El Evangelio según Lucas

Lecturas: Lucas 1:1-4; 19:10; 24:50-53.

Nosotros sabemos que Lucas es un médico griego. Y, por esa razón, vamos a descubrir que él se interesa por los seres humanos, por el hombre. Él nos dice que, aunque no haya sido un testigo ocular, investigó todo cuidadosamente. Como resultado de su investigación, surgió el deseo de escribir lo que él había descubierto a Teófilo para que éste pudiese entender que todo lo que él había escrito era confiable.

No sabemos quién fue Teófilo. Probablemente él haya sido un noble, porque en aquella época había la costumbre de que los escritores dedicasen su trabajo a un noble o patrono. Pero no es tan importante saber si él era un noble o no, porque sabemos que su nombre significa «Aquel que ama a Dios». Entonces, aquí descubrimos a alguien que ama a Dios y, para que aquel que ama a Dios, este evangelio es presentado de forma que él pueda conocer a Jesús.

Queridos hermanos, en un sentido todos nosotros somos Teófilos, todos amamos a Dios y, si nosotros amamos a Dios, entonces necesitamos tener revelación de quién es Jesús. En el Evangelio según Lucas, él descubre que Jesús es el Hombre perfecto; él es el Hijo del Hombre. Él es Dios-Hombre. Por lo tanto, Lucas comparte lo que él entendió y nos presenta al Señor como el Hombre perfecto, el Hijo del Hombre.

Cuando consideramos la historia del hombre, varias cosas son de gran importancia: 1) nacimiento, 2) crecimiento, 3) trabajo, servicio o ministerio, 4) muerte. En el evangelio según Lucas, estas cuatro cosas están registradas metódicamente. De los cuatro evangelios, es el de Lucas que nos da la historia más detallada del nacimiento de nuestro Señor Jesús. En Lucas, Cristo Jesús es presentado a nosotros como hombre, por lo tanto, su nacimiento es descrito detalladamente.

El nacimiento de nuestro Señor Jesús

Amados hermanos, cuando consideramos el nacimiento de nuestro Señor notamos que él es único; es completamente sobrenatural, porque él nació por la obra del Espíritu Santo en el vientre de una virgen, María, cubriéndola con su sombra. Eso es de tremenda importancia, porque si nuestro Señor hubiese nacido de modo natural, de padres humanos, él invariablemente habría heredado la naturaleza pecaminosa de Adán. ¿Por qué? Porque Adán, el primer hombre, es la cabeza general de la humanidad; siendo así, todo aquel que es originado en Adán, hereda de él la naturaleza pecaminosa. Si nuestro Señor hubiese nacido de padres naturales, él habría heredado la naturaleza pecaminosa y por eso no podría ser nuestro Salvador. Él no podría ser nuestro substituto, porque solamente aquel que es sin pecado puede ser sustituto del pecador. Es por eso que la encarnación de nuestro Señor fue por medio de la venida del Espíritu Santo sobre María cubriéndola con su sombra. Igualmente, es por este motivo que cuando el Señor Jesús nació fue dicho: Él es la simiente santa; él es el Santo de Israel; él es quien no tiene pecado; él es aquel que no heredó de Adán aquella naturaleza pecaminosa.

Él no conoció pecado. Él jamás cometió ningún pecado.

Hermanos, Cristo nació y a los ojos de Dios él es el Segundo Hombre. Eso quiere decir que él es el principio de una nueva raza, el principio de una nueva humanidad (1 Corintios 15:45-49). Nosotros venimos de Adán, el primer hombre, hecho de polvo. Nosotros traemos la imagen de Adán, la imagen de alguien hecho de polvo. Mas, gracias a Dios, a través de nuestro Señor Jesús Cristo, nosotros ahora procedemos del segundo hombre, y, por tanto, debemos ahora traer la imagen del hombre celestial. Ese es el Evangelio y esa es la razón de por qué debemos nacer de nuevo. Nosotros nacemos de Adán y por causa de eso somos hechos de polvo; nosotros heredamos la naturaleza pecaminosa. Nosotros éramos pecadores cuando nacimos.

