Una experiencia posterior a la conversión, que provee un poder especial para ser mejores testigos de Cristo.

Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis … Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo».

– Juan 1:26-33.

Hablar del Espíritu Santo, indudablemente, no es algo fácil, porque es hablar de Dios mismo. Dios es vasto, es inmenso. Solo a través de una revelación de Dios podemos entender sus caminos.

Solo Dios puede revelarse a sí mismo, y de hecho, él lo hizo en la persona de Jesús. Juan testifica: «Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno que bautiza con el Espíritu Santo».

El bautismo del Espíritu

El bautismo con el Espíritu Santo ha sido un tema polémico a través del tiempo en la cristiandad en general. Los que llevamos muchos años en el evangelio y hemos conocido distintos contextos de fe, sabemos que una concepción errada, lleva a graves errores en la vida práctica del cristiano.

Los excesos ultra-carismáticos, el fanatismo, las experiencias místicas y distintas prácticas sin fundamento bíblico han provocado resistencia. Sin embargo, no por causa de esto omitiremos hablar lo que la Escritura certifica con tanta evidencia.

Experiencia y Escritura

Hay que señalar que existen algunos tópicos importantes en la relación entre la experiencia y la Escritura.

Primero, decir que toda experiencia no puede estar por sobre lo que nos señala la Biblia; es decir no se puede reclamar experiencias que vayan más allá de lo que está escrito. El apóstol Pablo, escribiendo a los Gálatas, les advierte acerca del peligro de  experiencias espirituales angélicas a las cuales implícitamente llama anatemas.

Lamentablemente la historia de la iglesia narra cientos de hechos de esta naturaleza en la cuales se ha rehuido examinarlas bajo la Biblia. Por el contrario, se ha interpretado las Escrituras a partir de la experiencia personal, y aquí justamente hay un segundo error, interpretar la biblia en función de nuestras experiencias.

En conclusión podemos reclamar algo que no existe en la biblia y buscarle un apoyo escritural, o podemos quedarnos en algo mucho menor a la experiencia del Nuevo Testamento reduciendo la enseñanza a nuestro pobre conocimiento y experiencia.

El que bautiza con el Espíritu Santo

Juan el Bautista, que bautizaba con agua, hace una declaración que nos introduce al tema de hoy: «En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis… ése es el que bautiza con el Espíritu Santo».

El bautismo de Juan es un bautismo de arrepentimiento que sumerge a la persona en agua dando inicio a una nueva vida, pero el bautismo de Jesús con el Espíritu Santo es un empaparnos, sumergirnos en la persona de su Espíritu para una vida de poder. Cristo tiene reservado un poder especial para darnos. Solo él tiene la prerrogativa de llenarnos con la vida del Espíritu.

El bautismo de Juan es un sumergir a la persona en el agua, que de alguna manera simboliza o tipifica su muerte, para una nueva vida de resurrección. El mismo Señor se puso en la fila de los pecadores para bajar a las aguas del bautismo y cumplir así toda justicia. Y Juan el Bautista, hablando de Jesús, dice: «Ése es el que bautiza con el Espíritu Santo».

Experiencia subjetiva

Hoy queremos hablar de la  experiencia subjetiva con el Espíritu, no del conocimiento objetivo con respecto a la obra del Espíritu en la iglesia y en el creyente. Daremos un paso más allá, para hablar de un encuentro emocional, intelectual y volitivo, de una experiencia que pasa por el creyente al percibir y sentirse sumergido en él.

Claramente, esta es una experiencia del Nuevo Testamento; no es una experiencia carismática propia solo de algún contexto de iglesia, o de una época. Es una vivencia que está registrada en las Escrituras para testimonio a todos nosotros, cuyas evidencias y resultados en aquellos que la experimentaron transformó sus vidas y entorno.

Afortunadamente para nosotros, el Nuevo Testamento contiene mucha enseñanza al respecto. Libres de prejuicios, consideremos algunas de ellas, para buscar inspiración en la experiencia de los primeros cristianos.

En primer lugar quisiera que observemos el inicio del ministerio del Señor como un modelo para los hijos de Dios. Existe aquí una interesante secuencia de hechos a destacar.

El bautismo en las aguas

«El Espíritu del Señor está sobre mí» (Luc. 4:18). Con estas palabras, Jesús inició su ministerio lleno de la gracia de Dios. Pero, previo a esa acción, hubo un bautismo.

Jesús, en su encuentro con Juan el Bautista, sabiendo la voluntad del Padre, se ubica en la fila de los pecadores, igual que el resto, para ser bautizado. Juan dice que él debería ser bautizado por el Señor. «Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia» (Mat. 3:15). Y Juan lo bautiza en las aguas.

