Potencialmente, los cristianos tienen la capacidad de sembrar para la carne o para el Espíritu.

No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”.

– Gálatas 6:7-8.

Mediante la gracia del Señor, los hermanos que nos reunimos en este lugar, hemos estado haciendo una siembra para el Espíritu.

En la palabra citada está presente la carne y la corrupción. «El que siembra para su carne, de la carne segará corrupción». Usted y yo tenemos potencialmente la capacidad de sembrar para la carne o para el Espíritu; día tras día, estamos haciendo una de estas dos cosas. Durante la semana que pasó, todos hemos sembrado, ya sea para la carne o para el Espíritu.

Nosotros no necesitamos gran instrucción para conocer cuáles son los frutos de la carne. Cuando hemos sembrado para nuestra carne, para nosotros mismos, nuestro egoísmo, soberbia e individualismo se exacerban y, como resultado, hemos obtenido una nefasta cosecha. De eso, todos sabemos. Dudo que haya alguien en esta asamblea que no haya tenido, alguna vez, una mala cosecha. Y a la hora de la sinceridad, muchas veces exclamamos: ‘¡No estamos sino cosechando lo que nosotros mismos hemos sembrado!’.

Mas, hoy, estamos haciendo una siembra para el Espíritu. Ya sabemos que no sólo somos cuerpo y alma; también somos espíritu, y que por el milagro de la regeneración, uniéndose el Espíritu de Dios con «nuestro espíritu», disfrutamos de su vida nueva en Cristo Jesús.

Dios formó espíritu en el hombre (Zac. 12:1). «Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre» (Pr. 20:27) «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Rom. 8:16). El espíritu nuestro está funcionando ahora. En el tiempo antiguo, Dios despertó el espíritu de sus siervos, despertó el espíritu de su pueblo, y se levantaron para edificar la casa de Dios (Hag. 1:14). De la misma manera, nosotros estamos hoy creyendo; nuestro espíritu está vivo, porque el Señor nos ha vivificado. Ese es el trabajo del Señor. Él hace vivir el espíritu de los humildes y vivifica el corazón de los quebrantados (Is. 57:15).

Estamos sembrando para el Espíritu. Nuestro espíritu se regocija, como el espíritu de María: «Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Luc. 1:46-47). Su alma engrandece al Señor, pero el espíritu va más lejos: ¡se regocija en Dios su Salvador! Así también hoy, nuestro Espíritu se regocija. El Señor nos ha salvado, el Señor nos ha amado. No podemos entender cuán grande es su amor. ¡Cómo se regocija nuestro espíritu!

Sin embargo, hermanos, debemos ser también muy sinceros. Estamos trabajando… pero todavía estamos sembrando. No pensemos que, porque este lugar está lleno de hermanos, y porque hay una obra de la que somos parte, ya la cosecha está lista. No; todavía estamos en una etapa de siembra. Necesitamos seguir sembrando. El Señor regará con su Espíritu esta siembra, y a su tiempo llegará la bendita cosecha.

El propósito eterno de Dios

El Señor tiene un propósito grande, y queremos hablar de las cosas grandes del Señor, de las cosas eternas. Y, con la ayuda del Espíritu, después queremos hablar de las cosas pequeñas; y luego, de lo pequeño, volveremos a lo grande, con la ayuda del Señor.

Efesios 1:9-10. «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad…». Oh, hermanos, el Dios eterno y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, se propuso algo en sí mismo. Él tiene un propósito, y a nosotros debe interesarnos mucho tal propósito. ¿Qué es lo que Dios quiere? ¿Por qué nos creó? ¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué tenemos las capacidades que tenemos? Dios tiene el propósito «…de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra».

Alguien podría decir: ¿Y qué tengo que ver con eso yo, con mis problemas, con mi familia, con mi situación? ¿Qué tengo que ver con ese propósito eterno de Dios, con esos misterios divinos? Dios va a reunir todas las cosas que están en los cielos y en la tierra. Bueno, pero, ¿dónde entro yo en eso?

Veamos Apocalipsis 5. Este es un capítulo dedicado al Cordero, a nuestro Señor Jesucristo, quien derramó su sangre en la cruz y nos redimió, y que ahora está exaltado en medio del trono. Los redimidos ya han cantado: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos … tú nos has redimido para Dios». Y luego dice Juan: «Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza».

