Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas (a Mamón)».

Mat. 6:24.

Comencemos con el ejemplo del joven rico en Lucas 18. Él era un hombre de buena conducta, no era una mala persona ante Dios. Había guardado todos los mandamientos y había demostrado el debido respeto al Señor Jesús, llamándolo «maestro bueno». Y el Señor Jesús lo consideró muy valioso, porque encontrar a tal persona era raro. Mirándole, Jesús le amó.

Sin embargo, el Señor puso un requisito. Si alguien desea servirle, debe ser perfecto. Noten que el Señor dijo: «Si quieres ser perfecto… aún te falta una cosa…» (Mateo 19:21; Lucas 18:22). Es decir, el Señor desea que, aquellos que lo siguen, lo sigan perfectamente, no careciendo de nada. Las personas no pueden seguir a Dios si han resuelto noventa y nueve de sus problemas pero tienen aun un dilema sin resolver. Seguir a Dios demanda la totalidad del ser. Debe ser todo o nada. Sin duda, este joven había guardado los mandamientos desde su juventud. Él habitualmente temía a Dios. Con todo, aún le faltaba algo. Él necesitaba vender todas sus propiedades y repartir los ingresos a los pobres; entonces la vía estaría expedita para que él viniese y siguiese al Señor.

Esta estricta demanda debe ser entendida claramente. Según el registro bíblico, cuando el joven oyó la demanda, se fue triste, porque tenía grandes posesiones. Después de haber llegado tan cerca del Señor y haber visto también tan claramente, con todo, él mantuvo su dolor, así como había decidido mantener su riqueza. «…el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1ª Tim. 6:10). Los hombres pueden acumular riqueza, pero no pueden acumular felicidad. Mientras acumulan riquezas, también acumulan dificultades. En el acopio de abundancia, recolectan dolores y problemas. Aquí había un hombre joven que mantuvo su riqueza, pero no podía seguir al Señor.

Si la riqueza es todo lo que deseas, entonces no necesitas pensar en seguir al Señor. Guardar tu riqueza es también guardar tu dolor, porque las riquezas y el dolor siempre van enlazados. Quien abandona su riqueza es un hombre feliz, mientras quien es reacio a desprenderse de ella es una persona triste. Esta declaración es siempre verdad. Aquellos que codician las cosas materiales, habitan en dolores. Que los creyentes recién salvados busquen la felicidad abandonándolo todo y siguiendo al Señor.

El Señor Jesús respondió con una frase, y en esta única frase está el quid de todo el problema. Sostengámonos también nosotros sobre esta palabra: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Luc. 18:27). Es evidente que una cosa tal como abandonarlo todo para entrar en el reino de Dios es algo inaudito en este mundo. El Señor sabe que esto es humanamente imposible.

Lo malo con el joven rico no fue su incapacidad para venderlo todo, sino más bien su triste partida. Dios sabe que es imposible para los hombres venderlo todo y distribuirlo a los pobres. Pero, cuando el hombre joven se fue entristecido, él parecía concluir que esto era también imposible para Dios. Por supuesto, es incorrecto para mí no abandonar todo lo mío, pero, ¿no lo sabe todo el Señor acerca de ello?

El Señor declara que, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. ¿Puede alguien hacer pasar un camello a través del ojo de una aguja? Es imposible. Del mismo modo, toda la gente en esta tierra ama la riqueza, y pedir que ellos vendan todo es pedir lo imposible. Pero, si yo me alejo con tristeza, entonces estoy realmente equivocado, porque he limitado el poder de Dios.

La lección de Zaqueo (Lucas 19:1-10)

Zaqueo era judío, pero trabajaba para el gobierno romano. Desde el punto de vista judío, era un traidor, porque él cooperaba con el imperio romano. Él ayudaba al imperio romano recaudando impuestos de su propio pueblo. Además, era un pecador. Él no tenía el buen carácter de aquel joven que guardaba los mandamientos desde su juventud. Como los otros cobradores de impuestos, él era codicioso y extorsionaba a tantos como podía. Ciertamente, se había ganado su pobre reputación. Sin embargo, el Señor Jesús pasó por allí. Grande era su poder para atraer a las personas a Él. «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (Juan 6:44). Entonces, este publicano fue traído por Dios hacia Su Hijo.

Debido a su corta estatura, Zaqueo se subió a un árbol para ver a Jesús. El Señor lo miró, pero no le predicó un sermón. Él no dijo: «Debes arrepentirte y confesar tus pecados», no le reprochó por la extorsión y la codicia; ni le pidió que lo vendiera todo, lo diese a los pobres, y lo siguiera. No predicó ningún sermón; solo dijo unas palabras simples: «Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa». Ni una sola palabra de exhortación. Era solo un contacto personal, un encuentro privado. Un corazón que deseaba al Señor fue encontrado por el Señor que lo eligió. Zaqueo no sabía nada en absoluto sobre ninguna doctrina.

