1ª Epístola de Juan.

Lecturas: 1ª Juan 1:1-7.

El testimonio de Juan

El apóstol Juan inicia su primera carta hablando sobre la comunión. «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida» (1ª Juan 1:1). La comunión es algo muy personal; es algo que se experimenta. Tú no puedes compartir con otros o dar testimonio a otros acerca de algo que no hayas visto u oído. La comunión está basada en aquello que tú viste u oíste, y a causa de eso, tú puedes testificar y compartir. Siendo así, cuando tú compartes y das testimonio, las otras personas van a percibir aquello que tú viste y van a oír aquello que tú oíste. En eso reside el gozo de la comunión.

1ª Juan 1:1, comienza diciendo: «Lo que era desde el principio…». Pero, ¿qué había en el principio? «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Juan está intentando compartirnos la Palabra de vida. Él es el principio; Él es desde el principio; Él es Dios eterno.

Aun en el primer versículo de 1ª Juan 1, él va a proseguir diciendo: «…lo que hemos oído…». ¿De quién hemos oído? Nosotros oímos a los profetas del pasado aquello que en el principio era desconocido, mas Dios habló a nuestros padres por medio de los profetas muchas veces y de varias maneras. Aquél de quien habíamos oído, nosotros le hemos visto con nuestros propios ojos, cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Juan dirá: «…lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado…». La palabra contemplar, utilizada por Juan en este versículo, significa, de acuerdo con el original, contemplar con la mirada fija, atenta. O sea, tú lo miras a Él atentamente, lo contemplas de modo persistente y continuado, hasta que puedas percibir algo que no puede ser visto por aquellos que no lo contemplan. Tú recibes revelación. «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre)» (Juan 1:14). A medida que tú contemplas, el Espíritu de Dios te revela quién es Jesús realmente. Así, vamos a descubrir en el primer versículo de 1ª Juan 1, que él tenía revelación acerca de este hombre llamado Jesús.

Él prosigue diciendo: «lo que … palparon nuestras manos…». ¿Cuándo ocurrió esto? Después de la resurrección de nuestro Señor Jesús, el Señor habló a Tomás: «Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado…». El Señor está diciendo que ellos podían tocarlo y comprobar el hecho de que él había resucitado.

En estos primeros versículos de 1ª Juan 1, por tanto, nos es narrada la historia completa. Se nos dice que el Hijo de Dios se hizo hombre y murió por nosotros y fue resucitado de entre los muertos. Él es la Palabra de vida, y aquí vemos cómo esta vida se manifestó en carne en la persona del Señor Jesús, y cómo Juan y los discípulos habían sido testigos oculares y ahora nos estaban dando testimonio acerca de la vida eterna.

La vida eterna no es algo aparte de Dios; no, simplemente es algo que Dios nos da. La vida eterna es su propio Hijo, es Él mismo. Él es el verdadero Dios, él es la vida eterna. La vida eterna es más que una mera existencia sin límite temporal; la vida eterna es más que una vida sin fin; la vida eterna es una vida de primera calidad. Y Dios es la vida eterna.

Esta vida eterna, dice el apóstol, nosotros hemos visto y oído. Ellos habían experimentado personalmente esa vida eterna, y por eso daban testimonio de ella, compartían esa vida con nosotros. A medida que ellos comparten la vida con nosotros, nosotros la recibimos, obtenemos vida eterna; nosotros oímos y vimos la Palabra de vida.

Entonces el apóstol va a proseguir diciendo que él nos dio testimonio de lo que vio y oyó, para que nosotros también pudiésemos tener comunión con ellos. Con eso, Juan estaba diciendo: Nosotros estamos compartiendo con ustedes lo que nosotros tenemos, para que ustedes puedan tener participación en las mismas cosas que nosotros; pero ustedes no pueden olvidar que esta comunión entre nosotros tiene sus raíces y fundamento en la comunión que el Padre tiene con el Hijo. No estamos compartién-donos a nosotros mismos a ustedes. De ninguna manera. Por ejemplo, cuando Pedro tiene comunión con ustedes, él no se está compartiendo a sí mismo; está compartiendo contigo al Cristo que está en él. Nuestra comunión es con el Padre y con el Hijo.