Frecuentemente pensamos que somos pecadores porque cometemos pecados, pero la Palabra de Dios nos dice que por la injusticia, por la rebeldía de un hombre, muchos fueron constituidos pecadores (vea Romanos 5). En otras palabras, por causa de la rebeldía de Adán, nuestro padre, todos nosotros nos tornamos pecadores. Ya éramos pecadores incluso antes de cometer algún pecado. Pero, gracias a Dios, aunque una vez hayamos nacido en Adán, pecadores, cuando nos arrepentimos y creemos en el Señor Jesús, nosotros nacemos de lo alto («Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es»), nacemos del Espíritu, y somos introducidos en la familia de Dios. Nosotros recibimos una nueva vida del Segundo Hombre, que es la vida celestial y eso es lo que hoy somos por el Evangelio, por la gracia de Dios. Cuán importante es que seamos encontrados en el Segundo Hombre, en Cristo.

El crecimiento de nuestro Señor Jesús

El segundo aspecto importante en la vida de un hombre es su crecimiento. De los cuatro Evangelios, solamente el Evangelio según Lucas nos relata algo de la historia del crecimiento del Señor Jesús. Después de su nacimiento, él fue circuncidado al octavo día. Eso muestra su relación de pacto con Dios. Dios había hecho un pacto con Abraham según el cual todo niño que naciese debía ser circuncidado al octavo día y la circuncisión es una señal de su pacto con los hijos de Israel. Si alguien de los hijos de Israel no es circuncidado, él no es considerado perteneciente a la comunidad de Israel, es decir, está fuera del pacto de Dios.

Después que nuestro Señor Jesús nació, él fue circuncidado al octavo día. El día de la circuncisión, le fue dado, por el ángel, el nombre de Jesús. Es claro, sabemos que fue Dios quien le dio ese nombre. El nombre Jesús significa «Y él nos salvará de nuestros pecados».

Después que fue circuncidado, sus padres lo llevaron al templo para presentarlo a Dios (Lucas 2), porque, de acuerdo con la ley, todo primogénito pertenece a Dios. Él fue llevado al templo para ser presentado a Dios para que pudiese tener una relación divina con Dios, no solamente una relación de pacto, sino también una relación divina con Dios. Él fue ofrecido a Dios. De cierta forma, él fue sacrificado a Dios.

Entonces, él fue para Nazaret. Hay apenas una frase que nos relata lo que sucedió en su infancia. Lucas 2:40: «Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él». Después que Jesús nació, fue circuncidado, y ofrecido a Dios, sus padres lo trajeron de vuelta a Nazaret, donde creció. Él tuvo un crecimiento absolutamente normal. Cuando usted piensa en un crecimiento normal, debe pensar en tres aspectos: físico, mental y espiritual. Naturalmente, en el caso de un niño, lo físico viene primero, por eso la Biblia dice se fortalecía. El segundo aspecto es el mental: llenándose de sabiduría. Y el tercero aspecto es: la gracia de Dios era sobre él. Fue un crecimiento perfecto en su infancia.

A partir de ahí, nada sabemos respecto de él hasta sus 12 años de edad, y entonces, nuevamente el único lugar en que eso es registrado es el Evangelio de Lucas. Cuando tenía 12 años de edad, fue llevado por sus padres a Jerusalén para adorar en el templo. Nosotros sabemos que, en aquella época, cuando un pequeño alcanzaba los 12 años, él debía tornarse un hijo de la ley: un Bar-Mitzvah. Hoy, entre los judíos ortodoxos, su Bar-Mitzvah es a los 13 años, pero, en aquella época era a los 12 años. Entonces, evidentemente cuando el Señor Jesús cumplió 12 años, sus padres fueron al templo y allá él se tornó un hijo de la ley.

¿Qué significa «hijo de la ley»? Significa que delante de la ley él es ahora un verdadero miembro del gobierno de la ciudad. Ahora él tiene derecho de leer los oráculos de Dios; el derecho de hacer y responder preguntas. Él se había convertido en un miembro maduro del templo de la sinagoga de Dios.

Así, él se tornó en un hijo de la ley a los 12 años de edad, y usted sabe, algo sucedió. Ellos fueron a Jerusalén a adorar a Dios. Cuando había acabado la fiesta, todos fueron a casa. Aquellos que venían de Nazaret normalmente viajaban juntos y, en el camino de regreso, normalmente los adultos iban juntos, conversando. Los niños, por su parte, también viajaban juntos. Entonces sus padres pensaron que Jesús estaría con los otros niños de su edad, y solamente en la noche se dieron cuenta de su ausencia. Lo buscaron por tres días hasta que finalmente lo encontraron en el templo. En otras palabras, sus padres fueron a casa, mas él permaneció en el templo. Cuando su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia». Entonces el Señor Jesús respondió: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?»

