El Evangelio según Juan

 

Lecturas: Juan 1:1-4, 14-18; 10:10b; 20:30-31.

En el evangelio de Juan se nos presenta a Jesús como Dios, el Hijo de Dios. Esto es muy claro, porque en el capítulo 20, cuando está concluyendo su Evangelio, él mismo dice que las cosas que escribió, estas señales, fueron registradas para que nosotros podamos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios, y para que, creyendo, recibamos vida eterna en su nombre.

La vida del Hijo de Dios

En primer lugar, nos gustaría meditar sobre la expresión ‘Hijo de Dios’. ¿Cuál es el significado de que Jesús sea el Hijo de Dios? Mencionamos anteriormente que él es el Hijo del Hombre.1 Como Hijo del Hombre, él es primeramente hombre. Es verdaderamente un hombre, un hombre perfecto.

En segundo lugar, como Hijo del Hombre, él es el principio de una nueva humanidad. El término ‘Hijo de Dios’ simplemente significa que él es Dios; él es la imagen del Dios invisible. Nadie jamás ha visto a Dios, pero aquel que habita en el seno del Padre, él lo ha revelado. Nuestro Señor Jesús como Hijo de Dios es la imagen del Dios invisible. Imagen, en las Escrituras, siempre significa representación. Nuestro Señor Jesucristo, como Hijo de Dios, es la plena representación de lo que Dios es. Imagen, también significa manifestación, él es la plena manifestación de aquello que Dios es.

En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios habló a nuestros padres por los profetas, pero lo que fue revelado acerca de Sí mismo por medio de los profetas, fueron partes, fragmentos y porciones. Fueron revelaciones en partes, no en un todo; fueron de muchas maneras, pero no en su totalidad. Sin embargo, cuando Dios envió a su Hijo a este mundo y habló a través de él, Dios fue plenamente revelado y plenamente manifestado. El misterio de Dios se hace conocido, el velo es quitado. Así, cuando pensamos en el Hijo de Dios, pensamos en él como el propio Dios, como la plena representación y la plena manifestación de Dios. Nuestro Señor Jesús dijo: «Si tú me ves, ves a mi Padre. Si tú me oyes, oyes a mi Padre, porque yo y el Padre uno somos». Ese es el significado de ser el Hijo de Dios.

Hay un significado secundario: él es el Hijo del Hombre. Porque él es el Hijo de Dios, él es el unigénito de Dios. Él vino a este mundo con el fin de llevar muchos hijos a Su gloria. El Hijo unigénito de Dios debe ser el Hijo primogénito entre sus muchos hermanos para que de esta manera pueda conducirlos a su gloria.

El evangelio según Juan se inicia con la siguiente expresión: «En el principio era el Verbo». Sabemos que la palabra «verbo» significa simplemente «palabra», «manifestación oral», «expresión». El Señor Jesucristo es la Palabra de Dios, la propia manifestación oral de Dios. Él es la verdadera expresión de Dios. «En el principio era el Verbo», es una expresión que habla de su pre-existencia eterna. Él es auto-existente en la eternidad pasada.

La expresión: «Y el Verbo era con Dios», habla de que él es una persona distinta de Dios. Él es una persona. Hay una distinción en su persona. Y la expresión «El verbo era Dios» nos habla de unidad esencial y eterna de la divinidad. De esta manera, ya en el comienzo, descubrimos que nuestro Señor Jesús, como el Hijo de Dios, es la expresión de Dios. Él está con Dios y él es Dios. Todo fue creado por él. Nada existe que no haya sido creado por él. «En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres».

Este verbo de Dios se hizo carne, el Hijo encarnado. En el evangelio de Juan no nos es dicho cómo él se hizo carne, pero sabemos, a través de otros evangelios, que Cristo Jesús, el Santo de Dios, nació por medio del poder del Espíritu Santo que cubrió el vientre de María, la virgen. Nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios es la plenitud de la divinidad. En Colosenses 1:19 está escrito: «Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud».