En el versículo siguiente, 1ª Juan 1:4, Juan dice: «Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido». Amados hermanos, no hay nada que nos haga más dichosos que la comunión verdadera. Cuando tenemos comunión con nuestros hermanos, estamos en verdad teniendo comunión con el Padre y con el Hijo. ¿Hay algo más lleno de gozo que esa comunión? Al tener comunión con tus hermanos, tú tienes comunión con Cristo y, de la misma manera, al tener comunión con Cristo, tú tienes comunión con tus hermanos. ¡Qué completa es esta comunión! La comunión es experimentar el cielo aquí en la tierra.

La práctica de la comunión

Ya vimos cuáles son los principios que rigen la comunión; veamos ahora el aspecto práctico de la comunión. Como ya se mencionó, la comunión se basa en la vida; por esa razón, la práctica de la comunión debe ocurrir en sintonía con la vida. Y eso es evidente, pues no es posible que haya comunión aparte de la naturaleza de la vida, de la vida eterna. Esta vida eterna que hemos recibido tiene su naturaleza, su carácter, y tu comunión sólo estará creciendo cuando tú estés creciendo de acuerdo con esa naturaleza y carácter. Pero nosotros sufriremos si, por alguna razón, violamos la naturaleza de esta vida, y nuestra comunión tendrá impedimentos.

Ese es el tema de la primera carta de Juan. La iglesia del primer siglo comenzó a perder su primer amor, porque de alguna forma había perdido la visión de Cristo. Su visión de la persona de Cristo era débil, oscura, parcial. Por esa razón, la comunión entre ellos estaba muy debilitada, llena de obstáculos, y en algunos casos, aun interrumpida. Por tanto, Juan estaba intentando ayudarlos a desarrollar y a acrecentar su comunión.

La comunión es algo vivo. Todo lo que es vivo, crece. Pero, si el crecimiento se detiene, entonces viene la muerte. Lo mismo sucede con la comunión. Nosotros nunca llegaremos a un punto en el cual podamos decir que alcanzamos la cumbre y ya no necesitamos crecer más. Eso significa la muerte. La comunión entre el Padre y el Hijo crece siempre y nunca llega al fin, y lo mismo sucede con nuestra comunión. ¿No les parece que este es un hecho maravilloso?

Dios es luz

En 1ª Juan, el carácter o naturaleza de Dios es mencionado en tres aspectos: Dios es luz, Dios es justicia y Dios es amor. «Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1:5). En este texto está escrito que Dios es luz. Aquí, la palabra luz se refiere a la persona de Dios, su naturaleza y carácter. En un párrafo anterior se menciona la palabra luz refiriéndose a la interpretación de las Escrituras. Sabemos que la Palabra es lámpara a nuestros pies y luz para nuestros caminos.

La palabra de Dios es luz; pero cuando Juan, en este versículo, dice que Dios es luz, no se está refiriendo a la interpretación de las Escrituras, pues está hablando con respecto a la comunión. La comunión no se basa en la luz que tú tienes con respecto a la palabra de Dios, no se basa en la forma en la cual tú interpretas la palabra de Dios. La comunión se basa en la luz. Pero, ¿cuál es esa luz sobre la que se basa la comunión? ¡Es el propio Dios! Dios es luz. ¿Entienden la diferencia?

En ese versículo, la luz es el carácter de Dios, su naturaleza. Él es puro, brillante, glorioso. En él no hay tinieblas ni sombra, ni mudanza ni variación alguna. Él es la plenitud de luz. La luz es Dios mismo. «En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1:4). La vida está en Cristo, la vida está en el Hijo, y esta vida es la luz de los hombres. En el capítulo 8 de su evangelio, Juan escribió: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (v. 12).

