El Evangelio según Marcos

Lecturas: Marcos 1:1; 10:45; 16:19-20.

Toda la Escritura es divinamente inspirada, o, literalmente, soplada por Dios. El propósito de la Escritura es uno: revelar al Señor Jesucristo. Sea en forma de biografía, historia, profecía, poesía o cualquiera otra, la Escritura tiene uno y solamente un propósito: revelar a Jesucristo. Por eso, cuando tocamos la Escritura, nosotros debemos tocar al Señor Jesús. Si leemos la Escritura y no tocamos la Palabra Viva, nuestro Señor Jesús, entonces perderemos todo el propósito de la Escritura.

Ya mencionamos anteriormente1 que el Evangelio según Mateo es biográfico; nos relata la historia de nuestro Señor Jesús. Con todo, más que biográfico, es espiritual. No es solamente histórico, es una revelación del Señor Jesús para nosotros. En Mateo descubrimos que Jesús es el Rey de Dios, y cuán diferente del concepto humano es el concepto divino de rey. Él es Rey porque es humilde; él es Rey porque murió en la cruz. Y él nos está llamando para su reino, para que nosotros también podamos ser participantes de su naturaleza de Rey.

Ahora vamos a estudiar juntos el Evangelio según Marcos. De los cuatro evangelios, es bastante probable que este haya sido el primero en escribirse. Con todo, en la soberanía de Dios, fue colocado en segundo lugar, mientras que el Evangelio según Mateo fue colocado en el primer lugar en el orden del Nuevo Testamento. ¿Por qué? Desde el punto de vista de Dios, él desea que nosotros veamos a Jesús como Rey para que demos a él obediencia, lealtad y adoración. En el Evangelio de Marcos se nos dice que el Señor Jesús es el Siervo del Señor. La palabra ‘siervo’, en verdad, es ‘esclavo’ y en el concepto humano, rey y esclavo están en oposición.

No podemos ponerlos juntos. Cuando pensamos en un rey, pensamos en alguien en posición elevada, lleno de autoridad, dando órdenes, siendo obedecido por las personas. Cuando pensamos en un esclavo, un siervo, pensamos en alguien en posición inferior, no teniendo derechos propios; él debe servir, obedecer. Nosotros no podemos poner esas dos cosas juntas. Pero, de acuerdo con el concepto divino, esos dos, rey y siervo, se complementan, o, podemos decir que ellos son uno.

Nuestro Señor Jesús dijo: «En el mundo, aquellos que gobiernan se enseñorean de otros; ellos ejercen autoridad sobre otras personas, pero entre ustedes no será así. Si ustedes quieren ser grandes, deben aprender a ser siervos. Si ustedes quieren ser los primeros, entonces deben aprender a ser esclavos». El Señor Jesús dijo: «Yo vine, no para ser servido, sino para servir, y para dar mi vida en rescate por muchos». El que sirve es el Rey; el Rey sirve. Ese es el concepto divino y, naturalmente, en la vida de nuestro Señor Jesús encontramos el Siervo modelo.

Jesús, el Hijo-Siervo

Cuando usted abre el Evangelio de Marcos, la primera frase que encontrará es: «Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». Usted no encontrará ningún registro de su genealogía, como en Mateo. No son mencionados ni genealogía ni nacimiento. ¿Por qué? ¿A quién le importa la genealogía y el nacimiento de un esclavo? Un esclavo no es nada, no es nadie, y esa es la razón por la cual, en el Evangelio de Marcos, no aparecen esos registros.

La primera frase, «Principio del Evangelio de Jesucristo», es el Evangelio de Jesucristo como el Siervo del Señor. Pero inmediatamente está escrito Hijo de Dios. Es una combinación extraña. Este Evangelio va a revelarnos a Jesús como el esclavo de Dios, como siendo nada, o nadie. Sin embargo, está escrito que él es el Hijo de Dios. Un esclavo no es nadie, pero el Hijo de Dios está por encima de todos; y todavía aquí usted descubre que el esclavo de Dios no es otro que el Hijo de Dios. ¿Cómo eso es posible?