Sin embargo, ¿cómo es posible que la plenitud de la deidad estuviese en ese Verbo, tomase sobre sí mismo la forma de un hombre, e incluso se presentase en semejanza de carne pecaminosa, pero sin pecado? La respuesta nos es dada en el capítulo 2 de Filipenses, versículos 6 y 7: «El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo». Para que él se tornara un hombre, tuvo que despojarse a sí mismo. Él no se despojó de Su divinidad, pues eso es imposible. Él se despojó de toda Su gloria, honra, posición, majestad y adoración que estaban implícitos en la divinidad. Él se despojó de todo con la finalidad de asumir la forma de siervo, asumiendo la semejanza de hombre. Y reconocido en figura humana, él, aparte de eso, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente a Dios hasta la muerte, y muerte de cruz.

Un día, alrededor de dos mil años atrás, el Hijo de Dios, el Verbo, se hizo carne y habitó entre los hombres. La palabra «habitar» en las Escrituras, de acuerdo con el original, se refiere a la palabra «tabernáculo». Entonces ese versículo habría sido escrito de la siguiente manera: «El Verbo se hizo carne y tabernaculizó entre los hombres». Esta expresión de inmediato nos conduce al Antiguo Testamento. Allá descubrimos que Dios libertó a Sus hijos, el pueblo de Israel, de Egipto. Él los trajo a Sí mismo al Monte Sinaí y allá les reveló Su mente. Él dice: «Edificadme un tabernáculo para que Yo habite entre vosotros»

El tabernáculo, en realidad, es el Señor Jesús, el «Verbo» que se hizo carne. Cuando el Verbo se hizo carne, él se «tabernaculizó» entre los hombres. Ahora, Dios está con los hombres y él es lleno de gracia y verdad.

Gracia – Amor

Nosotros sabemos que Dios es amor: Esta es la naturaleza propia de Dios: Amor. Cuando nosotros amamos, nuestro amor es influenciado y depende enormemente de las circunstancias que nos rodean. Pero Dios es amor; el amor que procede de él no depende del medio ambiente, no depende de las condiciones. Es la naturaleza propia de Dios. Cuando él juzga, él ama. Dios es amor y cuando el amor es traducido a una expresión práctica, humana, esto es gracia. De esta manera, descubrimos que el Verbo encarnado es lleno de gracia, porque ahora el amor de Dios fue convertido en gracia concreta; hechos de gracia, obras de gracia. Nuestro Señor Jesús es lleno de gracia y lleno de verdad.

Verdad – Luz

Dios no tan sólo es amor, sino también es luz. Dios es luz y en él no hay ningunas tinieblas. La luz, en una manifestación práctica y humana, es la Verdad. Éste es el motivo por el cual, cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre los hombres, él es lleno de gracia y verdad, porque él es la expresión práctica de aquello que Dios realmente es. Por eso en él encontramos las palabras de verdad y las obras de la gracia. El Evangelio según Juan está escrito siempre a partir de un incidente, un acto de gracia y entonces prosigue con una enseñanza, las palabras de verdad.

A continuación la Biblia dice: «La ley por medio de Moisés fue dada». O sea, Moisés en el agente por medio del cual la ley fue dada a los hijos de Israel, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Cristo Jesús. Pero, ¿qué significa que vinieran por medio de Cristo Jesús? Esto significa que antes de la venida de Cristo no había ni gracia, ni verdad en el mundo. Es con Su venida que la gracia y la verdad vinieron sobre la Tierra. Pero, ¿por qué esto? Es porque la gracia y la verdad no son algo que tan sólo procede de Dios. Gracia y verdad son la propia esencia de Dios. Cuando Cristo vino al mundo, entonces la gracia vino a la tierra, la verdad vino a la tierra. De manera que, cuando recibimos la gracia, cuando recibimos la verdad, estamos en realidad, recibiendo al propio Cristo. Él se está dando a sí mismo bajo la forma de gracia y bajo la forma de verdad.

Hermanos, existe una gran diferencia. Algunas veces podemos oír una enseñanza. Ésta puede ser verdad. Decimos que es verdad porque está correcto, está bien. Pero si todo lo que nosotros recibimos es la enseñanza correcta, pero Cristo no está siendo recibido, eso no es la Verdad: es tan sólo una enseñanza. No podemos decir que es la verdad porque, cuando la verdad es realmente recibida, lo que usted recibe no es sólo una enseñanza, sino una persona viva: Cristo. Él es la verdad.