Recuerden el versículo que leímos en Efesios: Dios se propuso «reunir todas las cosas en Cristo … así las que están en los cielos, como las que están en la tierra». Y Apocalipsis 5:13-14 es una visión anticipada del propósito de Dios cumplido: «Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos».

Lo que escribió el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, en Efesios 1, tiene un tono profético, y Juan en Apocalipsis nos relata el cumplimiento de lo que Dios se había propuesto. Pues nuestro Dios no sólo promete. ¡Él cumple su promesa!  Esto alimenta nuestra fe.

Cielo, tierra y mar, delante del Señor. ¿Y qué dicen? «Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos». ¡Qué precioso suena esto proclamado por los santos! ¡La iglesia está viva, hermanos! Nuestro espíritu está vivo, y nuestro espíritu se regocija en Dios nuestro Salvador. La iglesia es terrenal y celestial al mismo tiempo. Terrenal, porque estamos aquí, en este lugar, y en este cuerpo físico; pero celestial, porque lo que acabamos de decir está dirigido al trono de Dios en los cielos.

Pero, todavía faltamos nosotros. Hay otra profecía de Pablo en Efesios 5:25-27. «… Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha».

Si nosotros miramos la iglesia con los ojos humanos, nos desalentamos; si miramos la historia de la iglesia, nos frustramos, pues vemos que son más sus fracasos que sus triunfos. Pero la infidelidad del hombre no hará nulas las Escrituras, ni pondrá en duda la fidelidad de nuestro Dios.

Cristo amó a la iglesia,  y nosotros somos parte de ella, los redimidos por la sangre del Cordero. ¡Gracias, Señor! «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella». Esto dice el Espíritu Santo, para que nosotros también nos enamoremos del Señor, para que le apreciemos y nos maravillemos en su amor.

«…a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa…». Han pasado los años, y nuestros ojos no lo ven aún. Y es posible que, mientras estemos en la tierra, no veamos mucho. ¡Cuántos hermanos han partido sin ver esto! Han cerrado sus ojos, ya no están con nosotros. No sabemos cuánto de esta gloria llegaremos a ver aquí abajo.

Regresemos a Apocalipsis. Recuerden que en el capítulo 5 se dice que los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y dijeron: «Amén». Fíjense ahora en Apocalipsis 19:4-8. «Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron en tierra y adoraron a Dios, que estaba sentado en el trono, y decían: ¡Amén! ¡Aleluya! Y salió del trono una voz que decía: Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes. Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de muchas aguas, y como la voz de grandes truenos, que decía: ¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos».

¡Gloria al Señor! En el propósito eterno de Dios, en el misterio de su voluntad –de reunirlo todo en Cristo– aparece en Apocalipsis que toda la creación adora al que está sentado en el trono y al Cordero. Pero a Apocalipsis 5 ‘parece que le falta algo’ (o ‘Alguien’), que se completa en Apocalipsis 19, porque el Cordero, que es exaltado y glorificado por todo lo creado, y en torno a quien todo se reúne, ¡ahora tiene una boda! ¡Ahí aparece ahora la iglesia gloriosa, que el Señor se presenta a sí mismo!

¡Bendito sea el nombre del Señor! ¿No le parece ésta, una buena noticia, hermano? Usted, que se ve débil, en sus fracasos, lleno de problemas; usted, fue escogido desde antes de la formación del mundo, fue objeto del amor del Señor Jesucristo crucificado para el lavamiento de todos sus pecados, y usted ha sido ungido por el Espíritu Santo, quien ahora nos conduce hasta esa gloria donde estaremos con el Señor para siempre.

No estaremos ‘en un rinconcito del cielo’, como se dice a veces con una afectada humildad, sino donde el Señor está, estaremos con él, y veremos su gloria. Lo creemos. ¡Somos creyentes! Sí, hermanos, y estamos fundados sobre una Roca firme, una Roca inconmovible. Sobre esta Roca está fundada la iglesia, la esposa del Cordero, la que se viste de lino fino, limpio y resplandeciente, la que acompañará al Cordero por la eternidad. ¡Gloria al nombre del Señor!