Nosotros sabemos que eso es así porque está escrito en Filipenses 2:7 que él es igual a Dios, que participa de la misma naturaleza de Dios, porque él es Dios. Eso, sin embargo, no es algo a lo cual él se apega, sino que él se vació a sí mismo. Él se hizo nada, se derramó. Es claro que él no podía vaciarse de su deidad; eso es imposible porque él es Dios. Pero se vació de toda su gloria, honra, majestad y adoración ligadas a la deidad. Él se derramó para hacerse nada, entonces tomó sobre sí la forma de un siervo, un esclavo.

En otras palabras, asumió la naturaleza de un esclavo y, siendo hallado en semejanza de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente a Dios, incluso hasta la muerte y muerte de cruz. Así, hermanos, aquí vemos que el Hijo, que era igual a Dios, por amor a la realización del propósito de Dios, voluntariamente se hizo nada y tomó sobre sí la naturaleza de un esclavo. Se puso a sí mismo bajo el gobierno de Dios, su Padre, y le fue obediente incluso hasta la muerte, la muerte de la cruz. Ese es el Hijo-Siervo.

En el capítulo 12 de Marcos, hay una parábola sobre un hombre que poseía una viña. Él limpió y arregló su viña y entonces la arrendó a unos labradores. En la época de la cosecha, envió algunos siervos a los labradores para que recibieran los frutos de la viña, pero los labradores los enviaron vacíos. Él, entonces, mandó otro grupo de siervos; y ellos incluso los mataron. Él envió más siervos a los labradores, pero ellos los rechazaron a todos. Finalmente, el dueño dijo: «Yo enviaré a mi único y amado hijo, tal vez ellos lo respeten». Pero nosotros sabemos cómo terminó la historia. Usted descubre cómo Dios mandó su Hijo a este mundo como su Siervo porque el Hijo es el Siervo de Dios.

Antes de proseguir con este estudio, me gustaría aplicar a nosotros mismos el principio del hijo-siervo. Nadie puede servir a Dios, ningún servicio es aceptable a Dios, a menos que sea realizado por la vida del Hijo de Dios. En otras palabras, si deseamos servir al Señor, no podemos hacerlo con nuestra vida natural, con esta vida adámica caída. Aunque sea con lo mejor de nuestro conocimiento, lo mejor de nuestras intenciones, lo mejor de nuestras experiencias, lo mejor de nuestra energía, si intentamos servir al Señor a partir de nosotros mismos o con aquello que somos, seremos totalmente rechazados. Dios no va a aceptar nuestro servicio, y ni puede.

¿Cuántos hay, hoy en día, que están intentando servir a Dios en su propia sabiduría y fuerza? Ellos piensan que están prestando un servicio a Dios, pero, en verdad, están causando un perjuicio. En verdad, Dios no va a aceptar –ni puede aceptar– tal servicio. Dios sólo es agradado cuando nosotros lo servimos con la vida de Cristo en nosotros, con la energía del Espíritu Santo y con la mente de Cristo. Así, hay un principio básico aquí, el principio del hijo-siervo. No es sólo un siervo haciendo alguna cosa, sino usted tiene que ser un hijo que tiene la propia vida de él; que tiene la propia mente de él para servir al Dios que nosotros servimos hoy.

La naturaleza del servicio es la voluntad de Dios

Aquí tenemos, por lo tanto, al siervo de Dios, el Señor Jesús. Antes que él viniese al mundo, fue profetizado en el Salmo 40:6-8: «Sacrificio y ofrenda no te agrada; has abierto mis oídos; holocausto y expiación no has demandado. Entonces dije: he aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí». Esto es profetizado respecto de la venida del siervo de Dios, el Hijo. Está escrito: «Sacrificio y ofrenda no te agrada». Eso, en un sentido, es extraño porque para el pueblo del Antiguo Testamento, sacrificio y ofrenda es aquello que Dios exige. Pero, en vez de sacrificio y ofrenda, dice: «Has abierto mis oídos». En el original, eso significa una oreja horadada, significa un esclavo de amor, de acuerdo con el Antiguo Testamento. Él no desea más ser libre. Entonces el amo va a tomar a aquel esclavo, lo lleva junto a la puerta y rompe su oreja y él se hará un esclavo para toda la vida, un esclavo de amor. Es ese el significado de ese salmo. Dios no desea ofrendas o sacrificios. Lo que él realmente desea es una oreja horadada.