Ocurre lo mismo con la gracia. Nosotros podemos testimoniar un milagro, una maravillosa obra, sin embargo, si todo lo que hemos visto es sólo un milagro o una maravillosa obra, si Cristo no está en eso, entonces no podemos decir que eso sea la gracia. ¿Por qué? Porque la gracia es el Señor mismo. De manera que, sea lo que él haga o lo que él enseñe no es tan sólo una maravillosa obra o una enseñanza maravillosa; lo que sea que él haga o enseñe, en verdad, estará compartiendo de sí mismo a nosotros. Nosotros no podemos sólo contentarnos con la enseñanza como tal, o con la obra como tal. Tenemos que ver que toda su enseñanza de la verdad y todas sus obras de gracia no tienen otro propósito que no sea que podamos recibirlo, para que nosotros podamos tenerlo como nuestra gracia y nuestra verdad.

La vida que él nos da

El Evangelio según Juan utiliza una palabra muy especial. Cuando nuestro Señor Jesús estaba sobre la tierra, él hizo maravillosas obras, milagros y muchas maravillas. Pero Juan no utiliza la palabra maravillas o milagros, en vez de eso, utiliza siempre la palabra «señal». Pero, ¿Qué es una señal?

Una señal es un indicador, algo que indica alguna cosa. En otras palabras, la señal no es algo en sí mismo, indica algo más allá de ella. Por lo tanto, todos los milagros registrados en el Evangelio de Juan son llamados señales. ¿Por qué? Simplemente porque Dios no desea que permanezcamos ocupados con esas maravillas, no importa cuán maravillosas sean ellas. Ellas son maravillosas, pero él desea que veamos algo más allá de esas maravillas y milagros. Él desea que veamos a Alguien. Ese es el motivo por el cual todas esas señales fueron registradas. Juan dice que existen muchas otras señales que él no registró. Pero él consideró que las señales registradas son suficientes y que bastan para probar que Jesús es el Hijo de Dios y, si usted lo recibe, usted recibe vida.

Hay otra cosa que deberíamos recordar. En el evangelio según Juan, la palabra «vida» es muy enfatizada. El señor Jesús dice: «Yo vine para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». En realidad, es posible traducir todas sus palabras de verdad, y todas sus obras de gracia en una palabra: «vida». Sus palabras de verdad tienen como objetivo darnos vida. Sus obras de gracia tienen como objetivo darnos vida. Él es el Hijo de Dios, y siendo el Hijo de Dios, él tiene vida en sí mismo, y tiene el poder de darnos Su vida, a todo aquel que en él cree. Cuando leemos acerca de las señales, descubrimos que son señales de vida. A través de estas señales, Dios nos está hablando del tipo de vida que él nos da.

Una vida inextinguible, una vida de satisfacción

Existen, en total, ocho señales registradas en el Evangelio según Juan.

En el capítulo 2, vemos que el Señor transformó el agua en vino en Caná de Galilea, durante una fiesta de bodas. Es muy curioso que la primera señal que el Señor hizo haya sido en un casamiento. La Biblia dice que esa fue la primera señal que él hizo para manifestar su gloria. ¿Por qué esta primera señal debería suceder en un casamiento? Porque nosotros sabemos, a través de la Palabra de Dios, que en los planes de Dios hay un casamiento. Todos los casamientos que vemos en esta Tierra son sólo un tipo de aquel casamiento que ha de ocurrir entre Cristo y su Iglesia.

En Efesios 5, Pablo enseña acerca de la relación entre el esposo y la esposa, y en todo momento él dice que esto es sólo un tipo de Cristo y la Iglesia. «Grande es este misterio, mas yo digo esto respecto de Cristo y de la Iglesia». Volviendo atrás, hasta la eternidad pasada, antes de que Dios creara al hombre y a la mujer, antes que Dios creara cualquier cosa, había en su mente un pensamiento: un casamiento. Él dice: «No es bueno que el hombre esté solo». El Padre tenía sólo Su hijo unigénito, sin embargo dice: No es bueno que él este solo, yo quiero darle una compañera. Habrá un casamiento, un casamiento eterno entre Cristo y Su pueblo, la Iglesia. Esto está en el propio corazón de Dios, y eso es la razón por la cual el primer milagro que el Señor Jesús realiza sobre la tierra ocurre durante una fiesta de casamiento. Eso nos muestra lo que Dios realmente está buscando. Es por ese motivo que Dios vino al mundo.

