La experiencia plena del evangelio en la vida de Pablo.

A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”.

– Ef. 3:8.

Un lenguaje superlativo

La carta a los Efesios trata de expresar las realidades gloriosas y eternas del evangelio con un lenguaje superlativo, un lenguaje que va llenando el corazón de esa grandeza. Es como cuando contemplamos las maravillas de la naturaleza y quedamos impactados y nos sentimos tan pequeños.

Enseñando que fuimos predestinados para ser adoptados hijos de Dios, Pablo dice: «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef. 1:6). Podría haber dicho: «para su gloria», «para alabanza de su gracia», o «para gloria de su gracia», y nos quedaría claro. Pero él lo expresa de esa manera superlativa.

«…alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos» (Ef. 1:18). Si solo dijese: «y cuál es su herencia en los santos», con eso entenderíamos a qué se está refiriendo. Pero es un lenguaje grandioso que trata de expresar una realidad para la cual no basta un solo calificativo.

«…y cuál la supereminente grandeza de su poder…» (Ef. 1:19). El término «grandeza» viene de mega. De ahí viene la expresión «mega mercado», que es algo mayor que un supermercado o un hipermercado. Pablo quiere que sea alumbrado nuestro entendimiento no para comprender algo pequeño, sino algo muy grande.

Y luego usa la palabra dynamis, «poder», que ya es algo grande, como cuando en Hechos 1:8 dice: «Recibiréis poder». Ya es una palabra amplia, pero Pablo está poniendo las cosas en una medida superlativa, no por agrandar algo que no es, sino para mostrarnos algo que tiene tal grandeza que nos desborda totalmente y no existen palabras capaces de expresarlo.

Esto es como cuando los niños están aprendiendo el concepto de cantidad. Había en mi colegio una niñita como esperando algo, y le pregunté: «¿Qué quieres, hijita?». Respondió: «Es que me falta una moneda». Entonces quise ver si ella cuantificaba. Yo tenía una moneda de 500 pesos y tres de 100 pesos, que eran más grandes, y le di a escoger. Ella tomó la de 500 pesos. Le dije: «Mira, mejor te regalo estas otras tres monedas». Me dijo: «No». «¿Y por qué no?». «Porque con ésta compro más que con esas tres».

Otro ejemplo. Al estudiar las potencias de 10, si decimos 10 elevado a 3 por 10 elevado a 3, el número empieza a ampliarse hasta un punto que, matemáticamente, no logramos comprender. Tienen gran cantidad de ceros. Ya en el sexto cero, en el millón, perdemos la conciencia de aquello, porque nos excedió, sobrepasó nuestra competencia.

Ahora, Pablo está hablando de algo en extremo grande. Es grande, pero mayor que lo más grande. Es algo tan grande y majestuoso que no sabe cómo expresarlo y ponerlo en el corazón de todos. Los primeros capítulos de Efesios tienen este lenguaje superlativo. El término «riqueza» aparece en cinco ocasiones. Todo es riqueza, todo es gloria.

Riquezas inagotables

Cuando el apóstol habla del evangelio, usa la palabra «inescrutables», que aparece dos veces en el Nuevo Testamento: en Efesios 3:8 y en Romanos 11:33. Es la idea de algo que no se puede agotar ni se puede conocer en profundidad. Queda siempre algo por conocer. Sorprendido de cómo Dios obra, Pablo exclama: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!».

Cuando se cataloga a los hombres más ricos del mundo, se menciona una enorme cantidad de millones de dólares, exponiéndolo de manera que sea comprensible, diciendo: «Con esto se puede hacer tal cantidad de cosas». Se puede cuantificar, se puede decir: «Hasta aquí llega», o «No es más que esto». Ahora, imaginemos a alguien que tiene tanto, que al dimensionarlo, tiene más y más, y lo suyo no se agota, porque es muy vasto. Nos excede, no hay cómo representar la magnitud de lo que posee.

¿Por qué el buscador de Internet se llama Google? Hay un número tan grande que se expresa con 10100. Ese número se llama googol. Ninguna cantidad en la naturaleza llega a tal magnitud. Al buscador se le llamó Google porque llegaría a tener esa cantidad de información. Es un número gigantesco, pero tiene un límite. Sin embargo, al hablar del evangelio, Pablo señala que éste no se agota; es demasiado rico.

A veces, nosotros pensamos que el evangelio es solo para los incrédulos. Pero Pablo dice para nosotros: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Cor. 4:3-4).

Cuando nosotros creemos el Evangelio, cuando lo recibimos, cuando somos iluminados, cuando lo confesamos y éste empieza a inundar nuestra vida, eso no queda allí, sino que comienza a abrirse y a abrirse sin fin. Es imperioso hablar el evangelio a la iglesia, porque éste contiene las riquezas de Cristo.

Paradojas del evangelio

Pablo escribió esta carta en la cárcel. Esto es extraordinario, porque ¿cómo un hombre privado de libertad puede hablar así? Pablo usa un lenguaje que, al leerlo, lo que menos entendemos es cómo él pudo hacerlo en tales circunstancias.

