La obra del tabernáculo en el desierto como alegoría de la edificación de la Iglesia.

Gino Iafrancesco

Vamos a Génesis, el libro de los principios. En el capítulo 2, desde el verso 4, se nos muestra cómo fue diseñado el hombre. En el capítulo 1 se nos habla de la misión del hombre. Y ahora, en el capítulo 2, para que tal misión pueda ser cumplida, se nos muestra la constitución del hombre. La constitución del hombre es según la misión del hombre.

Dios quiere ser contenido y expresado. Dios quiere delegar autoridad, dar su propia vida, y que nosotros seamos sus colaboradores. Entonces, él hizo un hombre tripartito, con espíritu, alma y cuerpo. Es el templo para Dios, es el vaso para Dios. Nuestro espíritu es el Lugar Santísimo, nuestra alma es el Lugar santo, y nuestro cuerpo es el atrio.

Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él». En Romanos dice que Adán es figura del que había de venir, y en 2ª Corintios que Eva representa a la iglesia. Entonces, vamos a concentrarnos un poquito en esa parte.

Casamiento y edificación

Génesis 2: 18: «Y dijo Jehová Dios, no es bueno que el hombre esté solo; le haré…». Qué descanso que es Dios el que dice: «Le haré…». No fue un problema de Adán, fue un regalo de Dios. Eva no podía hacerse sola. Así, Dios ha decidido hacerle también a su Hijo Jesucristo una ayuda idónea. El Rey quiso hacerle bodas a su Hijo. Es Dios el que determinó esto, y él tiene todo poder, y él lo está haciendo, y lo llevará totalmente a culminación.

La palabra que en Génesis 2:22 se traduce como ‘hizo’, se puede traducir más exactamente como ‘edificó’. Aquí empezamos a ver por primera vez la unión de edificación y esposa. «Le edificó una mujer». Su compañera, que ha de ser su esposa, es una edificación. A lo largo de toda la palabra del Señor, encontramos siempre este doble motivo: casamiento y edificación. A lo largo de la Biblia, vemos muchos casamientos: el casamiento de Adán y Eva, de Jacob y Raquel, de Abraham y Sara, de Isaac y Rebeca. A través de esas relaciones de pareja, Dios está revelando algo acerca de sí mismo y de su relación con su pueblo. Por toda la Biblia vemos este motivo de la pareja desde el mismo principio y hasta el final de Apocalipsis. Allí aparece también una pareja – el Cordero y la esposa del Cordero.

Cuando se reveló el Señor a Jacob en un sueño, éste vio una escalera que comunicaba el cielo con la tierra. Arriba estaba el Señor, y abajo estaba Jacob, con su cabeza sobre la piedra de cabecera, y ángeles subían y bajaban, comunicando el cielo con la tierra. Cuando Jacob despertó, se asustó y dijo: «¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios y puerta del cielo» (Gén. 28:17). En este lugar, que él llamó Bet-el (Casa de Dios), el cielo y la tierra se unen. Y ahí encontramos otra vez, entreverado con la edificación, la pareja.

El tabernáculo se llama ‘tabernáculo de reunión’; el arca se llama ‘arca de la alianza’. Y alianza y reunión nos hablan de pareja, nos hablan de comunión, y también de edificación. Entonces, en la edificación de Eva, en el nombre que Jacob colocó a aquella piedra en aquel lugar, Bet-el, vemos que Dios comienza a introducir el motivo de la edificación de la casa de Dios.

La palabra «casa» también tiene la connotación de «familia». Por ejemplo, la casa de Leví se refiera a la familia de Leví; la casa de Jacob, la casa de Israel, tienen la connotación de familia. Así que pareja, familia, edificación, casa, todas estas cosas, están relacionadas.

La gracia y la responsabilidad

En Éxodo 25, Dios dice a Moisés que le pida al pueblo, a aquellos que de corazón, voluntaria y espontáneamente, quisiesen colaborar con Dios, para hacerle a él santuario, para que él pueda morar entre nosotros como un Padre en medio de su familia, siendo nuestro Dios, y nosotros siendo sus hijos e hijas.