Usted me dirá: ‘Hermano, me regocijo en la palabra, ¡pero es tan celestial! Tengo que esperar morir y resucitar para llegar al cumplimiento de la palabra. Y yo tengo problemas en mi casa hoy, tengo conflictos conmigo mismo hoy, tengo deudas hoy; yo vengo a esta reunión porque necesito socorro para hoy. Esta semana tengo que enfrentar uno y mil problemas’.

Bueno, aquí se nos muestra el camino, y se nos muestra la meta. Cristo y la iglesia, la consumación. Hacia allá nos lleva el Señor. Pero, de aquí hacia allá, en el camino que tenemos que andar, ¿cómo vamos a caminar? ¿Qué ha dicho el Señor, hermanos? ¿Qué ha hablado el Espíritu de Dios a nuestros corazones en estos días? «No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros»(Jn. 14:18). «Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros» (Jn. 16:7).

Cuando el Señor Jesús estaba en su cuerpo de carne, en la tierra, él estaba con los discípulos, pero no podía estar en los discípulos. Hoy día, nosotros somos templo del Espíritu Santo, y tenemos al Señor dentro de nosotros. El Espíritu de Dios ha venido; y se quedó con nosotros para siempre.

Casi se está cerrando la historia, y la historia no se cerrará con una iglesia moribunda – se cerrará con una iglesia gloriosa. Mientras más nos acercamos a la boda, mejor vestidos estamos, porque no estamos solos. Si usted y yo hubiésemos sido dejados a nuestra suerte, ya no estaríamos aquí. Pero el Señor ha sido fiel; él nos ha guardado, y nos ha perdonado una y otra vez. Nos ha tenido paciencia y misericordia; nos ha acompañado. Lo hemos contristado una y otra vez; no hemos sido gentiles con él, no hemos sido amables; muchas veces le hemos causado dolores, ¡pero el Señor ha sido tan fiel! Por eso, sembramos para el Espíritu, para que el Espíritu no siga siendo contristado; porque el Espíritu quiere llevarnos hasta ese encuentro maravilloso en aquella boda final.

Esto nos recuerda una figura bíblica, en el Génesis. Es la historia de Isaac. Abraham mandó a su siervo Eliezer a buscar una esposa entre sus parientes, para su hijo Isaac. Y Eliezer, que es figura del Espíritu Santo, fue, y no se equivocó en ninguno de los pasos que dio. Porque así es el Espíritu Santo, certero en lo que hace. Encontró a la joven que buscaba. Era una mujer diligente. La encontró y la condujo por todo el camino de retorno hasta su amo Isaac. No le dijo: ‘Anda; allá te  esperan’. No. Él le trajo vestidos y regalos, y la acompañó todo el camino, hasta que, llegando, aparece a la distancia un varón, y ella le dice: «¿Y quién es ese varón que viene hacia nosotros?». Y Eliezer responde: «Ese es mi señor». Entonces Rebeca cubrió su rostro (Gén. 24).

¡Qué escena más maravillosa! El Espíritu Santo está allí, tipificado en ese siervo que se preocupó de que Rebeca recorriera todo el camino, hasta presentarla al amado que la esperaba. Así el Señor está esperando por nosotros. Y está confiando plenamente, no en tus fuerzas ni en las mías; sino en Aquel que envió desde el cielo, el cual tenemos hoy de Dios, enviado por el Padre y por el Hijo, y que está aquí adentro, contigo y conmigo, para guiarnos. ¡Aleluya!

Lo que Dios nos ha concedido

Nadie puede llamar a Jesús, Señor, sino es por el Espíritu Santo. Por eso hoy declaramos: «Jesucristo es el Señor». El Espíritu Santo ha trabajado contigo y conmigo; por eso permanecemos hasta el día de hoy.

¿Y qué es lo que quiere hoy el Espíritu, hermanos? 1ª Corintios 2:12: «Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido». Este versículo debe saberlo toda la iglesia. Sería inexcusable que usted no sepa esto. Si usted tiene un depósito en un banco, usted estaría muy bien informado de lo que tiene, porque es una riqueza inmensa; usted no puede descuidarlo. Nosotros hemos recibido el Espíritu que proviene de Dios, «para que sepamos lo que Dios nos ha concedido».