Él transformó el agua en vino. Antiguamente siempre que había un casamiento, se realizaba una fiesta. Así pues, aquí tenemos a este joven matrimonio celebrando el casamiento y muchos invitados llegaron. Es probable que hubiese muchos no invitados también presentes. La fiesta se prolongó día tras día y tal vez al tercer día se había acabado todo el vino. Qué tragedia significa todo eso y mucha vergüenza traería al joven matrimonio. Felizmente María estaba allí y, obviamente, ella se volvió al Señor Jesús que, a su vez, transformó el agua en vino.

¿Qué es el agua? El agua es incolora y sin sabor, y el agua que había en aquellas tinajas de piedra, era utilizada para la purificación. De acuerdo con la tradición judaica, siempre que los invitados entraban en una casa, ellos se debían lavar los pies. Probablemente ellos también se lavaban las manos, pues eso era la tradición. Había mucha agua, pero es evidente que había muchos invitados, de manera que el agua también se acabó. Entonces el Señor Jesús dice: «Llenad estas tinajas de agua».

En un sentido, el agua representa nuestra vida vieja; la vida que recibimos de nuestros padres, la vida de Adán. Aquella vida es incolora, sin sabor y sólo es buena para lavar lo exterior. Todo lo que podemos hacer es tener una apariencia externa de limpieza. Algunas personas parecieran tener mucha moral; algunas personas parecieran ser muy buenas; otras parecen ser muy generosas, pero sólo es una apariencia exterior. Pues en lo que respecta al corazón, éste sigue siendo tan malo como siempre. Nuestra vida sólo puede hacer algo externamente, dar una apariencia de limpieza, pero, en lo que respecta a nuestro corazón interior, éste es más corrupto y malo que cualquier otra cosa. ¿Usted sabía que su corazón lo engaña? ¿Sí, a usted mismo? Así es el agua y por eso no es suficiente. Ella disminuye cada vez. Nuestra vida es insuficiente, nuestra vida nada es.

Nuestro Señor transforma el agua en vino. La naturaleza del vino y del agua son muy distintas. Es imposible transformar agua en vino sin introducir algo nuevo en ella. En realidad, cuando el Señor Jesús transformó el agua en vino, él puso algo en el agua. ¿Usted sabe lo que él puso? Se vertió a sí mismo. Él colocó su vida en nuestra vida y, al colocar su vida en nosotros, nosotros experimentamos una transformación.

El vino es aquello que alegra el corazón. El vino es algo que hace olvidar nuestras tristezas. Había tal abundancia de vino –seis tinajas de piedra– que bastaría para los invitados a la fiesta, y sobraría mucho para el joven matrimonio. En otras palabras, es una vida inextinguible. La vida que el Señor Jesús nos da es llena de sabor, llena de alegría y es inextinguible. Esta es la vida que el Señor Jesús ofrece a aquellos que creen en él. Gracias a Dios porque poseemos esa vida.

Una vida de fortaleza y significado

La segunda señal realizada por el Señor Jesús se encuentra registrada en el capítulo 4 del evangelio de Juan. En ese capítulo, podemos leer sobre el hijo de un hombre noble que fue sanado por Jesús. Este hombre era probablemente un romano, miembro de la nobleza real. Probablemente él era rico, tenía honra, posición y mucho más; pero lamentablemente su hijo estaba enfermo y próximo a morir. ¿De qué vale tener posición, fama, riqueza, honra y mucho más si su único hijo, está al borde de la muerte? Todo pierde significado. Pero, felizmente, este hombre oyó acerca del Señor Jesús y fue desde Capernaum hasta Caná, para rogar al Señor que fuese a su casa y curase a su hijo. Entonces el Señor le dice: «Ve, tu hijo está sano». Por la fe, creyendo en el Señor Jesús, él volvió a su casa. En el camino encontró a sus siervos que venían a su encuentro diciendo que su hijo estaba bien. Cuando él les pregunto a qué hora su hijo había sanado supo que era la misma hora que el Señor Jesús le dijo: «Ve, tu hijo está sano». Y él creyó y toda su casa.

