día ¡cuán diferente sería tu vida! No hay nada imposible para él. No mires las circunstancias, mira a Cristo, no culpes a las circunstancias; si tienes a Cristo, las circunstancias le servirán.

«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Rom. 8:28).

Se cuenta la historia de un talentoso joven llamado Agustín. Antes de ser salvo, cuando tenía cerca de veinte años de edad, el llegó a ser maestro de Retórica, ocupando la más alta posición como profesor en una universidad de su época. Él vivía en el libertinaje, cometiendo muchos pecados. Pero un día, gracias a Dios, él fue salvo. Después de eso, en cierta ocasión, mientras caminaba por una calle, oyó tras él una voz femenina llamándole por su nombre. Él no se volvió para mirar quién era, pero finalmente la mujer lo alcanzó, y mirándolo de frente, le dijo: «Agustín, ¿no me reconoces?». A lo cual él respondió: «¿Con quién habla usted? Aquel Agustín que usted conoció está muerto».

Hermanos, este es el secreto: «Para mí el vivir es Cristo». No obstante, a menudo tú podrás aún pensar: «Sí, es verdad que tengo la vida de Cristo en mí. Sé que Cristo vive en mí. Entonces, ¿por qué aún siento que soy yo quien vive y no Cristo? ¿Cómo puedo liberar su vida en mí? ¿Qué es lo que impide eso? ¿Existe alguna llave que abra la puerta de modo que la vida de Cristo pueda salir en lugar de la mía?». ¡Sí! Y es por eso que Pablo hablará con respecto a la mente de Cristo en el capítulo 2 de su carta a los Filipenses.

La liberación de la vida

«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús» (Flp. 2:5). La vida puede ser liberada o aprisionada a través de la mente. Es como un grifo de agua en la casa. El estanque puede estar lleno, pero si la llave está cerrada, el agua no saldrá. Es necesario abrir la llave para que el agua pueda salir.

Lo mismo acontece con la vida cristiana. Todos nosotros tenemos un depósito en nuestro interior. Cristo, nuestra vida, es nuestro depósito, nuestro depósito inescrutablemente rico y abundante. Un depósito infinitamente grande que jamás se agotará. Hay, no obstante, sólo una cosa que impide que ese depósito derrame su contenido; hay algo que lo cierra. Todo lo que necesitas hacer es abrir el grifo. Y este grifo es tu mente.

Podemos entender mejor este hecho con ayuda del libro de Romanos. La carta a los Romanos puede ser dividida en dos partes. En los capítulos 1 al 11 encontramos las misericordias de Dios. ¡Dios ha hecho tanto por nosotros en Cristo Jesús! En verdad, lo ha hecho todo por nosotros en Cristo Jesús. Si quieres tener perdón de tus pecados, es en Cristo Jesús. Si quieres tener victoria sobre el poder del pecado, está en Cristo Jesús. Si deseas vivir una vida santa, está en Cristo Jesús. Todo está en él. Dios, en sus misericordias, te ha dado a Cristo. Este Cristo está en ti, y todas las bendiciones en los lugares celestiales están en él y en ti.

Romanos 12 al 16, por otra parte, nos habla de la vida práctica. Después de haber recibido todas las misericordias de Dios y tenerlas almacenadas dentro de nosotros, entonces debemos dejarlas fluir hacia fuera, para la gloria de Dios.

Sin embargo, entre los capítulos 11 y 12 hay una etapa de transición. Todo lo que le antecede se refiere a aquello que Dios hizo por ti en Cristo Jesús. Podemos percibir eso al leer Romanos 12:1-2: «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta».

Tú tienes la vida de Cristo en ti mismo. Sin embargo, esta vida necesita ser liberada. Pero, ¿cómo se puede hacer eso? Por la renovación de tu mente. Tal vez hayas oído la afirmación de un filósofo griego que dijo: «El hombre es aquello que él piensa», es decir, tu modo de pensar está muy relacionado con aquello que tú eres. ¿Con qué tienes ocupada tu mente? ¿Qué piensas que es lo importante? ¿Cuál es tu sistema de valores? Tu punto de vista, el modo como ves las cosas, todo eso está íntimamente relacionado con tu forma de vida. Tú tienes una vida en ti mismo, pero, ¿cómo vas a vivir esa vida? Eso está íntimamente relacionado con tu mente.

