En la obra de la cruz de Cristo es posible distinguir tres grandes hechos.

Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».

– Gálatas 2:20.

Voy a tomar de este versículo tres pequeñas palabras: con, en y por. Estas tres pequeñas palabras representan tres grandes hechos; tres grandes hechos eternos.

Yo en Cristo

La primera es la palabra con. El apóstol Pablo dice –esto es parte de su testimonio– «Yo he sido crucificado con Cristo». Quiere decir que él ha sido crucificado en Cristo, porque, por medio de un milagro divino, Dios nos ha puesto en Cristo. Podemos leer esto en 1ª Corintios 1:30a: «Mas por él –por Dios– estáis vosotros en Cristo Jesús». Este es un gran versículo.

Cuando cada uno de nosotros nació del Espíritu Santo, Dios nos puso en Cristo. Ese es un milagro; Dios lo ha hecho. No podemos hacerlo por nosotros mismos, de ninguna manera. Pero cuando somos salvos, realmente nacidos del Espíritu Santo, Dios hace un milagro y nos pone en Cristo Jesús. No sólo junto a Cristo, sino en Cristo; en él. Esta es la obra de Dios.

Este tremendo hecho es mencionado más de doscientas veces en el Nuevo Testamento. Es un gran milagro. A cada uno de los hijos de Dios, él los ha puesto en Cristo. Ellos, cada uno de ellos, están allí, en Cristo.

Tenemos que ir otra vez a nuestro Nuevo Testamento, y buscar todas las referencias a este gran hecho de que nosotros estamos en Cristo. Pero lo que el apóstol Pablo está diciendo en esta frase es lo siguiente: Dios nos puso en Cristo. Luego, el Señor Jesucristo fue a la cruz, y él sufrió y murió en la cruz.

Nosotros no sufrimos con él en la cruz; esa es una obra que sólo él hizo. Él sufrió, él colgó allí por horas, él sufrió la separación de su Padre. Esa es la obra que él hizo, una gran salvación. Nosotros no sufrimos allí con él; pero, de alguna forma, por medio de la obra de Dios, estábamos allí, y cuando él murió, nosotros morimos. Cada uno de nosotros, nacidos de Dios, estábamos en él y morimos con él. Esto es un hecho eterno, grandioso, y verdadero para cada uno de nosotros, para cada uno de los hijos de Dios.

Pero, ahora, escuchen: el valor de esto para nosotros sólo nos llega cuando es revelado. ¿Comprenden? El valor de este gran hecho sólo se vuelve valioso para nosotros cuando es revelado divinamente a nuestro espíritu. Es verdad acerca de todos nosotros, pero tú no lo apreciarás a menos que sea revelado en tu espíritu por el Espíritu Santo.

Ahora, esta es una parte de mi testimonio. Yo tenía treinta años de edad, cuando el Señor comenzó a revelar este gran hecho en mí. Antes de eso, era verdad en mí, pero no tenía valor, porque yo no lo comprendía.

Permítanme explicarlo. Imaginen que yo vivo en Canadá, pero mi familia está aquí en Chile. Mi familia es muy rica, mi tío que vive aquí en Chile es muy rico. Él muere, y en su testamento me deja 10 millones de dólares. Las autoridades en Chile tratan de encontrarme en Canadá, para darme esta noticia, pero no pueden hallarme. Buscan y buscan, sin encontrarme. ¿Pueden ustedes imaginárselo? Yo soy millonario, pero no lo sé. Un día, ellos me encuentran; y entonces, eso se vuelve valioso para mí, ¿comprenden?

Necesitamos revelación divina. Porque este es un hecho eterno: cuando Cristo murió en la cruz, yo estaba en él. Ustedes estaban en él. Y si ustedes son cristianos, le pertenecen a él, y él desea que sepamos esto. Y nosotros sólo podemos conocerlo por revelación divina.

¿Por qué necesitamos conocer esto? Porque esta es la forma en que él nos libera del poder del pecado, de las obras de la carne, de la atracción del mundo, de ese gran ‘yo’ en mi propia vida. Todas estas cosas serán tratadas por Dios de esta manera: Él nos pone en Cristo. El Señor Jesucristo fue a la cruz, y cuando él murió, yo morí, tú moriste. Este es el hecho. Pero, recuerda, sólo será valioso y precioso para ti, si tienes revelación acerca de ello. Nosotros queremos tener más revelación acerca de este hecho.

Cristo en mí

Esta es la primera pequeña palabra: con Cristo. La segunda pequeña palabra es en. «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Es una breve palabra: en. Cristo ahora vive dentro de mí. Yo estoy en él, y él está viviendo en mí.

Veamos ahora 2ª Corintios 4:7. «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros». Pablo está tratando de expresar este gran hecho de que Cristo vive ahora dentro de nosotros. Yo he descubierto que es imposible para mí vivir la vida cristiana. Pero estoy muy gozoso y muy agradecido de que el Señor Jesucristo viva en mí. Y si él vive en mí, y yo se lo permito, entonces él podrá vivir su vida a través de mí en todas las circunstancias de la vida.