«Entonces dije: he aquí, vengo; en el rollo del libro (en la Biblia) está escrito de mí (está profetizado de mí), el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado; mi Dios es mi placer». El placer de nuestro Señor Jesús, como el Siervo de Dios que tiene la oreja horadada, es hacer la voluntad de Dios, porque su ley está dentro de su corazón. Eso se cumplió plenamente en la vida de nuestro Señor Jesucristo, como se puede ver en Hebreos 10.

El Señor Jesús es el siervo del Señor. Él vino para hacer la voluntad de Dios y, al leer los Evangelios, usted descubre que, mientras él estuvo en la tierra, estuvo muy ocupado con muchas cosas. Él predicó, sanó, expulsó demonios, alentó personas, profirió muchas palabras, hizo numerosas obras y viajó por varios lugares. Él vivió una vida muy ocupada. Él suplió las necesidades del pueblo al cual dirigió su vida y servicio. Pero es necesario recordar una cosa: aún estando muy ocupado con muchas cosas, haciendo muchas cosas y diciendo muchas palabras, aún así, como el Siervo del Señor, él no hizo todas esas cosas porque había esas necesidades. Él hizo todo eso a fin de realizar la voluntad de Dios.

¿Qué era lo que gobernaba su vida? ¿Qué gobernaba sus movimientos, sus acciones? No eran las necesidades, ni las personas, ni el ambiente ni, incluso, la obra. Lo que realmente gobernaba sus acciones era la voluntad del Padre. Como el Siervo del Señor, él vino para hacer la voluntad de Dios. Esa es la naturaleza de su servicio. Usted no puede forzarlo a hacer algún trabajo, usted no le puede decir: «Señor, allí hay una necesidad; haz eso». No, es verdad que él suple las necesidades, pero él no es gobernado por las necesidades, él es gobernado por la voluntad del Padre. «He aquí vengo, para hacer tu voluntad». Esa es la verdadera naturaleza de su servicio.

Entonces, si esa es la naturaleza de su servicio, ¿cuál debería ser la naturaleza de nuestro servicio para Dios? En un sentido, todos nosotros somos salvos para servir. En 1 Tesalonicenses usted va a descubrir cómo Dios los libró y ellos se volvieron de sus ídolos para servir al Dios vivo. Todos nosotros debemos servir a Dios; mas ¿cómo debemos servir? ¿Cuál es la naturaleza de nuestro servicio? El Señor Jesús dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga».

El Señor Jesús desea que nosotros estemos bajo el yugo con él, y él nunca estuvo bajo el yugo del pecado. En Números 19, cuando los hijos de Israel estaban en el desierto, Dios proveyó para ellos un modo de purificación. Ellos cogerían una vaca alazana sobre la cual no se hubiera puesto yugo, y la quemarían completamente hasta las cenizas, las cuales ellos entonces mezclarían con agua para purificar a aquellos que estaban contaminados. Nuestro Señor Jesús es como aquel animal. Él nunca había estado bajo ningún yugo de pecado. Todos nosotros estuvimos bajo el yugo del pecado, el yugo de hierro del pecado, pero ningún yugo estuvo jamás sobre nuestro Señor Jesús. Él era completamente libre, aun así, él voluntariamente colocó su cuello bajo un yugo – el yugo de la voluntad del Padre. Es ese su yugo y entonces él dice: «Llevad mi yugo sobre vosotros».

Antiguamente los hacendados no tenían tractores, entonces ellos usaban un buey, o caballo, o mula, para labrar la tierra. Ellos tomaban entonces uno de esos animales y lo colocaban bajo un yugo. El yugo representa la voluntad del agricultor, porque, cuando el buey está bajo el yugo, está bajo la voluntad de su dueño. Es claro que nosotros sabemos que el yugo es colocado en el cuello del animal y entonces es unido al arado. El agricultor asegura el arado y dirige al animal a fin de arar la tierra.

