«Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente … No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre» (Jn. 5:19, 30).

En estos dos versículos tenemos dos claves acerca del ministerio de nuestro Señor. El Hijo no podía hacer nada por sí mismo, sino lo que veía hacer al Padre; y no podía juzgar nada, sino según lo que oía del Padre. Ver al Padre y oír al Padre eran las dos claves de su ministerio. Luego, él hacía según lo que veía hacer al Padre, y juzgaba según lo que juzgaba el Padre.

En ambos versículos el Señor reitera una idea que es asombrosa, considerando quién era el que la decía: «No puedo hacer nada por mí mismo». El que era más capaz de hacer la obra de Dios, decía no poder hacerla. ¡Qué ejemplo sublime!

El contexto en que fue dicho esto nos ayuda a entender aun más el sentido de sus palabras. Los judíos habían recriminado al Señor porque había sanado al paralítico en día sábado. Entonces el Señor les dice: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo». Es decir, el Señor había sanado a ese hombre porque el Padre lo había decidido. El Hijo hacía sólo lo que el Padre hacía antes.

Hacer y juzgar como el Padre supone también, por supuesto, esperar a que el Padre haga y juzgue. El Señor esperó 30 años antes de iniciar su obra. Y en esos 30 años él tenía mucho que entregar. No sólo eso: había mucha necesidad a su alrededor que pudo haber motivado, y aun justificado, su accionar anticipado. En este contexto, las palabras dichas aquí cobran mayor significado. El Hijo de Dios no se movió por razones personales: ni porque tuviera mucho que entregar, ni porque hubiera gran necesidad alrededor.

La única motivación correcta fue la voluntad del Padre. Si el Padre hace, hay que hacer; si el Padre juzga, hay que juzgar. El tiempo, y las circunstancias, son elementos sólo secundarios, supeditados a aquel otro de calidad superior.

¡Cuánta necesidad tenemos de esperar al Padre, para hacer y hablar lo que él hace y habla!