Primera Epístola de Pablo a Timoteo.

Lectura: 1ª Timoteo 3:14-16.

Las últimas cartas escritas por el apóstol Pablo –1ª Timoteo, 2ª Timoteo y Tito– forman un grupo de libros especiales en el Nuevo Testamento. Estas cartas son diferentes de las demás, pues fueron enviadas a individuos y no a iglesias. Timoteo y Tito, a su vez, eran personas que tenían responsabilidad en la obra de Dios. Pablo escribió a estos dos jóvenes hermanos con el fin de exhortarlos, instruirlos y ayudarlos a poner en orden la casa de Dios. Por tal motivo estas dos cartas a menudo son llamadas cartas pastorales.

La iglesia en Éfeso

Antes de ocuparnos directamente con la carta de Pablo a Timoteo, es necesario citar algunos hechos importantes con relación al contexto histórico en que esa carta fue escrita. Necesitamos conocer un poco de la historia de la iglesia en Éfeso.

A través del capítulo 19 del libro de los Hechos, se sabe que Pablo, durante su viaje misionero, fue a Éfeso, y allá Dios empezó a levantar una iglesia. Muchos se convirtieron, y aquellos que se acogieron al Señor se dispusieron a obedecer al Señor de manera total y absoluta. La iglesia en Éfeso tuvo un comienzo glorioso.

Después de viajar Pablo desde Éfeso a Macedonia y Grecia, llegó a Mileto, y salió de allí para ir a Jerusalén. Pablo no quiso pasar por la ciudad de Éfeso, pues si lo hacía, no llegaría a Jerusalén en la fecha deseada. Por tanto, llamó a los ancianos de la iglesia en Éfeso y se encontró con ellos en Mileto.

Años más tarde, después de estar encarcelado, Pablo volvió de nuevo a Éfeso, pero la situación allí había cambiado. Los ancianos habían muerto, y nuevos ancianos fueron ordenados. Durante aquel periodo de tiempo, efectivamente acontecieron aquellas cosas que Pablo había predicho y sobre las cuales él había advertido a los hermanos. Lobos rapaces comenzaron a aparecer en medio de ellos intentando devorarlos, y asimismo algunos de entre ellos mismos comenzaron a hablar cosas perversas a fin de desviarlos de Cristo y atraerlos para sí mismos. La iglesia estaba en desorden y era necesario restablecer el orden en la iglesia en Éfeso.

Sin embargo, Pablo no podía permanecer por más tiempo en Éfeso. Por ese motivo, dejó allí a Timoteo, a fin de que Dios lo usara para poner la casa en orden. El apóstol fue a Macedonia, pero aún estaba preocupado por la situación en Éfeso, por eso escribió la carta a Timoteo, para darle instrucciones sobre cómo poner la casa en orden.

Es bastante probable que Timoteo haya tenido éxito en esa empresa, porque al leer el capítulo 2 del libro de Apocalipsis vemos que la iglesia en Éfeso ya estaba en perfecto orden. Es importante considerar que había pasado más de una generación; pero no había desorden alguno.

Ellos habían perseverado en sus obras, y tenían discernimiento. En apariencia, lo tenían todo, pero en verdad algo les estaba faltando. El orden exterior había sido restaurado, pero la calidad interior se había perdido. En lo íntimo habían perdido el primer amor, y por eso el Señor resucitado les reprende.

El orden en la iglesia

En esta primera carta a Timoteo queremos centrar nuestra atención en el orden de la iglesia, es decir, queremos ver a Cristo en el orden de la iglesia. Primero, necesitamos saber entonces qué es el orden.

Al considerar la expresión ‘el orden en la iglesia’, pensamos en una serie de cosas que necesitan ser puestas en orden, pero no sólo eso, la mayoría de las veces pensamos que el orden en la iglesia es una cuestión de organización. Sin embargo, desde el punto de vista de Dios, el orden no es meramente una cuestión de apariencia exterior.