Hermano, sería una tremenda pérdida; usted tendría una pobreza muy grande, sería un ‘mendigo rico’. Se han conocido muchas historias de personas que mendigan en las calles, y después se descubre que eran millonarios. Muchos cristianos son así. ¿Acaso no dice la Escritura, entre paréntesis: «Pero tú eres rico» (Ap. 2:9)? ¿Acaso no dice que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo Jesús (Rom. 8:17)?

¡Nosotros somos riquísimos! ¿Y cómo puede un rico vestir tan mal? Recuerden que las vestiduras de la iglesia son las acciones justas de los santos. Porque la fe sin obras es muerta. Hemos dicho que tenemos fe; pero la Escritura dice claramente que la fe debe tener obras. Entonces, ¿cómo es que, siendo tan ricos, nos vestimos andrajosamente? Porque no sabemos lo que Dios nos ha concedido.

Hermanos, hemos recibido «el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido». Oh, hermanos, nosotros somos tan ignorantes acerca de nuestra herencia; conocemos muy poco de esta tremenda riqueza que se nos ha dado. El que nos habita es el mismo Espíritu que en la creación de Génesis 1 se movía sobre la faz de las aguas, como preparando el escenario para una magnífica creación; el que nos habita es el mismo Espíritu que llenó con poder al Señor Jesús; es el mismo Espíritu que resucitó al Señor de entre los muertos, ¡es Dios, hermanos!

Si usted y yo somos personas que tenemos a Dios adentro, que lo contenemos, que lo llevamos, y que nuestras obras sean malas, y que nuestros frutos no sean gratos al Señor, y que nuestra fe sea teórica, y sean palabras y no poder, entonces estamos negando lo que tenemos, estamos ignorando el potencial que tenemos.

Los científicos dicen que ocupamos un mínimo de las neuronas de nuestro cerebro, que desarrollamos unas pocas habilidades, y nos conformamos con eso. Eso es parte de la caída de Adán. Cuando alguien desarrolla su intelecto, nosotros decimos: ‘¡Qué inteligente es el hombre!’. Esa inteligencia está en todos nosotros, de una u otra manera, y ocupamos una mínima parte de lo que se nos ha concedido. Nosotros, hermanos, a causa de la caída, nos conformamos (en sentido figurado) con saber leer y escribir, sumar y restar; desarrollamos muy poco las habilidades con que Dios nos ha dotado.

Y ese mismo trato damos al Espíritu Santo, o peor aún. Nosotros no sabemos qué capacidad tiene, qué alcance tiene, qué poder se puede expresar por el Espíritu Santo que mora en el corazón del creyente.

Amado hermano, «nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios». Hay Alguien que está aquí, dentro del corazón; y nuestro ruego en este tiempo es: ‘Señor, ayúdanos a ser sensibles al trabajo del Espíritu, a la voz del Espíritu, a los movimientos del Espíritu Santo dentro de nuestro corazón. Que mi oído no se ponga pesado; que sea sensible cuando el Espíritu me está hablando; que mi voluntad esté inclinada, que mi alma se sujete’.

¡Qué preciosa ha de ser un alma sujeta al Espíritu, gobernada por el Espíritu, inspirada por el Espíritu de Dios! Oh, hermanos, me impresiona la Escritura que dice: «Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder» (1ª Cor. 4:20). El Señor no quiere que sólo tengamos una teoría aquí en la reunión, sino que tengamos poder cada día, para enfrentar las debilidades de la carne. No estamos pensando en el poder para cosas espectaculares. Poderoso es el Señor para hacerlas; no vamos a restringirle nosotros. Pero el Espíritu del Señor es tan sabio, hermanos. Nos inclinamos ante esa sabiduría.

Muchos siervos de Dios han sido hombres poderosamente usados, pero que después fracasaron penosamente en su vida moral; porque su corazón no estaba tratado. No conocieron la cruz, no conocieron la vida de cuerpo, no conocieron profundamente al Señor. Probaron los hechos milagrosos, pero no aprobaron en cuanto a su carácter. Cristo no fue formado en ellos

El Señor quiere fruto en nosotros. Quiere que la fe vaya acompañada de acción, de obra. Y para eso, ¿quién es suficiente? No yo, sino Aquel que mora dentro de mí. El Señor es poderoso, para que tú y yo seamos hombres santos; el Señor que está en nosotros es poderoso, para que seamos sabios, para que seamos personas equilibradas.