Algunas veces, a fin de hacer el trabajo con más eficiencia, el agricultor usará dos bueyes o dos caballos en vez de uno. El yugo es una barra con sus dos extremos curvados. Uno de los extremos se pone sobre el buey o caballo que ya haya sido domado; un animal que haya sido disciplinado, quebrado, y conozca la voluntad del dueño. A fin de amansar un nuevo animal, el dueño lo va a colocar bajo la otra curva, al otro extremo del yugo. Estos dos animales están juntos bajo el mismo yugo – uno es domado, disciplinado, quebrado, obediente, haciendo la voluntad del dueño; el otro es duro, no trabajado, extraño, teniendo su voluntad propia. Cuando el agricultor comienza a arar el campo y conduce los animales, el animal domado y quebrado va a seguir la voluntad del dueño completamente, pero el otro es impaciente y quiere seguir su propio rumbo. Él intenta andar en su propio camino; el animal domado es más fuerte que él y va a traerlo de vuelta, contra su voluntad, obviamente. Pero gradualmente el animal no domado va a aprender de aquel que ya fue quebrado.

Así, esto es lo que el Señor dice: «Llevad mi yugo sobre vosotros». Si usted desea servir a Dios, hay solamente un camino – usted tiene que tomar sobre sí el yugo de nuestro Señor. Él está de un lado y usted tiene que poner su cuello bajo el otro lado. Este es el único camino para realizar el servicio de Dios.

«No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Co. 6:14a), porque ¿qué compañerismo puede haber entre la justicia y la injusticia, o qué comunión entre la luz y las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? No hay concordancia, no hay participación, no hay comunión, por lo tanto, no debemos ponernos en yugo desigual con los incrédulos. Hoy, lamentablemente, muchos creyentes están en yugo desigual con el mundo. Mas el Señor Jesús dice: «No hagan eso. Pónganse conmigo bajo mi yugo. Lleven mi yugo sobre ustedes». Es verdad que, cuando el yugo está puesto sobre nosotros, nosotros lo sentimos. Queremos ser libres; pero, hermanos, si ustedes ganan ese tipo de libertad, ganarán la muerte. Déjeme enfatizar una vez más que, si usted realmente desea servir a Dios, hay solamente un camino – usted tiene que tomar el yugo de Cristo sobre usted, y el yugo de Cristo es la voluntad de Dios.

Usted tiene que estar bajo el yugo de la voluntad de Dios, no bajo el yugo de una obra. Usted no está bajo el yugo de una necesidad. Sí, usted va a suplir una necesidad, usted va a hacer una obra, pero usted no está bajo el yugo de una obra. Muchos siervos de Dios están bajo el yugo de una obra; por eso ellos quieren que la obra sea un éxito y van a hacer cualquier cosa para que eso suceda, aunque eso venga a comprometer la propia voluntad de Dios. ¿Por qué? Porque ellos están bajo el yugo de una obra; ellos no están bajo el yugo de la voluntad de Dios. Hermanos, nosotros tenemos que estar bajo el yugo de la voluntad de Dios y, cuando estamos bajo ese yugo, entonces la obra de Dios puede ser realizada, pero todavía hay mucho que aprender. Naturalmente, vamos a rebelarnos contra eso.

Naturalmente, vamos a luchar contra eso. Pero, gracias a Dios, al otro lado está el Señor Jesús. Si cuando estuviéremos luchando y resistiendo, lanzamos una mirada al Señor, entonces gradualmente seremos quebrados y domados y, de esa forma, somos forzados a someternos a la voluntad de Dios. La naturaleza del servicio es la voluntad de Dios – no la obra en sí misma.

El carácter del siervo de Dios

Para que un hombre pueda servir a Dios en su obra, hay algo de extrema importancia: su carácter. El discipulado, por un lado, significa que un rey está siendo formado. Esto es, cuando usted responde al llamado al discipulado, usted realmente se está poniendo bajo la disciplina del Señor, entonces su carácter de rey va a comenzar a ser formado en usted. Pero, al mismo tiempo, el discipulado es el entrenamiento del siervo. Bajo el discipulado usted está siendo entrenado para ser un siervo del Señor y el carácter de siervo va a ser formado en usted.

Leamos un párrafo del libro «El obrero cristiano normal» de Watchman Nee: «La vida diaria de un obrero cristiano está íntimamente ligada a su obra. Para estar calificado para un servicio espiritual, un hombre debe tener, no solamente una cierta cantidad de experiencia espiritual, sino debe tener un cierto carácter. El carácter del hombre debe ser adecuado al carácter de la obra. Y el desarrollo del carácter de un hombre no ocurre en un solo día. Si un obrero quiere poseer aquellas cualidades que son necesarias para hacerlo útil al Señor, entonces muchas cuestiones prácticas relacionadas con su vida diaria deberán ser abordadas. Viejos hábitos necesitarán ser abandonados y nuevos hábitos deberán ser formados a través de un proceso de disciplina, y ajustes de fundamental importancia deberán ocurrir en la vida con la finalidad de armonizarla con la obra».