El orden, de acuerdo con las Escrituras, tiene su origen en la vida interior. El cuerpo humano puede ser utilizado para ilustrar este principio. Nuestro cuerpo normalmente está en orden, pues cuando hay un desorden en él significa que tú estás enfermo. Pero esa no es una organización exterior; ese orden es fruto de una vida interior.

Muchas veces nosotros pensamos en organizar una iglesia. Entonces escogemos algunos ancianos y algunos diáconos. Después de eso, pensamos que tenemos una iglesia según el Nuevo Testamento. Pero eso no es verdad. Después de algunos meses, o tal vez un año, todo se desmorona, porque esa no es la forma de establecer el orden en la iglesia.

El orden en la iglesia, en verdad, es la expresión corporativa de Cristo. Es la vida de Cristo en el pueblo de Dios, y esa vida es desarrollada o se manifiesta en el perfecto orden divino. Es cierto que, de alguna forma, éste va a ser evidenciado externamente, pero su verdadero origen está en Cristo. Así, en el orden en la iglesia tenemos que ver a Cristo. Si no vemos a Cristo, no importa qué orden se haya establecido, éste no será verdadero, sino una falsificación. No es real, carece de valor delante de Dios.

Sin embargo, cuando hay un orden real que basa su existencia en el crecimiento de la vida de Cristo en el pueblo de Dios, es algo muy hermoso; no hay nada más bello, nada más edificante, nada más saludable. Y ese es el tema de la primera carta de Pablo a Timoteo.

La carta a Timoteo está dividida en seis capítulos. Sabemos que esa división es arbitraria, porque cuando fue escrita la Biblia, no había capítulos ni versículos. No obstante, por una cuestión práctica, esta carta fue dividida en seis capítulos y, felizmente, puede notarse que esos seis capítulos nos muestran seis puntos con respecto al orden de la iglesia. Por tal razón, vamos a tratar de seguir cada uno de esos puntos.

La casa de Dios

«…para que, si tardo, sepas cómo conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad» (1ª Tim. 3:15).

¿Qué es la iglesia? Es la casa de Dios. El Señor Jesús dijo: «…sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (Mat. 16:18). «Edificaré…», o sea, el Señor es el constructor. Él está edificando la iglesia sobre sí mismo. Él es la Roca, y por esa causa las puertas del Hades se abrirán a fin de asaltar a la iglesia; mas, gracias a Dios, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, porque ella es Cristo. Esa casa que Cristo está edificando es la casa de Dios, la morada de Dios en el Espíritu.

La iglesia no es un edificio material, físico; no es algo construido por el hombre. Si Cristo no está edificando, no importa cuánto te esfuerces tú, estarás trabajando en vano. Es verdad, sin embargo, que nosotros somos llamados a colaborar con él en la edificación de la iglesia, pero cuando estamos trabajando con él, en realidad es él quien está obrando en nosotros y a través de nosotros. Por lo tanto, si no fuere edificada por Cristo, no es casa de Dios, y Dios no la puede habitar, porque nunca hallará satisfacción en ella.

Llamados afuera

¿Qué es la iglesia? Es la asamblea del Dios viviente. Iglesia es la traducción de la palabra griega ekklesia, que significa ‘aquellos que son llamados afuera’ y se reúnen en el nombre de Jesús. «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20).

Nosotros no sólo somos salvos de la muerte eterna, sino que también somos llamados para afuera. En el Antiguo Testamento se relata que Dios salvó al pueblo de Israel librándolo de la muerte por medio del cordero pascual; pero además ellos debían salir de Egipto. No era suficiente que conmemorasen la pascua y permaneciesen en Egipto; ellos habían sido llamados para afuera.

Así sucede también con la iglesia. Nosotros somos personas llamadas para afuera del mundo, procedentes de todo linaje, lengua, pueblo y nación. Y nosotros estamos congregados, formamos una asamblea que se reúne para Dios, en torno al Dios viviente. La asamblea, por tanto, es una asamblea viva. Estamos congregados delante del Dios viviente como una asamblea viva, y esta iglesia es «columna y baluarte de la verdad».