«Jehová habló a Moisés, diciendo: Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda». Claro que, para venir de voluntad, necesitamos ser sostenidos por la gracia, y la gracia sustentará nuestra voluntad. El Espíritu revela cuál es la voluntad de Dios. Ahora puedes mirar al Señor y decirle: «Señor, deseo poder, deseo querer; necesito tu gracia para hacer tu voluntad». Y el Señor dice: «Al que a mí viene, no le echo fuera» (Jn. 6:37).

Entonces, aquí, Dios le pide ciertos materiales especiales a su pueblo, para levantarle un santuario. Él nos pide lo que debemos darle. No es lo que nosotros queremos darle, sino lo que él nos pide. Él edifica su casa con lo que él nos pide, y es claro que él ha provisto lo que nos pide. Pero él no va a venir a decirte: «Bueno, haz lo que te parezca», sino que te dirá: «¿Quieres cooperar conmigo? Coopera en esto, tráeme esto, entrégame esto». Todas estas cosas que él nos pide, son la provisión de Dios en Cristo; todo eso con lo que se hace su casa es lo que él nos proveyó en Cristo, y él nos lo proveyó para todos, con corazón sincero.

Dios quiere colaboradores, y ningún colaborador puede hacer nada sin la gracia. Pero la gracia no quiere hacer nada sin sus colaboradores. La gracia capacitará por gracia a los colaboradores, para que ellos le colaboren responsablemente, esforzándose en la gracia.

Entonces, para comenzar la casa de Dios, hay que entender que esta casa es de una reunión, un tabernáculo de reunión, arca de la alianza. Reunión y alianza es matrimonio. ¿Cómo se va a casar un hombre con una mujer que no quiere casarse con él? Ahora, él quiere casarse. La pregunta no es si él quiere. Él ya dijo que quiere. Ahora, ¿quieres tú? Esa es la pregunta: ¿También quieres tú?

La visión de la Casa de Dios

Ahora, vamos a dar una mirada panorámica a este capítulo. Después de decirnos lo que Dios quiere, de mostrarnos el anhelo suyo de contar con nuestra responsabilidad, y proveernos la gracia –esto es, Cristo– que nos capacita para ser responsables; entonces él empieza a describir la casa de Dios desde adentro hacia afuera, y comienza describiendo primeramente el arca del pacto.

Esta arca, dentro del Santísimo, representa la formación de Cristo en la iglesia. Después él describe la mesa de los panes; a continuación, el candelabro; luego, el tabernáculo y posteriormente el altar. Lo primero que él describe tiene que ver con la casa. Después, a partir del capítulo 28 y el 29, describe el sacerdocio, la consagración sacerdotal, las vestiduras sacerdotales, y prosigue con el altar del incienso, la fuente de bronce. Y así, continúa describiendo los ejercicios sacerdotales.

Veamos 1ª de Pedro. En el versículo 2:4, encontramos lo siguiente. «Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados…». «Acercándoos a él … sed edificados». Las frases que dijo después de «Acercándonos a él…», son frases explicativas. ¿Quién es él? La piedra viva.

La manera de ser edificados es acercándonos a él: «Sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios…».

Nos damos cuenta que Pedro está sintetizando en tres asuntos –casa espiritual, sacerdocio santo y sacrificios espirituales– lo que el Espíritu Santo había desarrollado con detalles en el Éxodo. En los capítulos 25, 26 y 27 tenemos la descripción de la casa; en los capítulos 28 y 29, la descripción del sacerdocio, y en el resto del Éxodo, en Levítico y en otros lugares, tenemos la descripción de los sacrificios.

Vamos a detenernos un poco en la primera: «Acercándoos a él… sed edificados como casa espiritual». La descripción de la casa espiritual aparece muchas veces en la Biblia. Ya vimos que Eva es una edificación de Dios para Adán. Luego vemos a Dios revelándose a Jacob; y Jacob comprende la revelación, y ve que Dios quiere una relación celestial con la tierra. Y él le colocó un nombre que expresa la síntesis de esa revelación: Bet-el, casa de Dios.

