La primera experiencia que vivió Esdras, el escriba, apenas hubo llegado a Jerusalén, probó su corazón. ¿Qué tan preparado estaba para hacer la obra de Dios? ¿Era un mero enviado de Artajerjes, el rey de Persia, o lo enviaba Dios? ¿Usaría él los recursos de la carne o los del Espíritu?

Cuando Esdras subió a Jerusalén habían pasado más de 20 años desde que los primeros restauradores habían llegado. En ese tiempo, el templo ya había sido reedificado. El gobernante (Zorobabel), y los profetas (Hageo y Zacarías) ya habían hecho su trabajo. Ahora le tocaba el turno al escriba docto en la palabra de Dios. Su misión era embellecer el templo, y traer el consejo de la Palabra a la vida de la renacida nación.

Sin embargo, apenas llegó, se encontró con un grave problema por resolver: el pueblo se había mezclado con los pueblos paganos (Esdras 9). Habían tomado de ellos esposas para sus hijos, y lo que es peor, tomaban parte en sus cultos idolátricos. Incluso los gobernantes estaban involucrados. ¿Qué hacer?

Esdras, el delegado plenipotenciario del rey, pudo haber reaccionado con ira y haber resuelto el problema por decreto, ordenando el castigo de los culpables y la disolución de los vínculos. Sin embargo, no actuó el Esdras gobernante, el que podía apoyarse en el brazo de la carne. Actuó, en cambio, el hombre de Dios, quebrantado y humilde.

El relato dice que Esdras hizo duelo, afligió su alma delante de Dios y de los hombres. Comenzó a orar con contrición, confesando los pecados del pueblo, utilizando en su oración el «nosotros», es decir, tomando sobre sí la culpa y presentándose como sacerdote delante de Dios a favor del pueblo.

En esto, Esdras muestra un rasgo maravilloso, el mismo que el Señor Jesucristo desarrolla hoy ante el Padre como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, intercediendo siempre por los creyentes. Cuando Esdras resolvió tomar este camino, aseguró una solución espiritual al problema, pues aseguró la intervención de Dios. El problema de las mezclas matrimoniales quedó resuelto a su tiempo.

Cuando el pueblo vio la reacción de Esdras, y escuchó su dramática oración, fue tocado profundamente. Entonces el mismo pueblo se sumó a la súplica del piadoso escriba, y Dios usó a Secanías para que sugiriese a Esdras el camino a seguir. Así se resolvió el grave mal. Pero el punto crucial en todo esto, fue la reacción de Esdras. Eso habría de determinar la forma y los recursos con que el problema se solucionaría. Esdras no se alzó como juez de sus hermanos, sino como intercesor a favor de ellos. Tratado por la mano de Dios, mostró la belleza de un corazón transformado a la semejanza de Cristo. Y eso no pudo dejar indiferentes ni siquiera a los más endurecidos.

He aquí un ejemplo a seguir por los que tienen la responsabilidad de enseñar la palabra de Dios. El primer mensaje que ellos dan es el de un corazón quebrantado.

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