¿Qué es una columna? En las Escrituras, una columna representa un testimonio, porque ella es construida con el fin de ser vista por todos. Es usual que haya algo escrito en la columna, o ésta tiene un significado en sí misma. Cuando una columna es construida, representa algo, tiene una razón de ser, habla de algo, recuerda algún hecho. Ese es, entonces, el significado de una columna en la Biblia.

¿Qué es un baluarte? Un baluarte es un depósito, un recipiente en el cual se guardan algunas cosas. Todo está atesorado allí y procede de allí. «…la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad». ¿Qué es la verdad? Nuestro Señor Jesús dice: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Jn. 14:6).

Nuestro Señor Jesús es la verdad. Es obvio que existen muchos aspectos de la verdad. Encontramos verdad a lo largo de toda la Biblia, pero todos esos diferentes aspectos de la verdad se reúnen en una persona, en nuestro Señor Jesús, en aquel que dice: «Yo soy la verdad».

La iglesia no tiene una verdad, no tiene un dogma producido por ella misma, como si ella pudiese hablar por sí misma. No, cuando la iglesia habla, ella habla de Cristo, Cristo es la verdad. Por lo tanto, Cristo es depositado en la iglesia, porque ella es baluarte de la verdad. La iglesia es un baluarte, ese depósito en el cual Cristo es puesto en toda su plenitud.

Si no podemos encontrar a Cristo en la iglesia, ¿dónde lo encontraremos? Si no podemos hallar la verdad en la iglesia, ¿dónde la hallaremos? Cristo se dio a la iglesia íntegramente, en plenitud. La iglesia es baluarte de la verdad, aquella en la cual la verdad de Dios está guardada. La iglesia es también columna de la verdad, la que da testimonio de la verdad. La iglesia debe exaltar a Cristo para que todos puedan verlo. La iglesia no es edificada para que todos la admiren a ella; al contrario, ella es edificada para que todos puedan ver a Cristo.

La buena doctrina

Cuando empezamos a estudiar el orden en la iglesia, en el primer capítulo de esta carta a Timoteo, nosotros pensamos que el primer aspecto a ser mencionado debe ser la ordenación de los obispos. Sin embargo, para nuestra sorpresa, ese punto sólo va a aparecer en el capítulo 3. Lo primero que aparece es una doctrina sólida, es decir, la iglesia debe enseñar a Cristo. En ella no hay otra enseñanza, sino Cristo.

La iglesia de Éfeso tuvo un comienzo glorioso, pero en la época en que Pablo escribe esta carta a Timoteo, lamentablemente, algo había sucedido allí. Algunos empezaron a enseñar otras doctrinas, otros empezaron a hablar sobre fábulas, mitos y genealogías interminables. No se sabe con exactitud de qué se trataba, pero es posible que estas doctrinas estuviesen relacionadas con el judaísmo y el gnosticismo.

La buena doctrina es ministrada cuando Cristo es enseñado. No es una mera doctrina acerca de Cristo, sino que es enseñado Cristo mismo. Cuando es enseñado Cristo, el resultado final será el amor.

¿No es verdad que hoy mismo, si todos nosotros predicásemos a Cristo y nada más que a Cristo, no habría más discusiones, contiendas y divisiones? Pero nosotros hemos enseñado otras cosas, y no a Cristo; por eso vemos tanta confusión, divisiones y todo tipo de rivalidades en el pueblo de Dios.

Si nosotros enseñamos a Cristo, el resultado final será «…edificación de Dios que es por fe». El resultado final de la amonestación es el amor; no el amor humano, sino el amor ágape, el amor divino. Si Cristo estuviese siendo enseñado, si las personas estuviesen recibiendo a Cristo, el resultado es que ellas tendrán un corazón puro, tendrán una buena conciencia. Su conciencia es lavada por la sangre, y tendrán una «fe no fingida» en el Señor Jesús como su Salvador y su Señor. El resultado es amor a Dios, y el amor a los demás. El resultado final corresponde a la enseñanza que fue ministrada.