O sea, que esa mujer edificada por Dios corresponde a Bet-el, y Bet-el corresponde a este santuario, y el tabernáculo corresponde después al templo, y corresponde a la visión que vio Ezequiel. A Ezequiel le fue mostrada la casa de Dios cuando el pueblo estaba siendo infiel y estaban cautivos en Babilonia. Dios seguía soñando con su casa, y a pesar de que la ciudad y el templo están arrasados, Dios le dice a Ezequiel: «Si ellos se arrepintieren de sus pecados, muéstrales el diseño de la casa».

Dios siempre ha querido esa casa, porque ella es la esposa de su Hijo. El Rey quiso hacerle bodas a su Hijo. Dios hizo todo para Cristo; Dios le dio todo a su Hijo. Pero lo más precioso que le quiso dar, junto con su plenitud, es una esposa, una ayudadora idónea que sea como él, hecha del propio material de él, para que él pudiera decir lo que no podía decir de la jirafa, ni de la gallina: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne». O sea: «Ésta es como yo». Él se reconocerá en ella, y estará siempre con ella, y hará todo con ella. Ese es el regalo que el Padre le ha querido dar al Hijo. Le agradó al Padre darle al Hijo toda plenitud; pero toda la plenitud del Padre, que está en el Hijo, por el Espíritu pasó a la iglesia, para que esa plenitud divina, que pasa por el Padre, el Hijo y el Espíritu, ahora regrese al Hijo en forma de iglesia.

Entonces, cuando dice: «Casa espiritual», cuando dice los detalles del tabernáculo, la edificación del templo, la restauración del templo, la visión del templo, y luego el Señor Jesús y la edificación de la iglesia, todo habla de la misma cosa. De manera que, cuando vemos la edificación de Eva, vemos a Bet-el, vemos el tabernáculo, el templo, el cautiverio y la destrucción, la diáspora o dispersión, la restauración, la visión; todo eso, está hablando de la misma cosa, y nos habla a nosotros. Habla del misterio de Cristo.

Dos lecturas: cristológica y eclesiológica

En el santuario, vemos que Dios comienza a revelar desde adentro para afuera. Pasa del Santísimo, del arca, al santo, la mesa y el candelero, y después sigue hacia el atrio, el altar. Hay un altar de oro, otro altar de bronce en el atrio, y luego se revela el sacerdocio, las vestiduras, la constitución sacerdotal, al altar del incienso, y distintas clases de sacrificios en Levítico. Casa, sacerdocio y sacrificios espirituales.

Aunque primero revela lo relativo al arca, que tiene que ver con Cristo, porque primero es la cabeza y después es el cuerpo. Sin embargo, primero Dios va edificando el tabernáculo, y cuando ya está terminado coloca el arca en el Santísimo. Podríamos comenzar a estudiar el arca, pero primeramente había que levantar el tabernáculo para colocar el arca.

En la revelación, primero es el arca, y después el tabernáculo; pero en la práctica se necesita la edificación del tabernáculo, para la entronización del arca. Fue después que Salomón terminó el templo, que el arca fue entronizada.

Siempre antes de describir el arca, la mesa, el candelabro, el altar, el tabernáculo, Dios le dice a su pueblo: «Harás…». «Harás un arca de esta manera … Harás una mesa para los panes de la proposición; la harás así … Harás un candelabro; lo harás así … Harás un santuario, un tabernáculo, conforme al modelo que te mostré en el monte … Tú, hazlo todo, pero conforme al modelo que yo te mostré».

El modelo lo muestra Dios, las provisiones vienen de Dios. Pero quienes tienen que hacerlo somos nosotros.

Hay varios niveles de lectura de este capítulo 26 de Éxodo. En primer lugar, hay una lectura histórica; si se quiere, arquitectónica. Usted lee acerca del pasado, cómo era construido el templo. Se trata del aspecto físico; del velo hacia afuera, por decir así.

A Pablo, que fue escogido por Dios para traer la revelación del misterio de Cristo, para administrar lo que es el cuerpo de Cristo, Dios lo preparó como hacedor de carpas. Él sabía cómo se unía una cortina con otra. Pablo tenía que edificar el cuerpo de Cristo, y la edificación del cuerpo de Cristo está tipificada en el tabernáculo. Pablo tenía que ser un fabricante de tiendas para entender este capítulo.