En este preciso momento, a causa de la obediencia y humildad de Jesús, el corazón del Padre se inunda de gozo y desde la altura rasga los cielos para pronunciar las palabras más bellas escritas en el Nuevo Testamento: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia». Y junto a ello, envía el Espíritu Santo en forma de paloma, para posarse definitivamente sobre Jesús y hacer en él su morada.

Así se inicia la vida pública de Jesús. Posteriormente, comienza la manifestación del ministerio en Nazaret. El Señor entra en la sinagoga, toma el libro y lee las palabras del profeta: «El Espíritu del Señor está sobre mí». Así da inicio a su servicio, habiendo sido bautizado en las aguas y habiendo recibido la unción del Espíritu Santo.

Esto pareciera ser una figura y una secuencia de lo que es también nuestra vida en la experiencia cristiana – arrepentimiento, salvación y poder de lo alto.

Recibiréis poder…

En los últimos capítulos del evangelio de Juan, el Señor, ya resucitado, se aparece a los discípulos y les dice algo muy especial. «Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos» (Juan 20:21-23).

Diez días antes de Pentecostés, el Señor les da la vida del Espíritu, antes de la investidura de poder en el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en Hechos capítulo 2. El Señor sopla sobre los discípulos compartiendo su Vida (Espíritu), y agrega unas palabras en relación a la remisión de los pecados. Noten qué interesante. Cuando el Señor sopla, algunos llegan a decir que es como la misma intervención que hizo Dios cuando creó al hombre y sopló aliento de vida sobre el hombre. Sopló el Espíritu; les dio vida.

Veamos, en algunos pasajes en el libro de los Hechos, esta experiencia en los creyentes, que es también la experiencia de la iglesia, para aproximarnos a tomar lo que es nuestro.

«Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:7-8).

Y luego, en el capítulo 2, ocurre que de repente viene el estruendo de un viento recio, se llena la casa de una presencia sobrenatural, y todos los que estaban reunidos allí fueron llenos del Espíritu, sumergidos, empapados de la gloria del Espíritu Santo. Y desde ese momento, recibieron una fuerza inusitada, un poder que les dio autoridad y coraje para ser testigos de Cristo una y otra vez.

Eso es lo que nosotros conocemos como el bautismo con el Espíritu Santo, la capacitación para ser testigos (Gr. mártires) de Cristo.

Venciendo prejuicios

Quienes hemos experimentado esta dicha, sabemos que no hay cosa más gloriosa en esta tierra que ser llenos, ser rodeados por la presencia de Dios, envueltos en amor y poder, donde todo el ser vive la experiencia de sentirse más cerca del cielo. Sin duda, es una antesala a lo que viviremos en la eternidad.

Creemos que esta experiencia es para los creyentes de hoy. Lamentablemente, nuestra historia, nuestros prejuicios respecto de los excesos ultra carismáticos, nos han estorbado en el acercamiento al bautismo con el Espíritu Santo. El miedo a lo sobrenatural, a lo inusual o fuera de lo corriente y al desorden, ha privado a muchos, reduciendo su experiencia cristiana a conformarse con algo inferior a lo que se nos ofrece en las Escrituras.

Creo en el bautismo con el Espíritu Santo, no solo porque lo veo en las Escrituras, sino porque lo he vivido. Recuerdo bien, en los inicios de mi carrera cristiana, haber recibido la convicción de tal bautismo, con un gozo indescriptible. Pienso que fue esto lo que me permitió tener fuerzas suficiente para ser categórico respecto a las demandas del mundo y ser testigo del Señor. Sin esta vivencia personal, no hubiese sido capaz de separarme del mundo y menos hablar en su nombre.

Hay algo aquí que creo no debemos perder. Dios está presto a ir más allá con nosotros en la relación. Dios quiere profundizar su vida con nosotros, aun más allá de lo que hemos visto, entendido y experimentado hasta el día de hoy. Hermanos, hay más de Cristo.

Una experiencia transformadora

Es la experiencia con Cristo en su Espíritu la que transformó a los discípulos. Fueron todos llenos del Espíritu Santo, y hablaban las maravillas de Dios, profetizaban, y algunos hablaban en lenguas. Fueron investi-dos de una fuerza interior inusitada, de autoridad, poder y coraje.

En el libro de los Hechos es, sin duda, donde más registros encontramos de la experiencia cristiana con el Espíritu.

Pedro era un hombre cobarde; todos ellos lo eran. Y, de un día para otro, sus vidas fueron transformadas. No solo fue el acto simple de la salvación, donde comienza un proceso de Dios con nosotros como hijos. Pero existe algo adicional, que ninguno de nosotros debe perderse, esto es, que fueron todos llenos del Espíritu Santo, y hablaban las maravillas de Dios, profetizando y hablando en lenguas. Y les venía una fuerza interior, una autoridad, un poder, una gloria, un llenar la boca de palabras.