¿Cuál es el significado de esa señal? Yo creo que esta señal significa que el Señor Jesús, como Hijo de Dios, nos da su vida y es su vida la que da significado a la nuestra. Esa vida nos fortalece. Aquel muchacho tuvo una fiebre alta y esa fiebre, naturalmente, hizo que él perdiese los sentidos y quedase fuera de sí. Todo era bastante confuso y al final resultó en su muerte.

Hermanos, ¿ustedes saben lo que es nuestra vida vieja? Si ustedes diesen una mirada a sus vidas viejas, se darán cuenta que también estaban con fiebre. Nosotros no sabíamos lo que hacíamos y nos encontrábamos totalmente confundidos. Podíamos hacer cosas que nos causarían la muerte. Eso es lo que éramos, y por eso, no sabíamos cuál era el significado y el propósito de la vida. Nos conocíamos superficialmente un poco por aquí y superficialmente un poco por allá, pero, en verdad, éramos totalmente ignorantes. Gracias a Dios, cuando la vida del Señor Jesús entra en nosotros, él da significado a la vida y podemos cantar que la vida vale la pena ser vivida por causa de él. Cuando su vida entra en nosotros, entonces él le da un nuevo significado a nuestra vida.

La vida de liberación y el sábado de descanso

La tercera señal está registrada en el capítulo 5, y en este capítulo se nos muestra a un hombre que estaba enfermo hacía treinta y ocho años. Él estaba tendido al borde de un estanque esperando que descendiese un ángel para agitar el agua y él pudiese ser la primera persona en entrar en el agua para ser sanado. Eso era muy difícil. Él había perdido ya toda esperanza. Entonces, el Señor Jesús vino y le dijo: «¿Quieres ser sano?». En otras palabras, el Señor le estaba infundiendo esperanza a su corazón. Y él respondió: «Sí, quiero»; y el Señor le dice: «Levántate, toma tu lecho y anda». Y él fue sano y luego después de eso el Señor se encuentra con él en el templo.

Hermanos, ¿qué nos quiere decir esta señal con respecto a la vida? Aquí descubrimos que la vida que nosotros teníamos anteriormente era una vida enferma. No podíamos caminar; no podíamos andar en camino de la justicia. Este hombre estaba enfermo por causa de su pecado. Era un juicio, y nosotros sabemos que este juicio también pesaba sobre nosotros. Nosotros estábamos sin esperanza. Antes podíamos ser tentados, nos esforzábamos para ser buenos, nos empeñábamos para acumular méritos, pero probablemente perdimos las esperanzas, porque nosotros mismos no tenemos esperanza.

Pero, gracias a Dios, cuando Cristo vino, él nos dio esperanza. Él nos da su propia vida y el resultado es que aquel hombre no sólo fue liberto, sino que posteriormente fue hallado en el templo adorando. Él recibió también descanso. El Señor hizo esa sanidad en un sábado. Porque él es nuestro sábado. Queridos hermanos, la vida que nosotros recibimos del Hijo de Dios es un sábado de reposo. Nosotros fuimos liberados del cautiverio del pecado y ahora estamos descansando en él. Y porque estamos descansando en él, es porque podemos adorarlo. Esa es la vida que nos ha dado.

Una vida abundante

La cuarta señal está en el capítulo 6. Aquí encontramos al Señor alimentando a cinco mil personas con cinco panes y dos peces. Él dijo: «Yo soy el pan de vida». Él no sólo es la vida, sino que también es el pan de vida. En otras palabras, él no solamente nos da la vida, sino que se da a sí mismo a nosotros continuamente como pan. Cómo necesitamos creer en él, apropiarnos de él cada día en nuestra jornada a través del desierto. Dios hizo caer el maná sobre los hijos de Israel a lo largo de su jornada por el desierto y, en un sentido, nosotros estamos hoy en el desierto. El mundo no es otra cosa que un desierto. ¿De dónde vamos a obtener fuerzas para caminar en este mundo? Recibiéndolo como el Pan de vida. ¡Oh, cómo él se da a sí mismo continuamente! El dice: «Así como me envió el Padre viviente y yo vivo por el Padre, también el que me come vivirá por mí» (Jn. 6:57).