Amados hermanos, incluso después de haber sido salvos y haber recibido una nueva vida en nosotros, nuestra mente aún es la mente antigua, todavía piensa del mismo modo que piensan las personas del mundo. Nuestras mentes necesitan ser renovadas, pero, ¿cómo se hace eso?

Dios ya lo hizo todo por nosotros al darnos a su amado Hijo, y en su vida tenemos todo lo que necesitamos. Hay, no obstante, una cosa que Dios no hace, ni va a hacer por ti. Sólo tú puedes presentar tu cuerpo en sacrificio vivo. Aunque Dios te haya comprado al precio de la sangre de su amado Hijo, y tú, por derecho, le perteneces a él, Dios nunca fuerza a nadie. Él desea un servicio voluntario.

¿Qué es un sacrificio? Es algo dado a Dios para que él lo consuma. Es por eso que el sacrificio también es llamado alimento – alimento de Dios. Dios debe quedar satisfecho con el sacrificio. Así, pues, hoy, aquellos que pertenecemos al Señor, debemos ser un sacrificio vivo. Cada día que vivimos, vivimos para su satisfacción. Estamos viviendo en esta tierra por causa de Dios, para su satisfacción, para su voluntad, para su propósito. Lo que necesitas darle a él eres tú mismo. ¡Eso es maravilloso!

Cuando presentas tu cuerpo en sacrificio vivo para Dios, algo ocurre en tu mente. El Espíritu Santo va a renovar tu mente de tal forma que pasarás a ver las cosas de modo diferente. Aquello que apreciabas tanto antes, ahora pierde todo su valor, o aquellas cosas que despreciabas, de pronto se tornarán preciosas.

Podemos entender mejor esa cuestión a través de la vida de Pablo. Antes de conocer al Señor, Pablo se gloriaba en su linaje. Él era judío de la tribu de Benjamín, la cual nunca se había rebelado. Había sido circuncidado al octavo día según la ley, y educado para ser un fariseo. De acuerdo con la justicia que era según la ley, él era irreprensible. Él dijo: «Viví como fariseo».

Sin embargo, después que Pablo entregó su vida al Señor, ¿qué aconteció? Él dijo: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo». Eso es una mente renovada.

Nosotros necesitamos tener una mente renovada; mas, para eso, algo necesita ser hecho – presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Tienes que entregarte a Dios. Necesitas renunciar a cualquier derecho sobre tu vida, y permitir que Dios dirija tu vida, y si lo haces así, el Espíritu Santo hará la obra de renovación de tu mente. Sólo entonces descubrirás que el grifo está abierto.

Cuando tu mente está renovada, ¿qué ves? Veras que en ti mismo, esto es, en tu carne, no mora bien alguno. Por tanto, Dios es justo al crucificar tu carne con Cristo. Tú aceptas eso, y con una mente renovada, comienzas a ver que debes continuar luchando. Cristo vive en ti. Si Cristo vivió una vida gloriosa cuando estuvo en la tierra, ¿por qué no dejarlo vivir otra vez en ti, a través de ti? La mejor cosa que puedes hacer es dejarlo vivir a él, y la vida será liberada.

Corriendo hacia la meta

Esta vida no es estática. Es una vida en constante crecimiento, y por eso Pablo dijo: «… no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús … prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús».

Esa vida es emocionante. Ella está en constante progreso para conocer a Jesucristo, « y el poder de su resurrección y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos». Es estar continuamente ganando a Cristo, y a medida que experimentas más de Cristo, más profunda se torna tu vida cristiana.