Hay algo más que Dios ha querido darnos, para revestir a la iglesia, para que sea su poder en nosotros, y que es prerrogativa de Cristo, el cual bautiza con el Espíritu Santo. ¡Alabado sea el Señor!

La Palabra y el poder

Hechos capítulo 8 registra la experiencia de Felipe en Samaria. Él era uno de los diáconos en Jerusalén. Lleno del Espíritu, él tuvo valentía para hablar de Cristo en aquel lugar. Los apóstoles estaban lejos, en Jerusalén, y las comunicaciones de ese tiempo no eran como hoy. Las noticias demoraban días en ir de un lugar a otro.

«Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan; los cuales, habiendo venido, oraron por ellos para que recibiesen el Espíritu Santo; porque aún no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús. Entonces les imponían las manos, y recibían el Espíritu Santo» (Hech. 8:14-17).

Lo interesante aquí, es que un grupo de personas recibe la Palabra y luego, después de días o tal vez semanas, son investidas de poder al recibir, por imposición de manos de los apóstoles, el Espíritu Santo.

El registro nos muestra que es evidente la experiencia de la llenura del Espíritu, al punto que Simón el mago, observando lo que los creyentes experimentaban anheló manejar humanamente tal poder. Cuando estos hombres recibieron el Espíritu Santo, algo ocurrió en ellos. Hubo un cambio, una gloria, una autoridad, un poder; hubo palabras que glorificaban al Señor, hubo una experiencia visible.

Saulo y el Espíritu

«Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió» (Hech. 9:8-9).

Cuando el Señor se le apareció a Saulo, éste quedó ciego y debilitado. En esos tres largos días, él tuvo tiempo suficiente para arrepentirse y hablar con Dios. Entonces, ¿qué hace el Señor? No solo le otorga la salvación, sino que lo inviste de poder para ser testigo suyo.

«Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado» (Hechos 9:17-18).

Esto, aquí, es al revés. El Espíritu Santo vino sobre él, y después fue bautizado. El Espíritu Santo lo llenó y le devolvió la vista, y Pablo fue transformado, revestido con poder.

Pablo no hubiese sido capaz de hacer todo lo que hizo si no hubiese sido lleno con el poder del Espíritu Santo. Nos admiramos de su coraje; con qué autoridad él es capaz de enfrentarse a los reyes y a quien sea.

Sin embargo eso no hubiese sido posible sin la gracia de Dios. No fue la formación de Pablo, ni los atributos de su personalidad, fue la obra del Espíritu.

¿En qué fuisteis bautizados…?

El libro de los Hechos de los Apóstoles es más bien los Hechos del Espíritu Santo. En todo este libro está claramente evidenciado este derramamiento especial que Dios da a la iglesia, para ser testigos de Jesucristo. Veamos un último ejemplo.

En Hechos 19, Pablo encuentra en Éfeso a un grupo de hermanos que se convirtieron, evangelizados por Apolos.

«Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?» (Hechos 19:1-2). Extraña pregunta. Nosotros diríamos: «Pero claro, si uno creyó, es salvo, y es sellado por el Espíritu Santo. Y punto».

«Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban» (Hechos 19:2-6).

Qué curioso este pasaje. Pablo se encuentra con un grupo de creyentes que no sabían nada del Espíritu Santo. Entonces él los bautiza, les impone las manos, y viene el Espíritu Santo sobre ellos.

Hay más de Cristo

Al seguir leyendo el libro de los Hechos, vemos experiencias preciosas de los primeros discípulos. Recuerden el caso de Cornelio. Mientras Pedro estaba hablando, el Espíritu Santo cayó sobre los que estaban con él, y éstos profetizaban y alababan a Dios.

¡Qué poder, qué gloria, qué maravilla es la presencia de Dios en su Espíritu, que está en la iglesia! ¡Bendito es el Señor!

Hermanos, hay algo más de Cristo que tal vez nos estamos perdiendo. Porque el Espíritu Santo viene para revelar y mostrar todo lo de Cristo. Esa es su misión en el creyente y en la iglesia: llevarnos a Cristo.

Quisiéramos, en esta exposición, liberar a muchos creyentes del conformismo espiritual o dogmático respecto del Espíritu Santo o de algunas experiencias cristianas traumáticas por el exceso de algunos, por la equivocación de otros. No sea que estemos perdiendo algo precioso del Señor preparado para nosotros.

Dice Pablo a los gálatas: «¿Tantas cosas habéis padecido en vano? si es que realmente fue en vano. Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (Gál. 3:4-5). El que suministra el Espíritu hace maravillas y produce cosas inusuales, en apariencia extrañas al razonamiento humano. Porque donde hay fe, el Espíritu Santo obra. La palabra, que nunca va separada del Espíritu Santo, opera en el creyente.