Eso es lo que él quiere hacer con cada uno de nosotros: Él quiere que estemos siempre conscientes de que él está viviendo en nosotros, por su Espíritu Santo. Él siempre nos está hablando, porque él ha prometido guiarnos, dirigirnos, y gobernar nuestras vidas. Si se lo permitimos, él está aquí, dentro de nosotros, para hacerlo.

Pablo dice que tenemos este tesoro en vasos de barro. ¿Quién es el tesoro? ¡Jesús! Sí, el Señor Jesucristo. Nosotros somos vasos de barro, pero dentro de estos vasos tenemos el tesoro. ¿Es él un tesoro para ti? ¿Cómo puedes valorarlo?

Quiero ayudarles. Yo he estado buscando la moneda más pequeña que hay en Chile. Este es un peso. Ahora, imaginen que yo soy sólo un niño pequeño, y pongo este peso en mi bolsillo. ¿Me siento rico, porque tengo este peso? No. Entonces, voy a dar un paseo, voy a caminar distraídamente, y me doy unas volteretas en el pasto. Lo hago de una manera muy descuidada, y casi pierdo mi moneda. Pero si la pierdo, no importa.

Pero, ahora, imaginen que en mi billetera tengo un millón de dólares. Imagínense que pongo mi billetera en mi bolsillo, y voy a dar un paseo. Entonces, caminaré muy cuidadosamente, mirando hacia todos lados. ¿Alguien me está siguiendo? Cada tres pasos, pongo mi mano en el bolsillo y, oh, ¡aún la tengo! Y camino un poco más, con suma cautela. Y si puedo, traigo a mi esposa conmigo, para que me ayude a vigilar. ¿Por qué? Porque esto es muy valioso para mí. No quiero perderlo, es muy precioso.

¿Cómo valorizas tu tesoro? ¿Es tu tesoro como esa moneda, o es como el millón de dólares? Nosotros tenemos al Señor Jesucristo, por su Espíritu Santo, viviendo dentro de nosotros. Él ha prometido guiarnos, y si lo permitimos, él gobernará nuestras vidas.

Él siempre está hablándonos. Cuando yo me enojo con mi esposa, algo ocurre en mi interior, y me siento triste. ¿Por qué? Porque he herido al Espíritu que está dentro de mí. Él está contristado. Y no puedo orar; lo intento, y nada ocurre. Yo necesito estar bien con él, porque él está en mí. Si tú eres un esposo cristiano, y tratas a tu esposa de una manera incorrecta, y no te sientes mal, algo no está bien; porque el que vive en nosotros, nos enseñará cómo amar a nuestras esposas; enseñará a las esposas cómo honrar a sus esposos; enseñará a los padres cómo amar a sus hijos.

Si nosotros hacemos algo indebido, nos sentimos mal. Él es tan fiel. Pero él vive en mí. Cuando le recibí, el Señor Jesucristo vino a vivir dentro de mí. Él quiere ser mi tesoro, él quiere conducirme y guiarme en todo lo que yo hago. Este es el gran hecho: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». Este hecho sólo es verdadero para los cristianos; para nadie más.

Cuando tenemos al Señor Jesucristo, tenemos todo lo que necesitamos. Dios no puede darnos nada más, porque ya nos ha dado todo lo que él tiene. Él dio todas las cosas a su Hijo, y luego nos dio a su Hijo. Cuando eres salvo, el Señor viene a vivir dentro de ti; no sólo una parte de él, sino todo Cristo. Dios no puede darnos nada más: él ya nos ha dado todo.

Ahora, aquí hay un secreto: Sólo podemos disfrutar la medida de Cristo que Dios nos ha revelado. Tú tienes a Cristo completo, pero sólo disfrutas la porción que conoces. Esta es la razón por la cual es tan importante tener nuestros ojos abiertos, para contemplar al Señor Jesucristo, para conocerle cada día más. Eso es lo que yo deseo, y quiero desafiarles a ustedes a tener ese deseo. ¡Alabado sea el Señor! Dios nos ha dado al Señor Jesucristo; él es el tesoro del corazón de Dios, y él es mi tesoro. Él quiere ser el tesoro de todos nosotros.

Cristo se entregó por mí

Ahora, la tercera palabra: por. Yo no sé si aquí hay alguno que no es cristiano; pero, si lo hay, esta palabra es para ti. «…el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».

Quisiera hacerles una pregunta: ¿Cuál creen ustedes que es el versículo más conocido en la Biblia? Sí, Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». ¿No es un versículo maravilloso? Dios amó tanto al mundo, a toda la gente que está en el mundo, de tal manera que él dio a su Hijo unigénito, el tesoro de su corazón, por el mundo.

Pero, escuchen lo que el apóstol Pablo dice: «El Hijo de Dios, el cual me amó». Me amó –a mí, un individuo–, y también murió por mí. Él también nos amó a cada uno de nosotros; no sólo al mundo en general. Una pequeña partícula de polvo en todo este mundo. Amó a todo el mundo, pero también nos amó como individuos. Él te conoce, me conoce; sabe todo acerca de nosotros.