Nosotros sabemos que nuestro Señor Jesús es Dios, pero también es hombre. Él es perfecto Dios, él es perfecto hombre. Así como un niño crece gradualmente, desde el punto de vista humano, nosotros podríamos decir que creció gradualmente en Jesús la conciencia de su relación divina con Dios, una conciencia de que él era Hijo de Dios. Esa conciencia creció gradualmente hasta que a los 12 años, él se tornó un hijo de la ley, y yo creo que ese acontecimiento realmente confirmó eso. En otras palabras, él estaba plenamente consciente de su relación con Dios, su Padre y, por causa de eso, él debía estar ocupado en los negocios de su Padre. Él había quedado atrás en el templo, pero era un pequeño. Aunque estuviese plenamente consciente de su relación divina con Dios el Padre, aún así era un hombre perfecto. Por lo tanto, como un pequeño, él obedeció a sus padres, retornó a Nazaret y permaneció con ellos. ¡Qué maravilloso equilibrio entre humanidad y divinidad!

Desde los 12 hasta los 30 años Jesús permaneció escondido en aquella apartada y montañosa ciudad de Nazaret. Él nunca estuvo en la escuela rabínica, aunque él estaba en la escuela de Dios, su Padre. Humanamente, él aprendió la profesión de carpintero. Él debe haber sido un excelente carpintero, porque ellos lo llamaban «el carpintero». Jesús vivió una vida perfecta y normal como un perfecto ser humano. Nosotros realmente no sabemos lo que sucedió en aquellos años de formación, pero en la Biblia encontramos la siguiente frase: «Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres» (Lc. 2:52).

Sabemos que, en la primera infancia hasta la adolescencia, el crecimiento más evidente es el físico. Con todo, la cosa más evidente desde los 12 a los 30 años, debería ser el crecimiento mental – sabiduría. Está escrito: «Y Jesús crecía en sabiduría». Él encontró gracia para con Dios y los hombres a lo largo de todos aquellos años, hasta que cumplió los 30 años de edad y salió de Nazaret.

Cuando él salió, la primera cosa que hizo fue ser bautizado por Juan Bautista. El bautismo de Juan Bautista es el bautismo de arrepentimiento, mas aquí estaba un hombre perfecto, que no tenía nada de qué arrepentirse. ¿Hay alguna otra persona en todo el mundo que no tenga nada de qué arrepentirse? Supongo que nosotros tenemos mucho de qué arrepentirnos. Hay muchas cosas que nos olvidamos y de las cuales nos deberíamos arrepentir, pero nuestro Señor Jesús es el hombre perfecto. Él no tiene nada de qué arrepentirse y aún así vino para ser bautizado por Juan.

Inicialmente Juan quería impedirlo porque sintió que aquel hombre era alguien tan perfecto, tan noble. Él dijo: «No, no. Yo soy quien debería ser bautizado por ti. ¿Cómo quieres ser bautizado por mí?». Pero el Señor le dijo: «Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia». En otras palabras, nuestro Señor Jesús se identificó con aquellas almas arrepentidas. Dios está llamando al hombre al arrepentimiento y aquí está este hombre perfecto, el cual no tiene de qué arrepentirse, pero se identifica con aquellos que se arrepienten a fin de que él pueda ofrecerse a sí mismo como sacrificio por ellos.

Por eso, después de haber sido bautizado, el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma y habitó en él. La paloma, en las Escrituras, es el sacrificio de los pobres. Cuando un hombre pobre no puede comprar un cordero o un novillo, entonces su sacrificio es una paloma. Nuestro Señor Jesús se ofreció a Dios por medio del Espíritu eterno, como una paloma sin mancha, como un sacrificio por los pobres. Gracias a Dios por nuestro Señor Jesucristo. Hermanos, ese fue el crecimiento de nuestro Señor Jesús.