Pero, toda la Palabra del Señor, nos habla del misterio de Cristo. Y la primera parte del misterio de Cristo habla de la Cabeza. Por lo tanto, hay una segunda lectura, cristológica. Es decir, podemos ver en todos estos detalles de la casa de Dios, en el tabernáculo, al Cristo de Dios.

El verbo ‘tabernaculizó entre nosotros’, esa palabra la usó a propósito el Espíritu Santo (Juan 1:14). La traducción dice ‘habitó’, ‘moró’. Pero el griego dice ‘tabernaculizó’, y también Juan nos recuerda cuando el Señor Jesús dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Ellos decían: «En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo, y cuando resucitó, levantó en tres días el templo.

Y ese templo se refiere en primer lugar al Señor Jesús. Pero todos aquí sabemos que el templo también abarca la iglesia, y lo que sucedió con Cristo, sucedió a favor de la iglesia. Si él murió, es para que muriéramos con él. Si Cristo murió por todos, luego todos murieron. Entonces, del nivel de lectura cristológico, debemos pasar a un segundo nivel, ahora eclesiológico, sin negar el nivel cristológico.

Cristo también tiene cuerpo, y por lo tanto, también la expresión de Cristo como un cuerpo que tiene muchos miembros. Cristo (1ª Cor. 12:12) es como un cuerpo que tiene muchos miembros, y aunque son muchos los miembros y tienen distinta función, son un solo cuerpo, así también Cristo.

El cuerpo de Cristo es la segunda parte del misterio de Cristo. Por lo tanto, tiene que haber también, junto con la lectura cristológica, una lectura eclesiológica.

Inclusive, hay otra lectura después, que es escatológica. ¿Acaso no habla también Apocalipsis del «tabernáculo de Dios con los hombres»? Pero ahora estamos en el tiempo de la eclesiológica. No vamos a negar la una ni la otra. Vamos a leer ésta, pero no vamos a leer todo. No vamos a decir todo; ninguno de nosotros puede decir todo.

La construcción del tabernáculo

Entonces, vamos a Éxodo 26:1. «Harás…». Esto lo tenemos que hacer así. «…el…». No «…uno de los…». No hay sino un solo templo de Dios, un solo cuerpo de Cristo. Por todas partes, la Biblia habla de el cuerpo de Cristo. Todos los ministros de Dios, sean apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros fueron puestos por Dios para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.

¿Eres tú pastor en el cuerpo de Cristo y para el cuerpo de Cristo, o eres algo menos? ¿De qué eres miembro? ¿Del cuerpo, o de algo menos? ¿Eres uno de los maestros del cuerpo de Cristo para enseñar al cuerpo de Cristo? ¿O no te has dado cuenta que eres del cuerpo y estás trabajando en algo menos?

Todos los miembros del cuerpo de Cristo pertenecen al cuerpo, forman un solo cuerpo con todos los demás, y deben edificar un solo cuerpo. Se hará un solo tabernáculo, una sola tienda. Es claro que, mientras se construye, vemos tablas por acá, estacas por allá; pero eso no es por siempre. Todo eso tiene que unirse para, juntos, edificar una sola tienda.

«Harás el tabernáculo de diez cortinas de lino torcido, azul, púrpura y carmesí; y lo harás con querubines de obra primorosa». Los materiales que aparecen aquí en estas cortinas nos hablan de Cristo. El azul nos habla de lo celestial, nos habla del Verbo de Dios que estaba con Dios, y era Dios, pero también se hizo hombre. Se encarnó para derramar su sangre; por eso, aparece el color rojo, el carmesí o escarlata. Y el mismo que se humilló fue exaltado sobre todas las cosas, y aparece el púrpura real.

Cuando se mezcla el azul con el rojo, da el púrpura. Y el Señor Jesús se humilló, se encarnó, pero fue exaltado de nuevo. Volvió a la gloria. «Padre, glorifícame tú … con aquella gloria –azul – que tuve contigo antes que el mundo fuese». Pero el azul descendió, se vistió de rojo, y subió morado, la realeza. Ahora él volvió a tomar su gloria, pero ahora en humanidad. Antes tenía su gloria en divinidad, y volvió a tomarla, ahora en humanidad. Glorificó la humanidad con su gloria.