Hermanos, la vida que nosotros recibimos es Cristo, y esta vida tiene la naturaleza de la luz. En otras palabras, la vida que tú tienes en Cristo es su luz; él es la luz de la vida. Esa luz va a brillar en ti y, a medida que ella brilla, tú andas. No es posible caminar en las tinieblas, pues si andamos en ellas, tropezaremos. Nosotros, los cristianos, no andamos por reglas o regulaciones externas – andamos por la luz que hay en nosotros.

A medida que seguimos al Señor, la luz en nosotros brillará, resplandecerá en la medida exacta para iluminar tu próximo paso. Esa luz no va a iluminar toda la jornada de tu vida, pero será suficiente para el próximo paso. Si tú obedeces a la luz de la vida, entonces tú andarás con el Señor. A medida que tú andas, tus pasos van siendo iluminados. En cada paso que tú des, brillará la luz para el próximo paso, ¡y en eso consiste el crecimiento cristiano!

Cuando Juan escribió: «…pero, si andamos en luz, como él está en luz…», él no está diciendo con eso que el andar en luz es algo opcional para nosotros, pues nosotros, los creyentes, debemos andar en luz. ¿Dónde está la luz? De nuevo, quiero decir aquí que la luz, en este contexto, no se refiere al modo en que interpretamos la Palabra, pues hay muchas interpretaciones diferentes. La luz es la luz de la vida; tú debes seguir la vida.

Esa misma realidad puede expresarse de la siguiente manera: aquel que anda según el Espíritu, anda en vida y paz (ver Romanos 8). O sea, si tú sigues la luz en ti a medida que ella brilla sobre tu camino, y fueres obediente a ella, entonces Dios está en esa luz.

Sin embargo, aquí es necesario hacer una distinción: nosotros andamos en luz, y Dios está en luz. Dios mismo es luz, y él vive en luz inaccesible. Su luz es plena, perfecta, total. Dios es santo, puro, glorioso. Pero nosotros andamos en luz de vida a medida que ésta brilla sobre nuestro camino, y al hacer esto acontece algo maravilloso – tenemos comunión con Dios.

No hay comunión entre la luz y las tinieblas (ver 2ª Cor. 6:14). Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Y nosotros, aunque tengamos la luz de la vida, tenemos muchas tinieblas a nuestro alrededor y en nosotros mismos. Por tanto, ¿cómo es posible que Dios tenga comunión con nosotros? Solamente por su misericordia y su gracia. Dios está en la luz, y él es luz. Nosotros tenemos la luz de la vida en nosotros, y Dios nos está diciendo: Andad en esa luz. Así que, cuando la luz ilumina el próximo paso, damos el próximo paso.

En lo que se refiere a nuestra experiencia, hay una diferencia insuperable entre el grado de nuestra luz y el grado de luz que Dios mismo es; pero es necesario recordar que la calidad, la naturaleza de esa luz, es la misma. Por eso Dios nos dice: ‘Desde que tú andas en la luz, tendré comunión contigo. Aunque aún haya tinieblas en ti, ellas no interferirán en la comunión, porque tú fuiste obediente a la luz de la vida que posees hoy’.

Sin embargo, lo contrario también es verdad: si tú no andas en la luz de la vida que te fue dada, entonces estarás en tinieblas y no tendrás comunión con Dios hasta que confieses tus pecados. Cada cristiano debe aprender a andar fielmente en la luz de la vida que le fue dada, pues eso es de extrema importancia, fundamental y básico, a fin de que nuestra comunión con el Padre y con el Hijo no sea interrumpida.

