Una breve historia puede decir mucho más que un gran discurso. He aquí tres historias sin moraleja, pero con algo en qué pensar.

¿Somos pobres?

Una vez el padre de una familia muy rica llevó a su hijo a pasear por el campo, con el propósito de que su hijo viera cuán pobres eran esos campesinos.

Pasaron un día y una noche completos en la destartalada casita de una familia muy humilde. Cuando regresaban a su casa en su lujoso automóvil, el padre le preguntó a su hijo:

— Hijo, ¿qué te ha parecido el viaje?

— ¡Muy bonito, papi!

— ¿Viste qué tan pobre puede ser la gente?

— Sí —, respondió el niño.

— ¿Y… qué aprendiste, hijo? — insistió el padre.

— Vi — dijo el pequeño — que nosotros tenemos un perro en casa, ellos tienen cuatro. Nosotros tenemos una piscina que llega hasta la mitad del jardín, ellos tienen un arroyo que no tiene fin. Nosotros tenemos unas lámparas importadas en el patio, ellos tienen las estrellas. El patio de nosotros llega hasta la pared junto a la calle, ellos tienen todo un horizonte de patio.  El padre se quedó mudo … y su hijo agregó:

— Gracias, papi, por enseñarme lo pobres que somos.

Papá … yo quiero ser como tú

Mi hijo nació hace pocos días, llegó a este mundo de una manera normal… Pero yo estaba de viaje … ¡tenía tantos compromisos!

Mi hijo aprendió a comer cuando menos lo esperaba, y comenzó a hablar cuando yo no estaba… ¡Cómo crece mi hijo! ¡Cómo pasa el tiempo!

A medida que crecía, mi hijo me decía:

— ¿Papá, algún día seré como tú? ¿Cuándo regresas a casa, papá? — No lo sé, hijo, pero cuando regrese, jugaremos juntos; ya lo verás.

Mi hijo cumplió diez años hace pocos días y me dijo:

— ¡Gracias por la pelota, papá!, ¿quieres jugar conmigo? — Hoy no hijo; tengo mucho que hacer. — Está bien papá, otro día será.

Se fue sonriendo, siempre en sus labios las palabras: «Yo quiero ser como tú».

Mi hijo regresó de la Universidad el otro día, todo un hombre. — Hijo, estoy orgulloso de ti, siéntate y hablemos un poco. — Hoy no papá, tengo compromisos. Por favor, préstame el auto para visitar a algunos amigos.

Ahora ya estoy jubilado, y mi hijo vive en otro lugar. Hoy lo llamé:

— !Hola hijo, ¿cómo estás? ¡Me gustaría tanto verte! – le dije. — Me encantaría, padre, pero es que no tengo tiempo. Tú sabes, mi trabajo, los niños… !Pero gracias por llamar, fue increíble oír tu voz!

Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hijo había llegado a ser como yo …

Aprendiendo a cargar paquetes

“Se te olvidó, papá, enseñarme a llevar paquetes. ¿Cuándo se contó conmigo en casa? ¿Cuándo tuve que recoger a mis hermanos del colegio? Ayer mandaste al chofer a hacer mis trámites para la Universidad. Se te olvidó, papá, dejarme pagar mi colegiatura. ¿Cuándo tuve que lavar el coche los domingos y arreglar el jardín, recoger las hojas y sacar al perro y lustrar mis zapatos? ¿Por qué no me mandaste a comprar las medicinas a la farmacia o recibir el gas y pagarlo? En vacaciones, ¿por qué no fui a la fábrica a empacar zapatos? ¿Por qué no escogía yo mi ropa y la cambiaba, si no me gustaba? ¿Por qué no compré yo solo algo que me gustaba, sin que tú me dijeras qué comprar?

Mamá, ¿por qué me dejabas sin ir a comprar leche cuando yo me negaba?. ¡Se te olvidó ser firme y mandarme, mamá! Más fácil que el chofer y las sirvientas hicieran bien las cosas y sin riesgos, ¿por qué no se arriesgaron a dejarme llevar un paquete? Se les olvidó enseñarme a ser hombre. Ya a los 18 años se me caen las manos. A mí también me da vergüenza. Fíjate que en la Universidad nombraron a Roberto delegado del grupo. Dicen que tiene responsabilidad. A Juan lo nombraron coordinador de la excursión del profesor de Historia. Y recibe las cuotas y da los avisos. Y a Robles lo nombraron capitán y está uniformando a su equipo. Consiguió él mismo el 25% de descuento en los uniformes. Pero Robles desde chico lava el coche de su casa y arregla el jardín, y Roberto recoge a sus hermanas aunque llueva o tenga mucha flojera. Y a tu hijo lo dejaron sin paquete. Dicen que no tengo responsabilidad.

Se te olvidó, papá, enseñarme desde chico a cargar paquetes y llevarlos aunque llueva, o tuviera flojera, o me enojara y les dijera que eran injustos. Se te olvidó contar conmigo. No quisiste arriesgar un poco. No me diste confianza gradualmente. No me fuiste dejando paquetes a la medida de mis 5, 9, ó 12 años. Y mi voluntad se quedó raquítica con tantos pretextos, al sentirme yo un niño que no debía hacer nada. Por favor, papá y mamá, enseñen a Arturo mi hermano de 8 años a llevar paquetes número 8, y a Adriana, de 9, sus paquetes de 9. Y no tendrán que decirles: “Eres un niño y un irresponsable con 18 años encima”. Y llegará el momento en que sepan llevar paquetes número 25 y 40. Dicen que son paquetes: la vida, la familia, las relaciones con los demás, el colegio, el trabajo y la profesión. Y tantos paquetes tirados en la calle …

¿Cuántos se cayeron de las manos con vergüenza? No se les olvide, papás, de entrenar a ser hombre a Arturo y mujer a Adriana. Y no es tarea fácil, no es sólo asunto de cargar paquetes, sino saberlos llevar bien, con cuidado, amor y responsabilidad. Para que no haya tantos paquetes tirados en la calle. Porque aun sin entrenamiento tendrán que cargar sus paquetes del número 20, 30 y 50”.