La ferviente búsqueda de un planeta similar a la Tierra.

La fascinación por los cielos

Los cielos nocturnos de la antigüedad, sin contaminación atmosférica ni lumínica de ciudades que interfiriesen su visibilidad, debieron haberse visto pletóricos de estrellas, constelaciones, nebulosas y planetas, generando sin duda una fascinación para las personas de entonces, como lo son aún para quienes observan el firmamento desde un lugar geográfico apartado.

Desde el punto de vista científico, las primeras reflexiones sobre los astros celestes fueron hechas por Descartes en 1644, quien elaboró lo que se puede considerar como el primer esbozo de una descripción científica del origen de los planetas. Su visión era que la Tierra y los otros planetas del sistema solar giraban alrededor del sol en respuesta a un sistema de vórtices.

Alrededor de un siglo después, Kant y Laplace establecían la hipótesis de que la Tierra y los otros planetas se formaron en forma simultánea con el sol, a partir de una nube de gas que colapsó, debido a la gravedad. De acuerdo a Scharf (2006), esta hipótesis está muy cercana a las interpretaciones actuales respecto al origen del sistema solar.

Pero el interés por los cuerpos celestes continuó con el desarrollo y avance científico, llegando a producirse una verdadera caravana de viajes espaciales, tripulados y no tripulados, desde la última mitad del siglo pasado hasta la actualidad. El denominador común de estos viajes ha sido y es, el encontrar atisbos de habitabilidad en algún planeta o satélite de nuestro sistema solar, para llegar a vivir allí algún día.

La tarea ha sido colosal, como también el altísimo costo involucrado. A pesar de ello, las investigaciones no han aportado datos que permitan reconocer en el sistema solar algún astro que sea como una segunda Tierra. No obstante, la búsqueda ha continuado y los astrónomos en los últimos años han empezado a mirar mucho más lejos, buscando planetas habitables que se encuentran fuera del sistema solar, los denominados exoplanetas, iniciándose así una nueva era en la astronomía mundial (Sasselov 2008).

A la caza de exoplanetas

El pasado año, 2007, fue para los astrónomos del mundo el más prodigioso en mucho tiempo. Con nuevas técnicas se ha tenido acceso a un creciente cúmulo de datos proporcionados por numerosas misiones espaciales y observatorios terrestres. Sin embargo, los datos obtenidos no son todo lo precisos que debieran, lo que unido a un buen puñado de interpretaciones especulativas, produce un cóctel no digerible, a la luz de las fuertes contradicciones encontradas entre algunas publicaciones científicas.

En abril de 2007, la revista Science publicaba que por vez primera se había encontrado un planeta similar a la Tierra (Gaidos 2007); una especie de «oasis en el espacio», el que podría ser habitable. Posteriormente en julio, la revista Nature, daba a conocer el hallazgo de agua por primera vez en un planeta fuera de nuestro sistema solar (Knutson 2007). Sin duda que estas noticias sonaron espectaculares. El contar con agua, que es la base de la vida y con otros planetas similares a la Tierra, considerando que ésta se prevé será altamente hostil a las generaciones que la habiten en pocos años más, es casi como un sueño. Sin embargo, al hilar un poco más fino con la información recabada por los astrónomos, intentando extraer la especulación entusiasta del inicio, es posible concluir que no existe información concreta y que sólo se trata de interpretación antojadiza, sin datos duros que la avalen.

El principal obstáculo al que se enfrentan los astrónomos «cazadores de exoplanetas» es que estos planetas se encuentran encubiertos por la luminosidad de sus propias estrellas (soles), de tal modo que además de la limitación de la distancia, que ya complica a los telescopios más poderosos, éstos no se pueden ver directamente.

Ello significa que los astrónomos no han detectado el agua observando directamente el planeta HD189733b (este es el nombre que se le dio), sino que el estudio ha analizado cómo cambia la luz estelar cuando es filtrada por la atmósfera del planeta, en el momento en que éste se interpone entre la estrella y la Tierra. Por cierto que esta evidencia es demasiado débil.

El telescopio espacial Spitzer de la NASA ha calculado que este planeta se encontraría a unos 60 años luz de la Tierra, en la constelación de Vulpécula. Al menos algunos astrónomos reconocen que el HD189733b es en verdad muy diferente a la Tierra; se trata de un planeta gigante con una órbita muy próxima a su estrella por lo que sería algo así como un Júpiter hirviente, en donde el calor subiría hasta mil grados Celsius, mientras que cuando hace frío, la temperatura descendería hasta 700 grados bajo cero. ¿Es posible la presencia de agua líquida en estas condiciones de temperatura? Es obvio que algo anda mal con las interpretaciones de estos estudios.