Si nosotros queremos poner la casa de Dios en orden, necesitamos tener la buena doctrina que es Cristo. Que nuestra doctrina sea Cristo, nada más. Alguien podría decir que si Cristo fuera todo lo que nosotros enseñamos, entonces va a ser muy monótono. ¡Jamás! Pues está escrito en Colosenses 2:9-10: «Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él». Nadie puede agotar el conocimiento de Cristo. Él es insondable – la Biblia nos habla de las insondables riquezas de Cristo. Basta que lo conozcamos, basta que lo experimentemos y seremos transformados. Somos transformados y conformados a su imagen así como lo fue Pablo. Esa es la buena doctrina.

La oración

El segundo capítulo de 1ª Timoteo trata el tema de reunirse, de congregarse, y también acerca de la adoración pública. Aquí son tratadas especialmente dos cosas, siendo la primera la oración. La oración aquí mencionada no se refiere primeramente a la oración personal. Por otro lado, no quiere decir que tú no debes orar sobre estos asuntos cuando estás solo. Tú puedes también en tus oraciones personales llevar estas cosas delante de Dios, pues son principios que deben ser aplicados. El énfasis aquí está en la oración colectiva, en la oración del cuerpo de Cristo.

La iglesia tiene un ministerio. Es muy cierto que cada uno de nosotros tiene un ministerio, y cada persona debe descubrir su ministerio, el cual debe ser desarrollado para que la iglesia sea edificada; pero la iglesia como un cuerpo, colectivamente, tiene un ministerio. El ministerio de la iglesia es la oración colectiva.

«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres…» (1ª Tim. 2:1). Este versículo se refiere al ministerio de oración de la iglesia. La iglesia tiene una responsabilidad, un ministerio a cumplir: orar por todos los hombres. No sólo por nuestros amados.

Debemos orar por todos los hombres, porque la voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos viniendo a conocer al Señor Jesús. Ese es el deseo del corazón de Dios nuestro Padre.

En consecuencia, cuando la iglesia se reúne para orar, debemos orar por todos los hombres, por los reyes, por todos aquellos que están investidos de autoridad. Aunque seamos extranjeros y peregrinos en la tierra, aún estamos viviendo aquí, y por lo tanto estamos bajo su autoridad. Por eso debemos orar por ellos, para que cumplan verdaderamente aquello que Dios les asignó, para que sean de hecho siervos de Dios y ejecuten la justicia de Dios, en lugar de ser impíos. Orar por ellos es nuestra responsabilidad.

Otro motivo por el cual debemos orar es para que podamos vivir una vida quieta, reposada, de modo que vivamos piadosamente delante de Dios y de los hombres. Es muy difícil para los cristianos vivir una vida tranquila estando bajo una autoridad que es mala, pues los cristianos son perseguidos, apresados, sometidos a trabajos forzados, interrogados, probados y tentados. Por eso, debemos orar por todos los que están en autoridad, a fin de poder vivir piadosamente para la gloria de Dios.

Sin embargo, hay otras instrucciones sobre la oración de la iglesia: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda» (1ª Tim. 2:8). La expresión «en todo lugar» significa reuniones públicas. Siempre que nos reunimos, deberíamos orar con manos santas, sin ira ni discusiones. Cuando nos reunimos para orar, debemos interceder, suplicar y orar. Pero debemos recordar que, si queremos que nuestra oración sea eficaz, entonces los que oramos debemos ser justos delante de Dios. O sea, la oración del justo tiene eficacia. Eso no significa que seamos justos en nosotros mismos. Él nos hizo justos, y si él nos hizo justos, seamos, pues, justos.