El apóstol Pablo dice: «El Hijo de Dios me amó a mí». Si oyes hoy esto, y tú no eres cristiano, quiero decirte que el Señor Jesucristo, el tesoro del corazón de Dios, te ama a ti tanto, como individuo, que él entregó su vida por ti. Y él te está llamando hoy; ven, y recíbelo, ven y entrégale tu vida. Esta es la gran salvación.

Cuando nosotros venimos a él para ser salvos, esta obra es sólo el primer paso. Es tan grande, pero sólo es el primer paso. Nosotros necesitamos crecer y avanzar con él. Pablo dijo a la iglesia en Corinto: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí –abran sus ojos, vean esto– todas son hechas nuevas». Dios desea darnos su revelación: Nosotros somos nuevas criaturas en Cristo.

Recuerden, pues, estas tres pequeñas palabras: con, en y por. «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». Esta es una milagrosa obra de Dios.

Escondidos con Cristo en Dios

Alguien dijo: «Cada vez que en el Nuevo Testamento podemos leer que Cristo está en nosotros, hay diez referencias de que nosotros estamos en Cristo». Dios nos puso en Cristo, y entonces el Señor Jesucristo fue a la cruz, y cuando él murió, nosotros morimos. En Romanos 6 hay un maravilloso comentario sobre esta frase acerca de nuestra crucifixión con el Señor. Es una explicación de este gran hecho. No lo vamos a leer ahora, pero les recomiendo leerlo, porque es un capítulo maravilloso.

Dios nos ha puesto en Cristo. Ahora, él nos da un mandamiento: «Permaneced en mí, y yo en vosotros» (Juan 15:4). Estas son palabras del Señor Jesucristo. Dios te puso a ti en Cristo, y puso a Cristo en ti; y ahora el Señor Jesucristo nos da este mandato: «Permanece allí, habita en mí». ¿Por qué nos dice esto? Una razón es: porque tenemos un enemigo muy fuerte, que siempre quiere llevarnos a funcionar y a actuar fuera de Cristo, y nos miente continuamente.

Cuando nosotros pecamos, cuando caemos, el diablo nos dirá: «Tú no estás en Cristo». No lo oigas, es un mentiroso. ¡Tú estás en Cristo! Y ahora Jesús dice: «Permanece en mí, vive en mí; haz todas las cosas a partir de esta posición». Porque en esa posición estamos realmente seguros. Si permanecemos allí, el enemigo no nos puede encontrar.

La Palabra de Dios dice que nosotros estamos escondidos con Cristo en Dios. Dios nos esconde, y el enemigo no puede hallarnos. Pero debemos recordar el mandato del Señor Jesús: «Habitad en mí, permaneced allí». Dile al Señor muchas veces al día: «Yo estoy en ti. ¡Gracias, Señor! Tú estás en mí, hablándome. Quiero escuchar tu voz, quiero servirte, quiero honrarte. Tú sabes cuán débil soy, tú sabes cuán imposible es hacer nada sin ti».

Ustedes saben lo que el Señor dice en Juan 15: «Separados de mí nada podéis hacer». «Fuera de mí, tú no puedes hacer nada; fracasarás todo el tiempo, serás un blanco para el enemigo; pero, si permaneces en mí, estarás a salvo». No creas las mentiras del diablo. Si tú eres salvo, el Señor Jesucristo ha venido a vivir dentro de ti. Y con él dentro de ti, tú has sido puesto en Cristo. Y ahora, contigo en Cristo, tú estás en Dios. Y juntos, nosotros estamos escondidos con Cristo en Dios. ¡Aleluya! Este es el mejor lugar donde podríamos estar.

«Permaneced en mí … porque separados de mí nada podéis hacer». ¿Cómo es posible entrar? ¡Dios ya te puso en él! El Señor dice: «Permaneced en mí».

Recuerden esto: Ustedes pueden disfrutar mucho del Señor Jesús en la medida en que le conozcan en su Espíritu, por la revelación divina. Que todos nosotros tengamos hambre por la revelación de Dios. Una vez, el hermano Austin-Sparks dijo algo como esto: «Nuestra mayor necesidad es conocerle a Él por revelación divina». Yo quiero conocerle más, y espero de alguna manera motivarles para que ustedes tengan hambre por él. ¡Él es tan grande! En cualquier punto donde nosotros estemos en relación con él, aún necesitamos conocerle más.

Que Dios nos dé revelación de Jesucristo. Él quiere hacerlo. En el Nuevo Testamento, Dios habló varias veces desde el cielo con voz audible, diciendo: «Este es mi Hijo amado». Él siempre está apuntando hacia el Señor Jesucristo, por si alguien –alguno de sus discípulos, o alguien del mundo– quiere conocerle. Muy a menudo, ellos están ciegos y caminan a la deriva, y muy pocos le conocen; sin embargo, él quiere que le conozcamos.

Ben Hiebert
Mensaje impartido en Temuco, en septiembre de 2005.