En eso usted puede ver cuán importante es que el carácter del siervo sea adecuado al carácter del servicio. Si nosotros queremos servir a Dios y el carácter de nuestro servicio es hacer la voluntad de Dios, entonces vamos a descubrir que un cierto carácter debe ser desarrollado en nuestra vida. El desarrollo de ese carácter es un asunto diario; necesita ser desarrollado gradualmente y para eso, muchos ajustes deben ser hechos. Viejos hábitos deben ser abandonados, nuevos hábitos deben ser formados y debe estar ocurriendo una transformación en nuestro interior a fin de que podamos tener aquel carácter de siervo para hacer la obra de siervo.

En el caso de nuestro Señor Jesús, es perfecto. El carácter de siervo de nuestro Señor Jesús es perfecta y completamente adecuado al carácter de su obra, porque él es el siervo modelo. Y, en un sentido, este tipo de carácter de siervo debe ser formado en nuestro interior. ¿Puede usted imaginar una persona haciendo la obra de Dios sin tener aquel carácter de siervo formado en su interior? ¿Qué sucedería con su obra? Es imposible. Por eso, en el Evangelio según Marcos, el carácter de siervo de nuestro Señor Jesús es muy evidente. Nosotros mencionamos sólo algunas características, pero si usted mismo lee el Evangelio, encontrará muchas otras.

1. Diligencia

Una característica importante de un siervo es la diligencia. Cuando usted lee el Evangelio de Marcos, descubre que hay una palabra que se repite muchas veces. En verdad, 37 veces. Esa palabra es «inmediatamente», «luego», «sin demora», dependiendo de la traducción, pero en el original griego es la misma palabra. El Evangelio de Marcos nos revela a Cristo como el Siervo de Dios, y como Siervo de Dios él es diligente. Él está diligentemente haciendo la obra de Dios. Él no dice: «Está bien, mañana lo hago». Sino sí, «inmediatamente», «luego», «sin demora» (Marcos 1:10, 12, 21; 2:8-10; 5:36; 6:50).

Dios no puede usar una persona perezosa, y creo que fue D. L. Moody quien dijo cierta vez: «Dios nunca salva a un perezoso». Es demasiado perezoso para ser salvo. Todos aquellos que han sido o están siendo usados por Dios, son personas diligentes y no perezosas. ¿Por qué? Porque alguien que es perezoso va a hacer daño a la obra de Dios. Nuestro Señor Jesús es el más diligente de todos los hombres, y ese carácter debe ser formado en nosotros.

Naturalmente, a nosotros nos gusta dejar las cosas para mañana. Queremos hacerlas, pero mañana. Nosotros necesitamos ser disciplinados. Si Dios ha revelado su voluntad para usted, y eso es algo que él quiere que usted haga, entonces hágalo. No lo deje para mañana.

Probablemente alguien preguntará: «¿No hay contradicción entre esto de la diligencia y el esperar en Dios? ¿Entonces no debemos esperar en Dios?». Es claro que debemos esperar en Dios. Si usted no sabe cuál es la voluntad de Dios, entonces simplemente no se lance apresuradamente a hacer alguna cosa, porque usted no sabe lo que está haciendo. Usted será como Pedro. Muchas veces, vemos a Pedro no sabiendo lo que dice, sino simplemente diciendo; no sabiendo lo que hace, sino simplemente haciendo. Así fue Pedro, y por eso él fue disciplinado. Usted debe esperar en Dios, pero no haga de eso una excusa. Si usted no tiene certeza de la voluntad de Dios, usted debe esperar en Dios. Aunque eso signifique esperar un año, usted debe esperar todo un año. Espere en Dios. Pero una vez que la voluntad de Dios se hizo conocida, entonces hágala «inmediatamente», «luego», «sin demora». No se retrase, no más excusas, y no intente dejarlo para después.