Admiramos el poder de Dios en el libro de los Hechos; pero entendemos claramente que, en estos tiempos, el Espíritu Santo no está buscando llamar la atención de los hombres con hechos milagrosos solamente. Dios está reuniendo a su iglesia, para presentársela gloriosa. Eso está de acuerdo con el propósito de Dios.

Una de las peores faltas que caracteriza al cristianismo de nuestros días, es la falta de temor de Dios. Muchos cristianos actúan como el mundo como si no hubiese Dios. ¡Qué contristado está el Espíritu! Pero el Señor está sembrando esta palabra en nosotros. ¿Se imaginan ustedes cientos, o miles de creyentes con sabiduría, con inteligencia, con consejo, con poder, con conocimiento y con temor de Dios? (Isaías 11:2-3).

Damos gracias al Señor por lo que está pasando. Pero tiene que ocurrir mucho más todavía. No seamos estrechos en nuestra manera de pensar. ¡Tenemos a Alguien adentro! Y en la medida que lo atendemos, más de esta vida poderosa, más de este carácter, se manifestará.

Pedro y Juan iban a orar al templo. Había alguien en la entrada, mendigando – un cojo. ¿Cuántos cojos, cuántos enfermos habría allí? Muchos, seguramente. Pero tenía que ser aquel hombre, en ese día, en ese minuto exacto.

Esa persona se quedó mirando, esperando recibir una limosna. Pedro lo mira a los ojos, y le dice: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo, te doy» (Hech. 3:6). «Lo que tengo». ¡Cómo nos gusta esa expresión! Lo que la iglesia tiene; lo que tú tienes. Oh, si todos nosotros fuésemos así inspirados por el Espíritu, socorridos por el Espíritu, y que hubiese frutos de fe, por el Espíritu, todos diríamos: «Lo que tengo», porque usted no puede dar lo que no tiene.

«…lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda». Se conmocionó la ciudad, todos miraban atónitos a Pedro y a Juan. Y ellos, con equilibrio santo, no se envanecieron ni un ápice. Si usted lee el libro de los Hechos, encontrará estas palabras: «Varones israelitas … ¿por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?» (Hechos 3:12).

¡Qué equilibrio emocional, qué carácter santo! Probaron el poder, sanaron al cojo; pero ellos se hicieron a un lado, y dijeron: «No es por nuestro poder, no es por nuestra piedad, no es por nuestra justicia. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien ustedes crucificaron, y por el nombre de él y por su poder, este hombre está sano». Él es quien se lleva el honor y la alabanza. Y no hubo alarde, ninguna palabra extraña.

Así nos tiene que conducir el Espíritu del Señor. Pero lo que ahora estamos enfatizando es lo que tenemos, lo que hemos recibido. Porque hay un objetivo glorioso al final de la historia: el Señor se presentará a sí mismo una iglesia gloriosa, vestida de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino son las acciones justas de los santos. No la palabrería de los santos, sino el fruto de los santos.

Y no puede alguien dar fruto, a menos que primero haya una siembra. Hoy estamos sólo sembrando. No nos entusiasmemos demasiado. Estamos sembrando. Pero, al mismo tiempo, soñando; porque si sembramos para el Espíritu, del Espíritu segaremos vida eterna, poder, gracia, sabiduría, consejo, equilibrio. ¡Bendito sea el nombre del Señor!

¿Qué cosas hará el Señor? Hasta aquí no nos dejó solos, y no nos abandonará, hasta que lleguemos al final de esta bendita carrera. ¡Gracias, Señor! Pero aún Dios no está conforme. Seamos inconformistas, hermanos. Él está trabajando dentro de ti y dentro de mí; está soplando, está avivando la llama, para que la llama esté encendida, para que este mundo llegue a conocer otro tipo de cristianismo – cristianos que no sólo tienen palabras, sino poder; que no sólo tienen doctrina, sino fruto, y que lo que creen se transforma en obra, y en una conducta que agrada al Señor, para que haya frutos visibles ante el mundo que nos rodea.

Que el Señor nos socorra.

Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en abril del 2009.