Y ¿qué hay del planeta «similar a la tierra»? Ya el título de uno de los estudios que contraataca esta aseveración (Schilling 2007) nos rebaja las expectativas: «Habitable, But Not Much Like Home» (habitable, pero no tanto como un hogar).

La Tierra sigue siendo única

La gran mayoría de los 270 exoplanetas hasta ahora descubiertos, son gigantes gaseosos similares a Júpiter. Sólo dos de ellos han mostrado una masa similar a la Tierra, pero mientras uno es demasiado frío, el otro es demasiado caliente en su superficie, por lo que no es posible la existencia de agua líquida. No obstante, se cuentan por decenas los titulares de revistas y periódicos con los «últimos hallazgos astronómicos» que hablan de nuevos planetas como la Tierra. Esto mismo se sigue afirmando del último exoplaneta encontrado por el Observatorio Astronómico de Ginebra: «Sería similar a la tierra, orbitando en la «zona habitable» de su estrella madre (denominada Gliese 581).

La «zona habitable» considera la distancia desde una estrella como nuestro sol, en la que el agua líquida puede existir en la superficie de un planeta dado. Calculan que la temperatura superficial de este planeta estaría entre 0 y 40 º Celsius, condición necesaria para la existencia de agua en estado líquido y, por tanto, concluyen que podría ser habitable. La investigación ha sido dirigida por Michel Mayor, líder mundial en búsqueda de planetas extrasolares, junto a otro equipo de la Universidad de California, con la participación de astrónomos de Francia y Portugal.

Según la revista Astronomy and Astrophysics, «sería el planeta más parecido a la Tierra detectado hasta la fecha en otro sistema solar» y tendría un radio equivalente a 1,5 veces el de la Tierra y con una masa 5 veces mayor. Lo han detectado alrededor de una estrella enana roja, situada a 20,5 años luz de distancia, lo que la convierte en una de las cien estrellas más próximas al sistema solar.

Pero, al mirar con objetividad las evidencias logradas, queda la sensación que el entusiasmo y especulación superan con creces la real información aportada por los datos. En primer lugar, estos datos no han sido deducidos a partir de la observación directa del planeta, porque su colosal distancia (más de 20 años luz) lo deja fuera del alcance de los telescopios más potentes, sino que se han obtenido a partir de la atracción gravitatoria que el planeta ejerce sobre la estrella, a medida que gira a su alrededor, y que se puede detectar desde la Tierra como un acercamiento y alejamiento cíclico del astro.

En segundo lugar, al no poder observar directamente el planeta, los investigadores no han podido averiguar si en su superficie hay agua, si existe o no atmósfera u otras condiciones mínimas que indiquen la eventual habitabilidad de ese exoplaneta. El fuerte deseo de encontrar planetas habitables al parecer nubla las mentes en algunos connotados investigadores haciéndoles ver cosas que los datos reales no entregan.

¿Cómo es posible hablar de habitabilidad de un planeta a partir de deducciones tan extremadamente indirectas? Llama poderosamente la atención que se den rangos de temperatura tan estrechos (0 a 40º C) sin conocer si este planeta tiene o no atmósfera, y que se emitan frases tan fantásticas como: «es un planeta que queda relativamente próximo a la Tierra», dando a entender que en un futuro dado lo podremos alcanzar. La pregunta salta de inmediato: ¿se puede considerar como próximo a un planeta que está a 20,5 años luz?

Astronomía o fantasía

¿Donde está el límite entre la fantasía y la realidad en determinados artículos científicos publicados en prestigiosas revistas de nivel mundial? Para tener una idea de lo que significa la distancia de 20,5 años luz se ha de recordar que la velocidad aproximada de la luz en el vacío es de 300.000 kilómetros por segundo, y que la máxima velocidad alcanzada por una nave espacial hasta ahora es de aproximadamente 17 kilómetros por segundo. (Velocidad alcanzada por la Nave «New Horizons» en una misión pionera a Plutón, lanzada en enero de 2006, considerada la más rápida de la era espacial).

El viaje que la nave espacial «Messenger» de la NASA inició en agosto de 2004 a Mercurio durará siete años, en los cuales recorrerá 7.900 millones de kilómetros para llegar el 2011. Si el viaje se hubiese hecho directo a Mercurio y con un sistema de propulsión más potente, alcanzando la máxima velocidad para estas naves, se habría demorado tres meses y medio (por problemas de costos esto no pudo ser). Si este mismo viaje a Mercurio, con igual recorrido, se hubiera realizado a la velocidad de la luz, la nave habría tardado menos de medio minuto en llegar, para ser más exacto, alrededor de 26,33 segundos. Al comparar medio minuto de viaje con más de nueve millones de minutos (el equivalente a tres meses y medio) la diferencia raya en lo fantástico. Si en algo los físicos coinciden es que viajar a la velocidad de la luz para los terrestres mortales es una quimera.

