¿Tan torpes son? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretenden ahora perfeccionarse con esfuerzos humanos?».

– Gál. 3:3, NVI.

El comienzo de los gálatas fue bueno, pero no así su fin. Ellos habían comenzado por el Espíritu, pero acabaron intentando perfeccionarse en la carne. ¿Qué significa «en la carne»? Esta expresión no siempre es de correcta comprensión. La versión NVI usa la expresión «con esfuerzos humanos». ¿Y cuáles son esos esfuerzos? La misma epístola a los Gálatas lo aclara: «Ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros».

Aquí se habla de «los débiles y pobres rudimentos». Estos son los «esfuerzos humanos». Guardar los días, los meses, los tiempos y los años era lo que ley prescribía para que el hombre intentara alcanzar la justicia. En el Antiguo Pacto, todos se esforzaban por lograrlo; sin embargo, nadie lo consiguió.

Llegado el tiempo del evangelio, cuando la justicia de Dios se revela por fe y para fe, algunos cristianos provenientes del judaísmo introdujeron estas observancias, con la intención de perfeccionar a los creyentes. Sin embargo, todo lo que el hombre pueda hacer para Dios (esto es, mediante las obras de la ley), es inútil para perfeccionar a nadie. Sin duda, se trata de cosas santas y buenas, y pueden otorgar cierta buena reputación a quien las realiza, pero son inútiles; más aún, son un pesado lastre en el evangelio.

En Colosenses, Pablo vuelve a la carga contra tales cosas. «Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres) cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne» (2:20-23).

El camino de la perfección no tiene nada que ver con la ley, pues la ley produce esclavos. Solo la gracia de Dios nos hace libres. De manera que si comenzamos creyendo, y si por este creer recibimos el Espíritu (Gál. 3:2), debemos seguir en ese camino: seguir creyendo, para ser perfeccionados por el Espíritu. Solo el Espíritu puede perfeccionar lo que el Espíritu comenzó.

Estamos muy expuestos, y somos muy propensos a caer en el camino de los «esfuerzos humanos». Somos rápidos en buscar soluciones a las necesidades que enfrentamos, a crear estrategias para perfeccionarnos por nosotros mismos. Las filosofías orientales ofrecen toda una gama de posibilidades; la moderna educación psicologista también parece ayudar. Pero todo eso es inútil. El camino de Dios es diferente a todos los caminos de los hombres, y va contra toda la lógica humana.

No somos mejorados, sino quitados de en medio; no somos perfeccionados haciendo cosas, sino esperando por fe la salvación de Dios en todo momento. No aumentándonos sino restándonos es como alcanzamos por la fe y por el Espíritu, la plenitud en Cristo.

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