De esa forma, usted descubre que esas dos cosas no son contradictorias. En verdad, son una sola cosa. En la vida de nuestro Señor Jesús, usted puede ver cuán verdadero es eso. Piense en la escena del Getsemaní: Él esperó en Dios, pero, una vez que él supo cuál era la voluntad de Dios, entonces inmediatamente dejó de mirar para atrás. Así, como siervos de Dios, queridos hermanos, necesitamos tener esa diligencia implantada en nuestras vidas – diligencia en hacer la voluntad de Dios.

2. Compasión

En el Evangelio de Marcos, usted descubre que otra característica del siervo de Dios es la compasión. Un siervo no sólo debe hacer o decir alguna cosa. Nosotros podemos hacer algo porque es nuestro deber, o decir algo por obligación, pero sin poner en ello nuestro corazón; no hay compasión, no hay sentimiento en nuestro interior. Si usted está haciendo algo de ese modo, entonces usted es un asalariado y no un verdadero pastor, un verdadero siervo de Dios.

Nuestro Señor Jesús es lleno de compasión. Sea lo que fuere que él diga, él lo dice de corazón; sea lo que fuere que él haga, él lo hace de corazón. Él no está sólo cumpliendo una obligación o un deber. No. Él es lleno de amor y compasión. ¿Usted se acuerda de aquel leproso que se aproximó a él diciendo: «Señor, si tú quieres, puedes limpiarme»? La Biblia dice: «El Señor, profundamente compadecido …» Él no sólo dijo: «Quiero», sino extendió su mano y tocó al leproso. Cualquiera que tocaba a un leproso se hacía impuro, pero nuestro Señor Jesús extendió su mano para tocar al leproso, porque él es lleno de compasión. Él quería identificarse con él.

En otra ocasión, en Marcos 6, el Señor Jesús estaba saliendo de una barca y, al ver todo el pueblo allí, se compadeció grandemente, porque vio que ellos eran como ovejas que no tenían pastor.

De la misma forma, en el capítulo 8, aquellas personas lo seguían y lo oían. Habían estado tres días con él, y no tenían nada para comer. Los discípulos fueron a Jesús y le dijeron: «Despídelos». Pero el Señor estaba lleno de compasión para con ellos, les dijo: «Dadles vosotros de comer». Nuestro Señor Jesús es una persona llena de compasión. Cuando él está haciendo la obra de Dios, cuando está haciendo la voluntad de Dios, él lo hace con su corazón lleno. ¡Oh, cómo necesitamos ser llenos de compasión!

Con todo, porque nuestro Señor es lleno de compasión, no significa que él sea ciego. Nosotros pensamos de la compasión como algo emocional, y lo es, pero compasión es más que una emoción, es un carácter. Una emoción es algo que se inflama, algo que irrumpe. Cuando usted ve una escena triste, ella despierta su compasión. Es por esa razón que los misioneros, cuando regresan a su país de origen e intentan recolectar recursos para su trabajo misionero, siempre muestran las peores imágenes posibles. Ellos muestran la fotografía de un niño hambriento y sucio, u otras fotos tristes, a fin de estimular la compasión. Bien, ese tipo de compasión viene y va; cuando usted no ve aquellas escenas, usted no tiene compasión. Es una emoción. Pero compasión, en la Biblia, es una característica profundamente arraigada en usted. En otras palabras, no depende de influencia externa. Viene del interior y toca a aquellos que están fuera; no es algo que se agita por lo externo, sino algo que viene de adentro y por eso la compasión no es indis-criminada.

Encontramos otra escena en el capítulo 7 del Evangelio de Marcos. El Señor Jesús estaba en una región fronteriza cuando una mujer siro-fenicia vino y le rogó: «Hijo de David, te misericordia de mí, porque mi hija está poseída por un demonio»2. El Señor simplemente continuó caminando como si no hubiese oído, pero la mujer lo siguió y dijo: «Hijo de David, ten misericordia de mí; Hijo de David, ten misericordia de mí», hasta que sus discípulos se pusieron intranquilos.

