La familia y, en especial el matrimonio, tienen la máxima prioridad en el servicio cristiano.

Un tizón arrebatado del fuego… Así fue llamado el famoso predicador John Wesley, después que, milagrosamente, a los seis años de edad, fue salvado del incendio de la casa pastoral en la cual vivía junto a sus padres y numerosos hermanos.

Quien conoce la historia de su vida estará de acuerdo en que, en verdad, él fue un tizón de fuego, por su espíritu fervoroso y pasión por la evangelización.

Fue uno de los hombres más usados por Dios en la historia de la iglesia, de quien se cuentan hechos impactantes. Atendió servicios multitudinarios en los cuales predicaba la palabra junto a su hermano Charles, quien, a su vez, compuso miles de himnos cristianos que aún hoy se cantan en las congregaciones.

Dios usó a Wesley para encender un avivamiento espiritual en Inglaterra del siglo XVIII. Su legado repercute hasta hoy, y la influencia de su trabajo por el Señor transformó la sociedad inglesa.

Se cuenta entre los más abnegados siervos de Dios. Se dice que viajó más de 400.000 kilómetros predicando el evangelio, principalmente a caballo. Wesley cruzó el mar irlandés más de 42 veces y predicó más de 40.000 sermones. Su biografía contiene numerosos relatos de valor espiritual, milagros, y ejemplos de una vida abnegada de servicio y devoción cristiana.

Lo triste

Sin embargo, hay una parte triste en la historia de este siervo de Dios que habitualmente no se menciona, algo que no es digno de imitar, y tiene relación con su tensa vida matrimonial. Desde el inicio, su historia es una sucesión de equivocaciones que termina con la separación definitiva. Una verdadera tragedia en la relación de pareja. En definitiva John Wesley y Mary Vezaille –Molly, como se le conoce– fueron incapaces de construir una relación de amor y servicio.

Testimonio epistolar

Los biógrafos cuentan que, debido a sus constantes viajes misioneros, Wesley descuidó notablemente el tiempo para su esposa, lo cual provocó una tensa relación de celos y ofensas mutuas.

He aquí algunos extractos de quienes han investigado su epistolario.

«Reunidos en Inglaterra, se enfrentan violentamente. Wesley se niega a cambiar sus hábitos de escritura (de enviar cartas afectuosas a otras mujeres) y Molly le acusa de adulterio y lo maldice, en sus propias palabras, con «todas las maldiciones de Génesis a Apocalipsis».

«Cuando Wesley fue a una gira en Irlanda en 1758, Molly informó que las últimas palabras de su esposo a ella fueron: ‘Espero no ver más tu rostro malvado’».

«En 1771, Molly anunció que dejaba a John. El 23 de enero, el diario personal informa: ‘’ ¿Qué lo provocó?, no lo sé hasta hoy. Ella partió a Newcastle, proponiéndose ‘nunca jamás volver’. ‘Yo no la he dejado; no la he despedido, y no voy a pedirle que regrese’».

La primera señal de problemas surgió poco después de la boda. Al explicar a sus hermanos por qué se había casado tan rápido, dijo que el matrimonio era ‘una cruz que había tomado’ a fin de ‘derribar el prejuicio en cuanto al mundo y a él’. La misma semana asistió a una conferencia, y después salió en una de sus largas giras de predicación. Justificaba sus acciones con las palabras: ‘Respecto a viajar al extranjero, el predicador metodista que tiene una esposa debe ser como si no la tuviera’».

«Comprensiblemente, estos dos sucesos rompieron el corazón a Molly. Algunos dicen que los celos de ella y su violento temperamento destruyeron el matrimonio. No obstante, Wesley no fue meramente pasivo como esposo; él fue absolutamente negligente. Según él, ningún predicador meto-dista debería predicar un sermón menos o viajar un día menos estando casado que estando soltero».

«Molly intentó acompañarlo en sus giras, pero él rehusó alterar su hábito de seguir viajando a pesar de la lluvia, el frío, y los malos caminos. Ella trató de quedarse en casa, solo para sufrir la acusación de que no respaldaba a su esposo como debía. Ella apeló al hermano de él, Charles, y a otros hermanos para que intercedan, pero ellos, en su mayor parte, se pusieron del lado de John».

«Comentando sobre el matrimonio y el ministerio, Wesley a menudo decía que si Molly hubiera sido una mejor esposa y se hubiera conducido como debería haberlo hecho, él habría sido infiel a la obra que Dios había escogido para él. Extraño pensamiento. Obviamente, Wesley estaba casado con su trabajo primero y consideraba a Molly como una distracción antes que como su compañera en la vida y en el ministerio».

Extrayendo lecciones

Nadie puede alegrarse con la noticia de una crisis matrimonial. Aquellos que han experimentado algo similar, saben el dolor que esto ocasiona.

Por ello, en esta historia, nuestra intención no es condenar ni legitimar las conductas de John y Molly, sino más bien advertir, a través de su ejemplo, los peligros que corren los hijos de Dios si descuidan el pacto matrimonial, aun por razones tan sublimes como servir en la obra de Dios.

La familia, plataforma de servicio

Dos ejemplos nos ayudarán a entender que la vida conyugal es algo en lo cual hay que invertir. El primero está en Cantares 1:6. La sulamita, que nos representa a todos nosotros, expresa su pesar y las secuelas después de haber reflexionado sobre las prioridades en su vida. Ella dice: «Me pusieron a guardar las viñas, y la viña que era mía no guardé».