Hermanos, ¿habremos aprendido este secreto? ¿O será que estamos viviendo por nosotros mismos, confiando en nuestra propia fuerza? No podemos vivir así. Sin él nada podemos hacer. Sin él no podemos terminar nuestro camino. Necesitamos que Su vida nos supla constantemente como el pan del cielo. ¿Nos hemos alimentado de él? No basta sólo con recibirlo, sino que necesitamos también alimentarnos de él. Usted tiene que recoger el maná diariamente antes que el sol caliente, porque con el calor del sol el rocío se seca y el maná desaparece. Tenemos que ir al Señor diariamente para recibirlo como nuestro pan para satisfacer nuestras necesidades diarias, para nuestro sustento espiritual y provisión. Él es nuestra provisión. Él es el Proveedor y también es la provisión.

Una vida de luz

La quinta señal realizada por el Señor se relata en el capítulo 9. Aquí se narra cómo nuestro Señor Jesús abrió los ojos de un hombre que había nacido ciego. Los discípulos comenzaron a preguntarse por qué este hombre era ciego. ¿Sería por causa del pecado de sus padres? ¿O sería por causa de sus propios pecados? ¿Cómo podría él haber pecado antes de haber nacido? (Cuando tratamos de hallar explicaciones teológicas a las cosas, surgen las hipótesis más absurdas). Y, en este episodio, descubrimos que los discípulos del Señor eran teólogos por naturaleza. Ellos simplemente plantean una teoría para explicar toda las cosas, pero el Señor Jesús dice: «¡No hagan tantas conjeturas, es para la gloria de Dios! Ustedes no ven la gloria de esto, pero hay una lógica aquí.» El Señor Jesús abrió los ojos de aquel que era ciego y dice: «Yo soy la luz del mundo». En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres.

Hermanos, nosotros éramos ciegos, ciegos de nacimiento. Nosotros nunca habíamos visto algo. No piense que usted veía y después quedó ciego. Nunca habíamos visto la realidad. Estábamos engañados desde nuestro nacimiento. Vivíamos en la imaginación, en un mundo de suposiciones. Pero, gracias a Dios, cuando recibimos la vida, comenzamos a ver. En su luz vemos la luz. ¡Qué diferencia! Su luz es la luz de la vida, y cuando la luz de la vida comienza a brillar sobre nuestro camino, sabemos para dónde vamos. «Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado». (1 Jn. 1:7). Eso es vida.

Una vida que vence la muerte

La sexta señal es la resurrección de Lázaro, en el capítulo 11. Nuestro Señor Jesucristo resucitó a Lázaro, que estaba muerto. Es maravilloso saber que la familia de Lázaro era amada por el Señor y que también ellos lo amaban. Las dos hermanas enviaron al Señor Jesús el siguiente mensaje: «Señor, he aquí el que amas está enfermo». Ellas creyeron que bastaba con que el Señor se apurara, e impusiese las manos sobre Lázaro y él sería sano. Pero cuando el Señor Jesús oyó esto, se demoró en el lugar en que se hallaba. Él no fue hasta que Su amigo estuviese muerto. Entonces el Señor Jesús dijo: «Nuestro amigo Lázaro duerme, mas voy para despertarle». Y los discípulos dijeron: «Bueno si Lázaro está dormido, eso es muy bueno». Entonces el Señor tuvo que decirles claramente: «Lázaro ha muerto».

El Señor Jesús fue hasta la sepultura de Lázaro y, cuando llegó allá, éste ya se encontraba enterrado hacía cuatro días. Estaba completamente muerto. ¿Por qué? Porque el Señor Jesús quería manifestar su gloria como el Hijo de Dios. Él es la resurrección y la vida.

No sabríamos lo que es la resurrección si no supiéramos lo que es la muerte. Sin muerte no puede haber resurrección, pero cuando hay una muerte real, entonces la resurrección es real. Nuestro Señor Jesús dice: «Yo soy la resurrección y la vida». Con esto el Señor está diciendo que aquella vieja vida puede morir, pues él nos dará una vida que pasó por la muerte y venció a la muerte. Esto es resurrección.

Amados hermanos, ¿no es cierto que algunas veces en nuestra experiencia o cuando pasamos por dificultades nosotros clamamos: «Oh, Señor apresúrate, apresúrate y ven a socorrernos. No permitas que muramos»? Y a veces el Señor se demora un poco y empezamos a preguntarnos, a censurarlo y a murmurar, diciendo: «El Señor ya no me ama». Pero no es verdad. El Señor desea que usted muera para que él pueda hacer que usted experimente la resurrección. ¡Oh, cuántas veces él permite que lleguemos al final antes de socorrernos! Y gracias a Dios, ¡cuán glorioso es cuando él viene! Eso es resurrección. Es él; no usted. Usted no puede recibir ninguna gloria en esto, es todo de él. Él es la resurrección y la vida.