A menudo, utilizo una ilustración que, aunque no es muy buena, ayuda a comprender ese punto. Cuando yo era niño, había en Shangai una carrera de cachorros galgos. Yo nunca asistí a una de ellas, pero contaban que no se conseguía hacerlos correr si no se les proporcionaba algo para perseguir. Por esa razón, utilizaban un conejo eléctrico. Cuando accionaban ese conejo, todos los cachorros lo perseguían tratando de alcanzarlo. De esa forma se lograba que los cachorros corriesen velozmente.

Algunas veces siento que nuestra vida cristiana es algo semejante. Estamos constantemente corriendo; pero no se puede correr sin objetivos, sin una meta definida. Entonces, aquí descubrimos que Cristo es nuestra meta. Él es no sólo la vida dentro de nosotros, sino también algo fuera de nosotros que estamos intentando alcanzar. Lo interesante en este caso es que, aunque nunca logremos alcanzarlo, nunca quedaremos decepcionados. Entonces, de tiempo en tiempo, tú descubres que él permite que lo alcances, pero, después que eso acontece, de pronto él ya corre adelante y tú necesitas correr de nuevo.

Esa es la vida cristiana, y por esa razón Pablo dice: «…no pretendo haberlo ya alcanzado…». Sí, él ya había alcanzado mucho, pero todavía dice: «Él está delante de mí. Tengo que andar en pos de él, olvidando las cosas que quedaron atrás». Ese es el vivir cristiano. Es una vida vivida por Cristo, una vida corriendo tras él – una vida gloriosa.

El inicio del vivir en Cristo

Nuevamente preguntamos: ¿Cómo entramos en ese tipo de vida cristiana? No es un vivir natural. Tú necesitas ser enseñado, necesitas entrar en ese modo de vivir. Pablo dijo: «Yo fui enseñado en ese tipo de vida: sé estar satisfecho y sé pasar hambre; sé vivir en la riqueza y sé vivir en la adversidad. Fui enseñando con respecto a estas cosas». Y dijo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».

¿Quieres aprender a vivir de esta forma? ¿Deseas ser capaz de declarar: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece»? ¿Cómo? Es a través de experiencias y circunstancias. Dios proveerá situaciones para que tú puedas aprender a vivir en Cristo – en toda la suficiencia de Cristo.

Podemos decir que Pablo empezó a aprender esa lección en 2ª Corintios 12. Pablo tenía un aguijón en su carne, y a menudo le oímos decir que no era un aguijón pequeño. Esto lo debilitaba y lo avergonzaba; le era un impedimento en la predicación del evangelio de Jesucristo, y por esa razón, él oró tres veces: «Oh, Dios, retira esta estaca. Tú puedes hacerlo. Cambia mis circunstancias para que yo pueda ser fuerte». Sin embargo, Dios le respondió: «Bástate mi gracia» (2 Co. 12:9a).

En lugar de retirar la estaca o cambiar las circunstancias, lo que Dios hizo fue conceder a Pablo la gracia suficiente para que él pudiese superar las circunstancias. Es como dice nuestro hermano Watchman Nee: «A veces, Dios puede retirar la roca, de modo que la barca pueda navegar sin impedimento, y otras veces, él puede elevar el nivel de las aguas, de tal forma que la barca pueda navegar sin chocar contra las rocas». En esa situación de Pablo, descubrimos que Dios dijo: «Yo no voy a retirar la estaca, voy a elevar el nivel del agua; bástate mi gracia». Y Pablo aprendió este secreto: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».

Hermanos, no desprecien sus circunstancias. No murmuren contra ellas. No oren siempre para que Dios cambie sus circunstancias. A veces, él hace eso, pero asuman esas situaciones como oportunidades a través de las cuales ustedes podrán experimentar a Cristo. Si tú aprendes a experimentar a Cristo en una determinada circunstancia, cuando viniere la próxima, ya habrás aprendido esa lección, y serás capaz de superarla, y pasarás a conocer a Cristo en tu vida diaria.

Esa es la carta a los Filipenses. Pablo nos comparte el secreto del vivir cristiano. Que nosotros podamos aprenderlo.

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.