Tomen nota del punto de énfasis aquí. El Señor no predicó doctrina alguna, sino sencillamente dijo: «Es necesario que pose yo en tu casa». Sin embargo, esa simple expresión fue suficiente. En realidad, él aún no había ido a la casa de Zaqueo, sino simplemente sugirió su ida. Pero eso fue suficiente, porque dondequiera que el Señor esté, allí el amor al dinero sale fuera. Cuando él viene, todos esos problemas son resueltos. Su deseo de ir a la casa de Zaqueo fue tan poderoso como si él estuviera ya allí. Apenas esa simple declaración, «es necesario que pose yo en tu casa», hizo literalmente quebrar a Zaqueo, porque él se puso en pie y declaró: «He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado».

El joven rico fue exhortado por el Señor, pero no pudo obedecer; Zaqueo, aunque no fue persuadido, siguió completamente el deseo del Señor. Ambos eran ricos y, en general, mientras más vieja es una persona, más ama el dinero. Pero aquí fue el más viejo el que dejó ir su riqueza. El joven representa «lo que es imposible para los hombres», mientras Zaqueo representa lo que «es posible para Dios».

Venderlo todo y seguir al Señor no es poca cosa. Hacerlo no es fácil, porque, ¿quién estaría dispuesto a abandonar lo suyo? A menos que estuviese loco, ningún hombre podría repartir todas sus posesiones inmediatamente. Pero la historia de Zaqueo nos demuestra que aquello que es imposible para el hombre es posible para Dios. Sin haber oído o aceptado enseñanza alguna, Zaqueo hizo lo que el Señor deseaba. Esto ilustra cuán fácilmente esto puede ser hecho.

El camino de Dios para hoy

Observen estos dos capítulos, Lucas 18 y 19. En uno, el Señor pidió al joven rico que vendiera todo, pero éste se fue entristecido; en el otro, Zaqueo abandonó todo sin que se le hubiese pedido. En sus días en esta tierra, nuestro Señor requirió a la gente abandonarlo todo y seguirle. Asimismo la iglesia, poco después su fundación, hizo la misma cosa.

En Hechos 2 y 4 encontramos que, en el principio de la iglesia, ellos tenían todas las cosas en común; es decir, ninguno de los creyentes decía que las cosas que él poseía eran suyas propias. En otras palabras, la mano del Señor estaba sobre todos aquellos que fueron salvados. Una vez que ellos tuvieron la vida eterna, sus posesiones comenzaron a perder su apretón, y, de una manera absolutamente natural, ellos vendieron sus casas y propiedades.

Aplicando este principio a aquellos de nosotros que queremos seguir al Señor1, debe también sernos absolutamente natural que nuestras posesiones sean tocadas por él. Nuestra actitud debe ser trocada de modo que ya no miremos más estas cosas como propiedad nuestra. Nadie entonces dirá que esta o que aquella cosa le pertenece. Nadie reclamará cosa alguna como suya propia.

Dios o Mamón

Volvamos a Mateo 6, donde dice que solo podemos servir a un amo. No podemos servir a Dios y a Mamón. Mamón (o las riquezas) es un ídolo al cual muchos hemos servido en el tiempo pasado. Tal servicio pone un ancla firme en el corazón. Sin embargo, ahora, si vamos a servir a Dios, debemos decidir a quién serviremos: a Dios o a Mamón. ¿Qué dice el Señor? «Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mat. 6:21).

Cierta vez, un hermano me dijo: «Mi tesoro está en la tierra, pero mi corazón está en el cielo». ¡Tal hermano debería ser exhibido en un museo cristiano como una rareza! El Señor dice que eso no puede ser, pero esta persona inventó un «puede ser». ¿No es eso mayor que un milagro? Sin embargo, la palabra del Señor es sincera y segura: nuestro corazón sigue siempre el tesoro; no hay escape posible. No importa cuánto alguien razone, su corazón va en pos de su tesoro.

«No os hagáis tesoros sobre la tierra» (Mat. 6:19). Si tú lo haces, terminarás sirviendo a Mamón y no a Dios. No puedes servir a ambos. Debes elegir a uno o al otro. Cuán perjudicial sería elegir a Mamón, porque tal tesoro está expuesto a la polilla, al orín y a los ladrones. Por lo tanto, aprendamos a servir a Dios. Demos a Dios todo lo que tenemos y mantengamos el tipo de vida más simple aquí sobre la tierra.

Traducido de Spiritual Exercise,
(Christian Fellowship Publishers, 2007).