Por eso dice Pablo: «…a los que antes conoció, también los predestinó … Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó» (Rom. 8:29-30). ¿Cuándo él glorificó nuestra humanidad? Cuando él se vistió de nosotros. Nosotros fuimos puestos en él, y él se vistió de nuestra humanidad; la pasó por la muerte, por la resurrección, y la glorificó. Nuestra glorificación se dio en su glorificación. Y ahora el Espíritu Santo toma lo que es de él y lo pasa a nuestro espíritu, y lo está pasando a nuestra alma, y lo está pasando a nuestro cuerpo, y lo terminará de pasar totalmente.

En él fuimos glorificados. Por eso es que aparecen estas telas aquí. Sólo que ahora son diez. Diez cortinas de lino torcido, que habla de la justificación, de las acciones justas de los santos, de azul, de púrpura y de carmesí. Pero ahora no es una sola cortina, sino diez. Las cortinas del tabernáculo se refieren a la edificación del cuerpo de Cristo. Cristo en nosotros, lo que él es y lo que él consiguió, formándose en nosotros. Estas cortinas son las más interiores; se refieren al nuevo hombre. Pero, ¿por qué son diez? El número diez es el número de la generalidad.

En Génesis capítulo 10 aparece la tabla de las naciones. Todas las naciones están representadas en ese diez. Cuando aparece el gobierno mundial, que abarca todo el mundo, son diez cuernos los que le dan su poder. Y ahora los globalistas han dividido la tierra en diez regiones. Una federación de diez porciones está destinada a ser la federación del gobierno mundial.

El número 10 en la Biblia representa esta generalidad. Por ejemplo, los hijos de Dios esperando a Cristo eran diez vírgenes. La generalidad está representada en diez.

Seguimos leyendo en el versículo 2: «La longitud de una cortina de veintiocho codos, y la anchura de la misma cortina de cuatro codos …». La longitud de una cortina, de veintiocho codos, o sea, siete por cuatro. El siete es el número de la obra perfecta de Dios. Dios hace todas las cosas en siete: siete sellos, siete trompetas, siete tazas. Mas el número de la creación es el cuatro. Porque Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero, además, Dios quiso hacer la creación. Entonces, el número de la creación es el número cuatro.

Por eso los querubines o serafines que representan la creación, los querubines, con cuatro alas, tienen cuatro rostros, representando la creación, los cuatro ángulos de la tierra. En Apocalipsis 4 se adora a Dios por la creación, «…porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas». El cuatro es el número de la creación, y el número de siete por cuatro es la obra de Dios en la creación. Por eso, las cortinas habían de tener veintiocho codos.

Y dice: «…todas las cortinas tendrán una misma medida» (v. 2). No hay una raza superior a otra. A los ojos de Dios, todos somos iguales; Dios no hace acepción de personas. «Cinco cortinas estarán unidas una con la otra». Una con la otra: Colombia con Chile, Chile con Brasil… Todas las naciones, las etnias, las razas, las clases sociales, todas las cortinas.

Primero, comienza por un lado: cinco por acá, cinco por allá. Pero, al final, los más opuestos, son unidos. «Cinco cortinas estarán unidas una con la otra…» (v.3). Una con la otra; no sin la otra. Con la otra. Y las otras cinco cortinas, unidas la una con la otra. Sí, el Señor tiene unos y otros. «…por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre» (Ef. 2:18). Los unos y los otros, los judíos y los gentiles. «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer … y habrá un rebaño, y un pastor» (Jn. 10:16).

Claro, el Señor había hecho promesas a los judíos, había que ir «a los judíos primeramente, y después también al griego». Primero, trabajaba con unos por acá, después con otros por allá. «Pedro, tú eres apóstol a la circuncisión, trabaja por allá. Pablo, tú eres apóstol a los gentiles, trabaja por allá. ¿Cuántos años llevas trabajando, Pablo? Ven, te voy a dar una revelación, Gálatas 2. Vas a subir a Jerusalén y, en privado, vas a conversar con Jacobo, con Cefas y Juan». Y entonces, Dios promovió la comunión de un equipo con otro, y después que se reconocieron mutuamente, se dieron la diestra de compañerismo, para edificar un mismo tabernáculo.

