Agradó a Dios… revelar a su Hijo en mí”.

– Gál. 1:15-16.

Aunque pudiera hacerlo, yo no cambiaría mi lugar con el de los discípulos, ni siquiera con el de aquellos tres que estuvieron en el monte de la transfiguración. El Cristo con quien ellos convivieron estaba limitado por el tiempo y el espacio. ¿Estaba él en Galilea? Entonces no podía estar en Jerusalén. ¿Estaba en Jerusalén? Entonces, en vano sería buscarle en Galilea.

Pero hoy, Cristo no está limitado por el tiempo ni por el espacio, pues vive en el poder de una vida interminable, y al Padre le agradó revelarlo en mi corazón. Él estuvo con ellos en forma intermitente; sin embargo, está conmigo siempre.

Ellos le conocieron según la carne, le vieron, le tocaron, convivieron en estrecho contacto con él. “Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2 Cor. 5:16). Sin embargo, le conozco en verdad, pues le conozco según a Dios le agradó que él fuese conocido. ¿Acaso Dios no nos ha dado espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de él?

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