Hay un Salmo que nos produce misma sorpresa. «Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; cantaré de ti entre las naciones. Porque grande es hasta los cielos tu misericordia, y hasta las nubes tu verdad» (57:9-10). Al escribirlo, David estaba en una cueva, perseguido por Saúl y temiendo por su vida. Y hay una expresión de gloria que no concuerda con aquello, porque la riqueza del evangelio transforma la vida.

Cualesquiera sean las circunstancias, la riqueza del evangelio es poderosa para que honremos a nuestro Señor Jesucristo. A modo de ejemplo, veamos 2 Corintios 8. «Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad» (v. 1-2).

Pablo se refiere no solo a un creyente, sino a varias iglesias en una región, en todas las cuales hay una medida de gracia. Es interesante apreciar cómo él lograba ver esa gracia. Notemos el lenguaje que él usa, y lo paradójico del mismo.

«…en grande prueba de tribulación». No es solo una prueba, sino «prueba de tribulación» y más aún: «grande prueba de tribulación». Lo que menos vemos aquí es gozo. Y en esa enorme prueba, Pablo señala: «la abundancia de su gozo». O sea, donde hay gran prueba de tribulación, la gracia provoca no solo gozo, sino abundancia de gozo.

«…y su profunda pobreza». Donde hay necesidad y extrema pobreza, lo que menos hallaremos es generosidad. Y Pablo agrega: «La gracia de Dios que se ha dado a las iglesias … y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad». ¿Cómo aquellos que estaban en dificultades pudieron tener abundancia de gozo, y aquellos que estaban en profunda pobreza tuvieron riquezas de generosidad?

La gracia

La respuesta está un poco más allá. No es una virtud humana, porque cuando alguien está en dificultad, es obvio que no siente gozo. El versículo 9 da la respuesta. «Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos». Ellos conocieron esa gracia.

Ahora, ¿quién no sabe que Cristo se hizo pobre por amor a nosotros? Lo más probable es que todos lo sepamos. Entonces ¿por qué no obra en nosotros aquella gracia que operó en los hermanos en Macedonia? Sí, lo sabemos; pero el problema es solo una palabra: «Ya conocéis…».

El verdadero conocimiento

¿Qué significa conocer? En el mundo occidental, conocer es tener información acerca de algo. Pero en la Escritura, el conocer no es solo eso. De hecho, la palabra conocer, en el hebreo del Antiguo Testamento, se usa, por ejemplo en Génesis 4:1. «Conoció Adán a su mujer Eva», y en Génesis 4:17: «Y conoció Caín a su mujer».

El conocer en la Escritura no está limitado al pensamiento, sino vinculado a una experiencia con aquello que se conoce. Recién al tener esa experiencia se puede decir: «Conozco».

El pueblo de Israel conocía y cumplía los ritos y los sacrificios; pero cuando el profeta tiene que hablarles, los reprende porque ellos practican los ritos, pero no tienen una experiencia de intimidad con Dios. «Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová? y los que tenían la ley no me conocieron; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaron en nombre de Baal, y anduvieron tras lo que no aprovecha» (Jer. 2:8).

Un ejemplo más. Cuando el ángel le anuncia a María que dará a luz un niño, ella dice: «¿Cómo será esto? pues no conozco varón» (Luc. 1:34). No es que ella no había visto nunca a un varón, sino que ella no conocía la intimidad, la experiencia de ser una con un varón.

Experimentando a Cristo

Cuando Jesús dice: «Conoceréis la verdad» (Juan 8:32), está diciendo exactamente lo mismo. Ellos serán uno con la verdad, la experimentarán. En este sentido, hay un riesgo para nosotros, porque estamos en una sociedad del conocimiento, pero no en la perspectiva bíblica, sino como una capacidad de retener información, y cuanto más información tenemos, podemos obtener más beneficios para nosotros.

El conocimiento, en la Escritura, está vinculado a la experiencia; no es saber la verdad, es experimentar la verdad. No es que yo sepa que, por amor, el Señor se hizo pobre; es que he experimentado aquello, lo he vivido, me he hecho uno con él.

La experiencia de las iglesias en Macedonia en este sentido fue tan fuerte que ellos empezaron a dar y a dar, y Pablo tuvo que detenerlos. Porque habían experimentado la verdad, «doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos» (2 Cor. 8:3-4).

El conocimiento que provee el evangelio es transformador, porque nos hace experimentar a Cristo. ¿Hay alguien que pueda experimentar a Cristo y quedar como estaba antes? Pero es posible que solo nos quedemos con la experiencia anterior, con tantos campamentos en tantos años, y con las primeras experiencias que transformaron nuestra vida.

El descenso a la gloria

Nuestra vida no tendría sentido de no haber conocido a Cristo. ¿Qué nos falta ahora por experimentar? Yo creo que hay una respuesta, y la voy a aventurar, en la gracia del Señor.

