Más allá del plano de lo visible, existe otro plano de realidad, desconocido para muchos, cuyo mayor atractivo es el Señor Jesucristo.

 Tres escenas

Hace muchos años, en el desierto de Beerseba, una madre y su hijo de 14 años caminaban cabizbajos. Iban errantes por el desierto. La jornada era larga y agobiante. En un determinado momento, les faltó el agua que llevaban en el odre, entonces, la mujer decidió echarse a morir. Echó al muchacho debajo de un arbusto, y se sentó enfrente, a cierta distancia, diciendo: «Así no veré cuando el muchacho muera».

Pero entonces, el muchacho alzó su voz y lloró. Y Dios oyó la voz del muchacho y el ángel de Dios llamó a la mujer (que se llamaba Agar) desde el cielo, diciéndole: «No temas, Agar, porque Dios ha oído la voz del muchacho.» Entonces Dios le abrió los ojos y vio una fuente de agua, y Agar fue y llenó el odre de agua y dio a beber al muchacho. De esta manera se salvaron de la muerte, y después este muchacho llegó a ser un hombre muy importante. (Génesis 21:8-20).

En otra oportunidad, sucedió que Siria tenía guerra contra Israel, y Eliseo, el profeta de Dios, estaba en una ciudad llamada Dotán. Entonces, el rey de Siria envió hacia allá un gran ejército, el cual vino de noche y sitió la ciudad. Por la mañana salió el siervo del profeta, y vio los ejércitos que sitiaban la ciudad. Entonces le dijo a Eliseo: «¡Ah, Señor mío, ¿qué haremos?» El profeta le contestó: «No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.» Y oró el profeta y dijo: «Te ruego, oh Señor, que abras sus ojos para que vea». Y el Señor abrió los ojos del criado y vio que el monte estaba lleno de gente de a caballo y de carros de fuego alrededor de la ciudad. Así, el profeta y su criado fueron librados de sus enemigos. (2 Reyes 6:8-23).

Muchos años después, en los días de la primera iglesia en Jerusalén, ocurrió que se levantaron los enemigos de la fe contra Esteban, el cual era uno de los Siete. Entonces soliviantaron a la multitud y estrecharon a Esteban de tal manera que lo llevaron a juicio. Cuando oyeron su defensa, se enfurecieron aun más, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios. Y dijo: «He aquí veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios». Luego Esteban murió, lleno de paz, rogando por sus matadores. (Hechos 6:8-7:60).

Dos planos de realidad

Estos tres episodios están tomados de la Biblia. En ellos se advierte algo en común, que es tremendamente importante: Más allá de la realidad visible, de lo que vemos con los ojos, hay otra realidad, invisible, intangible, pero tan real como la que vemos.

En efecto, existen dos planos de realidad. El primero, que vemos con nuestros ojos, está en el plano de la carne y la sangre, y el otro, que no vemos con nuestros ojos, corresponde al plano del espíritu.

Los seres humanos tenemos una doble dimensión: una física, y otra intangible. Y la Biblia dice, además, que, consecuentemente con ello, existen dos maneras de vivir: por fe y por vista.

Andar por vista es moverse en el terreno de lo visible, de lo material; andar por fe es dar prioridad a las cosas invisibles, eternas, a las cosas de Dios.

Andar por vista es atender a las necesidades del cuerpo, «comer y beber», y buscar la satisfacción en las cosas de la tierra. Andar por fe significa ver que las cosas de esta vida son insuficientes, que no pueden dar la dicha, ni saciar la mayor necesidad del hombre.

¡Tal como un hombre ve, así es como vive! Si sólo ve lo material, vivirá tras ello, y tratará de saciarse de las cosas que ve y toca. Los hombres sólo pueden ver con sus ojos físicos, a menos que Dios les haya abierto el entendimiento para que vean por medio de la fe. Si pueden ver por medio de la fe, entonces podrán vivir una vida de fe.

Un don de Dios

La fe es un don de Dios. ¿Cómo entonces se puede tener fe, ver con los ojos de la fe y vivir por fe? ¿A quién Dios entrega este don?

Todo aquel que busca a Dios, le halla. Todo el que está cansado de vivir una vida rastrera, en la esfera de la materia, y eleva su clamor a Dios, Él le dará el don de la fe, y podrá elevarse al plano de las cosas eternas.

Cuando Dios toca los ojos de un hombre, entonces éste puede ver. Y no sólo sus ojos ven, sino que su corazón es tocado también, y se produce un milagro en todo su ser. Es como nacer de nuevo, con una nueva visión, con un nuevo espíritu dentro de su corazón. Esto es lo que la Biblia denomina «nacer de nuevo» (Juan 3:3-8).

Los que han nacido de nuevo han nacido de lo alto, es decir, de Dios. Ellos tienen la vida de Dios, y han nacido del agua y del espíritu. Ellos andan por fe.

Uno de ellos, el apóstol Pablo, decía: «No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Cor. 4:18).

Estos son los que tienen la dicha de mirar las cosas en el espíritu, y no ver meramente las circunstancias desalentadoras.

Estos no ven sólo el desierto; no ven sólo al ejército que amenaza con destruirlos; no ven sólo una turba amenazante. Los que tienen los ojos del entendimiento ungidos con colirio ven, como Agar, la fuente de agua en el desierto; ven, como Eliseo, los carros de fuego que Dios ha enviado para defenderlos; y, al igual que Esteban, ven al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.

Si usted pone su confianza en el Señor Jesucristo hoy, puede comenzar a ver así la vida. Experimentará un nuevo nacimiento, la experiencia más dichosa que haya tenido jamás. Si usted puede llegar a ver las cosas por la fe, será la señal de que el Señor habrá hecho una obra en su vida.

Si esto ocurre, entonces, es que el Señor le habrá transformado, le habrá sacado del plano de las cosas terrenas, visibles, bajas, y le habrá promovido al plano en que ve las cosas del espíritu, perfectas, inmutables y eternas.

Esto es imposible de ser hecho por el hombre. Ningún invento humano podrá jamás producir un milagro así. Todo lo que el hombre puede hacer es transformar la materia, pero nunca podrá transformar la ceguera del alma en luz, ni la muerte en vida.

Si es que usted puede ver la fuente de agua en el desierto, entonces podrá beber todo lo que quiera en el día malo. Si puede ver los carros de fuego que hay alrededor y los ángeles que guardan su morada, entonces nada podrá infundirle temor, porque Dios está a favor suyo. Si puede ver al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios significa que nada menos que los cielos se le han abierto, para tener comunión con el Padre y con su hijo Jesucristo.

Si usted puede ver estas cosas, entonces usted es uno que camina por fe. Entonces, tiene la capacidad de ver las cosas eternas.

Hoy hay muchos que siguen los pasos de Tomás, aquel discípulo que decía: «Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.» A este, el Señor le dijo: «No seas incrédulo, sino creyente. Porque has visto, Tomás, por eso has creído. Pero bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Juan 20:24-29).