En un sentido, en nuestra unión con Cristo, nosotros también necesitamos tal crecimiento. Después de nacer de nuevo, debería haber una sensibilidad creciente, una creciente conciencia de nuestra comunión con Dios. Nosotros somos ahora hijos de Dios, y como hijos de Dios, ¿no deberíamos estar ocupados en los negocios de nuestro Padre? Yo creo que en la unión con Cristo, a medida que crecemos en él, debería haber un sentimiento creciente de que nosotros pertenecemos a Dios y que estamos aquí por amor de él. No estamos aquí sólo para vivir para nosotros mismos; no estamos aquí para ocuparnos con nuestros propios negocios, sino somos suyos; nosotros estamos aquí para hacer la voluntad del Padre, para estar ocupados con los negocios del Padre. ¡Y, por causa de eso, necesitamos confiarnos a él con esa finalidad! Yo creo que esa conciencia debería crecer en nuestro interior.

Nuestro Señor Jesús, a los 12 años de edad, estaba plenamente convencido de su comunión con el Padre, y él deseaba estar ocupado en los negocios de su Padre, pero siendo un menor él todavía tenía el deber de obedecer a sus padres, y eso hacía. Aunque nosotros tengamos otros deberes y obligaciones, esos no son contradictorios con nuestra conciencia de que debemos servir a Dios. Al contrario, a través de todos esos conflictos, a través de todas esas combinaciones, vamos a crecer de forma equilibrada y vamos a madurar. Descubriremos que, a medida que crecemos en el Señor, podremos estar ocupados en las cosas del Padre aun cuando estemos ocupados en otras cosas. En otras palabras, nosotros comenzamos a darnos cuenta que los negocios de nuestro Padre son nuestra ocupación y, con esas ocupaciones bajo su gobierno y dirección, nosotros podemos ser maridos, esposas, estudiantes, médicos, enfermeras, profesores, nosotros podemos ser esto o aquello, pero todas esas son vocaciones secundarias.

Nuestra primera vocación es servir a nuestro Dios, nuestro Padre, y, al ejercer esas vocaciones secundarias, nosotros cumpliremos nuestra vocación primaria. Entonces, queridos hermanos, nosotros debemos crecer espiritualmente como nuestro Señor Jesús porque él es nuestra cabeza.

La obra de nuestro Señor Jesús

La tercera cosa en la historia de un hombre es su obra, su servicio. Después que usted crece, obviamente usted necesita trabajar, necesita servir, hacer cosas. Nuestro Señor Jesús, a los 30 años de edad, salió para darse a conocer a los ojos del mundo. En el Evangelio de Lucas, en los capítulos 4 al 21, está registrado lo que él hizo y dijo. Él viajó de aldea en aldea, y de ciudad en ciudad predicando el Evangelio, expulsando demonios, curando a los enfermos, hablando la palabra de la gracia, y realizando obras de poder, de autoridad.

Nuestro Señor Jesús hizo muchas cosas. Aunque sólo haya trabajado poco más de tres años, tenemos registrado en el Evangelio de Juan la siguiente frase: «Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir». La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos no podría contener todos los libros escritos acerca de lo que el Señor Jesús es y de lo que hizo, y tampoco las bibliotecas del mundo podrían contener los libros escritos acerca de él. En tres años y medio él hizo muchas cosas, él dijo muchas cosas, mas todo lo que dijo es verdad y todo lo que hizo es gracia.

Pero, queridos hermanos, recuerden una cosa: pese a las muchas cosas que hizo, a las muchas palabras que habló, él no estaba en la tierra con el objetivo de tener éxito o popularidad. Él dijo e hizo todas las cosas porque estaba haciendo la voluntad de su Padre celestial. Toda su vida era gobernada por una única cosa: hacer la voluntad del Padre.

Otra cosa que se puede notar acerca del Señor Jesús es su interés por los seres humanos. Él está interesado en todos los hombres; no solamente en los judíos, sino también en los gentiles; no solamente en los fariseos como Nicodemo, sino también en los pecadores y publicanos. Cuando él tocaba a las personas, él lo hacía no solamente con divinidad, sino también con humanidad. Esa es la obra de nuestro Señor Jesús.