La carta a los Filipenses muestra un triple descenso de Cristo a la gloria, como en una escalera. Primero, él «no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (2:6). Sin dejar de ser Dios, él asumió por completo nuestra humanidad. Él es Dios y es también hombre; él es hombre, y es Dios con nosotros.

El segundo peldaño es que, «estando en la condición de hombre (ya descendió, ya se despojó, ya se anonadó, se hizo nada), se humilló a sí mismo», optó también por humillarse. Él no tomó sus propias decisiones, no actuó independientemente de Dios. Y el tercer peldaño fue la muerte, «haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (v. 8).

La experiencia de Pablo

  1. El despojamiento de sí mismo

Sigamos este esquema en la vida de Pablo. ¿Cómo él asume estos tres peldaños? Por supuesto, ninguno de nosotros logra una comprensión cabal de este despojamiento, pero al menos algo ocurre en nosotros al experimentar esta verdad. Y veamos lo que sucedió con Pablo.

«Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más» (Flp. 3:4). Y entonces da una lista de aquello que para un judío era valioso: «circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible» (v. 5-6). Mas él experimentó la verdad, experimentó algo de las inescrutables riquezas de Cristo.

Cuando preguntas a un no creyente: «¿Qué eres tú?», te dirá: «Bueno, yo soy profesor, estudié en tal universidad, he hecho tales postítulos, tengo un Máster». Eso define a la persona. Un creyente puede decir: «Yo soy un esclavo de Cristo». «Pero ¿qué haces?». «Sirvo a Cristo». «Sí, pero ¿qué estudiaste?». «Ah, lo que estudié no define lo que soy. Lo que soy lo define mi Señor». ¿Vemos la diferencia?

  1. Renunciando a todo

Pero Pablo no se queda allí y baja un segundo peldaño. «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por amor de Cristo…» (v. 8). Él ya había estimado lo concerniente a su linaje como pérdida. ¿A qué se está refiriendo con «todas las cosas»?

Ahora, si Pablo nos tuviera que describir su servicio, nos dejaría a todos muy pequeños. Él sufrió penalidades, fue hecho prisionero, enfrentó un naufragio, por causa de Cristo. Probablemente diría: «Renuncié a todo, pero el Señor me ha dado recursos, me ha permitido viajar, me ha dado posibilidades de escribir». Mas creo que aquí él se refiere al segundo peldaño: «…estimo todas las cosas como pérdida».

El Señor puede haber hecho mucho a través de tu servicio; pero la honra y gloria es siempre para él. Él te ha usado, y tú puedes contar tantos hechos. Pablo dice a los corintios: «Lo que hablo, no lo hablo según el Señor, sino como en locura, con esta confianza de gloriarme. Puesto que muchos se glorían según la carne, también yo me gloriaré…» (2 Cor. 11:17-18). Él no se jactaba de todo lo que el Señor hacía por medio de él, porque incluso aquello lo estimaba como pérdida, «para ganar a Cristo» (Flp. 3:8).

  1. Gustando la muerte

Y el tercer peldaño es la muerte. «…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos –es decir, experimentar Su muerte, morir como Él murió– llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Flp. 3:10-11).

Pablo añade: «No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús» (v. 12). Si Dios quiere, Pablo podrá asir aquello para lo cual fue tomado por Cristo – para conocer a Cristo aun en la muerte.

Versículo 13: «Yo mismo no pretendo ya haberlo alcanzado; pero una cosa hago…». Aquí nos detenemos, porque esta «una cosa» la hemos descuidado. ¿Cuál es ésta? «…olvidando ciertamente lo que queda atrás». No es desechar lo que queda atrás, sino considerar que aquello que queda atrás solo cimentó el camino hacia lo que está adelante.

Lo que queda atrás son esas experiencias, ese conocimiento, esa verdad que experimentamos: pero eso tiene que quedar atrás, porque las inescrutables riquezas del evangelio de Cristo son tan vastas e insondables, que no podemos pensar que ya no haya nada por delante para asir respecto a Cristo.

«…y extendiéndome a lo que está delante…». Para Pablo, esto era morir. Tal vez para nosotros, no. Pero ¿qué está delante de ti en cuanto a las riquezas de Cristo? Filipenses fue escrita en la época de las cartas carcelarias. Pablo es liberado de la prisión. El libro de los Hechos ya quedó atrás. Nos conviene mirar aquello que fue un anhelo en Pablo, a lo cual él quería proyectarse.

Vemos el tercer peldaño. «Porque yo ya estoy para ser sacrificado…». Hay varias palabras griegas para «sacrificio», pero aquí Pablo escoge una muy precisa, la misma de Filipenses 2:17: «…y aunque sea derramado en libación». «Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Tim. 4:6-7).

La historia dice que el apóstol murió decapitado. Dios lo tomó para algo, y Pablo vivió hasta el último de sus días para aquello por lo cual lo tomó el Señor. Amén.

Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2019.