Parece que los discípulos tenían más compasión que el Señor. Ellos no pudieron soportar y dijeron: «Señor, haz alguna cosa o despídela. Tú no puedes dejar que te siga gritando todo el tiempo sin darle una respuesta. Haz alguna cosa, di alguna cosa». Pero el Señor dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos». Es una palabra dura. ¿Por qué? Porque el Señor había sido enviado por Dios a los hijos de Israel y esta mujer, siendo siro-fenicia, no formaba parte de la comunidad de Israel. Ella no podía clamar al Señor como Hijo de David, porque como Hijo de David él vino a los hijos de Israel solamente. Ella lo llamó por el nombre equivocado. Ella lo llamó Hijo de David y eso amarró las manos del Señor. El Señor nada podía hacer en relación a ella, por eso él no le respondió

¡Qué claridad tenía él, y debido al clamor de los discípulos el Señor hizo una excepción! Él dijo: «Usted no puede dar la comida de los hijos a los perros». Los judíos se consideraban a sí mismos como hijos de Dios y a los gentiles como perros. Pero, en verdad, el Señor estaba usando una palabra muy especial, «perrillos», perritos de estimación, y eso encendió en aquella mujer una llama de fe. Inmediatamente ella dijo: «Sí, yo soy un perrillo, pero un perrillo puede coger las migajas que caen bajo la mesa, entonces yo tengo al menos ese derecho». Y el Señor dijo: «Grande es tu fe», y la niña fue sanada.

El Señor es lleno de compasión, pero es compasión con discernimiento. A veces somos llenos de compasión, pero no tenemos discernimiento, y a veces tenemos tanto discernimiento que no tenemos compasión. Si el corazón está ardiente, su cabeza también lo está; sin embargo, nuestro Señor tenía el corazón ardiente, pero su cabeza se mantenía fría. Nuestro Señor, hizo así porque él estaba aquí para hacer la voluntad de Dios. Así, queridos hermanos, nosotros tenemos que tener eso desarrollado en nosotros. Necesitamos tener compasión con discernimiento.

3. Desinteresado de sí mismo

El Evangelio de Marcos nos revela a Cristo, el Siervo del Señor, como aquél que es absolutamente desprendido de sí mismo. Desprendimiento es la característica de un siervo. Un siervo nunca debería pensar en sí mismo. Si un siervo tiene intereses propios, él no puede servir a los intereses de su maestro. Un siervo debe ser tan desinteresado de sí mismo que puede estar enteramente ocupado con los negocios de su maestro. Es eso lo que el Señor Jesús dice en Marcos 10:45: «Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos».

Este es el versículo clave en el Evangelio de Marcos. Piense en los discípulos. Ellos supuestamente deberían aprender a servir como el Señor; sin embargo, los vemos todo el tiempo disputando entre sí. ¿Cuál era el motivo de sus disputas? ¿Quién era el mayor? ¿Quién va a tener la posición más alta? Ellos estaban llenos de preocupación por sí mismos, llenos de interés propio, centrados totalmente en sí mismos. No es de admirar que el Señor haya tenido que soportarlos, e instruirlos vez tras vez, diciéndoles que con ellos no debería ser así. Ellos no deberían decir cosas de ese tipo.

Cuando el Señor les dijo que estaba subiendo a Jerusalén para ser muerto y resucitar al tercer día, el propio Pedro lo tomó aparte y le dijo: «¡No, no, tal cosa no te acontezca!». Y el Señor Jesús dice: Tú pones la mira en las cosas del hombre, no en las cosas de Dios». El Señor no tiene absolutamente ningún interés propio. Él es desinteresado de sí mismo. Hermanos, para que ese tipo de carácter se desarrolle en nosotros, es necesario un largo tiempo. Oh, cuán profundamente la cruz tiene que operar. Cada vez con mayor profundidad, porque nosotros somos tan centrados en nosotros mismos. El Señor es desinteresado de sí mismo.

4. Mansedumbre

Otra característica de un siervo es la mansedumbre. ¡Nuestro Señor es tan manso! Está profetizado en Isaías 42: «No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare». Él es lleno de mansedumbre.

La mansedumbre del Señor puede ser vista en el modo como él trata a los niños. Las personas se allegaban a él con sus hijos, y los discípulos decían: «Mi maestro es un hombre adulto. Él no tiene tiempo para los niños; fuera, fuera». Pero el Señor dijo: «Dejad a los niños venir a mí, porque de los tales es el reino de los cielos». El Señor tenía tiempo para los niños. Él los tomó en sus brazos y los bendijo. Esto es mansedumbre.