En un sentido, hermanos, en unión con nuestro Señor Jesús, nosotros también debemos servir. Es claro que Dios puede usarnos de diferentes maneras, haciendo muchas cosas diferentes, mas debemos recordar una cosa: todo lo que hagamos o digamos, debe ser para la gloria de Dios. No estamos trabajando aquí en esta tierra para obtener éxito; no estamos buscando popularidad. Estamos aquí para hacer la voluntad de Dios a través del poder del Espíritu Santo, por medio de la gracia de nuestro Señor Jesús. Eso debería caracterizar todo lo que hacemos o decimos.

La muerte de nuestro Señor Jesús

Finalmente, tenemos la muerte de nuestro Señor Jesús, que está registrada en los capítulos 22 a 24 de Lucas. Su muerte es única. Es sobrenatural en un sentido. Él no murió una muerte natural. La mayoría de las personas gusta de morir una muerte natural. Él no murió ni siquiera la muerte de un mártir. Oh, si usted lee las historias de los mártires como las escritas en el «Libro de los Mártires», va a encontrar millares y millares de mártires que murieron por el Señor Jesús. ¡Cómo ellos glorificaban a Dios por la forma cómo murieron! Pero, queridos hermanos, cuando nuestro Señor Jesús murió en la cruz, él no murió como un mártir. ¿Por qué? Porque él clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». ¿Esa es la muerte de un mártir? No. Él murió una muerte sustitutiva o vicaria. Él murió una muerte expiatoria. «Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Cor.5:21).

Cuando Jesús estaba pendiendo de la cruz, durante las primeras tres horas, él estaba sufriendo en las manos del hombre y de los enemigos de las tinieblas. Pero, a las 12 horas, el sol se hizo oscuridad y él clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». En otras palabras, de las 12 horas hasta las 3 de la tarde, él no sufrió en las manos de los hombres ni del maligno; él sufrió en las manos de su amado Padre. Dios lo aplastó en la cruz. ¿Por qué? Él se tornó Aquel que tomó sobre sí los pecados del mundo. Su muerte es vicaria, sustitutiva, expiatoria, una muerte única y por causa de su muerte nosotros no moriremos más.

Él fue resucitado de los muertos después de tres días, apareció a sus discípulos, y entonces subió a los cielos. Ahora hay un hombre en gloria. El Evangelio según Lucas comienza con un bebé en un pesebre y termina con un hombre en gloria. En unión con Cristo, en su muerte, nosotros morimos. En su resurrección, nosotros somos resucitados de los muertos. En su ascensión, nosotros estamos ahora sentados con él en regiones celestiales. Gracias a Dios por todo lo que él hizo por nosotros.

Pero, hermanos, la cosa más importante en la vida de una persona, más importante incluso que lo que ella hace y dice, es su persona, o, podemos decir, su personalidad. ¿Qué tipo de persona es él? ¿Qué tipo de personalidad él muestra en el mundo? Yo pienso que esto es la cosa más importante, porque aquello que usted hace y dice es, en verdad, simplemente la expresión de aquello que usted es internamente, o de su personalidad. ¿Qué es personalidad? En mi opinión, personalidad es la suma total del carácter. A lo largo de los años, usted construye su carácter y la suma total de su carácter es su personalidad. Aquello que su persona es, eso es lo que usted es. Dios nunca quiso librarlo de su individualidad, pero ciertamente él quiere mudar su personalidad.

Cada uno de nosotros es una persona, un individuo. Dios nos hizo así. No hay dos personas iguales. Ni siquiera los árboles son 100% semejantes. Nuestros temperamentos también son diferentes. Usted tiene un temperamento; yo otro; en eso reside nuestra individualidad. Usted es usted y yo soy yo. No es la voluntad de Dios que usted sea yo y yo usted. A nosotros nos gusta copiar, pero no copie; a Dios no le gusta la copia. Cada uno es una primera impresión, por tanto, sea usted mismo; es eso lo que Dios desea que usted sea. Él hizo a usted así. Esto es nuestra individualidad y esto permanece hasta la eternidad. Incluso en la Nueva Jerusalén, las doce piedras del fundamento son doce piedras diferentes, porque una es Pedro y otra es Juan. Ellos son totalmente diferentes: Pedro es un extrovertido, y es evidente que Juan es introvertido. Pero, gracias a Dios, él puede usar a todos. No importa cuál sea su temperamento, Dios puede usarlo si usted deja que él lo controle.