No es que un equipo de siervos de Dios edifica una denominación, y el otro edifica la rival, y todas quedan muertas en el campo de batalla. No, unos y otros. Deben dejarse unir con otros hermanos, unos equipos con otros, llegar a reconocerse como miembros del mismo cuerpo. Dice que Jacob, Cefas y Juan, «…viendo la gracia que nos había sido dada», porque el que actuó por allá, actuó también por acá. Porque lo que importa es el actuar de Dios.

Entonces, sigue diciendo acá: «Cincuenta lazadas…» (v.5). Pentecostés, cincuenta. Lazadas: Enlazados por el Espíritu, son de azul. «Cincuenta lazadas harás en la primera cortina…». Aquí los judíos primeramente. «…y cincuenta lazadas harás en la orilla de la cortina que está en la segunda unión (la de los gentiles); las lazadas estarán contrapuestas la una a la otra». Los cincuenta lazos de azul, celestiales, hablan de la comunión, en el Espíritu, de un mismo cuerpo. Aún los más contrapuestos son entrelazados para formar, con todas las cortinas, una sola tienda.

«Harás también cincuenta corchetes de oro…» (v.6). ¿Por qué «también»? Porque las lazadas unen, pero los corchetes aprietan. Y hay corchetes de oro, pero también hay de bronce. Los de oro unen las cortinas de adentro, y los de bronce unen las cortinas de pelo de cabra. La casa de Dios es hecha con seres humanos. Por dentro, lindas cortinas de lino azul; por fuera, cortinas de pelo de cabra, tratado. Porque nosotros somos pecadores, que somos salvados, incorporados en la casa de Dios, y el pecado es tratado en la casa de Dios.

Los corchetes que unen las cortinas de lino son de oro. Dice: «…el amor de Cristo nos constriñe» (2ª Cor. 5:14). Son corchetes de oro. Pero el pelo de cabra, la del hombre exterior, requiere corchetes de bronce. El bronce representa disciplina. A veces no queremos discernir el cuerpo de Cristo, y entonces comemos juicio. No el juicio eterno. Ah, una enfermedad, o hasta se murió antes de tiempo. Corchetes de bronce. ¿No queremos, más bien, arreglarnos a las buenas?

¿Sabe lo que dice Pablo a los santos? «…ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado» (1ª Tes. 4:6). «Les enseñamos y les dimos ejemplos concretos». El Señor es vengador de los agravios que se hacen a los hermanos. Se necesitan corchetes de bronce para mantenerlos unidos. Porque las cabras no andan unidas; ellas andan saltando de aquí para allá. Por eso son necesarios corchetes de bronce, la mano poderosa de la disciplina de Dios, para mantener juntos a hermanos que no pueden estar juntos.

Pero eso es después. Primero describe las de adentro. «…corchetes de oro, con los cuales enlazarás las cortinas la una con la otra, y se formará un tabernáculo» (v.6). Ah, uno pensaría: «Bueno, ya se formó, en el número 6», pero el Señor sabe. «Harás asimismo cortinas de pelo de cabra para una cubierta sobre el tabernáculo; once cortinas harás» (v.7). Y son más largas. Estas de pelo tienen treinta codos. Son una carga; tu pecado es una carga de la iglesia, pero en la iglesia se trata el pecado de los miembros de la iglesia. Sí, en la iglesia se cometen pecados, y se tratan, pues son una carga.

Entonces dice Dios: «La longitud de cada cortina será de treinta codos, y la anchura de cada cortina de cuatro codos; una misma medida tendrán las once cortinas» (v.8). Aquí hay algo adicional. La otra es de veintiocho codos, ésta de treinta. Las otras eran diez, éstas once. Hay que tratar esto en la iglesia. Entonces dice así: «Y unirás cinco cortinas aparte y las otras seis cortinas aparte; y doblarás la sexta cortina en el frente del tabernáculo» (v.9). O sea, es la puerta.

La cortina número once está en la puerta, pero no es dejada colgando como las demás, sino que es enrollada y echada para atrás, igual que el Señor Jesús tomó nuestros pecados, y los echó para atrás. Por eso, en la puerta, la cortina no está colgando, sino enrollada para atrás, porque el Señor Jesús condenó al pecado en la carne, y él trató con el pecado. Y cuando uno entra por la puerta, se trata el pecado. Era la cortina número seis. La once, que era la seis, cinco y seis. La once era la seis, el número del hombre.