También es preciso considerar que hay diferencias entre las personas. Algunos sólo andan como pequeños bebés, en los cuales la vida aún es naciente, y por eso tienen poca luz. No obstante, si ellos andan en obediencia a la luz que poseen, está correcto. Su comunión con Dios no es interrumpida. Pero después de un tiempo, estas personas van a crecer y hacerse jóvenes. A medida que su vida crece, su luz aumenta, y si fueres obediente, tendrás comunión con Dios.

En la siguiente etapa de crecimiento, se pasa de la edad juvenil a la edad adulta; los jóvenes llegan a ser padres, y la luz va a brillar con mayor intensidad, y ellos también necesitan obedecer. Si no hay obediencia, tú estarás en tinieblas y la comunión será interrumpida. Eso significa una sola cosa – esta comunión con el Padre es algo vivo. Esa es la razón por la cual no debemos juzgarnos unos a otros. Tú no puedes usar tu patrón como medida y exigir que tu hermano o hermana ande según ese mismo modelo, pues él puede ser aún una criatura y, considerando que él sea una criatura, él está viviendo en obediencia a la luz que tiene. Puede ser que tú ya seas un joven y sepas más. En este caso, tú precisas ser aun más fiel. Si no eres fiel, entonces serás incluso peor que una criatura.

Juan continúa diciendo, en ese mismo versículo: «…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros» (v. 7). Es muy interesante observar que la expresión «unos con otros» no se refiere a la comunión entre nosotros y el Padre y el Hijo, sino más bien a nuestra comunión con nuestros hermanos, nuestros compañeros de fe. Si andamos en luz, como él está en luz, tendremos comunión unos con otros. Al contrario, si no andamos en luz, nuestra comunión con el Padre y con el Hijo no estará en orden, y no podremos tener comunión con nuestros hermanos. Pienso que no es difícil entender esta verdad.

Al final de 1ª Juan 1:7, el apóstol dice: «…y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado». Consideremos, pues, el profundo significado de esto. A medida que tenemos comunión con nuestros hermanos, a medida que la luz y la vida son compartidas mutuamente, ¡la luz crece! Tal vez un hermano sea como la luz de una vela, pero a medida que éste tiene comunión con otro hermano que también es como la luz de una vela, ya tenemos la luz de dos velas juntas – la luz habrá crecido. Y, a medida que la luz crece, tú vas a percibir que, con anterioridad, tus tinieblas nunca habían sido expuestas. Gracias a Dios, la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado, y nosotros crecemos en vida.

Por otro lado, si no ocurre nada cuando tú tienes comunión con tu hermano, eso significa que hay algo errado en esta comunión. Cuando tú tienes comunión con tu hermano, ¿eres convencido de cosas que están erradas en tu vida? A menudo somos convencidos de pecado cuando tenemos comunión con nuestro hermano, porque la luz de la vida en él comienza a brillar sobre nuestra vida e ilumina un área que está en tinieblas. En ese momento, tú comienzas a ver, y a causa de eso, confiesas, y la sangre de Jesús nos limpia, y nuestro carácter es purificado. ¡En eso consiste la gloria de la comunión!

No piensen que la comunión es algo fácil, que no requiere esfuerzo alguno. No piensen que la comunión es simplemente pasar un buen tiempo juntos. No, mis hermanos, muchas veces la comunión tiene un costo muy alto, porque si tú tienes el coraje de tener comunión con tus hermanos, te estás abriendo y exponiendo. Pero, al mismo tiempo, eres libertado.

¿Te atreves a tener comunión con Dios? No pienses que la comunión con Dios es sólo tener rosas, pues también hay espinas. Muchas espinas, mucha purificación, mucho vaciarse de sí mismo, muchas obras a ser hechas en nuestra vida; mas, gracias a Dios, no hay nada más glorioso que los frutos de tal comunión.

Avanzamos en la comunión de acuerdo con la vida. Dios es luz; tú andas en luz. Dios es justo; tú practicas la justicia. Dios es amor; tú amas a tu hermano. Y, al hacer estas cosas, la comunión aumenta, crece. Que el Señor nos bendiga.