«…sin ira ni contienda…». Es una gran tentación, en especial para los hombres, tener enojos, irrumpir en ira contra sus hermanos o hermanas, o contra las demás personas. Es también una gran tentación para los hombres la duda, la argumentación y las discusiones. Los hombres suelen discutir a menudo, y es con Dios que discutimos, oponiéndonos a él, dudando. Por tanto, cuando oramos, estemos seguros de no tener iras o discusiones entre nosotros, de estar en paz con nuestros hermanos y hermanas, sometidos a nuestro Padre celestial, sea cual fuere Su voluntad. Cuando estemos en esa condición espiritual, con ese tipo de disposición del espíritu, entonces podemos orar convenientemente.

«Asimismo que las mujeres…». Me gusta mucho esta expresión usada por Pablo: «Asimismo», o sea, «de la misma forma», pues es una clara indicación de que las mujeres también deben orar. Hay grupos de hermanos que sostienen que sólo los hombres deben orar en las reuniones públicas. Según ellos, las mujeres no deben orar, sino permanecer calladas.

Sin embargo, yo siempre digo que si las mujeres de hecho deben estar calladas, entonces ellas tampoco deberían cantar. Pero la Biblia nunca les prohíbe orar. Pues está escrito: «Asimismo que las mujeres…». Por tanto, las mujeres también deben orar en público. ¿Pero cómo? La tentación para los hombres es airarse y discutir; por su parte, la tentación para las mujeres son los adornos exteriores en vez de la belleza interior. Así, Pablo dirá que las mujeres deben orar, pero que al hacerlo estén ataviadas y adornadas con modestia y discreción.

Me parece muy hermosa la idea transmitida por esa expresión, porque la palabra ataviar en el original es derivada de la palabra cosmos, que significa el mundo como un sistema. Ellas no deben ser como las personas de este mundo, tratando de seguir las modas mundanas, sino como perteneciendo a otro mundo, con un espíritu de temor del Señor. Esto no significa que deben andar mal vestidas. En algún lugar leí con respecto a la forma apropiada en que debe vestirse la mujer. No sé si es cierto o no, pero lo menciono aquí: ‘La forma apropiada en que una mujer se viste no es andar según la última moda, tampoco estar totalmente fuera de moda; sino vestirse en forma moderada’. Que el Señor guíe a cada una de las hermanas.

Enseñanza

En esta carta a Timoteo, Pablo también hace referencia al tema de la enseñanza. La enseñanza aquí se refiere a la enseñanza pública en las reuniones de la iglesia.

«Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio» (1ª Tim. 2:12). La palabra enseñar usada en este versículo significa que la mujer no debe enseñar ni ejercer autoridad sobre los hombres. En las reuniones de la iglesia hay un orden establecido por Dios; el hombre representa a Cristo, la mujer representa a la iglesia, y ambos deben representarlos correctamente. Por eso en cuanto a la enseñanza existe ese orden divino.

El gobierno de la iglesia

El tercer capítulo de 1ª Timoteo trata la cuestión del gobierno de la iglesia. Cuando el pueblo de Dios se reúne, debe haber gobierno, administración. En el gobierno hay dos funciones: el obispado y la diaconía. Dios levanta entre su pueblo a algunos para que ejerzan la función de obispos o ancianos. La función de los obispos es supervisar, estar vigilantes y pastorear el rebaño. Luego tenemos los diáconos y diaconisas, que son levantados por el Señor para ocuparse de las cosas administrativas cotidianas – servir a las mesas, visitar a los enfermos y actividades similares.

Es interesante observar que entre los requisitos para los obispos y diáconos, humanamente hablando, nunca se considera la habilidad. Entonces, pensamos que si alguien es gerente de una gran empresa, él puede sin duda ser obispo en la iglesia. Muy poco se habla aquí acerca de habilidad; casi todas las menciones se refieren al carácter moral.

Sin embargo, no se trata simplemente de carácter moral, pues hasta un inconverso podría tener algunas de las cualidades necesarias. El énfasis aquí es la espiritualidad. El requisito básico para los obispos que gobiernan es la espiritualidad.