La individualidad permanece, mas la personalidad debe ser mudada. En otras palabras, el carácter de Cristo tiene que ser formado en usted. Usted tiene el carácter de Adán, usted tiene una combinación de ese carácter y yo tengo otra combinación de su carácter, pero es todo, igualmente, carácter de Adán. No es bueno. Nuestro carácter debe ser mudado y desarrollado porque, cuando creemos en el Señor Jesús, esa nueva vida en nosotros tiene una nueva naturaleza. Si nosotros seguimos esa nueva naturaleza y la cultivamos, entonces desarrollaremos un nuevo carácter, el mismo carácter de Cristo, y la suma total es Cristo. Cuando las personas la miran, ellas no lo ven a usted, sino a Cristo. Cristo se expresa a través de usted; su personalidad está siendo difundida a través de su individualidad. Hermanos, esto es glorioso y este es el propósito de Dios con la humanidad; es en esto que Dios está interesado.

En Lucas, usted ve a nuestro Señor Jesús, el Hombre perfecto. Dios lo envió al mundo para ser un modelo, en un sentido, y Dios dice que nosotros todos seremos remodelados de acuerdo con él, transformados y conformados a su imagen. Es claro que él es más que un modelo, porque él es nuestra propia vida. Él pone su propia vida en nuestro interior y, a medida que permitimos que su vida sea desarrollada en nosotros, entonces él será formado en nosotros. Así, la Biblia dice: «Hechos conformes a la imagen de su Hijo», y «Cristo formado en vosotros». Cuando tratamos de esta cuestión acerca de Cristo como el Hombre perfecto, es necesario que conozcamos su personalidad. Tenemos que conocer su carácter humano, el carácter con el cual Dios se complace. Hay muchos aspectos de este carácter en el Evangelio según Lucas, pero yo pienso que hay algunos aspectos que sobresalen.

Una vida transparente

Cuando leemos sobre la vida de Cristo como hombre, hay algo que nos llama la atención: él es transparente; eso lo hace real, verdadero. Él no es una persona que vive de un modo en la intimidad y de otro modo en público. Él no es alguien que dice una cosa y hace otra. Es el mismo interior y exteriormente. O sea, delante de Dios es él lo que es delante de los hombres. Él es el que es. Él no finge en ninguna circunstancia, no tiene ninguna fachada. Él es claro como cristal, es transparente.

El pecado hace que nos escondamos. Cuando Adán y Eva pecaron en el jardín, cuando oyeron la voz de Dios que se aproximaba, ellos se escondieron entre los árboles. El pecado hace que nos escondamos. Esta es la razón por la cual ninguna persona sobre la tierra es transparente. Si hubiese un rayo X que pudiese mostrar lo que pasa por su mente, usted desearía arrojarlo al fondo del mar. No podemos ser transparentes porque sabemos que hay muchas cosas que en nosotros no pueden ser conocidas.

Pero nuestro Señor Jesús no; él es transparente. Incluso sus enemigos tuvieron que reconocer eso. Él es transparente porque vive por su corazón, él vive por el Espíritu. No hay nada delante de él, ni detrás. «Él es el mismo ayer, hoy y por todos los siglos».

Queridos hermanos, esa es una característica del hombre que necesita ser desarrollada. ¡Oh, cuán opacos, cuán negros somos! Necesitamos que la cruz nos purifique para que la transparencia sea desarrollada en nosotros y seamos los mismos delante de los hombres y delante de Dios; en secreto o en público.

Una vida dependiente

En la vida de nuestro Señor como ser humano, él vivió una vida de dependencia. Cuando Dios creó al hombre, lo creó para que fuera dependiente de él. Adán y Eva dijeron: nosotros no necesitamos de Dios, nosotros mismos somos dios. Eso es pecado. Pecado es la declaración de independencia con respecto a Dios. Pero nuestro Señor Jesús, el Hombre perfecto, vive una vida de total dependencia de Dios.

Dependencia no significa que usted es débil, que usted no tenga decisión, que usted se vuelva pasivo. No es eso. La vida de nuestro Señor Jesús es muy consagrada, llena de poder; con todo, su poder y su consagración son dependientes de Dios, su Padre. Él dijo: «Yo nada puedo hacer de mí mismo; lo que hago, lo hago porque mi Padre lo hace. Yo nada digo de mí mismo; yo digo lo que oí decir a mi Padre». En otras palabras, toda su vida es dependiente de Dios. Ese es el hombre que Dios desea, porque en nuestra dependencia de Dios nosotros encontramos nuestra realización.