A partir de este breve análisis previo, es fácil concluir que hay más fantasía que realidad en las inferencias hechas de los últimos estudios astronómicos en busca de planetas similares a la tierra. Por cierto que con estas interpretaciones tan subjetivas de los datos, la probabilidad de error es altísima. Situación que ya ha ocurrido muchas veces. Ejemplo de ello son los recientes hallazgos científicos obtenidos de un planeta infinitamente más cerca, casi un vecino en términos astronómicos: Marte.

Los no océanos de Marte

Las últimas naves no tripuladas arribadas al planeta Marte han cuestionado fuertemente interpretaciones geológicas hechas previamente por una gran cantidad de estudios, los cuales señalaban que los surcos en la superficie de Marte correspondían a cauces de ríos ahora secos, y que grandes depresiones superficiales correspondían a los ancianos océanos. La conclusión hasta hace menos de un año era que el agua había sido altamente abundante en ese planeta y así entonces la Tierra con sus océanos y ríos ya no serían tan exclusivos.

Todas estas especulativas interpretaciones acerca de la geología superficial marciana estaban totalmente equivocadas y han sido desechadas por varios trabajos de última generación. «Marte es un planeta que ha permanecido desolado por mucho tiempo y no observamos nada que nos permita confirmar la presencia de agua», ha publicado recientemente el astrónomo Kerr (2007) en Science.

Lo mismo corroboraba McEwen (2007), señalando que «No podemos confirmar la presencia de océanos antiguos o agua en canales activos, sólo tenemos evidencia de recientes modificaciones geológicas en donde el paisaje marciano que muestra una aparente modificación por acción fluvial puede haber sido producido por impactos de meteoritos». Agregan que los surcos (interpretados como cauces de ríos) pudieron haberse formado cuando el dióxido de carbono congelado, atrapado en granos de arena movidos por el viento durante el invierno, se vaporizó velozmente con la llegada de la primavera, liberando gas que hizo fluir la arena formando así los surcos.

La diferencia de estos trabajos con los anteriores, es que los datos obtenidos son directos y de alta precisión, con un acucioso programa de trabajo a bordo de la nave MRO (Mars Reconnaissance Orbiter) la cual se estableció en varios puntos claves de la superficie marciana, y tomó fotografías con el sistema HiRISE (High-Resolution Imaging Science Experiment), los que corresponden a sofisticados equipos de alta definición, llegando a obtener hasta 32 cm. por píxel, máxima resolución obtenida hasta ahora en fotografía espacial.

Después de estas contundentes evidencias, que echan por tierra una gran cantidad de especulaciones sobre el agua líquida en Marte y sus océanos y ríos, que habían sido postulados en trabajos previos, ¿cómo aceptar las nuevas especulaciones sobre agua, «planetas habitables» y otras múltiples conjeturas en planetas infinitamente más lejanos que Marte, en donde las eventuales evidencias son meras inferencias altamente débiles e indirectas, donde nunca se ha podido acercar nave espacial alguna?

El problema de la habitabilidad

Considerando el gran número de exoplanetas descubiertos desde su inicio (1995), y la escasa información objetiva acumulada, que apunta hacia la no habitabilidad de éstos, la insinuación obvia que resulta es que nuestro planeta Tierra podría ser realmente único en todo el universo, en lo que a condiciones adecuadas para sustentar la vida se refiere. Una y otra vez, las evidencias científicas concretas y objetivas apuntan a que en el universo existe un solo planeta con un diseño especial para ser habitado, la Tierra.

Esto puede sonar como presuntuoso, pero el problema de la habitabilidad es insoslayable. Sólo la Tierra puede albergar organismos vivos porque fue diseñada especialmente para ello (Isaías: 45:18). Dios mismo da cuenta de esto cuando interroga a Job acerca de lo grandioso que fue crear la Tierra con un diseño tan especial que la hace única entre los demás astros celestes, los cuales no tenían más que alabar al Creador por tan maravillosa obra (Job 38:7).

La ciencia de la Ecología ha probado en la actualidad que si se destruye el hábitat de las especies, el cual es su hogar ambiental, éstas también se destruyen. No hay opción alguna de vida si no existe previamente un hábitat perfectamente establecido para que la albergue.