Lo mismo es aplicable a los requisitos exigidos para los diáconos. Es por esa razón que en la iglesia del primer siglo aun las personas que eran escogidas para servir a las mesas debían ser llenas del Espíritu Santo. Es Cristo. Aun ese orden establecido por Dios, es Cristo. Cristo siendo manifestado, Cristo expresándose en hombres y mujeres, y por esa razón esos hombres y mujeres pueden servir al cuerpo de Cristo.

El ministerio de la Palabra

En 2ª Timoteo 4 es tratado el tema del ministerio en la casa de Dios. Cuando hablo del ministerio, me refiero al ministerio de la Palabra. No hay solamente el aspecto del gobierno; está también la cuestión del ministerio de la Palabra, el aspecto de la enseñanza.

Dios constituyó a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas y a otros pastores y maestros para la iglesia, a fin de perfeccionar a los santos (ver Efesios 4). Dios da esas personas a la iglesia, pero ellos son dados a la iglesia universal. Hay sin embargo profetas y maestros en la asamblea local. En Hechos capítulo 13, en la iglesia en Antioquia, había cuatro profetas y maestros en la iglesia local. Ellos estaban encargados del ministerio de la Palabra para la iglesia en esa localidad. No eran obispos, sino sólo los que ministraban la Palabra para aquella iglesia.

Pablo usó a Timoteo como un ejemplo al decir: ‘Timoteo, para que puedas ministrar correctamente la palabra, tú tienes que cuidar de ti mismo’. O sea, no es simplemente una cuestión de enseñar a las personas. Lo que se enseña debe ser aquello que fue profundamente enseñado por Dios. No se trata sólo de la palabra que es dicha, sino del hombre que habla esa palabra.

Por eso Pablo dice: «Ejercítate para la piedad … porque … para todo aprovecha…», no sólo para la vida presente, sino para la venidera. Nosotros necesitamos ser disciplinados, necesitamos ser ejercitados por el Espíritu Santo, necesitamos crecer, para que seamos como nuestro Padre celestial, para que en las palabras, en el amor, en los hechos, en la conducta, en nuestras relaciones – en todo, podamos permitir que Cristo sea visto, y cuando nosotros hablemos, que sea Cristo dado a otras personas. Por eso Pablo dice: «Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina…» – del ministerio.

La disciplina

En el capítulo 5 de 1ª Timoteo, encontramos el asunto de la disciplina. La disciplina es muy importante en la iglesia. Si no hay disciplina, no habrá iglesia. Donde no hay disciplina, no se puede decir que hay iglesia, porque todo estará en desorden, cada cosa hecha según la opinión, los deseos y pensamientos propios. Es necesario, pues, que haya disciplina. Mas la disciplina debe ser ejercitada con prudencia y amor. Veremos este tema cuando estudiemos el libro de Tito.

La buena profesión

El capítulo 6 trata de la buena profesión. La iglesia, siendo un testimonio, tiene que mantener una profesión delante del mundo. Nuestro Señor Jesús hizo la buena profesión delante de Pilato, por tanto, nosotros debemos hacer una buena profesión delante del mundo. Y nuestra profesión es la siguiente: Jesús es todo. Él es nuestro todo, nosotros confiamos en él; hemos entregado nuestras vidas a él, él es aquel en quien confiamos; Cristo es aquel a quien servimos. Esa es nuestra profesión.

Pablo está diciendo especialmente a aquellos que son ricos en cosas terrenales que no pongan su confianza en las riquezas terrenales, que son inciertas, pero que confíen en Dios. Nosotros proclamamos al mundo que confiamos en Dios, confiamos en Cristo; él es todo para nosotros. Esa es la buena profesión, el buen testimonio.

Hermanos, esta primera carta de Pablo a Timoteo trata del orden en la iglesia. El orden en la iglesia, si es un orden verdadero, debe ser Cristo – su manifestación, su expresión. De lo contrario es apenas una organización; no es real, no tiene valor espiritual.

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo III.