¿Cómo sabemos que el Señor Jesús vivió una vida con tal dependencia? Creo que hay una señal que evidencia eso. De los cuatro evangelios, en el Evangelio según Lucas, usted descubre el mayor número de registros de cómo nuestro Señor oraba. ¿Por qué usted ora? Si usted es independiente, usted no necesita pedir nada. ¿Por qué nosotros oramos? Nosotros oramos porque no podemos; sabemos que tenemos que depender de él, tenemos que mirarlo a él, tenemos que esperar de él. La oración es una señal externa de nuestra dependencia de Dios.

En el capítulo 3, cuando él salió de las aguas del bautismo, él estaba orando. Antes de escoger sus discípulos, él fue al monte y pasó toda la noche orando a Dios. Los discípulos lo vieron orando y le pidieron que les enseñase a orar. Él les animó a orar y no desmayar. Él oró por Pedro para que su fe no faltase. En el monte de la transfiguración, él oró; y cuando oraba, fue transfigurado. En el huerto del Getsemaní él oró; y, aun cuando estaba en la cruz, él oró.

Queridos hermanos, descubrimos que la vida de nuestro Señor Jesús es una vida de dependencia. ¡Oh, cómo nosotros necesitamos desarrollar ese tipo de vida!

Una vida grande

Cuando leemos sobre la vida de nuestro Señor como hombre, descubrimos que él es un gran hombre, un hombre con un gran corazón. Nosotros decimos que él es un hombre universal. El Señor Jesús nació en Belén, fue criado en Nazaret y, cuando él tenía 30 años de edad, comenzó a viajar. Sin embargo, en esos aproximadamente tres años él no viajó más de 320 Km. Hoy en día 320 Km. no son nada. No creo que haya alguien aquí que nunca haya viajado 320 km.; esa distancia es recorrida en un día. Pero, a lo largo de toda su vida, él no viajó más de 320 Km., y aún así usted descubre un hombre que es tan grande, al punto de que nunca fue afectado por la intolerancia, por los prejuicios o por el sistema legalista de su época. Él nunca fue pequeño o limitado; él es un gran hombre, su corazón abarca todo el mundo. Él es tan grande que incluso los pecadores y publicanos se sienten bien en su presencia.

Frecuentemente nosotros sentimos cuán pequeños somos. Somos hombres y mujeres pequeños; nuestro corazón es tan pequeño, incluso nuestro amor es tan limitado; estamos llenos de prejuicios. Cualquier cosa, por pequeña que sea, puede turbarnos. Que Dios nos pueda libertar de nuestra pequeñez, de nuestra mezquindad, que Dios nos liberte porque pensamos que somos grandes. Nuestro Señor es el hombre universal. Él nos incluye a todos. Que por su gracia nosotros podamos ser grandes.

Una vida con un solo objetivo

Finalmente, el Señor Jesús es alguien con un único objetivo: Su rostro estaba siempre vuelto hacia Jerusalén. Él estaba en la tierra para hacer una sola cosa: la voluntad del Padre, no importando lo que le fuese a suceder. Es ese tipo de hombre el que Dios busca.

Queridos hermanos, que el carácter de nuestro Señor, como Hombre perfecto, pueda ser formado en nosotros, para que podamos ser dependientes de Dios, para que podamos ser grandes, para que podamos ser transparentes y para que tengamos un único objetivo mientras estemos en esta tierra. Hoy nosotros tenemos un hombre en gloria, él no es solamente Dios, es también hombre. Él es un hombre en la gloria, y ese hombre en la gloria es la garantía de que un día habrá otros hombres y mujeres en la gloria, porque él conducirá muchos hijos a la gloria.

Gracias a Dios, nosotros nacemos de nuevo como bebés, pero si seguimos al Señor, él va a trabajar en nosotros por medio de su Santo Espíritu; él nos va a transformar, nos va a conformar a la imagen de nuestro Señor Jesús, para que un día, cuando él vuelva, pueda hallar muchos hijos semejantes a él. Él será el primogénito entre muchos hermanos, y habrá muchos hombres y mujeres en la gloria. Que el Señor nos ayude.

Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Vol.1.