Aquí observamos el conflicto de las prioridades. La familia y, en especial el matrimonio, tienen la máxima prioridad en el servicio cristiano. Las razones son claras. No se debe construir teniendo como base las ruinas de la propia familia, pues  lo que se intenta edificar en otros, debe tener un correlato en la vida personal. De lo contrario, existe una contradicción lógica en el servicio.

El apóstol Pablo evidencia este principio en sus consejos a Timoteo y Tito, quienes a su vez estaban dedicados a establecer ancianos en las iglesias locales para cuidar de la grey.

Pablo señala: «Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad, (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?» (1ª Tim. 3:4-5). «Que gobiernen bien sus hijos y sus casas» (1ª Tim. 3:12). «…el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía» (Tit. 1:6).

Los ancianos son responsables de tareas pastorales entre los hermanos, y esta tarea reviste características de urgencia. Quien ha dado días de servicio en ello, sabe que la demanda de atención y cuidado en la iglesia es intensa. Por ello, un corazón apasionado por el Señor y servicial a la iglesia puede equivocar las prioridades quitando importancia al matrimonio y la familia.

Junto a ello, cabe destacar que el ejercicio del don es más placentero que la responsabilidad familiar. Por ello, el riesgo de evadir la responsabilidad justificándola por una causa noble como el servicio, es siempre amenazante, de lo cual hay que ser consciente.

La voluntad de Dios vs. la ansiedad

En relación a la urgencia del servicio, el Señor nos enseñó una lección con uno de sus amigos más queridos, Lázaro. Juan 11:5 dice que Jesús amaba a Marta, María y Lázaro. Existía en el corazón del Señor un aprecio especial hacia esta familia. Lázaro era su amigo (Jn. 11:11). Sin embargo, el Señor tuvo un comportamiento aparentemente inexplicable frente a la enfermedad de Lázaro y el urgente llamado de sus hermanas.

Extrañamente, Jesús no se movilizó ante el llamado de auxilio (11:3). Por el contrario, él atrasó su asistencia en varios días.

En consecuencia, Lázaro murió. En una mirada rápida, objetivamente podríamos concluir que la obra pastoral del Señor fue negligente. Sin embargo, la lección es otra: Todo hijo de Dios debe aprender a servir movido por la voluntad de Dios y no por la urgencia de las situaciones. Esto, una vez más, nos muestra la necesidad de inquirir en la voluntad de Dios y no ser presa de la ansiedad, olvidando las prioridades que tiene el matrimonio y la familia en el propósito de Dios.

La abstracción de la vida exterior

Tenemos otro ejemplo en Cantares 5:2-6. «Yo dormía, pero mi corazón velaba. Es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, mis cabellos de las gotas de la noche. Me he desnudado de mi ropa; ¿cómo me he de vestir? He lavado mis pies; ¿cómo los he de ensuciar? Mi amado metió su mano por la ventanilla, y mi corazón se conmovió dentro de mí. Yo me levanté para abrir a mi amado, y mis manos gotearon mirra, y mis dedos mirra, que corría sobre la manecilla del cerrojo. Abrí yo a mi amado; pero mi amado se había ido, había ya pasado; y tras su hablar salió mi alma. Lo busqué, y no lo hallé; lo llamé, y no me respondió».

Aquí vemos un ejemplo común en la vida de muchos matrimonios: el ensimismamiento. Este tipo de abstracción de la vida exterior, lleva a concentrar extremadamente la atención en los propios pensamientos, desoyendo el llamado de auxilio del cónyuge que está al lado.

En este pasaje, la mujer vive una especie de sopor que le nubla la atención de su amado, tanto así que ignora el llamado, por comodidad. Ella es incapaz de ver objetivamente la situación, y sus explicaciones son absurdas. El amado, víctima de su dolor, intenta reunirse con ella, sin resultados. El tiempo pasa, y cuando ella decide atenderlo, él se ha retirado, lo que le origina un estado de conciencia y desesperación tal, que en busca de él, desestima el peligro.

El ensimismamiento es muy peligroso; es estar tan lleno de sí mismo, al punto de no ver la legítima necesidad del otro. En el matrimonio, esto puede estar representado por el trabajo, la salud, el legítimo anhelo de surgir, el cuidado de los niños, las tareas del hogar, y todo aquello que nos quita la fuerza vital para la subsistencia de la vida matrimonial.

El amor, lo esencial

El último libro de la Biblia nos muestra esta misma escena, pero ahora desde la perspectiva del amado. Él le dice a ella: «Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente, y no has desmayado. Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor» (Apoc. 2:2-7).

Este triste reclamo del Amado por la iglesia representa para nosotros, los matrimonios cristianos, un llamado de alerta a cuidar lo esencial en nuestra relación – el amor.

Amarse es el vínculo de excelencia. En el matrimonio, el amor es prioridad número uno. Quien deja de crecer en él, llenará su vida y su tiempo de otros «amores» que solo le llevarán al dolor y la erosión matrimonial.

Felizmente, hay una salida para quien ha sido presa de este error – volver atrás, al punto del extravío. Desandar el camino para, luego, en la fuerza del arrepentimiento y la corrección, continuar juntos, socorridos por la gracia de Dios.

«Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras» (Apoc. 2:5).

Fuentes:
John Wesley (Stephen Tomkins).
Matrimonio, de sobrevivir a prosperar (Charles Swindoll).