En Marcos 16, después de su resurrección, él envió las mujeres a los discípulos para decirles que él había resucitado e iría a encontrarlos. Él dijo: «Decid a mis hermanos y a Pedro». «Y a Pedro». Él fue tan manso con alguien que lo había negado tres veces. Eso es mansedumbre.

Pero esa mansedumbre de modo alguno significaba debilidad. Si es nuestra propia mansedumbre, es debilidad; pero la mansedumbre divina es fuerza. Es porque él es tan fuerte que puede ser manso. Piense en aquella ocasión descrita en el capítulo 3 cuando el Señor entró en la sinagoga y todos estaban mirándole. Había un hombre con la mano seca y ellos querían ver si el Señor le sanaría en sábado. El Señor pidió a aquel hombre que se levantase y desafió a las personas que estaban en la sinagoga, diciendo: «¿Es lícito en los días de reposo hacer bien o hacer mal?». Nadie osó responder y usted puede ver que el Señor se indignó. Él ordenó al hombre que extendiese la mano y quedase sanado. Eso es fuerza. El Señor Jesús denunció la hipocresía de los fariseos y escribas. Él no estaba siendo débil de modo alguno; sin embargo, él era manso.

En 2 Timoteo, Pablo dice que el siervo del Señor no debería contender, sino ser siempre manso. Mansedumbre es una característica del siervo del Señor. Y eso no significa debilidad. No quiere decir tampoco que, por ser manso, usted se hace cómplice; que usted no se impone. Mansedumbre es una característica del siervo de Dios.

5. Confianza en Dios

Finalmente, usted va a descubrir que nuestro Señor Jesús tenía total confianza en Dios. Como siervo, usted debe tener confianza en su dueño. Si usted no confía en su dueño, ¿cómo podrá seguirlo? ¿Cómo usted podría servir a los propósitos de él? En el capítulo 11 del Evangelio de Marcos, él dijo: «Tened fe en Dios». Él anduvo sobre las aguas; él calmó el mar. Él tenía plena fe en Dios. Él tenía fe en Dios incluso hasta la muerte, porque sabía que habría resurrección. Él tenía plena confianza en Dios. Hermanos, nosotros necesitamos tener este tipo de fe.

Me gusta muchísimo el modo como marcos concluye su Evangelio. ¿Usted sabe cómo él lo concluye? Él dice: El siervo ahora es el Señor. «Y el Señor, después que les habló, fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios» (16:19). Él vino como un siervo y regresó como el Señor de todos. Dios lo ungió como Señor y Cristo, porque él sirvió completamente al propósito de Dios. Ahora él está sentado a la diestra de Dios como Rey. El Siervo ahora es Rey. Él sirvió y con eso probó que está calificado para sentarse en el trono. Este es el camino para el trono. Y, respecto de los discípulos, está escrito: «Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor» (16:20 a).

Los discípulos se hicieron siervos y comenzaron a servir, ayudándoles el Señor. Piense en eso. El Señor es Rey; sin embargo, por su Espíritu, él todavía está ayudándonos. Su carácter de siervo, su vida de siervo está en nosotros y todavía nos está ayudando. «Y confirmando la palabra con las señales que la seguían» (16:20b). Así, aquí usted ve al Hijo-Siervo, Siervo-Hijo; Siervo-Rey, Rey-Siervo. Ellos son uno, no están divididos. Que el Señor nos ayude y podamos ver a Cristo como el siervo del Señor en el Evangelio de Marcos.

Hermanos, nosotros mencionamos anteriormente que, si hay revelación, habrá transformación. Si hay revelación, debe haber comunión. Nosotros no podemos ver a Cristo como el Siervo del Señor sin, al mismo tiempo, tener comunión con él en el servicio. No podemos decir que vemos a Jesucristo como el Siervo del Señor sin al mismo tiempo ser transformados y tener el mismo carácter en nuestro interior. O, inversamente, si no tenemos comunión con Cristo como Siervos de Dios, si no hay transformación en nosotros para tener aquel carácter de siervos, es porque no hemos visto a Cristo como el Siervo del Señor. Que el Señor tenga misericordia de nosotros.

Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Vol.1.