Dios hace su casa con seres humanos, con nosotros, los que hemos caído, y en nuestra carne tenemos la ley del pecado y de la muerte operando.

Pero el Señor, ahora encima de esa cortina, le pone otra, ¡Aleluya!, y dice: «Y harás cincuenta lazadas en la orilla de la cortina, al borde en la unión, y cincuenta lazadas en la orilla de la cortina de la segunda unión» (v.10). Ya lo explicamos la primera vez, es lo mismo acá. «Harás asimismo cincuenta corchetes de bronce…» (v.11). ¿Se da cuenta? Para tratar el hombre interior, son de oro, la naturaleza divina; el amor de Cristo nos constriñe. Pero, para tratar al viejo hombre, son de bronce – disciplina.

«…los cuales meterás por las lazadas; y enlazarás las uniones para que se haga una sola cubierta» (v. 11). El Señor tratará con nosotros, con nuestra naturaleza de cabra, para hacer una sola cortina, con todos nuestros hermanos, que también en su carne son tan débiles como nosotros. Porque son del mismo largo, también tienen treinta codos. Todos somos igualmente pecadores y miserables en la carne, pero el Señor nos da vida por dentro, y disciplina por fuera. La casa de Dios se edifica con vida y disciplina; vida para el hombre interior, y disciplina para el hombre exterior.

Y dice más: «Y la parte que sobra en las cortinas de la tienda, la mitad de la cortina que sobra, colgará a espaldas del tabernáculo. Y un codo de un lado y otro codo del otro lado, que sobra a lo largo de las cortinas de la tienda, colgará sobre los lados del tabernáculo a un lado y al otro, para cubrirlo» (vv. 12-13). En la iglesia se cubren los pecados. Santiago dice: «…cubrirá multitud de pecados». Cuando hablas a tu hermano, cuando tratas con la situación de tu hermano con el objetivo de ganarlo, es protección para la iglesia.

Y dice: «Harás también a la tienda una cubierta de pieles de carneros teñidas de rojo…» (v.14). Encima de la cubierta de pelo de cabra, el Señor pone pieles de carneros teñidas de rojo. El carnero es el macho de las ovejas, es el Señor Jesús. «…teñidas de rojo…», porque los pecados son cubiertos, aun los pecados que se cometen en la iglesia. El Señor pagó por ellos. Las pieles de carneros se refieren a su propio sacrificio. «…de rojo…», hablándonos de la sangre. Él purifica a la iglesia. No solamente murió por los pecados individuales; él se entregó por la iglesia, para santificarla, y presentarse a sí mismo una iglesia pura, santa, sin mancha y sin arruga. El Señor cubre a la iglesia.

Y la última cortina de afuera, dice así: «…y una cubierta de pieles de tejones encima» (v.14). Los tejones no son muy bonitos. Allá en los desiertos de Israel y del Sinaí, son como unos ratones grandes, de piel gruesa, peludos, feos. Y sin embargo, eso era lo que se veía del tabernáculo. Lo bonito estaba por dentro: el oro, la gloria. Por fuera, parecía un ratón inmenso. ¡Ya somos hijos de Dios!, pero el mundo no nos conoce. A Jesús no lo conocían, fue menospreciado. Varón de dolores, lo vimos, no lo estimamos.

«Ah, ¿no es éste el hijo del carpintero, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¡Todo lo de él conocemos!». ¡No conocían nada! Pero pensaban que conocían. Lo menospreciaron. «Sin atractivo para que lo deseemos». La gloria estaba por dentro; por fuera, él era humilde. «Le tuvimos por azotado, por herido, por abatido». Por fuera, era una apariencia de ratón, de tejones.

Y la Escritura también dice lo mismo de nosotros. «Ahora ya somos hijos de Dios –dice Juan– pero todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser». Por eso el mundo no nos conoce, el mundo nos ve por fuera. Narices largas, chatas, sin un ojo, cojos… pero, por dentro, ¡la gloria de Dios! ¡Gloria al Señor!

Síntesis de un mensaje impartido en Rucacura (Chile), enero de 2006.