Al decir ‘cosas extrañas’, no me refiero a algo malo, sino distinto a nuestra estructura racional tan rígida. Debemos abrirnos a lo sobrenatural, a la soberanía de Dios, donde el Espíritu Santo produce en la vida de los creyentes cosas preciosas que incluso traspasan las leyes físicas, para expresar Su gloria.

¿Por qué no puede ocurrir eso en nosotros? ¿Puede Dios hacer algo así? ¿Puede el Espíritu Santo capacitarnos en aquello que somos limitados, y revestirnos con poder? ¿Puede darnos los recursos que necesitamos para hacer lo que él quiere? Sí, él puede. Es más, él quiere. Lea el libro de los Hechos de nuevo; lo que ocurre ahí no es solo para aquel tiempo, es para la iglesia de hoy, «para cuantos el Señor nuestro Dios llamare» (Hechos 2:39). ¡Lo necesitamos!

Una antesala al cielo

Algunos se complican con la venida del Señor; si es antes o después de la tribulación, y tantas otras cosas. Pero lo importante es que el Señor viene. En cuanto al bautismo del Espíritu, pregunto: ¿Qué manifestación tiene o cómo ocurre el bautismo en el Espíritu Santo? No lo sabemos. Y esto no es motivo de discusión. Pero que hay un revestimiento especial de Dios para sus hijos, sí, categóricamente, lo hay.

El Espíritu Santo está dispuesto día y noche para llenar nuestro corazón de todas las riquezas de Cristo. Dios quiere que tengamos una experiencia mayor con él. Sí, Dios lo quiere. De lo contrario, nos volveremos como esos creyentes indiferentes, que se sientan en la tribuna, que saben mucho del evangelio, que están viviendo a duras penas una vida cristiana, pero no tienen una experiencia espiritual real y no han gustado del don de la gracia subjetiva, la cual nadie y nada puede quitar.

Lean la vida de los antiguos creyentes, los grandes siervos de Dios. Todos, de alguna u otra manera, han experimentado algo similar, y lo explican así, como una antesala al cielo. Incluso desde los más tradicionales y fundamentalistas, hasta los más liberales, todos o la mayoría de ellos tuvo una experiencia propia con el Espíritu Santo, que marcó sus vidas.

Si usted no la tiene, le instamos a buscarla. Si estamos aquí hoy, es para consagrarnos, para buscar al Señor, para estar con él, para escuchar su palabra y para que ella nos toque, para sentirlo con los ojos de la fe, para recibir más de Cristo. Aprovechemos este tiempo. Dios quiere de verdad tocarnos.

Tiempo de aprendizaje

Por eso, entiendo las palabras de Pablo a la iglesia en Éfeso: «No contristéis al Espíritu Santo» (Efesios 4:30). Parece que esa es una dimensión individual, dirigida a cada creyente. Contristar al Espíritu Santo es saber que el Espíritu Santo te habló y te está mandando a algo, y no lo haces; sabes lo que es hacer el bien y no lo haces. Pero, a la iglesia en Tesalónica, le habla en su conjunto, y refiriéndose al culto, a las reuniones, les dice: «No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías» (1ª Tes. 5:19-20).

Dispongámonos, primero, a crear un ambiente de fe, a creer que Dios puede hacer esto. Sí, Dios lo puede hacer. La Palabra actúa donde hay fe, y el Espíritu opera donde hay fe.

Se ha hablado en este tiempo de los dones y las manifestaciones del Espíritu Santo, y estamos todos en un proceso de aprendizaje, conociendo el mover de Dios en la iglesia. Revisemos aun nuestras formas de culto. Entonces, si un hermano se dispone y percibe que el Espíritu Santo lo está moviendo a decir algo, a expresar un don, una profecía, una palabra de ciencia, lo podrá hacer, y los demás recibiremos con respeto aquella manifestación espiritual.

Respetémonos unos a otros. Decimos esto porque hay muchos hermanos que han sentido al Señor, que han percibido al Espíritu Santo, pero no se han atrevido, por vergüenza o por temor al ridículo. No se han atrevido, y se han oprimido. Y el Espíritu del Señor no se puede manifestar en plenitud. Si nos comprometemos a hacer un ambiente de respeto, de amor, entonces nos atreveremos, y el Espíritu del Señor tendrá mayor libertad.

Desechemos todo temor, porque  entre nosotros hay hermanos mayores, sabios, entendidos en la Palabra, quienes con amor corregirán si ocurren excesos, ayudándonos a administrar lo que Dios nos ha dado, para que todo en la iglesia sea en orden, como está escrito.

El Señor nos bautice con el Espíritu Santo y con fuego.

Síntesis de un mensaje oral impartido en
El Trébol, Chile, enero 2015.