¿Cuál es la causa principal de la extinción de especies en nuestro planeta hoy?, precisamente la destrucción de hábitat. La tasa de extinción actual se calcula entre 1.000 a 10.000 veces más rápida que lo que debiera ocurrir de manera natural (se extinguen unas 18.000 especies por año; Nebel & Wright 1999). La extinción es colosal porque la destrucción de la habitabilidad es colosal, estimándose ya en más de un 50% la pérdida a nivel planetario, contada desde mediados del siglo XX (Balmford, Green & Jenkins 2003). Enormes ecosistemas terrestres y marinos están siendo literalmente destruidos. Dos brutales ejemplos de ello son la destrucción de la Amazonía sudamericana y la destrucción de los fondos marinos debido a la pesca de arrastre.

El ser humano está destruyendo este diseño especial con que fue creada la Tierra y la está transformando en un planeta inhóspito y desordenado como era al principio y como lo son los demás planetas no diseñados para albergar vida.

Viviendo en las estrellas

La NASA norteamericana, que lleva la delantera en la prospección espacial, estima que una misión tripulada llegaría a Marte en 2040, con el objetivo de permanecer al menos un año en el planeta rojo en una expedición en la que por primera vez un astronauta y un robot con inteligencia artificial interactuarán en el espacio. Para enfrentar este gran desafío, la NASA realizará pruebas previas en la Luna, las que se iniciarán en 2020, en donde se enviará varias misiones tripuladas a la Luna con una semana máxima de duración, con la intención de aprender cómo un ser humano puede sobrevivir en un ambiente hostil. Así esperan recabar información, que les permita en una segunda etapa vivir en Marte. Sin embargo el costo multimillonario del programa espacial le ha impedido a la NASA tener una continuidad en el tiempo. Tal vez por ello bautizaron a la última sonda enviada a Marte como Phoenix, la que llegaba al planeta rojo el 26 de mayo recién pasado, como un ave fénix que renace de las cenizas.

La alta tecnología desarrollada para sobrevivir fuera de nuestro planeta habitable, de seguro seguirá incrementando, y las experiencias vividas por algunos astronautas que han estado por meses en estaciones espaciales, se podrá ampliar a más tiempo en algún inhóspito planeta o asteroide, sobre el que se ubiquen complejas instalaciones que simulen las condiciones habitables de la tierra. El enorme progreso alcanzado con la robótica, la biotecnología, y el dominio de los procesos de reciclaje y reutilización de distintos recursos de seguro algo ayudará, si bien un ambiente artificialmente sostenido es difícil pensarlo más allá de un corto plazo. De todas formas la soberbia humana espera «superar» el problema que ha significado ir destruyendo sistemáticamente nuestro hogar planetario, construido y diseñado especialmente para el hombre. Aunque bíblicamente es una actitud necia el querer habitar fuera del hogar que el Padre ha provisto con tantos cuidados para sus hijos (Luc. 15:17).

Así entonces, si llegase el momento en que a la vida animal y vegetal le fuese muy difícil sostenerse en la superficie terrestre, algunos esperan mirar desde el espacio cómo la Tierra llega a su fin, escapando así de la condena a la que el mismo hombre la ha sentenciado. No obstante, como la Biblia fue escrita no sólo para aquellos que conocieron como único medio de transporte a animales, sino también para quienes nos ha correspondido vivir en la era espacial, con sofisticadas naves capaces de trasladar personas a algún planeta o satélite de la galaxia, tal vez sea oportuno, a la luz de los acontecimientos actuales, revisar la tremenda advertencia sobre esta moderna actitud humana, encontrada en Abdías (1:4), la que difícilmente podía haber sido entendible en la antigüedad: «Si te remontaras como águila, y aunque entre las estrellas pusieres tu nido, de ahí te derribaré, dice Jehová».

Literatura citada:

Balmford A., R. Green & M. Jenkins. 2003. Measuring the changing state of nature. Trends in Ecology and Evolution. Vol. 18 Nº 7.
Gaidos E., N. Haghighipour, E. Agol, D. Latham, S. Raymond, J. Rayner. 2007. New Worlds on the Horizon: Earth-Sized Planets Close to Other Stars. Science. Vol. 318 – 210-213.
Nebel, B & R. Wright. 1999. Ciencias Ambientales, Ecología y Desarrollo Sostenible.
Kerr R. 2007. Is Mars Looking Drier and Drier For Longer and Longer? Science Vol. 317 21 September.
Knutson H. 2007. Water on distant worlds. Nature, Vol. 448, July.
Mc Ewen et al. 2007. A Closer Look at Water-Related Geologic Activity on Mars. Science. Vol 317, September.
Reina Valera. 1995. Santa Biblia, Revisión 1995. Sociedades Bíblicas Unidas.
Sasselov D. 2008. Extrasolar planets. Nature, Vol. 451:3 January
Scharf C. 2006. How to Build Planets. Science Vol. 314 13.
Schilling G. 2007. Habitable, But Not Much Like Home. Science. Vol. 316, April.