El asunto de la fe (y la justicia que le es consustancial) es de vital importancia en el evangelio. En el Nuevo Testamento hay tres epístolas que le dedican especial atención. Se trata de Romanos, Gálatas y Hebreos. Las revisaremos someramente en el mismo orden en que están ubicadas en el Nuevo Testamento, porque sin duda, en ese orden hay una soberanía de Dios.

Este orden va muy de la mano con lo que suele ser nuestra propia experiencia. En el principio, Romanos nos enseña acerca de la fe y la justicia de Dios; luego, cuando hemos tropezado, y nos hemos vuelto a las obras de la ley, viene Gálatas y nos reprende para que volvamos al camino. Por último, Hebreos nos exhorta a prestar la debida atención para no ser reprobados. En tres palabras: enseñanza, reprensión y exhortación en cuanto a la fe.

¡Cuánto necesitamos de estas tres epístolas! No solo la enseñanza respecto a la fe, sino también la reprensión correctiva y la exhortación, para que no dejemos de atenderla y vivir por ella. Romanos nos muestra la importancia del oír con fe, y las consecuencias de ella en el corazón del creyente: justicia, santificación y redención. Abraham es mostrado, para que lo miremos y tomemos ejemplo de él. La forma en que Dios justificó a Abraham es la forma como nos justifica a nosotros; los frutos de su fe han de ser también los nuestros.

Pero nuestra debilidad es grande, y muy pronto nos encontramos creyendo otro evangelio. Hemos llegado a pensar que debemos perfeccionarnos por nuestros obras; que la gracia estaba bien al principio, pero que ahora necesitamos de las obras de la ley para agradar a Dios. Ya no estamos oyendo con fe, sino intentando hacer cosas para Dios. Entonces el Espíritu Santo nos dice: «¡Gálatas insensatos! ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por el oír con fe?» (3:1-2). Nos muestra, por medio de la alegoría de Sara y Agar, la impotencia de la ley, que solo puede dar a luz esclavos, pero nunca hijos (4:21-31). ¡Oh, qué grato al corazón es volver a la gracia, a la libertad, a la seguridad en Cristo, a la conciencia de ser herederos de Dios en Cristo!

Pero aún nos queda una vuelta de esquina más en este camino de fe. Hebreos –una «breve palabra de exhortación» (Heb. 13:22)– nos comienza diciendo que debemos atender con más diligencia a las cosas que hemos oído (2:1), que nos hemos vuelto «tardos para oír» (5:11), que nos hemos sumido en la incredulidad, por lo cual pareciera que no hemos entrado en el reposo de Dios. (4:1). Que hemos llegado a ser como Israel, a los cuales no les aprovechó el oír la palabra, por no ir a acompañada de fe en los que la oyeron (4:2). Que el Nuevo Pacto es indeciblemente superior al Antiguo. Retomando Romanos, nos dirá que «el justo vivirá por la fe, y si retrocediere, no agradará a mi alma» (10:38). Y agrega este «si retrocediere», porque estamos en peligro de retroceder, a causa de las pruebas y aflicciones que nos han sobrevenido – por nuestra incredulidad.

Entonces, Hebreos nos muestra el cielo, y nos hace ver a Jesús como el Sumo Sacerdote que intercede por nosotros noche y día, el cual es también el autor y consumador de nuestra fe. Y nos insta a seguir el ejemplo de los que nos precedieron, para que nuestro corazón no se endurezca por el engaño del pecado. ¡Cuánto necesitamos de Romanos, Gálatas y Hebreos!

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