Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas…».

– Hechos 2:44.

Normalmente, cuando miramos este texto de las Escrituras, nos viene a la mente el reparto de los bienes que cada uno hacía, pero la vida en común de la iglesia va mucho mas allá de los bienes materiales.

La primera cosa que podemos ver aquí es que los que creían «estaban juntos». Comprendieron, como dice el texto de 1ª Pedro 2:9, que ellos eran, entre los propios judíos, una nación santa, un sacerdocio real, un pueblo adquirido; esto es, que andaban por el Espíritu en la presencia de Dios mismo.

Los que antes eran fariseos o saduceos estaban ahora juntos. Si antes eran esclavos o libres, bárbaros o escitas, hombres o mujeres, ¡qué importa! Ahora estaban en Cristo, eran uno en Cristo. La enemistad había sido deshecha en la cruz: «…y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades» (Ef. 2:16).

Los que creían estaban juntos. Estaban juntos porque tenían algo en común. Y no solo algo, sino todo en Cristo, y en común. Ya no vivían más vidas individuales, propósitos, ambiciones y realizaciones personales. Ahora tenían un solo camino, un solo corazón y una sola alma (Hech. 4:32).

Si solo repartiéramos nuestros bienes, después de hacer esto acabaría la comunión, a no ser que continuásemos repartiendo y repartiendo. Lo que ellos tenían en común era una Persona, un cuerpo, una fe, y una esperanza eterna, y no solamente bienes.

Ése debe ser un principio básico de aquellos que dicen creer: andar juntos. Si en nosotros hay cualquier tipo de facción, entonces hay algún propósito oculto. Traemos con nosotros algún concepto o prejuicio, o algo todavía peor, una soberbia y algún deseo de gloria humana.

Amados, la promesa del Padre es que tuviésemos en Cristo un mismo camino y un mismo corazón: «Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente» (Jer. 32:39).

El propósito del Señor es que estemos juntos, como cuerpo de Cristo, y tengamos todo en común, principalmente en lo que se refiere a las cosas espirituales. Nuestro corazón y nuestra alma han de ser uno solo. Amándonos unos a otros. Perseverando unánimes. Perdonándonos unos a otros, orando unos por otros. Exhortándonos, edificándonos, sujetándonos, soportándonos, prefiriéndonos en honra unos a otros. Estimulándonos unos a otros a las buenas obras, y principalmente recibiéndonos unos a otros.

Los unos a los otros es tener todo en común. Este todo es la Persona de nuestro Señor Jesucristo, porque él es todo y en todos. ¿A quién iremos nosotros si perdemos este camino? Y si estamos en el camino, estamos juntos. Si no tenemos en común las cosas espirituales, entonces algo está errado.

Un ejemplo bendito de esto es la peregrinación a Jerusalén. Los caminantes se encontraban en el camino, todos con un mismo propósito, con un mismo parecer, todos yendo hacia un mismo lugar. Esta unidad está en el Espíritu y debemos guardarla con toda humildad y mansedumbre, porque los caminantes en Él no errarán.

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