Una vida victoriosa

La séptima señal es la mayor de todas las señales y es la resurrección del propio Señor Jesús en el capítulo 20. El Señor Jesús fue sepultado, estuvo enterrado durante tres días y, al tercer día, fue levantado de entre los muertos. Jamás hubo un hombre que habiendo estado en la muerte hubiese salido de la muerte. Nuestro Señor Jesús, en forma voluntaria y con propósito, entregó su vida por amor a nosotros. Él dice: «…Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita; sino que yo de mí mismo la pongo». Él entró en la muerte y quitó de la muerte su poder, y de ella salió victorioso. Eso nos habla de victoria, la mayor victoria que se haya conocido en todos los tiempos. Amados hermanos, esta es la vida que él nos ha dado. No es una vida derrotada, no es una vida débil. Es una vida fuerte y victoriosa. Vida que hasta puede vencer la muerte. No existe nada que pueda vencer esta vida. ¡Esta es la vida que él nos ha dado!

Una vida de amor y servicio

La octava señal se encuentra en el capítulo 21 y ocurre después de la resurrección. Los siete discípulos fueron a pescar, pero aquella noche no pescaron nada. En la mañana siguiente, el Señor estaba en la playa y dice: «Hijitos, ¿tenéis algo de comer?» Nada. Ellos se dieron cuenta de que era el Señor y entonces él les preparó el desayuno. Cuando ellos estaban terminando de desayunar, el Señor comenzó a hablar con Pedro preguntándole: «Simón Pedro, ¿tú me amas? Entonces apacienta mis ovejas» ¿Cuál es significado de esto? Significa que la vida que el Señor Jesús nos dio es una vida de amor. Y, por el hecho de haber amor, obligatoriamente también habrá servicio. Usted no puede pensar en usted mismo, usted tiene que alimentar a las ovejas.

O sea, usted debe apacentar las ovejas, usted debe alimentarlas. De este modo, la vida que nosotros recibimos del Señor Jesús es una vida de sacrificio, una vida de amor, una vida de servicio. Usted no puede quedarse sentado, recibir, recibir y recibir todo el tiempo. Usted debe dar, amar, servir y pensar en los pequeñitos del pueblo de Dios. Usted hasta debe cuidar de los adultos, deberá hacerse cargo de los enfermos – espiritualmente enfermos. Hermanos, ese es el tipo de vida que hemos recibido.

En estas ocho señales, el Señor nos está hablando que él es el Hijo de Dios. Si usted cree en el Hijo de Dios, usted recibe vida. Usted recibirá significado en la vida y en esto hay fuerza. Usted recibe liberación y tendrá el sábado de reposo. Usted no tan sólo tiene vida, sino que la tiene en abundancia y esa vida es suplida diariamente. Hay una luz dentro de usted brillando sobre su camino de modo que usted sabe para dónde va y qué está haciendo. Si usted hace algo errado, en el momento en que lo confiese, la sangre de Jesús lo limpiará. Es una vida que vence la muerte. Estamos rodeados de muerte por todos lados, pero existe una vida que vence la muerte. La vida de Cristo es una vida victoriosa; es una vida resucitada, está en el cielo, sentada en los lugares celestiales. Y esta vida es una vida de amor y de servicio.

Hermanos, ésta es la vida que él nos ha dado. No es una cosa de simplemente leer el evangelio de Juan como una historia, sino de recibir a Jesús como el Hijo de Dios. Y si usted realmente le recibe como el Hijo de Dios, usted recibe la vida, y es este tipo de vida que hemos recibido. No nos sorprende que el apóstol Pablo haya dicho: «En él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad y en él estamos completos». Todo está en él y él se dio a sí mismo para usted, de esta manera, usted está completo en él. Que no necesitemos ir a ningún otro campo a rebuscar espigas, sino que las busquemos en los campos de nuestro Booz.

Tomado de «Vendo Cristo no Novo Testamento», Vol.1.